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Una historia del universo en 100 estrellas, de Florian Freistetter

Una historia del universo en 100 estrellas, de Florian Freistetter

Florian Fresitetter es doctor en Astronomía por la Universidad de Viena. Autor de numerosos libros de divulgación científica, ha trabajado en los observatorios universitarios de Viena, Jena y Heidelberg. Ganador del IQ Award por su labor como investigador, en 2008 inauguró el blog de astronomía Astrodictium simplex, uno de los blogs científicos más leídos en alemán.

La luz de las estrellas nos ha revelado cómo empezó todo hace 13.800 millones de años, cómo nació el Sol y el planeta en el que vivimos. Ha dado lugar a mitos y leyendas, nos ha servido de estímulo para alcanzar logros tecnológicos y ha inspirado el pensamiento filosófico sobre qué nos constituye como seres humanos. En la actualidad nos impulsa a hallar la respuesta a la pregunta de si estamos solos en el universo y cómo podría ser nuestro futuro en el cosmos. Mucho antes de que supiésemos qué son, las estrellas ya nos inspiraban historias. El cielo está repleto de ellas, y no deberíamos olvidarnos de ninguna. Y es que, al igual que las estrellas nos cuentan cosas del universo, las historias que tejemos con ellas nos cuentan cosas de nosotros mismos.

Zenda adelanta la introducción del autor a este libro y el primer capítulo.

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¿Bastan cien estrellas para contar la historia de todo el universo? No, el cosmos es mucho mayor de lo que podemos imaginar y en él hay un número igual de inconcebible de estrellas. La cantidad exacta se aborda en realidad en una de las cien historias de este libro, que juntas narran una de las muchas historias posibles del universo. Este libro no pretende ser un inventario del cosmos. Como es natural, acabaremos sabiendo muchas cosas sobre estrellas, galaxias, planetas y los demás cuerpos celestes y fenómenos que podemos encontrarnos en el universo. Conoceremos estrellas que hablan de colisiones galácticas y nos dicen cómo funciona un agujero negro. Estrellas a cuyo alrededor giran planetas más extraños que todo lo que puede ofrecernos la ciencia ficción. Algunas estrellas nos permiten vislumbrar el origen del universo y otras pueden mostrarnos cómo será su futuro.

Sin embargo, una historia del universo también versa siempre sobre nosotros, los seres humanos. Desde nuestros inicios, el cielo siempre ha despertado en nosotros una fascinación insaciable. Las estrellas ejercen influencia en nuestra cultura y nuestra forma de pensar y nos han convertido en lo que somos hoy en día. Por ello los científicos también desempeñan un papel importante, pues gracias a ellos ampliamos nuestros conocimientos de tal como era el universo en el pasado. Las estrellas cuentan las historias de personalidades como Isaac Newton o Albert Einstein, así como de gente que casi nadie conoce: como Dorrit Hoffleit, que encontró la respuesta a la pregunta: «¿Sabes cuántas estrellas hay?»; Henrietta Swan Leavitt, gracias a la cual sabemos cuál es el tamaño del cosmos; Amina Helmi y su investigación de fósiles galácticos y Cecilia Payne, que averiguó de qué están compuestas las estrellas. O como Georg von Peuerbach, que allanó el camino del modelo heliocéntrico del universo, y James Bradley, que demostró sin dejar lugar a la menor duda que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Ellos y todas las demás personas que aparecen en este libro se han ocupado de que podamos no solo admirar el firmamento, sino también entenderlo.

La luz de las estrellas nos ha revelado cómo empezó todo hace 13.800 millones de años, cómo nació el Sol y el planeta en el que vivimos. Ha dado lugar a mitos y leyendas, nos ha servido de estímulo para alcanzar logros tecnológicos y ha inspirado el pensamiento filosófico sobre qué nos constituye como seres humanos. En la actualidad nos impulsa a hallar la respuesta a la pregunta de si estamos solos en el universo y cómo podría ser nuestro futuro en el cosmos.

Las cien estrellas que he escogido para este libro apenas tienen algo en común. Unas son brillantes y forman parte desde hace miles de años de los relatos del cielo que narran las personas; otras poseen tan poca luz que solo pueden distinguirse con los mayores telescopios. Unas tienen nombres famosos; otras, únicamente denominaciones llenas de números y letras en catálogos. Hay estrellas grandes y pequeñas, próximas y lejanas. Unas historias se ocupan de estrellas que aún no han nacido; otras, de estrellas que murieron hace tiempo.

Las estrellas son tan variadas como el universo en sí. Cada una cuenta su propia historia, y juntas componen la historia del mundo entero. Este libro también es posible leerlo así: se puede empezar por un capítulo al azar y ahondar en una parte de la historia del universo, ya que cada capítulo está concebido para leerse de manera independiente del resto. O se puede empezar por el principio y leerlo hasta el final e ir profundizando, con cada una de las historias, en los secretos del universo.

