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Océanos de trenes, atardeceres de postal

Océanos de trenes, atardeceres de postal

[20 octubre – 2 noviembre]

Comienzas el lunes escribiendo temprano. Levantarte a las seis y media, hacerte el café y sentarte frente al ordenador durante horas es la rutina perfecta. Si la escritura avanza, incluso puedes dar por buena la semana. Un lunes entero dedicado a la novela. Si esto pudiera mantenerse…

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Martes de clases en la universidad. Hoy, psicoanálisis del arte. Te divierte explicar el texto de Freud sobre Leonardo. Después, mochila a la espalda, despedida de soltero de Yayo. Un martes. Ya sabes que va a ser difícil remontar la semana. Menos mal que ayer avanzaste en la novela.

En efecto, aunque no llegas tardísimo, al día siguiente estás destrozado. Llegas como puedes a la elección del nuevo equipo decanal. Gana por mayoría. Te alegras por la nueva decana. Aunque de rebote te cae un daño colateral: la secretaria de departamento es la nueva vicedecana de cultura y alguien tiene que sustituirla. No has encontrado el modo de decir que no. Había que colaborar. Eso sí, lo has advertido: será temporal. Y vas a hacer lo que puedas. Pero no más que eso.

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El jueves, toma de posesión como catedrático de universidad. La tenías pendiente desde abril, pero los actos previos te pillaron fuera de España. Es un ritual. Prometer el cargo. Comprometerse a seguir trabajando. Y firmar el documento. Viene tu hermano Pepe y su mujer. Te hablan de lo orgullosa que estaría tu madre. Y aunque no le habías dado importancia al acto, por un momento te emocionas.

"Sientes ahí que vida y literatura se entrelazan. Que firmas tú, pero también lo hace él"

Todo el mundo firma con el bolígrafo que está sobre la mesa frente al rector. Cuando te nombran, sales, prometes el cargo y, antes de firmar, sacas del bolsillo la pluma con la que has escrito el primer borrador de la novela. Firmas con ella el nombramiento. Es algo que hace el profesor en torno al que gira la historia. Sientes ahí que vida y literatura se entrelazan. Que firmas tú, pero también lo hace él. Que llevando esa escena a la realidad, la ficción adquiere peso y densidad. La novela se hace carne.

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En tres días ves las dos temporadas de División Palermo. Una especie de Campeones argentino. Pero con menos corrección política y más mordiente. La disfrutas sin pretensiones. Te hace reír. Y lo necesitas.

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El viernes, cuatro horas de prácticas por la mañana. Es la clase que más te gusta. Presentar los modos de escritura sobre arte en los márgenes de la disciplina. Diarios, novelas, autobiografías… Se te hace corta la mañana. Aunque no sabes si llegas a conectar del todo. Este año no lo tienes tan claro. Ves rostros de interés, pero solo durante algunos instantes. Es difícil la atención sostenida. El modelo TikTok ha llegado a las aulas. Píldoras de pocos minutos. Casi como si fueran reels. Vídeos cortos que condensan ideas. Un nuevo ismo: el reelismo.

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El sábado se casan Yayo y Alicia, dos de tus amigos más queridos. En estos últimos años se ha consolidado una amistad cada vez más bonita. La celebración es hermosa y emocionante. Abrazos, cervezas y música. Rafa y Alberto tocan varios temas para los recién casados. De fondo, unas vistas preciosas de Murcia. Y un atardecer de postal. Sientes que no hay un lugar mejor ahora mismo en el que estar. Un privilegio y una suerte compartir estos momentos. Un regalo para todos, esta amistad. Alguien dice: «¡Viva Suecia, Viva Murcia y Vivan los novios!». Y también viva, piensas, a veces la vida.

Por supuesto, la noche se alarga. Veis el cambio de hora. También eso os lo regalan hoy. Regresas al amanecer.

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El lunes viajas a Málaga para una charla sobre los lugares de la memoria. Murcia-Madrid-Málaga en tren. Nueve horas desde que sales de casa, a las seis de la mañana, hasta que llegas al hotel. Lo mismo que un vuelo a Nueva York. Pero la alternativa era conducir cinco horas. Y no sabes qué es peor.

Se vive bien en Murcia. Pero está lejos de todo. Cada invitación hay que pensarla. Cada vez más. Deberías preguntarte si irías a dar una charla a Boston para volver al día siguiente. Casi seguro que no. Pues más o menos es lo mismo que una invitación a Cádiz o a Logroño. Desde la periferia todo cuesta el doble. Pero tampoco puedes no ir a nada. Aunque empiezas a pensar que solo podrás aceptar lo que merezca de verdad la pena. Y lo que no te rompa el ritmo de trabajo.

"El rato agradable. La conversación, que siempre se queda corta. Siempre prometes volver, aunque tengas que cruzar océanos de trenes"

Aun así, a Málaga siempre te gusta ir. La ciudad, la gente. Pero, sobre todo, encontrarte con Cristina. El rato agradable. La conversación, que siempre se queda corta. Siempre prometes volver, aunque tengas que cruzar océanos de trenes. Y porque nunca falla al unir a las personas adecuadas en las charlas. Esta vez conversas con Reyes Gallego. Y conectáis desde el inicio. Su visión de la memoria: el modo en que actúa en el presente, cómo configura los imaginarios y cómo tiene más que ver con lo que somos hoy que con lo que ocurrió entonces. También la potencia de la imagen —el cine y la fotografía— para mostrar lo que en su momento no fue visto, para «leer lo que nunca fue escrito». La capacidad del presente, en definitiva, para hacer justicia con el pasado.

