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La isla de ‘El problema final’

Detesto escribir novelas. Es un trabajo duro, minucioso. Un año o año y medio de rutina laboral, de cinco a ocho horas diarias, festivos incluidos. Para un escritor profesional, o al menos la clase de profesional que soy —no un artista, sino un artesano que cuenta historias lo mejor que puede—, eso no se diferencia de otras actividades laborales. Es como ir a la oficina o a la fábrica, fichando a la entrada y la salida. Nada hay de romántico ni glamuroso en ello. Se trata de un trabajo que se hace de forma rutinaria, organizada. Y que fatiga como cualquier otro.

Lo que me gusta es imaginar. Construir la trama de lugares, situaciones, personajes y diálogos es lo más cercano que conozco a la felicidad. Como leer una novela cuyas páginas siempre nuevas, siempre posibles, van pasando en tu cabeza. Dormir cada noche pensando en el episodio que escribirás por la mañana, leer —y aprender mientras lees— libros relacionados, observar el mundo con la avidez del cazador que lleva abierto el zurrón, idear dónde encaje cuanto inventas, es lo que amo del oficio que practico desde hace treinta y cinco años. Pero nada de eso tendría sentido, ni podría permitírmelo, si al fin no concluyera la novela, publicándola para justificar el tiempo y el dinero invertidos en esa feliz etapa inicial. Nadie puede vivir de su imaginación si no la materializa, luego, en algo que interese a los demás.

Es peculiar la cabeza de un novelista. Vives de otra manera, concentrado en un mundo paralelo, imaginado, que a menudo se entrecruza con el real hasta adquirir, incluso, más consistencia que éste. De mí podría decir que vivo más tiempo allí que aquí, y les aseguro que eso tiene razonables ventajas. Se parece a pasar de una habitación a otra cuando lo que hay en una no te satisface, pero la otra está amueblada a tu gusto. Y hay un detalle curioso en esa doble vida que transcurre entre realidad y ficción: cuando ésta precede a aquella, la anticipa o anuncia. Quiero decir —aunque no sé si consigo explicarme bien—, que a veces la realidad se limita a confirmar lo que antes has inventado.

Me pasó muchas veces y me sigue pasando. Si la obra de un novelista se nutre de lo imaginado, lo leído y lo vivido, no es menos verdad que a veces el azar acaba situándote ante lugares, situaciones o personajes inventados o leídos por ti. De pronto te encuentras bajo las murallas de Troya, a bordo de la Surprise, ante el cadáver de Rogelio Ackroyd, o te cruzas con Hans Castorp, con madame Bovary, o incluso —salvando las enormes distancias— con tus propios personajes, a los que hasta ese momento creías fruto exclusivo de tu imaginación.

La última vez fue hace poco, y era un lugar. Un paisaje. Tenía casi acabada mi última novela y necesitaba refrescar recuerdos con algunas situaciones y escenarios. Así que tomé un avión para Corfú, donde se desarrolla la trama. Quería asegurarme del mar, el viento, la luz, la vegetación, el color de las casas, los tonos del amanecer y el crepúsculo. Después eso se traduce, tal vez, en sólo un par de líneas —con los años de oficio tiendo a ser más escueto en las descripciones—, pero me parece importante para que el lector, y yo mismo mientras trabajo, situemos mejor lo que ocurre, cómo y dónde ocurre. Y me encontraba, como digo, en aquella isla, con la ventaja añadida de que al estar fuera de la temporada turística el lugar estaba desierto. No había nadie, háganse una idea. Y como además hacía mal tiempo —lo que me iba muy bien para la novela—, podía pasear concentrado en lo mío.

Fue entonces cuando ocurrió otra vez. Había elegido como escenario para mi historia una isla imaginaria situada al norte de Corfú, a la que di el nombre ficticio de Utakos. La había descrito con exactitud: pequeña, arbolada, con ruinas de un fuerte veneciano y una playa protegida del viento del noroeste. Y de pronto, una mañana lluviosa, me vi ante ella. En realidad no era una isla sino una pequeña península, pero idéntica en todo lo demás a como la había inventado, o supuesto. Cada ciprés, cada olivo, cada piedra, estaba exactamente donde debía estar. Y en ese momento, cual si hubiera esperado a que yo llegara, un rayo de sol desgarró las nubes bajas y grises e iluminó la isla como diciendo aquí la tienes, chaval. Y les doy mi palabra de que me pareció ver, o realmente vi, a dos de mis personajes allí mismo, frente a mí o tal vez a mi lado, caminando por la arena en pos de un enigma. Y reí, claro. Reí en voz alta, muy fuerte, feliz, porque uno escribe novelas exactamente para eso.

