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No dramatices, de Teresa Arsuaga

No dramatices, de Teresa Arsuaga

Teresa Arsuaga en No dramatices (Pre-Textos) ha recurrido a la expresión literaria, al empleo de la imaginación, de personajes y circunstancias individuales, como el mejor modo de poner de manifiesto y sacar a la luz esta necesidad oculta que tantos problemas causa.

Zenda publica las primeras páginas.

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TODO EN ORDEN

“Yo tan sólo esperaba que todo saliera bien,
aunque nunca me contentara si así sucedía.”

CLARICE LISPECTOR, Obsesión

La familia desfila diligente por el pasillo. En primera posición y seguido por el resto marcha el padre, que mueve el cuello a uno y otro lado. Con gesto concentrado trata de localizar la combinación de números y letras impresos en su papel: 12A, 12B, 12C, 12D, esos eran los asientos de su vuelo, reservado hace más de medio año. La pareja, Manolo y Marisa, sentía un orgullo particular por su capacidad de previsión, la cual les proporcionaba, sin duda, un considerable ahorro. Veían en su temperamento calculador un rasgo de superioridad. Sí, era su punto fuerte, su fórmula de éxito, lo que les distinguía del resto. Se complacían repasando la lista de múltiples ventajas que habían obtenido gracias a ello. Si no es más trabajo, es sólo hacerlo en el momento oportuno. Todo en orden, esa era la prioridad, y la planificación, la clave. En realidad, eran rasgos sólo de la personalidad de Manolo, seguramente heredados de ni se sabe cuántas generaciones. Estas, atávica e inconscientemente, se habían traspasado unas a otras esa condición y ahora las hijas de Manolo y Marisa eran ya herederas forzosas de la misma. Marisa y las dos niñas, Natalia y Yolanda, constituían el reducto donde este hombre, que acababa de cumplir los cuarenta, se sentía admirado y respetado, y este instante en el avión era uno de esos momentos en los que ese homenaje se ponía de manifiesto. Él tomaba el mando. Le gustaba mostrar su saber hacer, su experiencia. Se encargaba de custodiar la documentación y enseñarla a su debido momento, portaba todas las tarjetas de embarque y guiaba concienzudamente a su familia hacia sus asientos. A diferencia de sus antepasados, él era un hombre de mundo, realizaba diez viajes al año por motivos de trabajo y había aprendido los rudimentos de otro idioma. Esto no era gran cosa ante los demás, pero sí ante su familia y le gustaba corroborar esa impresión siempre que podía. A ella, a su familia, él le había impuesto su sello. Esa había sido su principal aportación. Les había otorgado un rasgo distintivo, casi una identidad, deberían estar agradecidas por ello; en realidad, posiblemente, ya lo estaban: orden, pulcritud y previsión eran los pilares heredados y sobre los que ahora se sostenía su hogar. Su mujer, Marisa, era una mujer inteligente que había demostrado gusto y facilidad para los estudios durante los años de juventud en el instituto. Cursó secretariado aconsejada por sus padres. Ellos consideraron que esta profesión sería la más adecuada para su hija. Aunque en algún momento llegó a discrepar y a apuntar, sin demasiado énfasis y con algo de temor, que desearía ser abogada, comprendió rápidamente que sus padres valoraban esa opción como una inversión de riesgo y que, siendo sus recursos limitados, nunca se aventurarían a dar al dinero un destino tan inseguro. Tras graduarse con altísimas calificaciones encontró trabajo en una oficina, pero resultó que los horarios eran demasiado extensos y su casa no estaba suficientemente atendida o, al menos, no como le gustaba a Manolo, su marido ya por aquel entonces. La desorganización le causaba pánico. Quería llegar después de una jornada de duro trabajo y encontrar las cosas limpias y en orden, tampoco pedía mucho: un poco de hogar, una cena caliente y tranquilidad. Él fue un estudiante menos brillante. Cursó el módulo de informática en formación profesional y, rápidamente, encontró un empleo estable en una empresa. Era un trabajo algo reiterativo pero seguro, justo lo que buscaba Manolo… y allí seguía, valorado por su fidelidad y perseverancia. Las quejas soterradas de Manolo y su insistencia en que ese trabajo de Marisa, al fin y al cabo, no les reportaba nada, sólo