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No hay piedad para los perdedores

No hay piedad para los perdedores

Hay títulos que parecen haber quedado oscurecidos por el éxito de sus versiones cinematográficas y que, sin embargo, merecen una lectura atenta y desprejuiciada. Este es, sin duda, el caso de Cowboy de medianoche, una espléndida novela de James Leo Herlihy que acaba de publicar Bunker Books con traducción de Ce Santiago y que resulta mucho más explícita, valiente y oscura que la célebre —y oscarizada— película de John Schlesinger.

En el azaroso y nada afortunado viaje de Joe Buck, el inexperto y más bien torpe chapero que protagoniza esta historia, encontramos reflejos e influencias de la mejor literatura estadounidense de la época. Desde la poesía desgarrada de Allan Ginsberg a la crudeza de William S. Burroughs o la compasión por los perdedores de Tennessee Wiliams. La voz Herlily nos recuerda las de esos otros autores que admiraron —con razón— su trabajo, pero también se nos revela poderosa y singular en esta novela donde la ingenuidad convive con la desesperanza.

"Su vacío vital, descrito con una prosa lúcida y descarnada, nos interpela con preguntas tan incómodas como las que el mismo protagonista trata de evitar responderse"

«Los solitarios no aparecen en las Bienaventuranzas», eso es lo que le dicen a Joe tras ser víctima de uno de los muchos engaños a los que es sometido en su desafortunado paso por Manhattan. Y esa es, también, la esencia de un libro que ahonda en esa soledad universal que nos convierte, queramos o no, en cowboys tan anacrónicos y perdidos como este personaje que, sin ser nosotros, quizá nos emociona y atrapa tanto porque sabemos que podríamos llegar a serlo.

Su vacío vital, descrito con una prosa lúcida y descarnada, nos interpela con preguntas tan incómodas como las que el mismo protagonista trata de evitar responderse, al tomar conciencia del reverso menos amable de la existencia y, en última instancia, del sinsentido que parece envolverla:

«El alcohol había dado a Joe una capacidad visual especial, ahora veía una verdad de la vida que hasta entonces se le había ocultado: que siempre, incluso en el mejor de los momentos, acechaba aquella súbita fealdad potencial».

Esa fealdad aparece en muchos de los pasajes de esta historia de un chapero que, como él mismo dice, no sabe serlo: «A ver, yo en realidad no soy chapero. Y tampoco se me da bien estar en la calle. Por cómo han ido las cosas, no soy nada de nada». Su ingenuidad lo convierte una y otra vez en el blanco perfecto para que quienes lo rodeen se aprovechen de él, del mismo modo que, en el universo cervantino, lo hacían quienes se topaban con don Quijote.

"La mirada de Herlily combina el humor amargo con la ternura, el realismo con la poesía y los diálogos vivaces con descripciones agudas y punzantes"

Algo de la distorsión de la realidad del caballero andante tiene también este cowboy que, como nuestro hidalgo, pronto encuentra a su particular Sancho Panza: Ratso, un timador callejero con el que entablará una profunda amistad que constituye, sin duda, uno de los grandes hallazgos de esta novela. Una historia de solitarios y perdedores a los que sentimos que nos gustaría poder dar un abrazo porque, nos guste o no, no nos cuesta demasiado reconocernos en esa misma soledad:

«Lo atravesó la conciencia de algo demasiado trascendental como para aceptarlo— no era nadie, era una persona sin tiempo ni lugar ni valor para nadie en absoluto».

La mirada de Herlily combina el humor amargo con la ternura, el realismo con la poesía, y los diálogos vivaces con descripciones agudas y punzantes que nos permiten conocer en profundidad tanto a Joe y a Ratso como a la desconcertante —y por ello, fascinante— galería de personajes que los rodea y que, como Joe acusa, nunca saben ver más allá de las apariencias y lo evidente:

«Las personas, hombres y mujeres, que tantas ganas demostraban de valerse de su espléndido cuerpo nunca parecían percatarse de que dentro estaba Joe Buck».

"Tenía razón el enloquecido predicador que se lo advirtió: no hay bienaventuranzas para los solitarios. Ni piedad para los perdedores"

Nadie lo ve en esa sociedad cruel y deshumanizada que lo cosifica. En ese mundo ególatra y narcisista que solo lo considera un cuerpo —las escenas sexuales del libro son, por cierto, especialmente brillantes— y que lo empuja a comportarse como si no fuera ni pudiera llegar a ser nada más. Una sociedad, la de entonces, que cuenta también cómo somos ahora. Un retrato despiadado y certero que hace que esta novela, más allá del contexto espaciotemporal en el que se ubica la acción, resulte universal. Incluso su nihilismo cobra un sentido nuevo en medio de este ahora donde sabemos que Joe Buck no correría una mejor suerte.

Tenía razón el enloquecido predicador que se lo advirtió: no hay bienaventuranzas para los solitarios. Ni piedad para los perdedores. Solo nos queda la promesa de autobuses que, como el que toman Joe y Ratso rumbo a Florida, deberían llegar hasta el mar para que la vida, esa que a ellos los empujó hacia los márgenes, sea posible. Y si no lo es, al menos nos quedará el sueño de esa huida.

Gracias por haberlo intentado, Joe. Nos vemos en Florida.

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Autor: James Leo Herlihy. Título: Cowboy de medianoche. Traducción: Ce Santiago. Editorial: Bunker Books. Venta: Todos tus libros.

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