Es mejor que lea usted ahora mismo esta pieza superoriginal de Luisa Valenzuela, «Palabras parcas», y que se salte estos largos párrafos míos, porque voy a tratar con demasiado detalle dos asuntos: Todorov, uno; el otro, sobre algunas palabras que no encuentran refugio ni asilo en libros oficiales.
Quevedo ideó su soneto «A Antonia» así: «Antes alegre andaba, agora apenas / alcanzo alivio ardiendo apasionado…», jugando con el primer ser del alfabeto.
Curiosamente, al temprano poeta latino Quinto Ennio se le atribuye un tautograma (trabalingüístico hexámetro) en que se invoca al despótico Tito Tacio, uno de los primitivos reyes sabinos de Roma, a quien acababan de asesinar: «¡Oh, Tito Tacio, tirano, tú mismo te acarreaste tan terribles atrocidades!». En latín suena a cachondeíto ese apóstrofe cantarín, a saltitos y trotes de tes: «O Tite, tute, Tate, tibi tanta tyranne tulisti». Testarudas tes. Quitan solemnidad a lo grave de esa recriminación, y hasta le dan cierto aire cómico.
Por T empiezan el nombre y el apellido del insigne Tzvetan Todorov (1939 -2017), lingüista, pensador y humanista hondo, teórico de la literatura y sabio, búlgaro nacionalizado francés. Entre su obra, útil, destaco un artículo en que desvela, según él, los dos principios de la narración: el de sucesión y el de transformación o cambio. Se reconoce un texto narrativo porque, al llegar a las últimas líneas, el lector advierte un eslabonamiento de hechos o de causas y consecuencias conectados en una línea temporal. Esa línea no tiene por qué ajustarse al orden geométrico de los calendarios ni a la proporción cronológica de los relojes. Un suceso del sábado pasado admite que se añada una referencia a un episodio de hace veintitantos años: «Estuvimos el otro día con Charlotte, la chica aquella que conocimos en Sanfermines, ¿te acuerdas? Una que decía que se había comprado dos islas para ella sola y que corrió en el Encierro». Otro caso más literario: un atraco a un banco en diez tensos minutos puede contarse en veinte páginas, y una boda solemne despacharse en medio párrafo. Y durante ese tiempo del relato —dure lo que dure— debe operarse un cambio, un desequilibrio, un desajuste en la situación final con respecto a la inicial. La transformación suele convertir un término en su contrario: de perder algo, a encontrarlo; de ignorar, a saber; de ser infeliz o rico o feo, a pasar a desgraciado o pobretón o apuesto. O, con más sutileza, se modifica la manera de ver y estar y actuar en el mundo y en la vida hasta alcanzar o ser de otro talante. Don Quijote y Sancho lo ejemplifican en las últimas páginas de la novela del imprescindible Cervantes. Tampoco Hans Castorp es el mismo tras los años en el sanatorio de La montaña mágica.
Combinemos ahora Todorov y los tautogramas (si ha leído usted ya el microrrelato de este miércoles). La escritora argentina Luisa Valenzuela —extraordinaria, como reconocerá quien haya paladeado su obra— recurre en «Palabras parcas» a esa estratagema humorística. Cuenta, sin ningún verbo, una intensa historia criminal de un correcto desalmado educado que es además un verdadero tirano gilipollas. Y se adivina en la sincopada narración el transcurso del tiempo y una transformación: un granuja, deportista y machista, peripuesto, quiere resolver un patinazo amoroso —un gatillazo, más bien: «artefacto ablandado»— matando (impunemente, como se verá) a la mujer con quien pretendía mantener relaciones. Es abogado y él mismo ejercerá su defensa. La autora toma partido por su condición de mujer y concentra su crítica opinión en la exclamación final. Y hace —¡ay!— muy bien. La literatura, por minúsculo tamaño que ocupe, debería ser siempre imprescindiblemente valiente. Y comprometida. Como Luisa Valenzuela. Este Abelardo Arsáin no se merece una Eloísa, con su historia altomedieval de amor. Aunque en estas originales «Palabras parcas» parece encerrarse también la labor de aquellas tres divinidades hermanas, las Parcas. La que teje el hilo de la vida, la que da la extensión al ovillo, la que corta la fibra de seguir viviendo… que avanzan por las calladas esquinas del abecedario. Genial Luisa Valenzuela. «Lo bueno, si breve, dos veces…».
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Palabras parcas
Abelardo Arsáin, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho. Abelardo Arsáin. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!
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Brevs, microrrelatos completos hasta hoy, editorial Alción, Córdoba, Argentina. 2004, p. 17. Que trece años después fue —otra huella del ingenio inacabable de su autora— Brevs, microficciones hasta ayer, en la colección «Breves y extraordinarios» de Macedonia Ediciones.


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