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Necrocatalomicón, de Valero Sanmartí

Necrocatalomicón, de Valero Sanmartí

Necrocatalanomicón (Autsaider editorial, 2021) es la edición en español del libro publicado originalmente en catalán «Jo nomes il·lumino la catalana terra» de Valero Sanmartí. Este filósofo punk lleva más de una década pariendo a puñetazos una especie de ensayos mutantes ultra apocalípticos, soeces, aberrantes y ofensivos, aunque iluminados por fogonazos de puro genio.

Zenda adelanta un fragmento de la obra.

***

YO SOLO VIOLO ENXANETES 1

Vivimos unos tiempos nostálgicos, retrobsesivos y, como podéis suponer, idiotas hasta decir basta. Hollywood engulle la me­moria audiovisual colectiva para vomitar fórmulas y remakes de éxitos pasados. Personajes de Hanna Barbera(2) asoman la cabecita por las camisetas del Pull&Bear de adolescentes y postadolescentes ávidos por convertir la subcultura nerd de las décadas pasadas en la nueva cultura mainstream. Como por arte de necromancia, la industria de la música pop levanta y consume los cadáveres de los años 50, de los 60, de los 70, de los 80 y de los 90 con una rapidez tal, conspicua e irreflexi­va, que incluso los revivals de revivals de revivals son recibidos como propuestas revitalizantes, aunque las impregne un regus­to rancio y mortecino como el del aceite de un McDonald’s de Badalona, a las 12 de la noche, después de haber frito y refrito hamburgesas para todo el lumpenproletariado del extrarradio de la capital catalana.

En YouTube podemos observar un cisma generacional prácticamente irreconciliable. Si bien nuevas hornadas de cha­vales abrazan el trap y el reguetón como la única voz capaz de expresar su ludopathos generacional, las secciones de comen­tarios de estos videoclips son asaltadas por hordas de posta­dolescentes y pollaviejas que las acusan de no ser música «de verdad» o, inclusive, de ser pura mierda, líquida, en los peores.

Esta discusión intergeneracional socioestética no se repro­duce en los vídeos de imagen fija, normalmente la portada del disco del intérprete en cuestión, con canciones de 20 años atrás, aunque se trate de una Núria Feliu(3) premenopáusica cantando afónica El vestir d’en Pasqual mientras se fuma un puro habano. En este caso los comentarios son unidireccionalmente positivos. «¡Ah… esto sí que es música! ¡Ya no se hacen canciones como las de antes!».

Pues sí, afortunadamente, ya no se hacen canciones como las de antes. Afortunadamente.

La nostalgia os ha carcomido el juicio. Desde que los mo­cosos de los 80 y 90 han crecido y se han otorgado a sí mismos el rol de preceptores culturales, no han parado de lloriquear hasta que TV3 ha vuelto a emitir Bola de drac(4). Pero si obvia­mos su rica y excelsa mitología, la serie de Akira Toriyama es una chapa de tres pares de cojones, cuyo visionado solo puede tolerar un mequetrefe con todo el tiempo del mundo a su disposición. En Bola de drac, antes de poder contemplar una santa hostia en pantalla, los personajes se permiten el lujo de intercambiar insultos bravucones de patio de colegio, amena­zándose como porteros de discoteca y alabando sus músculos y superpoderes para acojonar al enemigo.

Ningún adulto en pleno dominio de sus facultades pue­de admirar a unos autoproclamados semidioses venidos del espacio exterior que dedican la mayor parte del tiempo a tra­bajar más la lengua que sus propios puños. La retórica vacua y narcisista de Son Goku y compañía parece estar más em­parentada con la de los argentinos que con la de los Super Sayans.

Pero la gente no quiere que le compliquen la existencia. Si el presente les deja insatisfechos, prefieren mirar atrás y chu­par la savia de sus recuerdos infantiles, cuando eran simples mongolos influenciables que se cagaban encima y no podían concebir un manjar más delicioso que la mortadela con la cara de Mickey Mouse o el mítico helado Drácula(5).

