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Diario de una ruptura (III)

Diario de una ruptura (III)

Entiendo a las personas que se mudan a otra ciudad cuando el amor se descompone. El mayor reto son las minas. Si no aprendes a detonarlas, acabas convirtiéndote en un mutilado emocional o viviendo como un terrorista con un cinturón explosivo. Solo he vivido dos rupturas. Durante la primera estuve años esquivando lugares, como nuestro restaurante favorito. Contra mi voluntad y por azar, una noche acabé allí. Parecía la ciudad de Pompeya; los camareros, el olor a curry o el crujido del pan de lentejas, todo se había petrificado en esculturas de una pasión que todavía latía. Mientras la gente cenaba, dulce y silenciosamente me inmolé.

"Se olvidó de su pijama, perfectamente doblado en un cajón. No dudé en entregárselo a la desconocida que durmió en la que fue nuestra cama"

No sé qué táctica será la mejor, pero en esta segunda ruptura estoy empeñado en tropezar contra todas las minas. Se olvidó de su pijama, perfectamente doblado en un cajón. No dudé en entregárselo a la desconocida que durmió en la que fue nuestra cama. Esa noche volví a leer después de meses. Otro rincón que debía detonar era nuestra peluquería. Al año de estar juntos, cuadrábamos las agendas para asistir mutuamente al espectáculo de nuestra poda. Nos gustaba compartir esa invitación a la vida que brota con los cortes de pelo.

A nuestra peluquera, Estefanía, le faltaba la electricidad de otras veces ¿Habría olido mi dolor cómo los animales huelen el miedo? Pregunté por sus vacaciones, porque el sonido de la maquinilla rasurando mi nuca empezaba a ser intimidatorio. Pues mira, horribles. Solo quince días y tuvimos que cambiar de planes. El hijo de mi prima se contagió un día antes de llegar, poniendo a toda la familia en cuarentena. No pude ver a mi madre. Tuvimos que ir al pueblo de mi marido y se nos acopló su hermana.

"Frente a ese magma del amor eterno es difícil escapar. Mis padres nunca han vivido una ruptura"

Normalmente el movimiento de sus manos era de delicadeza quirúrgica, ahora el frío de la tijera tras mi oreja me hacía pensar en Van Gogh. No me dice la hermana de mi marido que haga un arroz con bogavantes. A mí no me importa, pero no me ayudó. Se quedó sentada hablando de cotilleos, opinaba de todo sin tener ni idea de nada. Me di la vuelta y le dije que ya basta ¡Qué me importa lo que hagan tus vecinas! Mi marido se quedó blanco. ¿Por qué la gente no habla de sus ilusiones y deja de preocuparse por las vidas ajenas? En lugar de copos de nieve, mi pelo caía con la rabia de la gota fría. Ya le he dicho a mi marido que no aguanto más, quiero mudarme. Todos los días la misma historia, dejo a los niños en el cole, vengo aquí, ocho horas, vuelvo a casa, hacemos los deberes, la ducha, la cena y el maldito Netflix. Necesito mar.

Me contó que la hermana de su marido tiene cuatro dedos de canas y una dentadura en ruinas. Al parecer, habla con la altura moral de una santa, haciendo juicios sobre las infidelidades en su vecindario. La presidenta de la comunidad tiene las llaves de la pista de papel y cada vecino que se las pide acaba acostándose con ella. Pues mira, que le quiten lo bailado. Las vidas son como los volcanes, tarde o temprano entran en erupción. El Vesubio momificó el abrazo de personas que dormían cuando la lava les arropó. Frente a ese magma del amor eterno es difícil escapar. Mis padres nunca han vivido una ruptura. No sé entrar en erupción, me consuelo con aprender a detonar las bombas.

"Ahora, tenía pánico de dormir con su mujer y levantarse sin la promesa que escondía el trabajo"

Una compañera le pidió el secador. Estefanía la miró fijamente. Hija, el ácido hialurónico te ha dejado la cara como asustada. A los minutos me preguntó: ¿por qué la gente se desgracia así? Dejó el peine en su riñonera con tachuelas y cogió la tijera de entresacar. Podía sentir su rabia en las raíces de mi pelo. El otro día vino un hombre mayor, un cliente que no aguanto por sus opiniones políticas. Quería cortarse la coleta, le dije, mira, bonito, si quieres un cambio en tu vida debes echarle huevos. La coleta nunca me ha gustado, pero a santo de qué vienes ahora a cortártela, si llevas años diciéndome que no la toque.

El cliente confesó que se había jubilado. Durante décadas había mantenido una relación con su secretaria. Sus hijos ya no vivían en casa, mantenían el volcán inactivo. Ahora, tenía pánico de dormir con su mujer y levantarse sin la promesa que escondía el trabajo. Llévate la coleta, se la entregas a tu mujer y le cuentas todo.

