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Monte Hellman, otro maestro del cine barato

Monte Hellman, otro maestro del cine barato

Hollywood nunca llegó a entender la sedición juvenil, fraguada en torno al rock, que hace ahora cincuenta y tantos años estaba cambiando la sociedad occidental. Percibía que algo grande estaba sucediendo. A sus prebostes les bastaba con mirar a la industria discográfica para advertir que las películas sobre “melenudos” podían dar tanto dinero como los discos que les hacían dejarse el pelo largo. La industria fílmica estadounidense venía apuntando maneras en este sentido desde Infierno en Sunset Street (Arthur Dreyfuss, 1967), un acercamiento a esa franja de Sunset Boulevard a la que el traductor del título al español, al cambiar “strip” por “street”, dio el rango de calle. Fue allí, en el 67, cuando se produjo la primera revuelta en torno al rock. La autoridad municipal decidió cerrar los establecimientos llegada la madrugada. Los hijos de Hollywood iban a escuchar rock & roll a Sunset Strip. Cuando se lo prohibieron, organizaron un motín que puede considerarse como el comienzo de lo que un par de años después sería ese espíritu de Berkeley que, surgido en este campus californiano, acabó prendiendo de costa a costa, en todas las universidades donde había alumnos que no querían ser reclutados para ir a combatir al Sudeste Asiático.

Hollywood, como una buena parte del mundo adulto estadounidense, tenía la revuelta en su propia casa, entre sus hijos. Pero nunca supo hacer la película que sintetizase aquella contestación juvenil. Quien sí supo hacerlo fue Peter Fonda, uno de los detenidos en el motín de Sunset Strip. Estaba al corriente de todo cuando produjo y protagonizó Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). Hollywood a lo más que llegó fue a confiarle al gran Michelangelo Antonioni Zabriskie Point (1970), por aquello de que el maestro de Ferrara acababa de plasmar, con sumo acierto, la modernidad del Swingin’ London en Blow Up (1967). Pero en esos tres años que se habían ido entre ambas filmaciones los jóvenes sediciosos habían dejado de ser yeyés y se habían hecho hippies. Entre los méritos de Zabriskie Point —que, por supuesto, los tiene, y bastante notables—, no destaca el de ser un testimonio fidedigno de la sedición juvenil de aquellos años.

"Con muy buen criterio, los responsables del cine habían puesto de música de sala el Boogie with Canned Heat, uno de los álbumes más conocidos de la legendaria banda de blues estadounidense"

Ahora que de todo esto hace más de medio siglo, los óbitos de sus responsables y sus protagonistas, en más de una ocasión, me han llevado a escribir sobre aquel cine. Y siempre he mantenido que la gran road movie de hippies es Two-Lane Blacktop (1971). Aún recuerdo mi primer visionado de Carretera asfaltada en dos direcciones —como se tradujo aquí el título original, también con mucho más acierto que ese Buscando mi destino que se enjaretó a Easy Rider— en los queridísimos cines Alphaville, de la madrileña calle de Martín de los Heros. Y me acuerdo de un freak —un hippie urbano de mi ciudad, aunque parecía Thijs van Leer, el flautista de la banda holandesa Focus, interpretando el Hocus Pocus en un concierto en la legendaria plaza Dam, de la mítica Amsterdam— levantándose de su butaca tarareando el «On the Road Again» de Canned Heat. Con muy buen criterio, los responsables del cine —siempre acertaban— habían puesto de música de sala el Boogie with Canned Heat, uno de los álbumes más conocidos de la legendaria banda de blues estadounidense.

En cuanto al score del filme propiamente dicho —integrado, entre otros, por Kris Kristofferson («Me and Bobby McGee»), Chuck Berry («Maybellene») y Arlo Guthrie («Stealin’»)— tampoco iba a la zaga del de Easy Rider. Protagonizada por James Taylor —cuya versión de «You’ve Got a Friend» hacía furor entonces—, Dennis Wilson —batería de The Beach Boys y coprotagonista— también estaba muy en la onda de todo aquello. Por no hablar de Laurie Bird, la chica que, con esa indolencia tan característica de los hippies, se subía al coche de los protagonistas, dos tipos sin nombre que recorrían Estados Unidos participando en carreras ilegales por las distintas carreteras. Al otro lado de la cámara, Laurie era fotógrafa y toda una musa del underground neoyorquino. Futura novia de Art Garfunkel, con el propio Hellman estuvo casada durante seis meses, los que se fueron entre noviembre del 73 y mayo del 74. En 1983, Laurie se quitaba la vida sin decir el motivo.

