Patria

Frankfurt es una ciudad cosmopolita, abierta y acogedora. Tampoco le queda más remedio, ya que se trata de la región que más inmigrantes acoge de toda Alemania. En sus calles conviven hasta ciento ochenta nacionalidades diferentes. Se dice que prácticamente la mitad de la población es inmigrante o tiene antecedentes migratorios, es decir, son hijos o nietos de inmigrantes.

Hay españoles, cómo no. Si aguzas el oído es fácil detectarlos. Existen empresas que se dedican a captar a estudiantes recién salidos de la universidad en España para ofrecerles un puesto de trabajo aquí, principalmente en enfermería, ingeniería y educación. Mi pareja, sin ir más lejos, trabaja como maestra en una escuela infantil.

"La presencia de inmigrantes será innegociable en mi nueva novela. Habrá personajes alemanes, por supuesto, pero la trama será llevada en volandas en su mayor parte por individuos venidos de cualquier parte del mundo"

Me gusta el carácter abierto de Frankfurt y todo lo que conlleva. Hay restaurantes turcos, vietnamitas, daneses e incluso españoles, y también supermercados especializados en productos japoneses, heladerías italianas y salones de masaje tailandés. La ciudad se ha enriquecido cultural y socialmente gracias a la población inmigrante, y apenas hay algunos episodios aislados de racismo.

Es evidente que esta característica de Frankfurt forma parte de su razón de ser. Por eso la presencia de inmigrantes será innegociable en mi nueva novela. Habrá personajes alemanes, por supuesto, pero la trama será llevada en volandas en su mayor parte por individuos venidos de cualquier parte del mundo. Será un fiel reflejo de lo que veo cada día.

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En Frankfurt es habitual encontrar bibliotecas ubicadas en la calle con libros a disposición de cualquiera que pase por ahí: son las llamadas Offene Bücherschränke, que se traduce más o menos como «librerías abiertas». Había oído hablar de esta iniciativa e incluso había visto alguna fotografía en redes sociales, pero hasta que no llegué aquí no tuve la oportunidad de verlas con mis propios ojos.

Se trata de unas estanterías metálicas con un diseño extremadamente resistente, con el objetivo de proteger los libros de las inclemencias del tiempo. En sus baldas se puede encontrar todo tipo de textos: desde novela negra hasta libros infantiles, pasando por cómics y libros sobre gramática, historia, cocina o yoga.

"Me encanta la idea de que los libros tomen la calle. Si quieres leer no necesitas carnet de socio y nadie te va a imponer multas ni plazos de devolución"

El primero de estos armarios fue colocado en 2009 como parte de un proyecto de integración social. A día de hoy, se ha consolidado y existen más de setenta de estas Offene Bücherschränke distribuidas por la ciudad. Me encanta la idea de que los libros tomen la calle. Si quieres leer no necesitas carnet de socio y nadie te va a imponer multas ni plazos de devolución: las Offene Bücherschränke tan sólo ofrecen lecturas sin esperar otra cosa a cambio que tu buena voluntad y tu entusiasmo.

Si a día de hoy siguen existiendo es que funciona, maldita sea.

Las Offene Bücherschränke son un punto de encuentro de lectores. Si esperas un poco en las inmediaciones de alguno de estos armarios, es habitual ver a ciudadanos que se acercan, devuelven un libro y se llevan otro. Cuando oscurece, los lectores suelen hacer uso de las linternas de sus teléfonos móviles para rebuscar en pos de sus próximas lecturas. Es una estampa curiosa verlos con esas lucecitas en alto. Me recuerdan a aventureros que se internan en territorios desconocidos en busca de quimeras y tesoros ocultos.

Nunca dejo pasar la oportunidad de echar un vistazo cuando paso junto a una de estas curiosas bibliotecas. ¿Quién sabe qué secretos esconden en su interior? Ayer mismo estuve husmeando en una enclavada en Merianplatz y di con un auténtico tesoro: un ejemplar de la edición alemana de Todos los detectives se llaman Flanagan, de Andreu Martín y Jaume Ribera. Quienes me conocen saben que se trata de una de mis lecturas de cabecera, la primera novela de detectives que leí y la gran culpable de que a día de hoy me dedique a aporrear teclados. Por eso, cuando lo encontré me embargó una sensación de euforia indescriptible. Tuve la impresión de que aquel libro estaba allí para mí, esperándome. Soy agnóstico, pero me cuesta no tomármelo como una señal divina. Aún hoy al recordarlo vuelvo a ponerme nervioso.