La historia del universo es demasiado compleja para abarcarla en un solo libro escrito por una única persona, pero la versión que permite narrarla con ayuda de las cien estrellas elegidas forma parte de las grandes historias que se pueden contar del universo. Es la historia de todas las personas que a lo largo de los siglos han intentado entender el mundo en el que viven y la historia de los fascinantes conocimientos que han obtenido al hacerlo. Espero que este viaje por el cosmos resulte divertido.

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Hikoboshi

El vaquero y la tejedora celestial

La estrella más luminosa en la constelación del Águila difícilmente pasa inadvertida. Se encuentra a tan solo 16 años luz de nosotros, posee una luminosidad once veces mayor que la del Sol y es la duodécima estrella más brillante del firmamento. Su nombre oficial es Altair y, como el de tantos otros nombres de estrellas, su origen es árabe. En los siglos VIII y IX astrónomos árabes retomaron los conocimientos de la Antigua Grecia, los ampliaron y publicaron sus propias traducciones de las obras clásicas. Después, cuando los eruditos de la Europa medieval tradujeron estos textos árabes, también adoptaron los nombres de las estrellas. Así pues, Al-Nasr al-Tā’ir («el águila voladora») se convirtió en Altair, un nombre que sigue vigente en la actualidad.

El nombre de prácticamente todas las estrellas luminosas del cielo es de origen árabe, como por ejemplo Ras Algethi, Algol, Dschubba, Fomalhaut, Mizar, Zuben Elgenubi y muchas más, y algunas tienen denominación latina, como Polaris, Regulus y Capella. Pero aunque la cultura occidental descansa con firmeza sobre los pilares de la Antigüedad grecorromana y de la acogida que los árabes brindaron a esta, no hay que olvidar que el firmamento lo han contemplado todas las personas en todas las épocas.

Cada pueblo asigna sus propios nombres a las estrellas y cuenta sus historias. En Japón, por ejemplo, se conoce a Altair como Hikoboshi y cada 7 de julio se celebra una fiesta en su honor: una conmemoración en honor de Hikoboshi y Orihime, el vaquero y la tejedora. Su historia se remonta a una leyenda popular china que tiene al menos 2.600 años de antigüedad.

Orihime, hija de Tentei, el dios del cielo, pasa los días tejiendo las prendas de los dioses. Con el objeto de proporcionar un poco de distracción a su hija, Tentei la empareja con el vaquero Hikoboshi. Sin embargo, como es habitual en los jóvenes, el amor hace que ambos se olviden del trabajo. Las vacas deambulan por la zona sin que nadie se ocupe de ellas y los dioses esperan en vano sus ropajes. Tentei se ve obligado a intervenir para separarlos: destierra a cada uno de ellos a una orilla del Amanogawa, el gran río del cielo. Pero siguen descuidando sus tareas, ya que Orihime y Hikoboshi son demasiado infelices para concentrarse en sus respectivos cometidos. Por eso se les acaba permitiendo reunirse una vez al año: siempre el séptimo día del séptimo mes. Sin embargo, la primera vez que quieren verse, los amantes se dan cuenta de que en el río no hay ningún puente. Orihime rompe a llorar de tal forma que una gran bandada de urracas se apiada de ella: las aves tienden un puente sobre el Amanogawa con sus alas y prometen a la pareja hacerles ese favor todos los años, siempre que el séptimo día del séptimo mes no llueva y el río celestial no lleve demasiada agua.

La trágica historia de amor y su final feliz puede contemplarse aún hoy en día en el firmamento. Hikoboshi es, como ya se ha mencionado, la estrella Altair; y Orihime, la tejedora celestial, la brillante estrella Vega. Y, al igual que en la leyenda, entre ambos se puede ver la Vía Láctea: el río celestial Amanogawa. Si se mira con atención, incluso se pueden distinguir las serviciales urracas, ya que partes de la región de la Vía Láctea que resulta visible entre Vega y Altair se hallan cubiertas por grandes nubes de polvo interestelar y sobre el «río celestial» se extiende una franja oscura.

Orihime y Hikoboshi se pueden ver especialmente bien en el firmamento en verano, justo cuando se celebra el festival del Tanabata en Japón, en el que se recuerda la leyenda del vaquero y la tejedora y se cuelgan papelitos de colores de las ramas de bambú con los deseos que a uno le gustaría ver cumplidos.

Mucho antes de que supiésemos qué son, las estrellas ya nos inspiraban historias. El cielo está repleto de ellas, y no deberíamos olvidarnos de ninguna. Y es que, al igual que las estrellas nos cuentan cosas del universo, las historias que tejemos con ellas nos cuentan cosas de nosotros mismos.

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Autor: Florian Freistetter. Título: Una historia del universo en 100 estrellas. Editorial: Ariel. Venta: Todostuslibros y Amazon

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