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Moncho Borrajo: “La muerte por el olvido es una muerte terrible”

Moncho Borrajo: “La muerte por el olvido es una muerte terrible”

Moncho Borrajo (Baños de Molgas, Orense, 1949) ha probado el vino amargo de la soledad no buscada. “La soledad prostituta”, que dice él, una compañera infame “dentro del mundo farandulero”, y una dolencia que comparten los protagonistas de su última novela, Aquella farándula (Editores Jákara, 2025), dos reliquias de un mundo golfo, libre y discreto —no había móviles, amigos— que, para bien o para mal, ya no existe. El humorista, showman y dramaturgo, pero también pintor y escritor —firma una extensa bibliografía—, marida en su literatura memoria e imaginación y ha parido, como señala el actor Raúl Sénder en el prólogo, “un juguete travieso”, un “espejo deformante, lleno de guiños”. Zenda entrevista desde Madrid a un autor que se fue a vivir a Tenerife y que, después de más de medio siglo sobre las tablas, se ha reencontrado con “el Ramón”. “No ha sido fácil”, nos cuenta. Más, aquí:

—Señor Borrajo, ¿qué tal se lleva consigo mismo?

—Cada vez mejor. Me he perdonado muchos pecados que decían que tenía. Cuando comprobé que no eran ciertos, me he quedado muy relajado (risas). Luego, después de dejar el mundo del espectáculo, de cincuenta y tres años, reencontrarme con el Ramón no ha sido fácil. Me he tirado desde abril hasta la semana pasada, quizá un poco menos, reencontrándome. Y no es fácil. Comprendo a la gente que se retira, lo que le cuesta.

—¡Pero si usted no para!

"Yo he conseguido que los pintores me respeten, pero el mundo de la literatura es muy complicado"

—Tengo mucha suerte. Pertenezco a la raza de los polifacéticos: pinto, escribo…, he intentado ser coherente toda mi vida. Cuando actuaba, no exponía mis cuadros en el hall de un teatro. Exponía en una galería. Cuando escribía, no me dedicaba…, bueno, sí, había libros que vendía en el hall, porque pertenezco a una editorial humilde, y era la forma de tirar p’alante. En este país nuestro, parece que molesta que una persona haga varias cosas. Yo he conseguido que los pintores me respeten, pero el mundo de la literatura es muy complicado.

—Hay muy muchas bocas y muy poco pan.

—(Risas) Hay muchas repisas. Una librería con muchas estanterías. Hay quien piensa: “Entonces, si eres cómico, ¿cómo vas a escribir?”. Yo he hecho bastantes libros. Para mí, fue muy importante Pavana para una infanta difunta. Posiblemente, fue el primer libro de tema homosexual de este país. Primero lo hizo una editorial del PCE, luego lo retomó Berkana y luego se reeditó en Francia. Para que una editorial francesa reedite algo en español…

—Cuénteme sobre el mundo del principio de Aquella farándula. Hábleme de ese ecosistema, de esa fauna…

—Realmente, es una tribu independiente que se mueve en los años setenta, ochenta y noventa. Tiene dos mundos muy marcados: Barcelona y Madrid. Yo me dedico más al de Madrid. Es el mundo de las actores, de las actrices, del cabaré, del transformismo… Tiene también, dentro de él, escalafones sociales: la actriz trágica no tiene relación directa con la cómica; la vedette no se trata con la actriz; el mundo del transexual y del cabaré está muy desprestigiado por el teatro… Luego, empieza a funcionar de forma muy fuerte la televisión, pero sigue existiendo que era muy interesante: el del crítico teatral o del espectáculo en la prensa. Eran personajes a los que les hacía la gente muchísimo caso. Eso se ha perdido por completo. Antes, un crítico podía hundirte un espectáculo.

—Bocaccio debió ser un templo.