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Publicado el 22 de septiembre de 2023 en XL Semanal.

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Ricarrob
Ricarrob
7 meses hace

Será tedioso y rutinario. Me refiero a lo de escribir profesionalmente. Quizás. Puede ser. Un trabajo más. Puede ser. Pero muchos le envidiamos, seguro. Porque no tiene usted pinta, don Arturo, de avenirse a las exigencias de los editores. No. Tiene pinta de ser usted mismo el origen de sus propias exigencias laborales. Quiero decir, no está usted sujeto a los imperativos de subnormales que le dirijan y le exijan el cómo, el cuando y el por qué. Y eso es el paraiso.

Respecto al dèjá vu, a mi también me ocurre. Sin escribir. Creo que nos imaginamos no sólo lo ya vivido por nosotros sino también lo vivido anteriormente por otros. Porque no creo en las premoniciones.

Creo que tenemos en nuestro cerebro el almacén de les experiencias de los que nos precedieron. El inconsciente junguiano, el inconsciente colectivo. Y creo que no solamente reconocemos algo vivido por otros al verlo sino que lo intercalamos en el producto de nuestra imaginación.

Es una experiencia única que a veces nos produce satisfacción y otras horror. Puede pasar desapercibida, la mayorìa de las veces, o puede ser reconocida como tal. También al leer se produce este atávico reconocimiento en el lector: en las tramas y en las descripciones.

En su caso tiene excepcionales resultados que compartimos todos sus lectores.

Basurillas
Basurillas
7 meses hace

Hoy don Arturo, tal vez sin quererlo, se ha metido de lleno en una apasionante cuestión filosófica: el mundo dualista de Platón, donde las ideas campan por el universo metafísico y la realidad -las cosas materiales- se disponen y aglutinan en el universo físico, el que tocamos, vemos, y manejamos en suma. Tal y como se indica en una página web del mundo de la filosofía: «la «separación» entre la realidad inteligible, llamada también mundo inteligible («kósmos noetós») y la realidad sensible o mundo visible («kósmos horatós»)».
El autor visitó, tal vez de forma onírica, el mundo de las ideas, recabó allí datos, formas, colores y descripciones y las trasladó, junto a recuerdos, conclusiones y vivencias propias, a su última novela. Y de pronto, sin proponérselo y casi de chiripa, en un viaje, encontró que aquello que había soñado o imaginado era real, existía en nuestro mundo (y no es la primera vez que le pasa). Esas situaciones en la vida, escasas en número normalmente, nos producen sorpresa, escalofríos, lágrimas o risa, o todo ello junto al mismo tiempo. Son un choque, casi catársico, que nos hace dudar del plano en que nos movemos y de la supuesta realidad en que parece que vivimos; como cuando nos vemos entre dos espejos paralelos, uno frente al otro, en una sucesión infinita hacia delante y hacia detrás.
Y es en ese universo multiverso, y en ese preciso momento, donde uno de los personajes de la novela de don Arturo, Paco Foxá, nos pregunta ceñudo ¿Y tu que opinas Watson?

Ricarrob
Ricarrob
7 meses hace
Responder a  Basurillas

El sano escepticismo me hace disentir de Platón y su mundo, tal como él lo concibe o tal como lo interpretamos. El propio Platón dudó de su propia metafísica. A no ser que mundo de las ideas esté interiorizado en cada uno de nosotros como inconsciente colectivo y como arquetipos.

Vivencias importantes de nuestros ancestros que han ido acumulándose como acervo casi común. Arquetipos que nos condicionan y nos obsesionan sin explicación aparente.

Pero también hay quien cree que existen diferentes dimensiones fuera de nuestra realidad, el multiverso que usted menciona, sr. B., otras vidas paralelas o no, que, a veces, en circunstancias excepcionales que no podemos manejar, interfieren en nuestro plano vivencial.