Porque dignificar el pasado es fácil. A fin de cuentas, los muertos no pueden replicarte, y así te ahorras la incómoda labor de mejorar tu presente.

Aunque mucho les pese a algunos, Cataluña no es una tierra ajena a los vicios que pudren y corrompen al resto del mundo. Recientemente, la nación catalana vive una segunda Renaixença (6). Elementos culturales del antiguo folklore son re­sucitados con una fuerza sin precedentes. Los más imbéciles volvéis a adoptarlos porque os creéis que fueron abandona­dos por culpa de la influencia española, antaño prohibiéndo­los, y posteriormente, de forma más sibilina, haciendo que os avergonzarais de ellos a causa de una supuesta naturaleza regional y testimonial a contracorriente de las dinámicas glo­balizadoras y cosmopolitas que caracterizan el siglo XXI.

Os lo voy a decir con cuatro palabras: no es verdad. Per­dón, dije cuatro palabras: no es verdad, IMBÉCILES.

Buena parte del folklore catalán fue enterrado gracias a un pacto tácito entre todos los catalanes, conscientes de que solo representaba lo peor de su cultura, una rémora ver­gonzante de vuestro pasado, abandonada en la cuneta de la autopista del progreso, que solo merecía sobrevivir en las pá­ginas de los libros de antropología.

Hablo, por ejemplo, del ruc(7) catalán.

Dado que no teníais suficiente con el historial de insultos que os escupen desde allende las fronteras catalanas, pensasteis: «Ey, ¿por qué no nos ridiculizamos a nosotros mismos? Mola­ría mucho, ¿no? Venga, va, intentémoslo. ¡Recuperemos el ruc catalán! Y, ya que estamos, disfracémonos de Les Tres Bessones y salgamos a la calle arrastrándonos como gusanos mientras cantamos Kolpez Kolpe de los Kortatu(8) y nos meamos encima, dejando detrás nuestro un rastro de orina que los policías seña­larán con una flecha y un cartel de advertencia en el que podrá leerse: “¡Peligro! Este camino lleva al más absoluto oprobio. Abandonad toda esperança aquellos que aquí entréis”».

¿Por qué cojones a los catalanes os vino a la cabeza recupe­rar este penoso equino y convertirlo en un símbolo nacional? Algunos aseguráis que lo hacéis para contrarrestar el poder icónico del toro de Osborne, embajador de la cultura española en todo el mundo. Bueno, no voy a desperdiciar ni una sola chispa de mi intelecto debatiendo esta necia discusión. Tan solo voy a limitarme a exponer uno de los más famosos silogis­mos de la Grecia Clásica, reformulado al estilo de la retórica popular contemporánea:

1. Si los españoles instituyen como símbolo nacional el tirarse por un puente.

2. Y vosotros queréis un símbolo nacional propio igual de potente.

3. Entonces, ¿os tiraríais por otro puto puente, gilipollas?

Algunos, haciendo gala de unos argumentos sutilmente más elaborados, defendéis que el animal de los cojones re­presenta como ningún otro los mejores atributos del carácter catalán: trabajador, modesto y con una tenacidad implacable que le empuja hacia adelante a pesar de la lluvia de contra­tiempos que llueven encima suyo. Como sentenció Francesc Pujols: «El pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos enterradores»(9).

Por desgracia, los catalanes son los únicos que perciben las cualidades positivas del burro catalán. A parte de ellos, ¿quién pollas conoce los matices semióticos del animal? Para el resto del mundo, no deja de ser un puto burro. UN PUTO BURRO, HOSTIA. El mensaje que estáis enviando es claro y meridiano:

HO-OO-OOO-LAAAAA… ¡¡¡¡¡SOMOS MOONGUIIIIII­IS!!!!! ¡¡¡¡¡IIIIIH-AAAAAH!!!!!

