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Una historia de Europa (XCIII)

Lo de Napoleón III y el Segundo Imperio francés fue un experimento interesante. Acabaría como el rosario de la Aurora, pero durante dos décadas marcó uno de los períodos más prósperos y esperanzadores de la historia de Europa. Se debió sobre todo a un fulano, Luis Napoleón, que era sobrino del gran Bonaparte. El retrato que de él hicieron muchos contemporáneos no lo favorecía demasiado (Marx dijo que era idiota y otros historiadores lo calificaron de oportunista, mediocre y aventurero de la política). Pero en mi opinión, y sobre todo en la de quienes de verdad conocen el asunto, tuvo su puntito. Por un lado, conservador ilustrado como era, el chaval creía que el Estado debía ocuparse del bienestar de las clases humildes en vez de abandonarlas a su suerte en manos de un capitalismo cada vez más voraz. Tampoco perdía de vista los logros de la Revolución francesa en lo referente a igualdad de todos los ciudadanos y que la gente de talento y esfuerzo pudiera prosperar. Y además, estaba convencido de que la autoridad del Estado, la garantía de ley y orden, aseguraba la propiedad privada y la riqueza nacional proporcionando estabilidad política, económica y social. En materia exterior lo tuvo menos claro, metió la gamba varias veces, y pese a varios éxitos militares encajó un par de bofetadas internacionales que le dejaron la boca hecha un sonajero. Y en lo privado, pues bueno. Se casó con una aristócrata megapija española, Eugenia de Montijo (hay biografías de ella, canciones y películas: no se pierdan Violetas imperiales, con Carmen Sevilla y Luis Mariano), que se metía mucho en política y era bastante meapilas en plan por Dios, esposo mío, cómo pretendes que te haga eso, qué dirá mi confesor, etcétera. De cualquier manera, el caso es que Luis Napoleón llegó al poder de forma curiosa y salió de él por la puerta trasera, pero situó de nuevo a Francia entre las grandes potencias de Europa, con una influencia que aún colea en el siglo XXI. También convirtió París, gracias al prefecto Haussmann, en la moderna y hermosa ciudad que es hoy, incluida la monumental Ópera del arquitecto Garnier. El caso es que, después de la revolución de 1848 (que en Francia fueron tres días de guerra civil), la flamante II república gabacha, más conservadora y reaccionaria que otra cosa, decepcionaba a todo cristo, excepto, como dice el historiador Grenville (e igual les suena a ustedes el concepto) a los políticos que se beneficiaban directamente de ella. A diferencia de sus homólogos ingleses, que sabían manejar con tacto el negocio, los parlamentarios franceses (también este concepto les sonará mucho) eran basura despreciable y trincona. Ya había sufragio masculino, y nueve millones de votantes eligieron nuevo presidente al príncipe Luis Napoleón, que prometía limpieza y autoridad beneficiándose del antiguo prestigio y gloria de la familia Bonaparte. Pero a la chita callando, el muy cabroncete y sus asesores tenían otros planes: en cuanto el nuevo mandatario se sintió seguro, dio un cuartelazo (sin sangre, eso sí), se cargó la República, y dos nuevos plebiscitos con gran respaldo popular confirmaron su mando y tronío: uno (1851) aprobó por abrumadora mayoría su golpe de Estado (7.439.216 votos a favor y 640.737 en contra); y otro, su proyecto de restaurar el Imperio (1852). El asunto tuvo dos etapas diferentes: una primera autoritaria, clerical (fue importante el apoyo de los párrocos de provincias), con censura de prensa, policía a tope, 27.000 detenciones, 10.000 deportaciones y 1.500 exiliados (entre ellos el prestigioso escritor e intelectual Víctor Hugo), y otra moderada, liberal, en la que Luis Napoleón dio cuartel a la oposición republicana y a la pequeña burguesía de tradición anticlerical, para comerles el tarro, e hizo una generosa apertura al debate parlamentario, político y social. Pero ahí le salió el gorrino mal capado, pues habiendo concedido a los obreros el derecho de huelga, éstos lo estrenaron montándole notables pajarracas (se acababa de fundar la I Internacional y la cosa andaba caliente). Sin embargo, manejando con habilidad diferentes platos chinos (¡Qué vida la mía! La emperatriz es legitimista; Jerome, republicano; Morny, orleanista, y yo socialista. El único bonapartista es Persigny, pero está loco), Napoleón III aguantó veinte años sin despeinarse hasta que se le acabó la suerte, rematada por errores gordos en política exterior: fallido intento de imponer un emperador en México (lo fusilaron), vaivenes respecto a la independencia de Italia y la cuestión papal, y sobre todo la absurda guerra franco-prusiana de 1870. Pero de todo eso, que fue un auténtico novelón, hablaremos despacio cuando toque hacerlo.