"Fue tan grato mi descubrimiento del gran Monte Hellman que, desde entonces, forma parte de mi panteón particular de cineastas"

Ahora que toda esa mitología ha quedado en un periodo del pasado remoto, aludiendo a un título de los Burning, conservo aquellos datos bajo un epígrafe: “Recuerdos del pelo largo”. Llegado el momento de hacer el recuento de la obra de Hellman, de todas las cintas de aquel capítulo, de todas las películas de hippies, no sólo las road movies, la mejor a mí me sigue pareciendo Carretera asfaltada en dos direcciones, por encima incluso de Alice’s Restaurant, una comedia que Arthur Penn estrenó el año 69 sobre una canción de Arlo Guthrie —el hijo de Woody—, en la que hablaba de la suerte que corrió cuando evitó el reclutamiento.

Fue tan grato mi descubrimiento del gran Monte Hellman que, desde entonces, forma parte de mi panteón particular de cineastas. En aquellos cinestudios en los que se reconvirtieron algunas viejas salas de sesión continua madrileñas a finales de los 70 di buena cuenta de los dos espléndidos y extraños westerns que Monte rodó con anterioridad a Two-Lane Blacktop: A través del huracán y El tiroteo, ambos del año 66 y con Jack Nicholson y la maravillosa Millie Perkins entre sus protagonistas. Naturalmente los he revisado varias veces, pero aún no he acabado de dilucidar si encuadrarlos entre los westerns crepusculares o entre los neowesterns.

Sí que tengo claro que Hellman fue uno de los más aplicados acólitos del gran Roger Corman, el rey Midas del cine barato, el gran maese de la serie B, como demuestra el número de técnicos y actores formados bajo sus auspicios. Si hablamos de la pantalla comercial, desde Coppola hasta Scorsese, pasando por Peter Bogdanovich, Jonathan Demme, James Cameron… Si hablamos de la pantalla independiente, el Dennis Hooper realizador, John Sayles, Hellman…

"Ya en edición digital, me hice con el primer título del finado, La bestia de la cueva maldita, producción de Corman por cierto, y volvió a ser un descubrimiento"

Mi caro Monte colaboró con Corman como montador de Los ángeles del infierno (1965). También dirigió algunas secuencias de El monstruo del mar encantado (1961). Incluso, cuando se empleó como director de la segunda unidad, lo hizo en cintas que me son de sumo agrado: Uno rojo: División de choque (Samuel Fuller, 1980)  y Robocop (Paul Verhoeven, 1987). Como también lo es el western que rodó en España, Clayton Drumm (1978). En ese rodaje tuvo como actor al gran Sam Peckinpah, a cuyo universo siempre estuvo próximo. De hecho, hay un nexo incontestable entre ambos cineastas: Warren Oates, uno de los mejores intérpretes, y de los más frecuentes, del cine de uno y otro.

Quiso el destino que hace treinta y muchos años, el último cortometraje que rodé, El gran amor de Max Coyote, estuviese protagonizado por Charly Bravo, compañero de Oates en el reparto de Clayton Drumm. Consciente de mi interés por todo ese universo de Hellman, de Peckinpah y de Oates, Charly me regaló las que dijo habían sido las botas de Warren en el rodaje en que coincidieron. Durante un par de años las conservé debidamente en una vitrina de mi casa, entre otros objetos de valor. Cuando me casé, mi esposa me dijo que tirase “esa porquería” y tampoco iba a ponerme a discutir con ella por eso.

"El gran Monte, que tanto había cabalgado, murió de una caída en su casa durante los confinamientos. Ha sido un honor incluirle en esta relación de malditos, heterodoxos y alucinados"

Y, como siempre, pasó el tiempo. Ya en edición digital, me hice con el primer título del finado, La bestia de la cueva maldita (1959), producción de Corman por cierto, y volvió a ser un descubrimiento. En los años que frecuenté la Filmoteca, dedicaron a Hellman un ciclo, que, como solía hacer con todos los realizadores de mi panteón cinéfilo, aproveché para completar su filmografía. Fue entonces, ya en este infausto siglo, cuando visioné por primera vez Gallos de pelea (1974). Siempre atento a los outsiders y a los losers —en esta ocasión los que apuestan y trapichean en torno a los combates de estas aves—, Gallos de pelea es otro de sus títulos fundamentales, a la par que uno de los pocos rodados con un presupuesto holgado.

Productor ejecutivo de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), Monte Hellman dirigió su última cinta en 2010, Road to Nowhere. No llegó a estrenarse en España. Ya viejo, y probablemente olvidado por todas sus mujeres —estuvo casado en cuatro ocasiones—, el gran Monte, que tanto había cabalgado, murió de una caída en su casa durante los confinamientos. Ha sido un honor incluirle en esta relación de malditos, heterodoxos y alucinados. Pero el gesto se queda corto para expresar todo mi agradecimiento por los buenos ratos que me ha hecho pasar su cine desde los días del pelo largo.

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