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Negros en la costa

Negros en la costa

Fotografía de portada: El Correo

El senegalés Moussa Thior, recién jubilado, barba blanca, gafas de sol por encima de las cejas, me cuenta sus aventuras en una terraza del puerto. Campeón de lucha libre, aventurero por media África, enrolado en barcos pesqueros andaluces durante los años 80, llegó a Ondarroa en 1991 y se convirtió en el primer africano que trabajó en la flota pesquera vasca. O eso decían. Él se encoge de hombros.

—En el pueblo me recibieron de maravilla. Desde el primer día tuve una familia que me acogía para comer, para dormir, hasta que me puse por mi cuenta. En el pueblo no hay racismo, en el puerto ya es otra cosa.

En el puerto, dice, los armadores se aprovechaban de los primeros africanos para trampear con los contratos, pagarles menos, negarles sus días libres. Montaron un pequeño sindicato informal de senegaleses, declararon huelgas contra los abusos.

—En el puerto todavía hay alguno que me ve y cambia de acera porque le montamos huelgas —ríe Thior—. Pero te digo una cosa: en esa época los barcos no tenían gente para ir a pescar, porque es un oficio muy duro, los jóvenes vascos no querían ir, y sin los africanos no habrían salido adelante.

Su lengua materna es el serer y también habla mandingá, wólof, diola, un poco de tukiulor, domina el francés, el inglés y el castellano, entiende el euskera.

—Fui a unas clases, bixkat entendiuteot, pero no lo hablo.

"El trabajador más antiguo que conocemos con nombre y apellidos en la industria pesquera vasca, el primer arrantzale era negro"

En aquellos años de su llegada al País Vasco, unos arqueólogos excavaban en Guéthary, en la Getaria vascofrancesa, para aclarar de una vez por todas qué eran aquellas estructuras de piedra que habían aparecido durante la construcción de la vía del tren en el siglo XIX, y que desde entonces permanecían semienterradas: tres cubículos casi completos y otros cuatro con distintos grados de destrucción. Por su cercanía al mar, los vecinos siempre creyeron que se trataba de viejos hornos para fundir grasa de ballena, pero los arqueólogos encontraron anzuelos, lastres de redes y restos de ocho especies de peces. Concluyeron que allí se elaboraba pasta de pescado entre el año 20 antes de Cristo y el 60 después: era una cetaria, una fábrica romana de salazones. De la palabra cetaria deriva probablemente el nombre de las dos pueblos costeros llamados Getaria, uno en Lapurdi y otro en Gipuzkoa. En el fondo de uno de esos cubículos encontraron una placa de mármol en la que un tal Caius Iulius Niger se presentaba como liberto —esclavo liberado— y explicaba que había mandado construir una tumba para él mismo, para Caius Iulius Adiucus y para Iulia Hilara. No era casual que los tres se llamaran Iulius o Iulia: la placa decía que los tres eran antiguos esclavos de Caius Iulius Leo, el patrón de quien tomaron el nombre, el propietario de la cetaria en la que trabajó Caius Iulius Niger, es decir, Caius Iulius “el Negro”. El trabajador más antiguo que conocemos con nombre y apellidos en la industria pesquera vasca, el primer arrantzale era negro. Porque no hay nada más viejo que las migraciones, porque ningún país avanza sin mezclarse.

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Columna publicada en El Diario Vasco
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