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Paulina Flores: «Escribir esta novela fue como podar un árbol que sigue creciendo»

Paulina Flores: «Escribir esta novela fue como podar un árbol que sigue creciendo»

Fotografía de portada: © Diego Urbina

Hace cinco años debutó en la literatura la escritora chilena Paulina Flores. Lo hizo con un prometedor título, Qué vergüenza, una colección de relatos que se convirtió en un éxito imparable de crítica y recibió el aplauso encendido de sus lectores. Paulina Flores se concentró entonces en una nueva obra, una novela que encajase de manera exquisita la poesía de la ficción con la aspereza de la realidad. Lo ha conseguido con Isla Decepción (Seix Barral), su primera novela, una historia de soledad y desencuentros.

Lo particular de la narrativa de Paulina Flores es que Isla Decepción alberga en cada uno de sus capítulos una promesa de redención. En esta primera novela que llega ahora a las librerías, Flores echa en cada página un pulso a lo íntimo, a lo cotidiano. De ese pulso que se traza, invisible en la novela, surge la violencia descarnada y poética que se desprende de las vivencias de los marineros en “El Melilla”. De ese pulso nace también la relación resquebrajada de Marcela y su padre, Miguel, la solemne incomprensión de los últimos tiempos de amor familiar.

Es esta una novela de decepciones y desencuentros. Tiene Isla Decepción un puerto clandestino donde amarran nuestras equivocaciones; en este texto poderoso e intimista desembocan los despechos de todas las vidas que ya vivimos.

"El amor es, en Isla Decepción, un trasunto de las tensiones y la insatisfacción que absorbemos de las obras de Wong Kar-Wai"

Esta literatura áspera, doliente y en muchas ocasiones frágil nos sirve para conocer a tres personajes despechados, desahuciados emocionales. Lee, Miguel y Marcela son tres personas desamparadas, sus vidas marchan por inercia, más que vivir deambulan. Lee es un joven coreano que es explotado laboralmente en “El Melilla”, un calamarero, hasta que naufraga. Es salvado por Miguel, marinero, que lo adentra en Punta Arenas, en una pequeña cabaña en la que habita desde su divorcio. A este peculiar espacio llega Marcela, la hija de Miguel, que acaba de perder su trabajo y lleva a cuestas, también, el peso de una relación que no terminó bien.

Con gran influencia del mundo del cine, los diálogos de la novela de Flores se absorben a través de las paredes de la cabaña, se deshacen en los exteriores. Los diálogos de Marcela y Miguel con el joven Lee, que parece no entenderles, se convierten en una metáfora de una sociedad cada vez más incomunicada. Hablar sin ser escuchado, dialogar frente a un espejo, enfrentándose a uno mismo. El amor es, en Isla Decepción, un trasunto de las tensiones y la insatisfacción que absorbemos de las obras de Wong Kar-Wai. Como en el cine del director hongkonés, aquí el amor y la incomunicación también alcanzan lo sublime, elevando los silencios a la categoría de poesía y dejando de lado lo que hay de banal en las conversaciones.

Lee, Miguel y Marcela se encuentran en Punta Arenas, en la Patagonia chilena. Sus historias desembocan en tierra de nadie, en este fin del mundo que acogió hace tiempo las historias de Verne.

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¿Por qué Isla Decepción?

"Yo solo comía pescado y me parecía bien que estuviera cada vez más barato, sin entender que hay gente que lo pesca y que a veces, no siempre, lo hace en condiciones muy terribles"

—Isla Decepción es una isla que existe en Chile, en la Patagonia chilena hay muchos lugares así, que tienen nombres un poco deprimentes y graciosos. Se me apareció ese título y no pude sacarlo de mi cabeza. Es un poco un chiste porque se habla que la tierra, o Chile, es como una isla de la decepción; unos isleños, en el fondo, un lugar en el que el mar tiene mucho protagonismo y la tierra no tanto. Trabajo a veces con estos conceptos tristes: la decepción, la vergüenza… Están un poco desesperados los personajes. También creo que en la palabra «decepción» hay algo muy bello: podría ser horrible, podría ser asqueroso, pero la decepción tiene algo de nostalgia, de una ilusión que uno se hizo y que no se cumplió. Pero tiene, todavía, esa ilusión de la belleza cargada en su contenido

Esta es la historia de tres personajes a la deriva: Lee, un marinero coreano, Marcela y su padre. ¿Cómo surgió la historia?