Dicen que la mejor estrategia para anular las chuflas aje­nas consisten en reírse de uno mismo antes de que lo haga otro. Apropiarse de un insulto esgrimido por el enemigo a través de la resignificación. No puedo negar que esta premisa contiene una buena dosis de verdad. Pero una cosa es humi­llarse estratégicamente para combatir el narcisismo, y otra muy distinta es rebajarse para que los otros te vean como un gusano ridículo y miserable.

—Bah! És humor català, tiu. Nussatras as ca som més sufisticats, sats? Ans es igual ca nons antenguin(10).

Pues no señor, no. El mensaje que queréis transmitir con el burro catalán no debería ser solipsista. Es vuestra más pre­ciada arma en una guerra cultural de abasto internacional. Aunque, bueno, si vosotros ya estáis contentos, bon vent i barca nova(11). Pero no em vengáis con lloros si cuando vais a buscar bolets con la puta pegatina del burro catalán en el Porsche Cayenne y La Trinca(12) sonando por los altavoces, os cae en­cima un misil nuclear y hacéis la fi del cagaelàstics(13). Porque cuando el asesino suba al estrado para declarar en su defensa «es que pensaba que conducía el coche un infraser. ¿Quién si no enarbolaría un símbolo tan irrisorio?», al juez no le que­dará otra que absolverle de todo cargo. Y con toda la razón del mundo.

El veneno simbólico del burro catalán es altamente no­civo. Pero podría ser peor: podríais envenenar vuestro pro­pio organismo. Afortunadamente, los catalanes sois lo sufi­cientemente inteligentes como para no caer en este trampa e intoxAAAAAHMIGOOOOS QUE SÍ QUE LO HACÉIS PORQUE DESDE HACE UNOS AÑOS OS HA DADO POR BEBER RATAFIA EEEH.

La providencia ha regalado a cada pueblo una planta au­tóctona que encierra los secretos del alcohol, el elixir que nos acerca a los dioses. A los rusos, por ejemplo, se les obsequió con el tesoro de las patatas para producir vodka. A los germá­nicos, con la cebada, ingrediente esencial de la sacra cerveza. Cada uno de estos pueblos pudo escoger un producto natural, PERO UNO Y SOLO UNO, para conseguir preciado alco­hol. Las técnicas de la fermentación y del destilado tampoco es que sean una jodida piedra filosofal que convierten en maná todo lo que tocan. El castigo a la soberbia de aquellos que osan robar el fuego de los dioses cuando estos les prestan tan solo una chispa, es el puro INFIERNO LÍQUIDO que brotará de todos aquellos productos que intenten transformar en ese néctar espirituoso llamado alcohol.

Os explico esto porque hace muchos, muchos años, los catalanes fuisteis recompensados con el don del vino. ¿Pero tuvisteis suficiente? NO. Como sois un pueblo envidioso y en­diosado, con ínfulas cosmopolitas, pensasteis:

—Als nostras vaïns sn súpar súpar pro súpar tontus, pavu. Aprenan al sacret del alcuol i numés an fan amb un sol pruducta. Ha ha ha! Qui­na penaaaaaa eeeeeh… QUINA PENA ca no siguin igual d’intaligents i ampranadors com nussatras(14).

Y así fue como los herejes de los catalanes empezasteis a fa­bricar ratafia. Esta tradicional bebida se elabora con aguardiente, piel de limón, claveles y nuez verde troceada. Coges todos los ingredientes, los dejas macerar durante unos cuantos días, y justo antes de colarlos para embotellar el licor, tomas una hoz de hoja virgen que jamás haiga segado ni una brizna de cebada y, con un corte seco, decapitas una pubilla o un hereu(15). Después introduces la polla dentro de cualquiera de sus orificios y, a golpe de cadera, les bombeas toda la sangre fuera del cuerpo. Fup fup fup. A continuación recoges la sangre, la arrojas en la mezcla y, para terminar, te cagas dentro para añadirle el ingre­diente con el que la ratafia adquirirá esa tonalidad marronosa que le es tan característica. Este es el secreto de tan ancestral bebida diabólica que hoy en día vuelven a ofrecer todos los locales independentistas para que puedas intoxicarte el alma a un precio módico. Pero no te preocupes. Que el ardor de estómago no te haga dudar: con cada trago de ratafia las raíces de tus antepasados penetran más profundamente, buscando a ciegas tu corazón. Y cuando lo encuentren, lo abrazarán hasta hacerlo estallar.