[Continuará].

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Publicado el 15 de noviembre de 2024 en XL Semanal.

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Ricarrob
Ricarrob
16 ddís hace

Desde finales del XVIII Francia no encontraba su camino. Bandazos. Bandazos sociales, políticos. Experimentos. Osciló entre la monarquía, la república y el imperio en un baile sin fin. Entre medias, revoluciones a cual más sangrienta. Se pasaba de la autocracia al cruel poder jacobino perroflauta y autogestionado, rodando cabezas como bolos y corriendo la sangre como ríos.

Se pasó de la revolución del 48 a la extrema pijez de la influencer falconística, la de la pena pena y el master chef. El pueblo mientras tanto, harto de reyes, de impuestos, harto de perroflautas sangrientos, harto de guerras, de hambre y de miseria.

Eso sí, como dice don Arturo, París quedó hecha un pincel.

Lo del tercer Napi culminó en un dramón: la comuna. De nuevo los perroflautas a la revolución. Sangre y más sangre. Y la influencer exiliada. ¡Qué pena, pena!

Lecciones de la historia. Los jacobinos nunca resuelven nada. Todo lo lían, lo destruyen, lo complican y lo mezclan con sangre. Aunque, en los últimos tiempos, estos revolucionarios, ya más virtuales que otra cosa, se hayan inclinado más por las mariscadas que por las barricadas. Se refugian entre trincheras de percebes y langostas a esperar, pacientemente, que llegue por sí sola la dictadura del proletariado. ¡Qué pena pena!

¡Porca miseria!

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
16 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Muy de acuerdo con Ud. en cuanto a los Jacobinos y sus consecuencias, pero discrepo muy ruidosamente en cuanto a su apreciación de que hoy en día sean más virtuales: creo que los «virtuales», gente como Podemos en España, Frente Amplio en Chile o los Kirchenistas en Argentina, por citar algunos ejemplos, son los revolucionarios de cartón, los que encienden la hoguera y sueltan los perros… pero después se queman y mueren entre dentelladas. Los verdaderos sanguinarios están por venir: Madame Guillotine está a la vuelta de la esquina.

Ricarrob
Ricarrob
15 ddís hace

Quizás, quizás lleve usted razón, sr. Sepúlveda. Quizás los he minimizado en exceso por un afán de infravaloración. Quizás constituyan un peligro guillotinesco.

Pero, bueno, también es cierto que tienen mucho componente de diseño y ficticio: vea usted el afán por la moda y los viajes de algunas y algunos; vea usted la impostura de la viciosa fachada errejoniana; vea usted la falta de consistencia de sus teorías como la de que la práctica del sexo es comunista; su gusto por las propiedades inmobiliarias y cuentas corrientes abultadas a costa del erario…

La verdad es que no veo a estos compartiéndolo todo en una comuna, no. Y… trabajando tampoco.

Saludos cordiales.

Julia
Julia
16 ddís hace

Cómo siempre, impecable y ameno Sr Pérez Reverte.
A mí me parece que la Historia de Francia siempre fue más clara y atractiva que la española.
Quizás porque para mí Francia lo tiene todo y parece más uniforme, (todos son franceses) clima aceptable, tierra fértil en la que llueve cuando debe, nieva si es menester y también hace sol.
Sin olvidar la moda francesa, la cocina (las ostras son peores), los paisajes , los edificios señoriales, los grandes bulevares como el Haussman, la torre Eiffel, que en otro sitio quedaría como una chapuza de hierros y es el emblema francés.
Y cuando decidieron terminar con la monarquía les cortaron el pescuezo y ale!, a otra cosa.
Ánimo, que ya queda poco para llegar al siglo XX, el nuestro.
Mientras tanto mis deseos de paz, tranquilidad, serenidad y sueño profundo y duradero, ahora que se acerca la Navidad.