—Generalmente guardaba recortes de noticias, de reportajes curiosos. Esta historia partió porque en el 2013 leí un reportaje de Rodrigo Fluxá, un periodista chileno, que hablaba sobre estos casos de tripulantes asiáticos que saltan en el Estrecho de Magallanes (que tiene un agua muy helada) para escapar de condiciones esclavistas. Me pareció una historia, una realidad impactante. Yo no sabía que pasaba eso en mi país, no sabía que era algo que pasaba en el mundo. Yo solo comía pescado y me parecía bien que estuviera cada vez más barato, sin entender que hay gente que lo pesca y que a veces, no siempre, lo hace en condiciones muy terribles. Me impactó. Me pareció una historia muy buena que me permitía desarrollar las cosas en las que yo estaba pensando en ese momento, que tenían que ver con la idea de huir, escapar, empezar una segunda vida… esta fantasía, que a veces uno tiene, de dejar su trabajo, sus amigos, su casa y empezar de nuevo. Quería ver si cumplía esta fantasía a través de la ficción.

Isla Decepción es la historia de los tres personajes protagonistas que arranca de tres equivocaciones. ¿Cree usted que estamos hechos de equivocaciones?

—Sí, sí. Sería bonito que, en el colegio, en vez de matemáticas, nos enseñaran educación sentimental. Aprendemos a través del error, de la prueba y el error. Está bien mientras no nos equivoquemos tanto, mientras no cometamos crímenes reales o nos llenemos de odio… Creo que en general sí, nos equivocamos mucho. Esa es la forma en que yo he sido educada. No sé si las nuevas generaciones están siendo educadas así, pero le tengo odio y cariño al mismo tiempo.

Tras el éxito de su primera publicación, Qué vergüenza, y su reciente inclusión en la lista de Granta de las 25 mejores escritoras en español, ¿cómo se plantea usted el lanzamiento y el recorrido de Isla Decepción? ¿Qué cree que esperan sus lectores de este nuevo texto?

—Con mucho entusiasmo, ansiedad. Fue ya publicado, en mayo, en Chile. Ahora, con Instagram y con las redes sociales, es diferente. El feedback tras la publicación del libro llega enseguida. Lo que he recibido hasta ahora es mucho cariño, muchos mensajes que comentan el libro, que preguntan cosas… Me siento muy agradecida. Agradezco que la gente lea el texto, que lo espere… y lo que vaya a pensar después me parece interesante porque toda experiencia estética lo es, pero solo me puedo sentir agradecida por publicar.

Hay dos atmósferas muy diferentes en la novela, dos maneras muy diversas de narrar (si los personajes están en tierra, en Punta Arenas, o si los marineros están en “El Melilla”). ¿Cómo creó estos dos ambientes?

"Ser pescador ha sido siempre una profesión muy difícil, me parecía que tenía que ser responsable con eso, respetuosa. Y después alejarme, separarme, convertirlo en otra cosa, en ficción"

—Crear los tonos fue la parte más difícil. En el caso de Marcela, que es quien lleva el tono en tierra, no es tan difícil porque es una chica de veintitantos años, que se siente algo frustrada con su carrera y tiene una decepción amorosa. Es más accesible. En el caso de “El Melilla” y de Lee fue un trabajo muy arduo. El primer capítulo del libro (“Un día en `El Melilla´”) creo que lo escribí en un año entero. Me costó mucho decidir el tono. Me costó darme cuenta de que no iba a poder hacer un relato realista. Esto no es una crónica. En el fondo, cuando descubrí que tenía que ser más poético, más atmosférico, más del lenguaje, fue un alivio y fue muy difícil porque tuve que reinterpretar todo el capítulo. Conllevó mucha investigación, lectura de testimonios, diarios de marineros, entrevisté a muchos marineros, a gente de la Gobernación Marítima, a pescadores artesanales, vi muchos videos en YouTube, documentales… No quería hacer una crónica ni un texto realista, pero también me parecía importante ser responsable con estas voces que tienen una tragedia o un contexto horrible. Ser pescador ha sido siempre una profesión muy difícil, me parecía que tenía que ser responsable con eso, respetuosa. Y después alejarme, separarme, convertirlo en otra cosa, en ficción.

Foto: Diego Urbina

¿Cuáles son sus referentes literarios en su obra? ¿Y en el caso de esta novela?