Hasta ahora hemos hablado de dos sentidos: la vista, con el burro catalán, y el gusto, con la ratafia. Pero si a continuación os digo OÍDO y os pregunto cuál es el más endiablado soni­do que ha torturado jamás vuestras orejas, espero que todos respondáis al unísono «LA GRAAAALLAAAA VALEEEEE­ROOOOO».

La gralla(16) es el peor instrumento de la Historia de los sonidos. De hecho su timbre es tan execrable que solo puedo definirlo como «el gemido de una rata robot siendo violada analmente por una polla de diamante en forma de fractal». Pero eso los catalanes no lo veis, y allí donde esté una mani­festación de la catalanidad reivindicativa, allí estará una puta gralla enmarcando la estampa con sus aullidos luciferinos.

Castellers(17), bastoners(18), sardanas(19), una asamblea de la CUP, un partido de la selección catalana de fútbol contra la selección de fútbol de un país latinoamericano que se han inventado solo para jugar el encuentro, o una mesa de un restaurante de Lleida en la que los clientes, después de cenar copiosamente acompañando la comida con un sinfín de botellas de vino y re­matando la faena con carajillos y gintónics, le piden al cama­rero que les cobre muy catalanamente por separado en lugar de dividir la cuenta entre todos.

Gracias a estas trompetas de la muerte llamadas grallas, todo acontecimiento ludiconacional se convierte en un anun­ciamiento del Juicio Final.

No recuerdo en qué momento de mi vida aparecieron las grallas, pero puedo afirmar sin titubeos QUE NO SIEMPRE HABÍAN ESTADO ALLÍ. Supongo que en cada pueblo de Cataluña hay un prohombre jubilado con gusanera por la Historia nacional que un día aciago tropezó en los annales de la vergüenza catalana con esta bocina estruendosa. Después de buscar y rebuscar encontró una en la tienda de un anti­cuario, que la guardaba junto a reliquias como una copia del Decreto de Nueva Planta y condecoraciones de la Luftwaffe, se la compró (la gralla) y salió tan fresco como una rosa a la plaza del pueblo con el puto tirirí tirirá en los labios. El resto de paisanos, avergonzados ante el espectáculo de tan respeta­do hombre haciendo el imbécil a la vista de todos los vecinos, decidieron acompañarle, movidos por la compasión, pero también por una curiosidad mórbida. Con cada trabucazo de diarrea musical que chisporroteaba la boca de la gralla, sus oídos morían un poco más, hasta que al final su criterio audi­tivo se suicidó y terminaron convenciéndose de que a lo mejor no estaba tan mal, la gralla de las narices, y que, què collons, si ese instrumento lo habían tocado sus antepasados, entonces valía la pena recuperarlo. Y así nació la primera colla grallera.

Pero, alerta: los orígenes de la gralla nos dan muchas pistas sobre su naturaleza infernal. Después de investigar sin descan­so, he encontrado un mito griego, adoptado por los íberos de la región, que explica el origen de tan infausto instrumento, así como su vinculación con la protocatalanidad. Dice el mito que el infante Apolo solicitó al soberano y poderoso Zeus que le regalase un instrumento para desarrollar con él sus faculta­des musicales. Després de mucho rogarle, Zeus accedió y le re­galó una flauta, pero le advirtió que si no la tocaban, tendrían sardineta(20). Apolo aseguró que le hacía tope de ilu la flauta y que se lo curraría a saco.