Quizás ambas cosas existan, no sé si con el concepto exacto de existencia que tenemos. Es interesante pensar que, en los momentos decisivos de nuestra vida, en otra dimensión hemos tomado un camino diferente al que hemos optado en esta. Quizás todas las opciones están abiertas…

Quizás desconocemos demasiadas cosas…

Ana V
Ana V
7 meses hace

Todo comienza con su felicidad, imaginando varias horas al día.
Saltando de realidad a ficción según convenga. Saludable ejercicio.
Con disciplina y trabajo se concreta en escritos que aportan felicidad a otros.
Se cierra el círculo y gracias por iniciarlo sr Pérez Reverte

oscar
oscar
7 meses hace

Con mucho cariño y admiración a Arturo Pérez Reverte digo si no nos estará mintiendo un poco cuando él dice que detesta escribir novelas. Le doy la razón en que es un trabajo como cualquier otro pero aquí quiero entrar yo a dar valor a cualquier trabajo (yo tengo un trabajo de oficina). Yo escribo poesía, me gustaría, por ejemplo, vivir de la poesía, pero veo en mi trabajo la oportunidad de cambiar el mundo quizás con mayor eficacia que con un bello poema. Puede que haga falta mucha imaginación para decir esto pero yo estoy convencido de que todo lo que se realiza con amor abre un camino espiritual (el trabajo como oración) que es capaz de llegar a personas que ni siquiera conocemos. Por supuesto que el trabajo merece su salario pero no olvide nadie que de nuestro trabajo pueden surgir muchos salarios en forma de felicidad para muchas personas. Arturo Pérez Reverte es un claro ejemplo, a él le pagan bien por su trabajo, pero ¿cuántas son las personas a los que nos hacen felices sus novelas?

Sepolvora
Sepolvora
7 meses hace

Protesto de la manera más enfática por esta, su más reciente novela. Primero, porque hubiera preferido que, al comprarla, me dieran un mamotreto que asegurara muchas noches de insomnio leyéndola, pero su peso anunciaba un libro más bien delgado. No era la guerra y la paz, digamos. Lo segundo, es que por ahí de la mitad del tomo, y casi al llegar a los dos tercios, me empecé a decir, siempre es un placer leer a don Arturo, aunque sean recetas de cocina vegana, pero este no es su mejor libro. Y ya echaba de menos la Línea de fuego y los hombres buenos, pero le eché la culpa a su edad (que es la mía) y le encontré alguna disculpa. Sin embargo, y aquí viene la segunda protesta, ya cuando se acercaba el final, que, normalmente, en una novela de suspenso, es la parte en que más se echan de ver las costuras disparejas y los hilos sueltos, don Arturo sacó su daga de la cintura con la mano izquierda y, como le dicen los comentaristas deportivos, en dos cortes que tienen la marca de su maestría, le dio vuelta al marcador. Aunque parecía imposible, me dejó asombrado, encantado hasta la última palabra del último párrafo. En resumen, arrepintiéndome de toda la conmiseración que le había tenido. Gallo viejo, con el ala mata.

Julia
Julia
7 meses hace

Se refiere a la diferencia entre ser el creador y/ o el amanuense, verdad? Pero una tarea no desmerece a la otra, aunque la segunda sea más tediosa. Plasmar las ideas en papel u ordenador, requiere profundo conocimiento de las reglas de escribir bien, y aunque se conozcan, siempre aparecen errores, erratas y horrores en el momento de la revisión.
Respecto a su isla inventada, tal vez sufrió usted un dejà vu, o quizás estuvo en otra vida?
Yo debí de ser china, excepto por la comida y el olor ambiental, me entusiasma todo lo relativo a los orientales, (chinos y japoneses).

Ha expresado en varias entrevistas que le pueden quedar cuatro, cinco u ocho años de vida futura. A continuación, pone una carita de triste (no es cara triste) y entonces, inspira ternura. Es usted consciente de esto, Sr Pérez Reverte?
Nadie sabe cuándo llegará la Parca, pero en mi pueblo( parezco Miss Marple) acaba de morirse una de 101.

Jose Ignacio Mata Gamarra
Jose Ignacio Mata Gamarra
6 meses hace

No se imagina cómo me alegro cada vez que publica una nueva novela y es aún mejor que la anterior. Y no me alegro sólo por el placer que intuyo gozare en su lectura, sino porque cada uno de sus éxitos es una bofetada (ficticia, pero sonora) a esa recua de mediocres envidiosos que no aceptan el éxito ajeno en arte alguno, si el artista no es » progre». Para ellos los creativos deben estar en una de las aceras del pensamiento ( debe ser siempre la acera por donde ellos caminan) y echan espumarajos por la boca cuando alguien llama al pan pan y al vino vino, dice que no somos más gilipollas porque no entrenamos, y va soltando denuestos a diestro y siniestro como » piquitos» no consentidos para quienes estén escasos de amores.
Tengo un amigo (no soy muy selectivo) que dice que usted es un chaquetero pedante (sic) y cada vez que usted triunfa yo gozo viendo como a él le corroe la tirria sobre sus páginas de ripios y chorradas. Felicidades…y a por el siguiente, aunque cueste !!!