Ricarrob
Ricarrob
16 ddís hace
Responder a  Julia

No se entera usted, buena señora. En francia, salvo franceses, hay de todo: hay corsos, hay vascuences norpirenaicos, hay bretones y nornandos, hay saboyanos, estàn los occitanos, los provenzanos… … …

Respecto a la historia, hay de todo, como en botica. Pero bueno, llamar atractivo a ese conjunto de revoluciones sangrientas que desde el XVIII la asolaron es un poco aventurado. Temas como el de la matanza de San Bartolomé se les puede calificar de cualquier cosa menos de atractivos. Y sus fracasos colonialistas como el de Vietnam o el de Argelia no son para echar cohetes. Sin contar con su gran derrota ante los alemanes en la IIGM.

Atractiva su historia, ¡ja!

basurillas
basurillas
16 ddís hace

Que forma de escribir y relatar tiene este hombre. Con que sorna e ironía («igual les suena a ustedes el concepto») nos hace ver que la historia es la ciencia relativa (de relatos) que nos descubre como lo que ya pasó volverá a repetirse inexorablemente en un futuro y, lo que tiene más enjundia, que ya se manifiesta por desgracia en el presente. Cambian los actores, cambian los medios y la tecnología, pero el sustrato trincón de muchos de los que ejercen el poder, y el magma borreguil de quienes lo sustentan permanece incólume e, incluso, se acrecienta y se desborda, y no siempre en sentido figurado.
Del texto de esta semana -por una vez no seré tan negativo como suelo- me quedo con la belleza de ese París que ya casi culmina el apelativo de Ciudad de la Luz por el que ha pasado a la historia. Esos puentes, ese urbanismo en general, ese gusto estético es lo que resalto de este periodo. Y bueno, lo de «bofetadas internacionales que le dejaron la boca hecha un sonajero» también me ha encantado por su forma tan gráfica y graciosa de definir el fracaso de una situación política. Lástima que «el concepto» no nos suene también por estos andurriales.

Ricarrob
Ricarrob
15 ddís hace
Responder a  basurillas

Hoy, en esta primera hora de la mañana, sr. B., sus palabras «fracaso de una situación política» cobran nueva fuerza y vigor. Así como que les están dejando la boca hecha un sonajero. Ya sabe usted a qué me refiero, ya que hoy no se habla de otra cosa.

En las que estamos, alguien debería nombrar una comisión para determinar qué no es corrupción, si queda algo libre de mancha.

Defectos de nuestra democracia imperfecta. No hay mecanismos que puedan descabalgar del poder a todo ese cúmulo de detritos. Seguirán y seguirán, deteriorando al país y a sus instituciones.

Lo dicho, ¡aquí no dimite nadie!

Un abrazo.

basurillas
basurillas
15 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Buenos días estimado señor Ricarrob. Gracias por su comentario querido amigo.
Voy a tratar de ahorrar al país esa comisión que usted indica pues, como creo que dijo Lenin: cuando quieras que algo siga igual nombra una comisión, o algo así.
En mi opinión no es corrupción:
– Olvidarse de familiares y amigos a la hora de cubrir puestos en la administración pública y contratar con la misma obras y servicios.
– Mostrar diariamente y archivar, en la página web de la institución, a traves de observadores externos e independientes, la relación de entrevistas y actuaciones realizadas y su objeto, indicando los datos personales de las personas participantes, y una síntesis real del resultado de las entrevistas y reuniones, y el costo total de las mismas.
– Expresar por escrito cada mes los logros o su porcentaje de consecución de las cuestiones prometidas a los ciudadanos en el programa electoral de tu formación política, indicando claramente cada año los motivos que han impedido lograr los objetivos propuestos y las promesas realizadas.
– Acudir personalmente el Presidente del Gobierno, al menos tres veces al mes, al Congreso y el Senado para contestar las cuestiones y dudas planteadas por los partidos de la oposición.
– Marcharse y dimitir del cargo ocupado inmediatamente si se acreditase debidamente que se haya mentido, ocultado, malversado o prevaricado a través de ese cargo: in dubio pro dimitio.
– No presentarse a la relección si, al menos en un 80% no se presentase justificación del cumplimiento del programa electoral, además de tipificarse como fraude electoral dicho incumplimiento con las consecuencias legales oportunas.
– Establecer, como obligación para concurrir a las elecciones, la presentación de un seguro de responsabilidad civil por cada candidato/a, para la devolución total con intereses de demora de posibles fondos malversados u ocultados durante el mandato.
– Eliminación, salvo por funcionarios de carrera para cada puesto, de cargos de confianza, asesores y similares en la administración pública, en todos los organismos e instituciones.