Pasaron muchos días en el Olimpo, y Zeus se acordó de Apolo y de la puta flauta, así que, con la mosca tras la ore­ja, envió a Hermes para comunicarle que en dos días exigía presenciar un concierto de quatre horas en recompensa por su regalo. Pero la cuestión es que el pequeño Apolo se había pa­sado todos esos días conectado al PanBook ligando con nin­fas cachondas (que al final resultaron ser sátiros peludos con priapismo, pero ese es otro mito). Acojonadísimo, el chaval se puso a practicar y practicar como un hijo de puta, pero ese trozo de caña agujereada no escupía ni una nota medio de­cente. Cuando se presentó delante del amo y señor del Olim­po, Apolo solo fue capaz de reproducir con la flauta el riff de Smoke on the water, desacompasado y desafinado durante todo el recital. Zeus, enfurecido, le encasquetó la flauta por el culo y le azotó con una tormenta de rayos. Entonces, del ano del joven e inepto dios emergió una ventosidad atronante junto a un instrumento cubierto de materia fecal. Se trataba de la primera gralla. Las divinidades allí congregadas se troncharon de la risa, ignorando la condena que se cernía sobre la huma­nidad. Aunque de haberlo sabido, incluso se habrían partido aún más la caja porque el panteón griego está compuesto por una panda gilipollas rematados del primero al último.

***

(1) En la edición en castellano del presente libro, escrito originalmente en catalán, estas notas sirven para aclarar mierdas catalanas que un españolazo como tú ignora. Puede que alguna de la información que facilite sea cierta, y puede que mucha sea falsa. En algunos casos pondré extensísimas notas a pie de página para palabras absolutamen­te superfluas, mientras que otras palabras imprescindibles para la comprensión no las acompañaré de ningún tipo de explicación. Como ahora: debería aclararos qué significa enxaneta. ¿Pero qué voy a hacer? Poner un punto y final a esta nota.

(2) Hanna Barbera, aunque parezca un nombre catalán, no se trata (en principio) de una persona catalana. Para empezar no es una persona sino dos. Dos señores, para más señas: William Hanna y Joseph Barbera, los creadores de Los Picapiedra, Scooby-Doo y otros dibujos animados. Ambos nacieron en Estados Unidos, pero eso no los descarta automáticamente como catalanes según el Institut Nova Història, una secta de pseudo­historiadores pirados que se encarga de elaborar hardcore nationalist porn con unos estudios absolutamente delirantes en los que afirman que personajes como Cervantes o Da Vinci eran catalanes. Me revienta sobremanera este complejo de inferioridad de algunos catalanes, que les empuja a adueñarse de figuras históricas ajenas para matar­se a pajas con la polla envuelta en una estelada. A Cataluña no le faltan catalanes: le sobran catalanes. A mí hay muchísima gente que me da vergüenza que sea catalana como yo, tanto viva, como muerta, y por estadística, seguramente también gente que aún no ha nacido pero que nacerá imbécil perdida. Lo que sería espiritualmente higiénico y reconfortante para Cataluña sería justamente lo contrario de lo que hace el Institut Nova Història. Porque lo que Cataluña necesita es una entidad científica que demuestre, con datos fiables y rigurosos, que algunos de los más bochornosos catalanes en realidad no son catalanes. ¿Salvador Sostres? Murciano. ¿Andreu Buenafuente? Alemán. ¿Isabel Coixet? Esquimala. ¿Pilar Rahola? Gilipollas. Que no penséis mal, ¿eh?, gilipollas es el gentilicio de la República de Gilipollistán. No significa que Pilar Rahola sea gilipollas. Aunque, casualmente, lo es, y mucho.

(3) Artista barcelonesa que fue conocida en los 60 y 70 por sus interpretaciones de can­ciones populares catalanas, boleros y cuplés (esto lo he copiado directamente de la Wi­kipedia, no porque no supiera quién es Núria Feliu, sino porque me daba una pereza extrema encontrar mis propias palabras para explicarlo) y en los años 90 y en adelante, fue conocida por ser una vieja de mierda irritante y escandalosa, que se pasaba el día en los platós de infraprogramas de TV3 diciendo mongoladas por ser una lameculos de Jordi Pujol (esto último no lo he copiado de la Wikipedia).

