Peter Quint

Watson, para redactar sus cuadernos de campo, utilizaba una letra que parecía apresurada, pero a la vez era bastante elegante. Por eso sorprende que en la página 61 del Diario que estoy traduciendo los trazos aparenten estar algo temblorosos. Dado que el detective y su ayudante estaban trasladando una pesada caja de hojalata llena de documentos que Holmes se resistía a destruir, podemos achacar ese temblor al esfuerzo que ambos estaban realizando, pero enseguida veremos que era otro el origen.

 

La señora Hudson tenía instrucciones de no dejar subir a ninguna visita a la sala de estar. Hay que tener en cuenta que nos encontramos en el mes de octubre de 1903, y la marcha a Fulworth es ya inminente, aunque el detective había dejado al buen criterio de su ama de llaves el tomar decisiones sobre el particular, ya que parece indudable que Holmes siempre tenía algún que otro cabo suelto y quería, hasta el último momento, no darle un “portazo” a nadie y cumplir con todos sus compromisos pendientes.

La patrona se decidió a entrar en la sala de estar y le dijo con una voz bastante suave:

—Señor Holmes, un hombre que cojea y dice llamarse Peter Quint, de aspecto siniestro, trazas de campesino, barba hirsuta, cabellos revueltos y ropas bastante ajadas, dice que quiere verle porque usted guarda un par de cosas que le pertenecen y no quiere que se vaya a su retiro sin devolvérselas. También me ha dicho que ha recibido el correspondiente permiso del caballero Henry James para venir a visitarlo.

"Pasados los cinco minutos, penetró en la estancia un individuo que respondía perfectamente a la descripción dada por la señora Hudson"

Holmes se volvió pensativo y movió los ojos, mientras se situaba el dedo pulgar y el índice debajo de la barbilla, adoptando todo el aspecto de que trataba de recordar por qué le sonaba ese nombre.

—Si viene de parte de Henry James no me puedo negar a recibirlo. Denos cinco minutos para situar esta caja fuera de la mirada de intrusos.

Pasados los cinco minutos, penetró en la estancia un individuo que respondía perfectamente a la descripción dada por la señora Hudson, aunque quizá el ama de llaves se había quedado ligeramente corta al referir su tétrico y macilento aspecto.

Holmes le rogó que se sentara, pero Quint denegó este privilegio con un gesto adusto de la cabeza, a la vez que movía la boca como si quisiera escupir en dirección a la chimenea, y acto seguido empezó a hablar de una forma cavernosa y despectiva.

—Holmes (el intruso, al dirigirse al detective, omitió la palabra «señor»), usted estuvo cierta noche lluviosa en la mansión del que fue mi patrón en Rye mientras yo deambulaba por el jardín, y se atrevió a colocarme unas trampas para quedarse con el molde de mis pies.

En ese momento todos los recuerdos precisos vinieron con precipitación a la mente del detective, y tanto él como Watson se percataron de que se encontraban frente al peor de los fantasmas. Holmes no perdió ni por un momento la calma, a pesar de que era consciente de que estaba viviendo uno de los casos más siniestros de su carrera.

Quint, haciendo equilibrios sobre un pie, logró quitarse una de sus botas y apareció un muñón lleno de costras envuelto en unas sucias vendas ensangrentadas. Un olor apestoso se esparció por la estancia y Watson miró a Holmes esperando instrucciones.

—Watson —exclamó el detective—, haga el favor de subir al desván y en una caja de cartón encontrará dos piezas extraídas de las huellas que dejaron junto a la ventana los pies del señor Quint en la arcilla húmeda. Haga el favor de devolvérselas. A nosotros ya no nos sirven para nada, y parece que su propietario las precisa con cierta urgencia.

"Cuando Quint desapareció, Holmes miró a Watson, vio que estaba adormilado y pensó que ambos despertaban de algún extraño sopor"

Watson hizo lo que Holmes le pedía y a los cinco minutos entró en la sala de estar con un estuche de cartón de unas 20 pulgadas de largo por 10 de ancho y otras 10 de alto, en el que había pegada una etiqueta en la que rezaba “Peter Quint”. Holmes la recogió de manos de su ayudante y se la entregó al visitante, quien la abrió de inmediato con ademanes bruscos. Entonces sí se sentó sin permiso, procedió a quitarse la otra mugrienta y apestosa bota y se ajustó las piezas de escayola en los dos muñones. Después arrojó la caja de cartón al fuego de la chimenea y desapareció, dando un violento portazo a la vez que lanzaba un brusco juramento y amenazaba al detective con el puño.

Cuando Quint desapareció, Holmes miró a Watson, vio que estaba adormilado y pensó que ambos despertaban de algún extraño sopor, quizá debido a la nueva mezcla de tabaco para pipa que había ideado el detective, pero observó que el olor desagradable permanecía en la estancia y en la chimenea ardía algo parecido a una caja de cartón.

De inmediato, pensó en llamar a la señora Hudson para preguntarle si se había recibido alguna visita, pero ella lo rescató de sus dudosos pensamientos, porque abrió la ventana de par en par y depositó el servicio de té para tres personas encima de la mesa.

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