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Navidad sin ambiente, un cuento de Miguel Delibes

Navidad sin ambiente, un cuento de Miguel Delibes

Una familia se reúne por motivo de las fiestas de Navidad. Una ausencia se revuelve en el centro de la mesa, mientras todos ellos tratan de acomodarse en su nueva realidad.

Navidad sin ambiente, un cuento de Miguel Delibes

—Ella nunca ponía el Niño de esa manera —dijo Chelo al sentarse a la mesa.

—Es lo mismo; cámbialo. Ni me di cuenta.

Cati se pasó delicadamente las manos por las mejillas sofocadas.

—Sentaos —dijo.

Raúl y Tomás hablaban junto a la chimenea.

Dijo Chelo:

—Mujer, es lo mismo. El caso es que el Niño presida, ¿no?

La silla crujió al sentarse Raúl, a la cabecera. Elvi rió al otro extremo.

—Deberías comer con más cuidado —dijo—. Yo no sé dónde vas a llegar.

Dijo Frutos:

—¿Por qué no habéis prendido lumbre como otros años?

A Cati le temblaba un poco la voz:

—Pensé que no hacía frío —levantó sus flacos hombros como disculpándose—. No sé…

—Bendice —dijo Toña.

La voz de Raúl, a la cabecera, tenía un volumen hinchado y creciente, como el retumbo de un trueno:

—Me pesé el jueves y he adelgazado, ya ves. Pásame el vino, Chelo, haz el favor.

Dijo Cati:

—Si queréis, prendo. Todavía estamos a tiempo.

Hubo una negativa general; una ruidosa, alborotada negativa.

—¿No bendices? —preguntó Toña.

Agregó Frutos:

—Yo, lo único por el ambiente; frío no hace.

Cati humilló ligeramente la cabeza y murmuró:

—Señor, da pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan.

Al concluir se santiguó.

Dijo Elvi:

—¡Qué bendición más original, chica! Ella nunca bendecía así.

Rodrigo miró furtivamente a su izquierda, hacia Cati:

—Se me hace raro no verla aquí, a mi lado, como otros años.

Tomás, Raúl y Frutos hablaban de las ventajas del «Seat 600» para aparcar en las grandes ciudades. Dijo Raúl:

—En carretera fatiga. Es ideal para la ciudad.

Chelo tenía los ojos húmedos cuando dijo:

—¿Os acordáis del año pasado? Ella lo presentía. Dijo: «Quién sabe si será la última Navidad que pasamos juntos.» ¿No os acordáis?

Hubo un silencio estremecido, quebrado por el repique de los cubiertos contra la loza. Raúl estalló:

—Llevaba veinte años diciendo lo mismo. Alguna vez tenía que ser. Es la vida, ¿no?

Cati carraspeó:

—Esa bendición se la oí un día al padre Martín. Es sobria y bonita. Me gustó.

Tomás levantó la voz:

—A mí, como no me gusta correr, tanto me da un coche grande como uno pequeño.

Elvi fruncía su naricita respingona cada vez que se disponía a hablar. Dijo:

—Raúl tiene pan, pero haría mejor pidiéndole a Dios que no le diese hambre. Si no, yo no sé dónde va a llegar.

Elena pasaba las fuentes alrededor de la mesa. Y cuando Elvi habló, unió su risa espontánea a la de los demás.

—No, gracias, hija; no quiero más —dijo Frutos con un breve gesto de la mano. Rodrigo denegó también. Dijo luego:

—Ella ponía la lombarda de otra manera. No sé exactamente lo que es, pero era una cosa diferente.

Raúl se volvió a Tomás:

—Pero, bueno ¿quieres decirme qué kilómetros haces tú?

Dijo Frutos:

—Con la chimenea apagada no me parece Nochebuena, la verdad.

Toña saltó:

—No es la chimenea.

Cati se inclinó hacia Rodrigo:

—Está rehogada con un poco de ajo, exactamente como ella lo hacía.