inconvenientes, sin contar con la explotación a la que estaba siendo sometida, llenaron a Marisa, involuntariamente y sin saber por qué, de culpabilidad y esto, unido a la llegada del primer embarazo, propició que dejara de trabajar. Ella había sido feliz allí, se dio cuenta cuando comenzó a sentir la monotonía y la soledad del ama de casa. Sólo le quedaban la ilusión de su primer hijo y el encuentro con algunas mujeres del barrio en las clases semanales de gimnasia a las que se apuntó. Pasaron los años, todos iguales, serenos, reiterativos, sin sobresaltos, sin penurias, sin dramas ni estridencias, todo en orden, como le gustaba a Manolo y ella ya apreciaba. Marisa se había acomodado a su vida, había dejado de añorar su antiguo trabajo, estaba enganchada a las telenovelas y a su café con las compañeras de gimnasio de los lunes y por nada del mundo prescindiría ahora de ello, era ya una convencida. El tiempo había volado y las niñas estaban ya acomodadas en sus asientos: Natalia, de diez años, la hija mayor y, con cinco años de diferencia, Yolanda, la pequeña y más consentida de las hermanas. Natalia, generosa y poco agraciada, con algunos kilos de más y lamentablemente inoportuna, era el destino natural de la impaciencia de sus padres. Su hermana pequeña, más vivaracha y atractiva, disfrutaba, por el contrario, de un favoritismo involuntario y espontáneo que había generado en ella sentimientos malsanos que la hacían gozar exhibiendo su estatus de hija preferida: “Mamá, Natalia no me deja el Ipad”. Se trataba este de un artículo perfectamente enfundado y protegido cuya adquisición había sido previamente meditada. Se hacía evidente la importancia que el clan familiar otorgaba a este artefacto por el cuidado con que lo cogían y lo tocaban y por el paño que, con frecuencia, pasaban por su pantalla. De pronto, Manolo se impacientó. En general, es un hombre de apariencia apacible, con una violencia interna que manifiesta suave e inesperadamente, en muy raras ocasiones y siempre de forma sorprendente. Se estaba ocupando de colocar con cuidado las cuatro maletas de marca que habían obtenido gratis en el hipermercado tras haber completado los cupones de una cartilla. Alguien había ocupado el espacio correspondiente a su asiento, así que se vio obligado a maniobrar más de la cuenta y sus maletas corrían el peligro de rayarse. Debían de tener la misma edad, Manolo y Marisa, aunque ella ahora aparentaba algo mayor, su aspecto se ha aseñorado a pesar de los esfuerzos gastados en dietas. Parece contenta, no puede disimularlo, estos viajes son importantes para ella, le hacen sentirse especial, privilegiada, él adopta un gesto más protocolario. Ambos llevan ropa deportiva, cómoda para el viaje. Huelen a suavizante. A Manolo le brilla la cara, lisa, jabonosa, perfectamente afeitada. Luce unos pantalones vaqueros muy pulcros, una camiseta de un blanco resplandeciente y unas zapatillas de deporte que parecen recién compradas. No se sabe cómo consigue mantenerlas así. Se conserva con una complexión joven, aunque de su cinturón rebose un pequeño exceso adiposo que no desaparece a pesar de los cuarenta y cinco minutos de gimnasia que indefectiblemente practica todas las mañanas. Tiene movimientos que denotan que su mujer valora su físico. Ella sólo lo tiene a él, está sola en su casa, su mundo es Manolo, su hombre, su todo. A él esto le produce un sentimiento de orgullo y de seguridad que se refleja en su expresión. Está enganchado a la mirada de admiración de su mujer y ella no puede vivir sin ese hombre lleno de recursos, que sabe manejarse, que conoce cómo funcionan las cosas. Así se mueven: él se deja querer y muestra siempre que puede su superioridad, sus conocimientos, él está en el mundo, así que mejor que ella no se meta a opinar de lo que no sabe. Ella deja pasar estas llamadas de atención, admira a su hombre y a la vez conoce que ese ser poderoso depende de ella más que ella de él, lo sabe, tiene la certeza. Manolo necesita de su mirada, es una mujer imprescindible y eso a ella le hace sentirse viva, sentirse única, a pesar de todo.

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Autora: Teresa Arsuaga. Título: No dramatices. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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