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Nudos

Una mujer con un micrófono camina por una acera cualquiera, en una calle cualquiera de Miami. Aquí las calles son todas iguales, y ninguna es la misma. Lo cierto es que tienen poco de memorable. Es como si los huracanes se alinearan con el frenesí de un capitalismo extremo para producir la misma homogeneidad que se espera del comunismo. La señora se desgañita y anuncia el fin del mundo, habla de un maestro, supongo que Jesús, y no sé cuántas cosas más. Apoyados en la pared, cerca de ella, tres negros y un mulato aplauden, alzan las manos y parecen seguir una coreografía de cine, aunque no, su vacío es genuino. Estas cosas me atrapan siempre. Me quedo mirándolas embobado. Pero no por el ridículo que están haciendo en plena calle, sino porque me pregunto cosas sobre sus vidas mientras los miro. Dónde vivirán, qué comerán, ¿tendrán limpia la casa? ¿Se drogan? ¿Siguen los preceptos de su religión inventada, alguna hibridación del cristianismo, de creencias yoruba y de no tocar jamás una Biblia o un Testamento? Seguro que les pegan patadas a los perros. No lo sé, pero la señora patizamba, de maneras toscas, que increpa a los desconocidos con la moral que una mente turbulenta ha ideado, no me da buena sensación. Seguro que contradice sus doctrinas. No parece haber mucho amor en su voz desgarrada, ni en su violencia, ni en la manera en la que desperdicia su tiempo de vida en meter bulla en español en una calle ruidosa, casi sin peatones y donde todo el mundo lleva las ventanas subidas, con el aire acondicionado puesto. Agita los brazos como si quisiera echar a volar, pero no hay forma de levantar del suelo tanta mierda sin generar más contaminación de la que se lleva.

"No la verán ustedes en el barrio rico. Allá los polis sí están rápidos. Si algo hay en Miami, mucho más que playas, son toxicómanos, yonkis"

A escasos metros de la predicadora callejera, una toxicómana medio desnuda, con las costillas al aire, de mirada perdida y postura aún más extraviada, le increpa a la que anuncia el juicio de nuestros pecados. No se sabe qué le grita, creo que ni ella se entera. Desde fuera uno puede darle muchas interpretaciones a este cuadro. Yo creo que solo está molesta porque una perturbada mental se ha tomado el día libre y se fue pa la calle a darle la chapa a la gente cerca de su refugio diurno, y no le deja dormir. No la verán ustedes en el barrio rico. Allá los polis sí están rápidos. Si algo hay en Miami, mucho más que playas, son toxicómanos, yonkis, que como en todas partes duermen durante el día, o hacen como que duermen mientras se deslizan por las pendientes de la adicción. Que esto haya sido introducido a continuación del párrafo en el que menciono a la policía es solo casualidad e incompetencia narrativa.

Esta pequeña escena que aquí describo no llega a la columna por ser especial, sino más bien por su costumbrismo. Es lo habitual en la ciudad. Es un reflejo del estado mental de los ocupantes de esta metrópolis a la que los peores cantantes del panorama latino se exilian para pagar menos impuestos. En el fondo, y seguramente no tan al fondo, todos estamos como el duo cómico que les relato. Quemados, neuróticos, presos de nuestras propias espirales de pus psicológico que no llegamos a saber depurar. Es una cosa nacional, con sus pequeñas variantes ecológicas. Nueva York, Los Angeles, Chicago, Detroit… Cada uno tiene un bicho de un pelaje diferente, pero es el mismo esqueleto estresado, exprimido y olvidado.

"Qué otra cosa podría ser sino Miami, el punto de entrada para tantos desesperados al falso sueño americano, un sueño tan tóxico que muchos se quedan en él de por vida"

Por otro lado, sin ser tan estridente, del lado hispano, del latino, del que se pelea por el día de la hispanidad, que no me da la gana de ponerlo en mayúsculas, tenemos a los poderes fácticos del estado bendiciendo la entrega de un premio, que incrementó su cuantía de forma inesperada, a tres señores con nombre de mujer inventada por un adolescente ceceante. Nuestra constitución en persona bendice el juego sucio entre los magnates de la industria literaria, la forma en que los poderosos y los ricos depauperan la literatura, una de las pocas joyas nacionales que nadie logró robar. Hasta hace poco. Estamos en la época de entrega de premios desprestigiados, premios pollavieja, que ojalá que desparezcan y nos dejen con un vacío de elogios y laureles bien necesario. Pero hay que saber sacar provecho hasta de la carroña. Será por eso que me gusta asistir a sus maquinaciones y resultados con palomitas. O igual que el viejo que va a ver la obra. Y es que se aprenden muchas cosas. No, no es sarcasmo. Es similar a estudiar a la tipa que predica en la calle, a la que le grita desde el otro lado, o a los que las graban con el móvil. En forma y contenido, de un extremo al otro, no hay diferencia ninguna. Solo trajes caros, mejores cámaras, sonrisas y drogas más sutiles, o mejor fabricadas. Y quizás por esto contemplo con el mismo gusto el fallo de unos premios, resultado del juego sucio en una gran industria, que las escenas entre los subproductos de la terminal de viaje más grande del mundo, Miami. Qué otra cosa podría ser sino Miami, el punto de entrada para tantos desesperados al falso sueño americano, un sueño tan tóxico que muchos se quedan en él de por vida, como si de veras estuvieran viviendo en su propia versión de La terminal, protagonizada por Tom Hanks.

Este año el culebrón de los premios no acabó en la gala, porque el otro gran sello literario en español se vengó birlándole un plumillas a quienes le habían robado a esa señora fruto del gusto de tres caballeros por travestirse. Una afición que quizás sea sana. No sé, le pediré a mi señora que engorde un quintal para que compartamos fondo de armario y el espacio que sobre lo podamos usar en almacenar libros. Eso sí, libros escritos por gente a la que nadie premie, margis, rarunos, de estos a los que no gusta dejarse ver en sociedad y que no podrían trepar ni a la silla de un caballo. Que me susurran las mismas voces que conectan los extremos del mar en mi cabeza, que es la palabra de otros trastornados, la única capaz de privarme de religiones, premios, títulos y certificados. De privarme para no deprimirme con tanta cosa sequita de puro intensa. Así tal vez me libre de los trajes, los lunes de improperios al sol, y de comprender lo que está claro que se me escapa.

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Bixen
2 años hace

En el JFK (aeropuerto de NY) hay o había siete terminales y sólo en una de ellas puedes dormir (sentado); la proveniente de ‘tercermundistas’.
«Actioni contrariam semper & æqualem esse reactionem: sive corporum duorum actiones in se mutuo semper esse æquales & in partes contrarias dirigi.»
Tercera Ley de Newton