Francisco Brun
6 meses hace

La imaginación es una de las herramientas que todos tenemos para realizar lo que queramos, cualquier cosa; pocos, como el señor Arturo son los que dejarán una huella, otros no, pero esa condición de poder imaginar del hombre o la mujer, ha permitido hazañas extraordinarias, también miserias. Pero me gustaría entusiasmar a aquellos que no se animan a realizar esta práctica, a hacerlo, con el medio que puedan o deseen: escribiendo, pintando, tallando, cantando, o realizando un artefacto para lo que se les ocurra.
Imaginar es la posibilidad que todos tenemos desde que somos chicos en convertir a la realidad en una fantasía inventada que a su vez se puede convertir en una nueva realidad; tal vez superior a la actual.
Continuar jugando de grandes, es lograr hacer un mejor mundo para todos.

Cordial saludo

Sonia Navarro
6 meses hace

También me reí con su risa. Me pareció escucharla o tal vez lo soñé. Era una risa pícara, de las que gritan ¡Eureka! No es un hombre bueno, pero tal vez algún día me tope con el Llanero solitario. Él no me llevará a conocer ninguna isla ni el mar, pero quisiera que no muera por amor a manos del portugués Almeida. ¿Será un hombre romántico en la vida real el escritor Arturo Pérez-Reverte? Valiente sí, el resto lo dirán sus personajes.

Federico Bonansea
Federico Bonansea
6 meses hace

«Detesto escribir novelas…», una boutade en toda regla. Le encanta escribir novelas, le alimenta el espíritu, le da un quehacer diario, lo estimula como nada ni nadie (esto último es mi boutade del día).

Hector Jorge Djivaris
6 meses hace

No está ,nada mal… ¡!¡

Julia
Julia
6 meses hace

Sr Pérez Reverte, aunque no venga a cuento, escribo aquí porque no se me ocurre otro sitio en el que pueda extenderme.
He leído «El club Dumas».

Es usted un niño travieso!, juega con los lectores igual que Corso con los soldaditos de plomo sobre el tablero
de la batalla de Waterloo.
Ilusos, avanzamos intentando descubrir el misterio que ocultan los libros y su paradero cuando, tachan!, al final nada es lo que parecía ser.
Es verdad que señala algún párrafo, pero no es una pista, me refiero a la reunión de amigos en el bar. También se habla de que en la novela no existen lindes nítidos o si a Richelieu le atraía el ocultismo.

He aprendido muchas cosas, tales como, descubrir a qué extremos puede llegar alguien por conseguir determinado libro (debería haberme dado cuenta cuando robaron el Códice Calixtino (o algo así) de la Catedral de Santiago), la procedencia africana de Dumas y la difícil tarea artesanal de encuadernación para un buen libro.
Preguntas retóricas:
Qué poseía Kim Novak para que todos los heterosexuales que he conocido babeasen con ella? No era buena actriz.
Lucas Corso es su alter ego? Con variaciones,claro está, resulta un tipo interesante y con ética.
Le ha influido algo «El misterio de las siete esferas» de Agatha Christie?La protagonista es Bundle.

Resumiendo, he comprendido su enorme popularidad y le deseo muchos más éxitos.

Enrique Pilarte
Enrique Pilarte
6 meses hace

Habiendo leído mucho la forma en que opina el señor Pérez-Reverte, creo que cuando él dice que no es un artista sino un tipo de escritor profesional, un artesano, no lo hace por pecar de humilde, sino porque tiene un criterio definido de la diferencia que hay entre uno y otro. Aunque a mi parecer, no son necesariamente excluyentes. Por tanto me gustaría saber cuál es ese criterio, dónde traza él la línea que al cruzarla, un artesano trasciende hasta el artista. Pero creo que él no lee estos comentarios, así que presumo me quedaré con esa duda.

Angeles
Angeles
1 mes hace

Buen libro policiaco !vaya si cuesta descubrir al asesino!, aunque pesado al principio por la gran excesiva cantidad de referencias a libros de A.C..Doyle La gran sorpresa viene al final haciendo un guiño también ¿y porque no? al Talento de Mr Ripley-Enhorabuena ha sido un placer

Angeles
Angeles
1 mes hace

El comentario anterior perdone Don Arturo me refería al libro El Problema final