—En Qué vergüenza estaba muy influida por la escuela norteamericana del cuento, que es fantástica. Aprendí a escribir con ellos, con ellas. Con Isla Decepción quería alejarme justamente de la eficiencia de la industria del entretenimiento en general norteamericana. Quería cambiar. Creo que si me acerco más, me veo muy influida por La vegetariana, de Han Kang, una escritora coreana, y por el cine coreano y el cine de Lucrecia Martel o de Raúl Ruiz. Esta idea de que el argumento no tiene que ser toda una historia, sino que también puede ser la atmósfera. Zama y La ciénaga de Lucrecia Martel me impresionaron mucho. En el caso de Raúl Ruiz (director chileno) me ayudó a jugar mucho más con el texto. En el fondo, lo que entendí con estos autores es que uno puede divertirse, entretenerse y puede seguir siendo una experiencia estética increíble, más allá de las acciones, más allá de que pase algo, más allá de que uno pueda trabajar con otros elementos. Esto me influyó para escribir Isla Decepción.

Esta es una novela denuncia de la trata de trabajadores de la explotación en alta mar en situaciones casi de esclavitud. ¿Cuánto tiene de verdad Isla Decepción?

"En casi todos los artículos, testimonios o papers que leí, los pescadores usan nombres falsos porque tienen miedo de que les ocurra algo. Es difícil seguir el rastro"

—No sé si podría decir que es denuncia, porque es ficción. No es un texto periodístico, no es crónica. Soy una escritora, no me gustaría arrogarme ese papel. Es muy difícil saberlo. El asunto que pasa con alta mar es que está muy poco regulado. Sólo sé que uno de los países del mundo que ha hecho cosas para tratar este tema es Nueva Zelanda. Más allá de eso, creo que la idea central del texto da a entender que esto pasa en todas las industrias: moda, tecnología, todo este tipo de consumo que no tiene que ver con el consumidor, sino con los proveedores y con las empresas. En el fondo es una sorpresa que estemos comiendo calamar, atún a precios tan baratos. Tenemos que pararnos a pensar quién lo está pescando. Porque hay alguien que tiene que ir a alta mar y hay mares que están siendo depredados para que nosotros podamos, como aperitivo, comernos cada cuatro días unos deditos de salmón. Me parece importante recalcarlo. Leí muchos testimonios, como te decía. La industria es muy difícil de rastrear porque las agencias que contratan a estos pescadores, generalmente en países del sudeste asiático, son una especie de mafias. En casi todos los artículos, testimonios o papers que leí, los pescadores usan nombres falsos porque tienen miedo de que les ocurra algo. Es difícil seguir el rastro. Al final del libro cito algunos libros por si la gente quiere profundizar en este tema.

¿Cómo fue la creación de la novela? ¿Puede contarnos el proceso de escritura?

—Son dos partes. Por un lado, la investigación sobre este tipo de industria de pesca en particular y sobre la pesca de calamares en general, sobre el mar, sobre los marineros, sobre Punta Arenas… Escribir esta novela, en términos generales, fue aprender mucho: sobre budismo, sobre chamanismo, sobre los mapuches… Por otro lado, la escritura formal, que fue también bastante obsesiva, de palabra a palabra. Estaba muy preocupada por decir lo que quería decir. Me tomó cuatro años escribirla porque cada palabra que quería escribir tenía que buscarla en el diccionario, ver si la etimología funcionaba con la palabra que la precedía… No sé si quedó bien, pero es lo que hice. Fue un proceso muy bonito, un desafío poético. Empecé a leer mucha poesía en estos últimos años, y eso hizo que tomara el peso de cada palabra, que quisiera ocuparla de la mejor forma posible, en la forma más adecuada para la idea.

¿Qué diferencias encontró a la hora de escribir esta novela tras su experiencia con el relato? ¿A qué retos se enfrentó con la escritura de Isla Decepción?

—Se te va de las manos. Me pasa que era como estar podando un árbol que sigue creciendo al infinito. Yo pensaba que escribir una novela era escribir una novela, era escribir un cuento largo, y ¡para nada! No diría que es más difícil o complejo, sino que de verdad se te va, se te escapa en algún punto. No tenía idea de cómo iba a ser el final cuando estaba escribiendo. No tenía una idea clara de lo que iba a pasar más adelante. Ese sentirme perdida, ese descubrirme en el proceso me gustó mucho. Con el relato, con el cuento, era más eficiente o práctica. Casi siempre sabía lo que pasaba al final. Eso también me costó. Al escribir cuentos sabía el final y entendía que el lector también sabía que esto era un momento en la historia de alguien. Me puse un pacto que está sellado desde el principio. En cambio, con la novela ese límite es más difuso, me costó mucho finalizarla, poner el fin. Ese pacto no está tan claro. Una novela puede ser eterna, puede tener muchas páginas.

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Autora: Paulina Flores. Título: Isla Decepción. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus librosAmazon, Fnac y Casa del Libro.

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