Elvi arrugó su naricilla:

—Sigo pensando en esa bendición tuya, tan original, Cati. Creo que no está bien. Para arreglar ese asunto entre los que tienen hambre y los que no tienen hambre, me parece que no es necesario molestar a Dios. Sería más sencillo decirles a los que tienen pan y no tienen hambre, que les den el pan que les sobra a los que tienen hambre y no tienen pan. De esa manera, todos contentos, ¿no os parece?

Tomás se soliviantó un poco:

—Haga los kilómetros que haga. Yo no tengo necesidad de correr y en carretera tanto me da un «Seiscientos» como un «Mercedes»; es lo que tengo que decir.

—A mí no me parece Nochebuena —dijo Frutos después de observar atentamente la habitación—. Aquí falta algo.

Chelo amusgó los ojos y miró hacia Cati:

—Cati, mona —dijo— si te miro así con los ojos medio cerrados, como vas de negro, todavía me parece que está ella —se inclinó hacia Raúl—. Raúl —añadió—, cierra los ojos un poco, así, y mira para Cati. ¿No es verdad que te recuerda a ella?

Cati hizo un esfuerzo para tragar. Toña hizo un esfuerzo para tragar. Raúl hizo un esfuerzo para tragar. Finalmente, entrecerró los ojos y dijo:

—Sí, puede que se le dé un aire.

Rodrigo se dirigió a Frutos, cruzando la conversación:

—No te pongas pelma con el ambiente. No es el ambiente. Es la lombarda; y el besugo también. Este año tienen otro gusto.

Frutos enarcó las cejas.

—Lo que sea no lo sé. Pero a mí no me parece que hoy sea Nochebuena.

Cati descarnaba el alón del pavo nerviosamente, con increíble destreza. Luego se lo llevaba a la boca con el tenedor en porciones minúsculas.

Dijo Raúl:

—Pásame el vino, Chelo, anda.

Chelo le pasó la botella. Inmediatamente se incorporó y, sin decir nada, colocó al Niño en ángulo recto con el largo de la mesa, encarando a Cati. Inquirió:

—¿Y así?

Dijo Elvi:

—No os molestéis. Es la bendición tan rara de Cati la que lo ha echado todo a perder.

Toña gritó:

—¡No es la bendición!

—Bueno, no os pongáis así. Lo que hay que hacer es beber un poco —dijo Raúl—. El ambiente va por dentro.

Y repartió vino en los vasos de alrededor.

Frutos se puso en pie y sacó del bolsillo una caja de fósforos:

—Aguarda un momento —dijo—. ¿Tenéis un papel? —se dirigió a la chimenea.

Chelo le dijo a Toña:

—Toña, por favor, cierra un poco los ojos, así, y mira para Cati.

—Déjame —dijo Toña.

Las llamas caracoleaban en el hogar. Frutos se incorporó con una mano en los riñones. Voceó mirando al fuego:

—Esto es otra cosa, ¿no?

Añadió Chelo:

—Yo no sé si es por el luto o que…

Frutos reculaba sin cesar de mirar a la lumbre:

—¿Qué? ¿Hay ambiente ahora o no hay ambiente?

Hubo un silencio prolongado, Rodrigo lo rompió al fin. Le dijo a Cati:

—¿Pusiste manzanas en el pavo?

—Sí, claro.

Rodrigo encogió los hombros imperceptiblemente. Frutos apartó su silla y se sentó de nuevo. Continuaba mirando al fuego. Toña le dijo irritada:

—No te molestes más; no es el fuego.

Elvi frunció su naricita:

—Cati —dijo—, si probaras a bendecir de otra manera, a lo mejor…

Se oyó un ronco sollozo. Raúl dejó el vaso de golpe, sobre la mesa.

—¡Lo que faltaba! —dijo—. ¿Pues no está llorando la boba esta ahora? Cati, mujer, ¿puede saberse qué es lo que te pasa?

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