Aguijón
Aguijón
15 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Puñetero engaño

Hay cosas en esta vida
Que son puñetero engaño:
La honradez de un socialista,
El valor del arte abstracto,
Un poeta que no rima,
La función de un sindicato,
El cine de color lila,
El feminismo morado,
La farsa barcelonista,
El VAR semiautomático,
El pasado antifranquista,
Un marxista democrático,
La verdad de un periodista
Y el puto cambio climático.

Lo de La Rioja oriental
Con el vascuence inventado
Y ese Colón catalán
Lo dejo para otro rato.

Aguijón
Aguijón
16 ddís hace

Doña Eugenia de Montijo

Quizá un poco mojigata,
Doña Eugenia de Montijo,
También era propietaria
De palacio y de cortijo.
(Cuando el gabacho de marras
Sólo sobrino de un hijo…)

Si en politica ocupó
Su tiempo la compatriota
Es porque no cabalgó
Haciendo de «amazona».
(Al estilo valenciano
Que ahora se ha puesto de moda)

Actualmente hay «majagretas»,
Todas muy ecologistas,
Será cosa del progreso
Del progreso «socia lista».
(O » catedráticas jetas»…
Y no quiero dar más pistas)

Total que esta Doña Eugenia,
Titulada Emperatriz,
Fue la española más seria
Que tuvo mando en Paris.
( En mi tierra hay una finca
Que sigue llamándose así)

PD:
No es coherente ¡pardiez!
Criticar por meretriz
A la reina que hubo aquí…
Y, luego, ser muy soez
Con Eugenia Emperatriz,
Al no dejarse «coger»,*
Salvo conyugal deber,
De ese gabacho, don Luis.
*(Por donde no se ha de hacer,
Aunque sea norma allí)

Francisco Brun
16 ddís hace

Como siempre los impecables resúmenes de historia del señor Pérez Reverte me encanta leerlos, porque pinta personajes desde diferentes puntos de vista, con hechos y situaciones que se ubican en tiempo y lugar en forma perfecta.
Se me ocurre pensar en los distintos gobiernos y gobernantes que aplican o han aplicado mano dura o no.
Con mano dura es posible por ejemplo realizar reformas urbanísticas sin las largas reuniones de evaluación entre los vecinos o ciudadanos. Se demuele todo aquello que sea necesario para construir la gran avenida, sin mucha contemplación y todo el dinero necesario…por lo general de los contribuyentes; al que le guste mejor y al que no se embroma.
En la ciudad de Buenos Aires durante la dictadura militar, década del 70, se realizaron enormes autopistas elevadas para las que se necesitó demoler decenas de miles de metros cuadrados de edificios, barrios enteros junto con sus historias; yo tengo entendido que se pagaron las expropiaciones, pero el que pretendía oponerse; topadora, masa y callarse la boca. Triunfó el automóvil, y perdió la bicicleta.
Yo soy de la opinión que las intervenciones urbanas deben ser consensuadas con los habitantes de esos barrios, hasta llegar a una votación democrática, pero muchos opinan que esta forma de proceder brinda como resultado que no se realice nada. Como siempre ocurre, para que una sociedad se ponga de acuerdo en algo sin contratiempos es más difícil que encontrar un pelo en un huevo, o que el chancho chifle.

Cordial saludo