"El Bocaccio era el Olimpo. Cada mesa era un mundo"

—El Bocaccio era el Olimpo. Cada mesa era un mundo. Yo pude entrar en la mesa de Balbín, José Luis Coll, María Asquerino, y los pintores Pepe Díaz y Mariví Nebreda. Sentarse en esa mesa, a la entrada de Bocaccio, a mano derecha, era un verdadero privilegio. Luego estaba la parte de abajo, la discoteca, que era un mundo aparte. Pero la parte de arriba, cuando terminaban los espectáculos, que terminaban tarde… Yo, Cleofás lo terminaba a las tres de la mañana, y aquello continuaba hasta las ocho. Era un sitio curioso porque, a veces, era una senda de los elefantes, donde ir a morir, y otras veces, un sitio donde resucitar: podías encontrar un contrato. La gran actriz que llevaba diecisiete años sin hacer una función se sentaba en su mesa para que la miraran, y era mirada, querida y respetada. Y luego estaba el joven o la joven que intentaba ser contratado por alguien para poder salir.

—En el inicio de Aquella farándula, cita al maestro Vicent: “La literatura es la suma de memoria e imaginación”. ¿Cuánto pesa en su literatura el confieso que he vivido?

—Hay un 50% de vivencias y un 50% de imaginación. Me parecía fundamental ser sincero. No podía mentir. La vida del personaje de Néstor no fue mi vida, pero mi soledad sí fue la suya.

—De la soledad no buscada, ¿se sale?

—Sí, sí. Y se sale asumiendo la otra soledad. Es fundamental diferenciar la soledad prostituta de la soledad compañera. Una viene a joder contigo y la otra, a acompañarte. Son muy distintas. Yo ahora estoy con la compañera, pero tuve mucho tiempo a la otra.

—En este mundo de la farándula, ¿cuánto pesa la palabra “amistad”?

"La traición existe en todas partes, pero en el mundo de la farándula es muy evidente"

—Depende. La mayor parte de mis amigos son de fuera de la farándula. Teníamos un problema. Un problema que yo tuve: no coincidíamos en el tiempo. Coincidíamos en los aeropuertos, en los estrenos…, y eso no es coincidir en la amistad. Yo creo que los amigos de la misma profesión suelen ser conflictivos. Soy mucho más dado al amigo que no va con el mismo coche que yo.

—¿Cuál es la mayor tentación para un farandulero?

—Decir sí a un gran proyecto y saber que no va a triunfar. Es tremendo.

—¿Quien lo probó lo sabe?

—La traición existe en todas partes, pero en el mundo de la farándula es muy evidente. Es Eva al desnudo. La farándula se mueve en un mundo en el que hay una neblina que no te deja ver bien las cosas.

—Hábleme de los tipos como Antonio Prieto.

—Últimamente, ha estado leyendo la novela gente que perteneció a esa generación y dicen que lo reconocen. Yo te prometo que no me fijé en ninguno concretamente.

—¿Tantos había?

—Eran como los TikTok de ahora: nacían, sobresalían y morían en el mismo día. Una cosa tremenda. Siempre han sido los grandes vividores, los del coche caro, los del “mira qué reloj llevo”, pero eran cadáveres andantes, de alguna manera. Lo que pasa es que eran personajes tan vistosos… Hoy día existen, pero muy camuflados.

—Escribe Raúl Sénder en el prólogo que “aquel mundo ya no existe como entonces”: “Era una farándula irreverente, deslenguada, valiente, que se reía hasta de su sombra y que tenía la libertad como bandera”. ¿Ese mundo se extinguió?

"Yo sé cosas de artistas que nunca contaré en mi vida, y al revés: ellos saben de la mía y nunca contarían nada, jamás. Eso, hoy, no puede pasar. Por el señor móvil"

—Totalmente. Nosotros teníamos una suerte tremenda: no había móviles. Todo lo que hacíamos dependía del respeto que nos tuvieran los demás. Yo sé cosas de artistas que nunca contaré en mi vida, y al revés: ellos saben de la mía y nunca contarían nada, jamás. Eso, hoy, no puede pasar. Por el señor móvil. Hace poco, me entrevistaron en Antena 3 y, en producción, me dijeron: “Qué curioso. No hemos encontrado una sola foto tuya con ninguno de los tres compañeros que has tenido en tu vida”. Y les dije: “Ni la vais a encontrar”. Nunca hice una entrevista en mi casa. Había un respeto… Aunque había un periodismo rosa, tú le decías a un periodista: “Esto no lo cuentes”, y no lo contaba. Personajes como Mariñas, como Carlos Ferrando, que tenían una lengua viperina, si hablabas con ellos en una reunión privada, y de allí no salía nada. Tampoco salía lo que tú sabías de ellos, ¿eh? (Risas) Era un mundo en el que la homosexualidad estaba camuflada, pero asumida. Había que tener tacto.