Me lo llevé a casa, naturalmente.

Y ahora una confesión: he dejado ejemplares de mis novelas en varios de estos armarios.

Me gusta pensar que de esta forma pongo mi granito de arena para fomentar la buena salud de estos altares de libros. Me hace ilusión. Espero que algún lector avispado de habla hispana se alegre de encontrarlos o que algún alemán con curiosidad por aprender nuestro idioma se decida a darles una oportunidad.

En cualquier caso, esos ejemplares ya han dejado de ser míos. Ahora pertenecen a los lectores.

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Algo que ignoraba de Frankfurt y que me ha sorprendido de forma muy positiva es su carácter pet-friendly. Es habitual que la gente vaya acompañada de sus mascotas a cualquier parte: a las tiendas, a los restaurantes, al transporte público… Hay pocos lugares a los que los perros tengan el acceso vetado.

"En Hafenpark he descubierto que los alemanes son igual de competitivos que los españoles"

Tengo dos amigos, Nacho y Eli, que también residen en Frankfurt y no van a ninguna parte sin sus mascotas, dos simpáticos perritos llamados Tina y Yaki. Resulta muy curioso ir a tomar un helado o a cenar con ellos y que en los establecimientos no pongan ninguna pega a la presencia de los animales. En ocasiones incluso tienen bebederos con un poco de agua a su disposición para demostrar que son bien recibidos.

Nacho y Eli me han contado que esta mentalidad es extensiva a la mayor parte del país. Siempre viajan con sus perros y en pocos lugares les han puesto impedimentos. De hecho, hace poco han puesto en marcha un blog llamado Yakis por el mundo en el que hablan de sus viajes, con sugerencias y consejos para todos aquellos que, como ellos, viajan con mascotas. Os invito a echarle un vistazo, ya que contiene información bastante curiosa.

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En el barrio de Ostend se alza un edificio gigantesco con tantas ventanas que parece de cristal. El hecho de que no haya más rascacielos en las inmediaciones le da una apariencia aún más majestuosa y temible. Cuando el sol incide sobre su superficie, devuelve el reflejo con impertinencia. Como si se librase de él.

Se trata de la sede del Banco Central Europeo. En el interior de este formidable edificio, también conocido como Skytower, se toman muchas de las decisiones que regulan el destino económico de los europeos. Está ubicado en un emplazamiento que hace años daba cobijo al Grossmarkthalle, el mayor mercado de frutas y verduras de la ciudad.

A la espalda del Skytower se encuentra Hafenpark, un enorme parque a la vera del río Main que cuenta con jardines, columpios, máquinas de ejercicios, un skatepark, dos pistas de fútbol y dos canchas de baloncesto.

En Hafenpark he descubierto que los alemanes son igual de competitivos que los españoles.

"Me encanta la idea del baloncesto como patria común, sin banderas ni monarcas. A la sombra del tenebroso Banco Central Europeo, una vez que la bola empieza a botar deja de importar de dónde vienes"

Suelo visitar las canchas de baloncesto varias veces al mes. Siempre hay gente jugando y dispuesta a echar una pachanga, y suelen improvisarse partidos a cada momento. No importa que no conozcas a nadie, ya que siempre hacen falta jugadores y es frecuente que, si te ven por la zona, te pregunten si quieres jugar.

Estos partidos reflejan el carácter cosmopolita de la ciudad. El idioma oficial de las canchas es el inglés, ya que es lo que habla la mayoría. Durante un partido que jugamos el otro día, un chaval estuvo preguntando por nuestras nacionalidades y concluyó que entre los ocho jugadores que estábamos en la pista en ese momento se encontraban representados los continentes de África, Asia, Europa, América y Australia.

Me encanta la idea del baloncesto como patria común, sin banderas ni monarcas. A la sombra del tenebroso Banco Central Europeo, una vez que la bola empieza a botar deja de importar de dónde vienes; sólo lo que puedes hacer por tu equipo. Las rivalidades son esporádicas, ya que el tipo que tienes delante podría ser tu compañero en el próximo partido. Y si por casualidad empieza a llover, acabamos el partido a toda prisa entre maldiciones antes de que la cancha se convierta en impracticable.

Tengo que hacer un hueco a Hafenpark en mi próxima novela. No sé cómo, pero ya se me ocurrirá algo.

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