Estefanía, la hermana de su marido, el cliente con coleta y yo mismo vivimos asomándonos al interior del cráter. Nunca he sido capaz de escribir una carta de amor, solo escribo diarios de ruptura. Voy al revés, exploto cuando el magma se acerca, antes de que todo se petrifique.

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David Caro
David Caro
2 años hace

Un gusto como siempre leer a Sergio Antoranz!

Isabel Torralba
Isabel Torralba
2 años hace
Responder a  David Caro
Isabel Torralba
Isabel Torralba
2 años hace
Responder a  David Caro

Magnífico!!

Blas
Blas
2 años hace
Responder a  David Caro

Un fantástico relato que hace que me sienta identificado, sin duda Sergio es uno de los referentes más importantes de este país.

Blas
Blas
2 años hace
Responder a  David Caro

Gracias David por recomendarmelo una vez más, mi máxima puntuación para él y para ti también

elenaclasica
elenaclasica
2 años hace

Queridísimo Sergio:

Te creces en la pasión poética, en la grandeza literaria al mismo compás en el que aumenta el ritmo del dolor. He leído una y otra vez esta belleza y llego a la conclusión de que finalmente sí había algo que hacía soportar el peligro del derrumbamiento y la ferocidad del sufrimiento de la ruptura, sí, sí, amigo, era leerte a ti. Por fin, un bálsamo a la altura de la intensidad de la pasión que perfora.
Bueno, bueno, así que: «Parecía la ciudad de Pompeya; los camareros, el olor a curry o el crujido del pan de lentejas, todo se había petrificado en esculturas de una pasión que todavía latía, mientras la gente cenaba… me inmolé». Deberías calcular los daños de esta Pompeya poética, querido Sergio, no todas las almas estamos fuertes para apuntalar unas ruinas quemantes… En fin, no sé, no sé, todo ello valga por la pura belleza de la poesía que nos brindas, vamos allá, vamos a intentarlo. Vamos a enfrentarnos al pijama, por fin valientemente regalado, lo de la peluquería me ha hecho llorar lágrimas de tinte y dolor…

Vamos por partes, Sergio, que esta es demasiada artillería, demasiada Pompeya, demasiado dolor, recuerdos y demasiada valentía en enfrentar las minas.
Me sumo a tu intento y me voy a refugiar en la poesía que me has traído al corazón, así:

«Al observarnos ambos desde las alas,
otros comen y beben para colmar el silencio
que desciende de las nebulosas solitarias
hasta desvanecerse en centelleos
de conversación y constelaciones de alimento.
Pero entre tú y yo, el silencio demuestra
que amamos por leyes que no podemos romper ni probar.»

Del amado William Wordsworth.
Esta vez te has pasado de poesía, de recuerdo y de dolor, Sergio, vamos desde el físico al Cuarteto de Pompeya de Fabio Morábito, no queda otra, mira, tú lo has querido:

I
Nos desnudamos tanto
hasta perder el sexo
debajo de la cama,
nos desnudamos tanto
que las moscas juraban
que habíamos muerto.
Te desnudé por dentro,
te desquicié tan hondo
que se extravió mi orgasmo.
Nos desnudamos tanto
que olíamos a quemado,
que cien veces la lava
volvió para escondernos.
II
Me hiciste tanto daño
con tu boca, tus dedos,
me hacías saltar tan alto
que yo era tu estandarte
aunque no hubiera viento.
Me desnudaste tanto
que pronuncié mi nombre
y me dolió la lengua,
los años me dolieron.
Nos desnudamos tanto
que los dioses temblaron,
que cien veces mandaron
las lavas a escondernos.

III
Te frotabas tan rápido
los senos que dos veces
caí en sus remolinos,
movías el culo lento,
en alto, para arrearme
a su negra emboscada,
su mediodía perenne.
Abrías tanto su historia,
gritaba su naufragio…

Nos desnudamos tanto
que no nos conocíamos,
que los dioses mandaron
la lava a reinventarnos.

IV
Te desmentí de cabo
a rabo devolviéndote
a tus primeros actos,
te escudriñé profundo
hasta escuchar la historia
amarga de tu cuerpo,
pues sólo el amor sabe
cómo llegar tan hondo
sin molestar la sangre.
Esa noche la lava
mudó el paisaje en piedra.
Tú y yo fuimos lo único
que se murió de veras.»

Sergio, Sergio, por fin, el diario de una ruptura tiene un poco de luz, leerte a ti y entender el dolor acompañados de poesía. Felicidades por la belleza de tu prosa poética y gracias por compartir el dolorido sentir…
Un abrazo enorme de tu admiradora Elena.

Última edición 2 años hace por elenaclasica
José Antonio
José Antonio
2 años hace

Amena lectura de Sergio Antoranz sobre experiencias de vida!