(4) Bola de drac es Bola de dragón en catalán. La traducción de los nombres de algunos personajes, lugares o ataques varía mucho de la versión castellana a la catalana. En la castellana, por ejemplo, cuando Goku lanzaba una bola de energía azul con sus manos desnudad gritaba «ON-DA-VI-TAAAAAAAL» y en cambio en la catalana gritaba «PU-TA-ES-PA-ÑAAAAAAAAAA».

(5) ¿En qué momento el adjetivo MÍTICO se convirtió en sinónimo de PUTA MIER­DA? El Drácula de Frigo es una aberración gastronómica que combina los sabores de la Coca-Cola (bien), de la fresa (también bien) y la vainilla (FATAL).

(6) La Renaixença fue un movimiento literario y cultural que reivindicó el uso del catalán a mediados del siglo XIX, en un momento en qué se encontraba en una situación de abandono crítica por culpa de Puta España.

(7) Significa burro en catalán. Y ya está. No hay más secreto.

(8) Porque no hay nada que dé más pena en esta vida que un catalán cantando canciones de Kortatu en euskera guachi-guachi improvisado.

(9) Escritor catalán actualmente muerto. No tiene nada que ver con el expresidente Jordi Pujol. Creo. Pero la verdad es que ahora no me apetece contaros nada de Francesc Pujols. Y eso que su figura es realmente interesante. Pero en fin. Caprichos del espíritu. Espero que más adelante en el libro vuelva a aparecer y que me pille más fino de ánimo.

(10) «Bah. Es humor catalán, tío. Nosotros es que somos más sofisticados, ¿sabes? Nos da igual que no nos entiendan». La frase en catalán está escrita con la fonética bocachancla y asquerosa típica de la gente de Barcelona, ciudad que da a luz y acoge a los catalanes más estúpidos de entre todos los catalanes.

(11) Literalmente «buen viento y barco nuevo». En castellano significa algo así como cowabunga.

(12) Trío musical humorístico y catalanísimo que se hizo famoso por sus canciones ligeras llenas de sutiles puñales contra el régimen franquista, tardofranquista y postfranquista. A principios del xxi fueron los culpables, con su productora Gestmusic, del éxito del fenó­meno Operación Triunfo en toda España, lo cual, con el paso de los años, ha demostrado ser mucho más traumático y devastador que todos los atentados de la ETA juntos.

(13) Literalmente «el fin del caga-elásticos». En castellano significa morir. En serio. Creedme por una puta vez en la vida, joder.

(14) «Nuestros vecinos son súper súper pero súper tontos, pavo. Aprenden el secreto del alcohol y tan solo lo fabrican con un producto. ¡Ja ja ja! Qué peeeenaaaaaa eeeeh… QUÉ PENA que no sean igual de inteligentes y emprendedores como nosotros». Escrito en nefando catalán de Barcelona again.

(15) Así se llama a las hijas e hijos de más edad de una casa.

(16) La gralla es una especie de cono de madera con agujeros y una boquilla con una caña en un extremo para soplar por ella. Es el único instrumento del mundo que cuanto mejor sea el músico que lo toca, peor suenan sus notas.

(17) La movida esa de gente subida encima de otra a la cual los españoles os referís como «castelets» o «castelers» porque sois un poco lerdos.

(18) Bailarines tradicionales cuyos movimientos consisten principalmente en golpear con unos palos de madera a los palos de madera de la pareja de baile. Sin más interés, la verdad.

(19) Es como un dónut gigante pero hecho de catalanes. No es comestible.

(20) Literalmente, sardinita. Tenir sardineta significa tener problemas.

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Autor: Valerio Sanmartí. Título: Necrocatalanomicón. Editorial: Autsaider. Venta: Todos tus libros.

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