Eso es lo que Reyes logra en Ellas en la ciudad, su documental sobre las mujeres de los barrios de la periferia de Sevilla: escucha sus historias de familia, de casa, pero también de calle, de trabajo, de ciudad. El espacio público que sostiene el presente urbano. Voces no oídas. Imágenes no vistas. Un ejemplo perfecto del mejor arte político. De la fuerza del arte —del cine— para volver visible lo invisible.

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En el tren de regreso a Murcia tienes tiempo de escribir, leer, mirar el móvil, dormir y desesperarte. Se hace algo más corto el viaje porque te acompaña la lectura de Comerás flores, la primera novela de Lucía Solla Sobral (Asteroide). La escritura pulcra, poética, llena de imágenes potentes. Y sobre todo la historia de una relación tóxica, un duelo y una toma de conciencia de sí. La comienzas a leer simplemente para examinar el tono de la narradora y luego no encuentras el modo de soltarla. Te genera, eso sí, en todo momento una cierta distancia con Marina, la protagonista. Ves desde el principio que el hombre con el que comienza la relación es una red flag andante. Desde lejos. Y te extraña a veces la ingenuidad ante ciertos comportamientos. Eso hace que la lectura durante bastantes momentos del libro sea casi una pelea. «¿Es que no lo ves?», no paras de decirle mentalmente a Marina.

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El viaje largo —y la mala postura— te pasa factura. Antebrazos, hombro, espalda. Y nada más llegar escribes al quiromasajista que te han recomendado. El miércoles puede verte. Tienes que reservarle dos horas, eso sí.

"Hay un momento en que temes que use algo con fuego porque, con tanto aceite, seguro que prenderás"

La experiencia es particular. Te dice que estás hecho un bloque, una piedra dura, que todo está tenso, atrapado por un nudo viejo que aprisiona músculos y tendones. Él va a deshacerlo. Y vaya si lo intenta. Con todas las maniobras —en una de ellas crees partirte— y con todo lo que tiene allí: maderas, piedras calientes, saquitos, burbujas, cuencos tibetanos, agujas y mucho aceite. Hay un momento en que temes que use algo con fuego porque, con tanto aceite, seguro que prenderás.

Sales mareado, como si hubieras cruzado una puerta temporal. Antes de coger el coche esperas a que todo deje de girar. Al llegar a casa ni siquiera puedes cenar. Caes en la cama rendido. Como si hubieras subido el Everest.

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El jueves despiertas dolorido. Pero inspirado. Te sientas al ordenador y encuentras el tono que llevabas semanas buscando para la novela. Eso era lo que faltaba. Lo que sostenía todo sin terminar de sostenerlo. Hoy aparece. Los cuencos tibetanos han afinado la voz de la protagonista. Y, en cuanto surge, ya es cuestión de tiempo ecualizar el resto.

A eso te pones. Te llevará un tiempo esa afinación precisa de las trescientas cincuenta páginas. Pero es lo que necesita. Querías terminarla estas semanas. Pero al final será imposible. A la novela hay que darle lo que la novela pide. Y ahora pide esto. No te importa. Porque suena. Y eso es música.

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La semana termina extraña. El sábado estás invitado a un encuentro micológico en una finca cerca de Moratalla. No supiste decir que no y ahora te pilla a contrapié. Entre otras cosas porque no puedes ir al cementerio a visitar la tumba de tus padres. Pero te comprometiste. Te invitaban a ti y a Raquel. A cenar, a quedaros a dormir y a recorrer la finca y la villa. Tú eras la sorpresa para el propietario, amante de los libros, y también para los asistentes al encuentro. Antes de la cena, en la biblioteca, leerías algo de tu obra. Al final decidiste leer el relato que escribiste para Relatos revelados, el libro sobre la obra de Joan Fontcuberta. Un texto del que estás orgulloso y que crees que puede funcionar aquí. La historia de un hongo que devora fotografías y deja a la humanidad sin imágenes.

"Ochenta mil volúmenes. Incunables. Libros de todo tipo. Lo que darías por pasar ahí unos días"

Lo lees en la biblioteca de la casa todavía sin dar crédito a lo que has visto desde que llegaste. Nueve mil metros construidos. Un parking para varios equipos de fútbol. Decenas de habitaciones con baño. Obras de arte por todos los rincones. Una bodega de cine. Coches de lujo… Nunca habías visto nada así. En las películas, tal vez. Pero no de cerca. Y nunca, por supuesto, una biblioteca así. Dos plantas. Maderas nobles. Cortinas verdes. Te recuerda a la biblioteca A. D. White de la Universidad de Cornell. Ochenta mil volúmenes. Incunables. Libros de todo tipo. Lo que darías por pasar ahí unos días. Estás absolutamente desbordado. También por todas las historias que cuenta el propietario. Esa noche sueñas con la casa y con él. También le pasa a Raquel. Menos mal que ha venido. De lo contrario no se creería nada. Porque es algo que pertenece a un mundo tan alejado al vuestro que no podéis procesarlo. Van a pasar días para que puedas hacerlo. Aún no lo has conseguido. No hay espacio en el diario para contarlo todo —más allá de decir: ¡qué locura!—. Pero estás convencido de que, antes o después, esta experiencia se convertirá en literatura.

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