Sergio García Zamora es un poeta nacido en Esperanza, Cuba, en 1986 y Licenciado en Filología Hispánica por la UCLV. Ha publicado una veintena de poemarios, entre los que destacan El frío de vivir (Premio Loewe a la Creación Joven, Visor Libros, 2016), La canción del crucificado (Premio Blas de Otero de Majadahonda, Sonámbulos Ediciones, 2018), Los maniquíes enfermos (Premio Blas de Otero Villa de Bilbao, Ediciones El Gallo de Oro, 2021) y El pan y la palabra (Premio Emilio Alarcos, Visor Libros, 2025). Desde el 2023 habita en Paredes de Nava (Palencia). Presentamos una muestra de su último libro, Papelería del purgatorio, una obra que continúa la trilogía iniciada con Inventario del paraíso (Premio Christian Bobin, Ediciones El Gallo de Oro, 2025). Esta es la segunda entrega de un recorrido inverso al camino dantesco, puesto que debe culminar en una suerte de nómina infernal con un tercer libro aún inédito. Aquí el poema en prosa se transmuta en cartas, tratados y actas, en un abecedario del condenado para el resto de los condenados. El texto erige sus siete gradas o terrazas cual sitio de purgación para el pecado de publicarlo todo. Como buen hijo de obrero, el autor sabe que los burócratas archivarán estas páginas, pero él es el cantor y entra sonriendo a las batallas.
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APUNTES DE UN HIJO DE OBRERO
De quién hablo cuando hablo de otro hombre, sino de mi padre. En cada hombre lo sufro y lo festejo. Mi padre: carpintero, albañil, mecánico textil, electricista… Mi padre, un buen arreglamundo. Aquí están en el canto la garlopa y la plomada, las llaves grasientas, los feroces alicates y tenazas. Aquí están más que los guantes sus manos, más que las botas sus pies, más que el casco el esplendor de su cabeza. En el gran pañol del mundo yo solo reconozco la noble herramienta que es mi padre. Gastada pero útil, gastada pero hermosa. Y así cada hijo, por muy holgazán y torpe que sea, debería reconocer el hierro del que procede. Ya sé: un día se quebrará; perderá los dientes de comer la piedra y la madera, de morder los cables y las tuercas; un día echarán su alma al fondo de una caja para que el cáncer del óxido la devore. Dirán que fue el alma amante del trabajo que no la amó, pero yo la entregaré a las fundiciones, a los buenos hornos. Volverá como vuelven los obreros y el canto a la fábrica, al taller, a la esperanza. De quién hablo cuando hablo de mi padre, sino de otro condenado.
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CARTA A GABRIEL CELAYA
Arcángel del hombre asalariado, Gabriel Celaya, ¿qué es el poema, sino la anunciación, la voz que en el sueño se revela a los obreros? Tú que te sentías como un ingeniero del verso, igual serías un arcángel si te llamaras Rafael. Escribo en una fábrica y hago turno en un poema. ¿Cómo puede ser un ángel quien necesita los dineros? Todo se complica o lo complicamos porque es un simple paraíso lo complejo. Por eso aclárame con lo oscuro, ilústrame a golpe de herramienta, enséñame a ser aprendiz del trabajo. Yo te creo: «La poesía es un arma cargada de futuro». Pero qué puede hacer un arma contra otra arma. Yo nunca supe qué hacer conmigo. Yo fui a todos los duelos con la pólvora mojada. Si la poesía es un arma cargada de futuro, un arma que tú apuntabas al pecho, ¿a dónde apuntar ahora? ¿A la cabeza? ¿Al vientre? ¿Al sexo? ¡¿A la espalda?! Si la poesía es un arma cargada de futuro, ¿entonces tiene un solo disparo? ¿Entonces tiene un solo futuro? Hay que defender a la poesía de los que dicen que la poesía se defiende sola. Nada está solo sobre la tierra. El arma es arma en manos de quien la empuña. Yo llevo una espada como un rayo que no cesa, la espada de otro arcángel llamado Miguel Hernández. Hay que defender a la poesía como carta boca arriba. Arcángel del hombre asalariado, Gabriel Celaya, dame tu arma para entrar al purgatorio.
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BREVE TRATADO SOBRE LA NATURALEZA DEL PECADO
La lujuria tiene bares nudistas, casas de citas, burdeles parisinos de entreguerras.
La gula tiene cervecerías alemanas y restaurantes de lujo, comedores infinitos, cócteles de embajada y cenas de embajada.
La avaricia tiene sus bancos neoyorquinos, suizos, londinenses… Sus tentaculares sucursales, sus casas de cambio, sus oficinas de impuestos.
La pereza tiene hoteles y más hoteles caribeños, un balneario italiano a las afueras y mil habitaciones de masajes.