—Al final de la novela, Helen va al cumpleaños de una vedette de revista. Sobre la fauna que asiste, cuenta: “Frikis, todos, pero personas famosas acudieron pocas, por no decir ninguna, salvo una presentadora de un programa de televisión del corazón y sus colaboradores”. ¿Cuándo se da esa involución de faranduleros a frikis?

—(Risas) Es el punto en el que va muriendo la farándula, en donde quieren hacerse faranduleros los que luego fueron frikis. No tienen nada que ver. El farandulero tenía algo muy importante: oficio. El oficio era el de actor, transformista, bailarín, cómico…, pero el friki no tenía nada. Esa reunión es el entierro de la farándula. La farándula va muriendo en el momento en que la prensa pierde el concepto de la crítica teatral, o de la crítica del espectáculo, y en el momento en que las televisión acuden a la trampa del corazón, que no son del corazón, sino del hígado, porque acabas con una cirrosis… Yo te puedo comentar que el cierre de Bocaccio fue muy importante. Había otros locales en Madrid, pero cuando Bocaccio empezó a perder aquella…

—¿Aquella aura?

—El estatus. Porque era un estatus, realmente.

—Helen, enferma de alzheimer, muere de frío, habiendo estado desaparecida varios meses. Encuentran su cadáver en la calle. ¿Hay metáfora detrás de esta imagen?

"Muere congelada y de frío porque la han olvidado. Esa es una muerte terrible. En la farándula, lo peor que te puede pasar es el olvido"

—Sí, evidentemente. Es la muerte por el olvido. Muere congelada y de frío porque la han olvidado. Esa es una muerte terrible. En la farándula, lo peor que te puede pasar es el olvido. Mira, una de las cosas que he tenido que sufrir por meterme con todos, con la derecha y con la izquierda, ha sido el silencio. He llenado durante seis meses un teatro de Madrid y la prensa politiquera no me ha nombrado. El olvido, el silencio, es una muerte terrible en la farándula. Ahora, lo tenemos a diario. Sólo tenemos que ver Operación Triunfo. Mira, hace poco, en la televisión de Canarias, vi un anuncio de un festival. No conozco un solo cantante de los que anuncian. Pero es que, el año que viene, no estará ninguno. Es terrible. Helen muere de olvido y, como ella, ha muerto más de una: muchas mujeres del destape fueron terriblemente masacradas. Por eso, soy muy cariñoso con Helen.

—Vamos acabando, señor Borrajo. ¿Alguna vez, como Néstor Prieto, ha hecho alguna parodia sobre la muerte, o piensa hacerla?

—Nunca. Por una razón muy sencilla: le tengo mucho respeto, es mi gran desconocida, y no me gustaría enfadarme con ella (risas).

—¿Se ve en un Cielo compartiendo escenario con gente como Gila o Tip y Coll, o cree que, una vez acabada esta historia, no hay otro lado, no hay nada más?

"Hablando de la literatura, yo no pretendo que me tomen como un gran escritor. Mi literatura pretende, sobre todo, entretener"

—No me preocupa lo que pueda pasar después. Coll y Gila han prologado libros míos. Hablando de la literatura, yo no pretendo que me tomen como un gran escritor. Mi literatura pretende, sobre todo, entretener. Y hacer pensar de cuando en cuando, claro. Y creo que tengo una forma de escribir no simple, pero sí sencilla.

—Y, para finalizar: ¿a usted le ha pedido alguien alguna vez que pare su función porque, literalmente, se mea encima de la risa?

—Sí. Teatro de Jerez de la Frontera, maravilloso auditorio. Función por la tarde y función por la noche. En la de la tarde, la señora se mea, directamente. Tienen que secar el meo de la butaca y poner un plástico. Y, en la segunda función, otra señora se vuelve a mear. (Risas) Y, en Madrid, lo hizo una persona muy conocida, conocidísima, de la más alta sociedad de Madrid. En un momento determinado no aguantaba, y en mitad de la función grita: “¡Moncho, para, que me meo!”. Se vino el teatro abajo.

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