La ira tiene secretas construcciones militares en todos los países, un búnker por cada ciudadano.
La soberbia tiene palacios de gobierno y suntuosas mansiones, pirámides y arcos de triunfo.
Pero la envidia, ¿qué edificio tiene la envidia? ¿Qué ha construido la envidia? Ah, la envidia no tiene casa, por eso llama a la puerta del vecino.
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BREVE TRATADO SOBRE LA NATURALEZA DEL ODIO
El que odia siempre espera el triunfo de su odio. Viejo Cadmo, hay un diente del dragón enterrado en el pecho del que odia. Legítimo o ilegítimo ese odio le pertenece. Que lo haya engendrado o lo haya adoptado poco importa. Es odio. Y es suyo. Lo alimenta, lo viste, lo educa. Aguarda una vida para verlo ascender al trono. El que ama goza cada dolor. El que odia se duele en cada gozo. El que odia espera no haber sacrificado en vano su corazón. Qué ingenuo.
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PÁGINA DE CONDOLENCIAS
No puedo ser trabajador de pompas fúnebres, no puedo asomarme todos los días a ver como la Tremenda se prueba un rostro. Ahora lo sé: aquella vez que viajé con mi abuelo y miré por la ventanilla el paisaje amarillento y verde, no fuimos otra cosa sino dos niños en un tren diminuto cruzando la cara del primer difunto.
Es un negocio de muerte, es un empleo que va a matarnos. Por más que se pinten las paredes siempre acaban manchadas de llanto; por más que se limpie siempre queda el olor en el cuerpo de lo que será nuestro cuerpo. Respeto y animo a los buenos obreros que acogerán mis vísceras, pero mi vocación intenta lo contrario: dotar de vísceras las cosas.
Yo fui sin dolor con mi abuelo a los velorios y saludé respetuoso a los mayores: el tiempo estrechando la mano del tiempo. Comí galletas y bebí chocolate, oí las historias sonriendo en silencio. Nada fue terrible en la dramaturgia de ese enlutado teatro, hasta que salí a jugar junto a otros nietos de veteranos en el patio. Entonces ocurrió: a través de una puerta entreabierta descubrí el almacén de ataúdes, las mortajas desventradas que nos esperan; lo peor fueron los ataúdes para niños que se pueden cargar como una caja de zapatos. ¿Qué hacen aquí?, preguntó una mujer robusta y severa como la vida, y todos corrimos a escondernos.
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AGENDA DEL EXTRAÑO
Pasé por una calle de mi pueblo donde un hombre había muerto. La casa estaba abierta y adentro la familia lloraba. Había gente, mucha gente. El pueblo estaba en la calle. Entonces me dieron unas ganas tremendas, tremebundas, de leer un poema. Más que leer un poema, lo que yo quería era que leer un poema fuese natural como la muerte, como velar a un hombre muerto. Lo que yo quería era que nadie se indignara, que nadie me echara por hacer que la poesía compartiese espacio con la muerte. Dónde están los hombres que al leer yo un poema en un funeral de mi pueblo vengan a darme la mano y a agradecerme. Por miedo o pudor no solo no he leído, sino que me he quedado afuera, junto al tumulto que debe pensar que soy un pariente lejano, alguien que viene por la herencia del difunto. Eso pobremente es la poesía en estos días: un pariente lejano del hombre que debe heredar el mundo. Y como nadie responde quién es. Y como nadie sabe quién es, lo miran de arriba abajo y de abajo a arriba, mientras le critican el cabello y los zapatos.
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PASAPORTE Y ENTRADAS PARA EL CIRCO
Busco un país inocente.
Giuseppe Ungaretti
Soy el exiliado de un país que ha pasado años en la cuerda floja. ¿Se cae o no se cae? ¿Se cae o no se cae? Ese es el juego del país y de los que miran el país, pero el país en el trapecio sigue cruzando el aire y cae en brazos de otro país. El público aplaude la temeridad de saltar sin red, la red invisible que somos. Soy el exiliado de un país que doma su león. El país mete la cabeza en la boca del león, pero resulta un león manso que bosteza. Los espectadores creen que un león siempre es un león. Soy el exiliado de un país que a veces parece el país bala: sale disparado y disparado cae, aunque nada como los años de la fiebre cuando el país montaba en bicicleta o se dejaba atravesar por las espadas del mago. El mago desaparecía al país; pero desaparecer un país no puede ser tan fácil, salvo que el propio país sea el mago y se desaparezca a sí mismo. Soy el país de un exiliado. No hablo del tuyo ni del mío. No tiene mar: es el mar. No tiene cielo: es el cielo. El país inocente no existe, solo países menos culpables que otros.
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Autor: Sergio García Zamora. Título: Papelería del purgatorio. Editorial: Eolas Ediciones. Venta: Todos tus libros.



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