La literatura picaresca del Siglo de Oro español alcanzó alrededor de 1605 uno de sus momentos de mayor auge y experimentación. En ese año, célebre por la publicación de la primera parte de Don Quijote, veía también la luz La pícara Justina, novela anónima atribuida a Francisco López de Úbeda. Se trata de una curiosa y audaz variación del género picaresco: por primera vez la protagonista y narradora de sus desventuras es una mujer, Justina Díez, quien relata con tono burlón y lenguaje barrocamente exuberante cómo sobrevive a base de ingenio y picardía en una sociedad hostil
En ese contexto, La pícara Justina destaca por introducir dos elementos inéditos hasta el momento: la presencia de una pícara como protagonista y la inclusión de otro protagonista (Guzmán) en la narrativa. Hasta entonces, los pícaros literarios habían sido varones cuyas andanzas servían para satirizar la sociedad estamental y, a menudo, ofrecer alguna lección moral (aunque fuese bajo un tono irónico). La obra atribuida a López de Úbeda asume explícitamente las convenciones del género —la narración autobiográfica en primera persona, el origen humilde de la narradora, la sucesión de episodios de engaños y trampas—, pero lo hace con afán de subvertir la fórmula picaresca. Ya el propio título denomina “pícara” a Justina, y en la portada de la edición príncipe figura un grabado alegórico, “la nave de la vida pícara”, donde Justina aparece acompañada de Lázaro de Tormes y Guzmán de Alfarache en actitud paródica. Es decir, la novela reivindica su lugar dentro de la tradición picaresca a la vez que se burla de ella, situándose en diálogo crítico con sus ilustres predecesoras.
Justina: una protagonista femenina entre pícaros
Justina Díez, la narradora-protagonista, es presentada como una mujer libre, independiente y astuta, que reclama su voz en un mundo literario dominado por pícaros masculinos. De hecho, La pícara Justina figura entre las primeras novelas españolas con protagonista femenina de relevancia, precedida casi únicamente por La lozana andaluza, de Francisco Delicado (1528). A diferencia de los roles femeninos tradicionales de la literatura del Siglo de Oro (la doncella virtuosa, la esposa sumisa, o en el extremo opuesto la bruja o alcahueta tipo Celestina), Justina rompe moldes: es una moza de origen humilde (una “villana de origen judío”, según se ha apuntado) que toma las riendas de su destino mediante el engaño, la pillería y la osadía. En el prólogo de la obra, el autor la define como “mujer libre”, y en efecto, Justina actúa con una libertad y atrevimiento inusuales para una figura femenina de su época. Adopta “un papel activo, independiente y audaz”, llegando incluso a desempeñar roles típicamente vetados a las mujeres decentes de entonces, como vagar por los caminos disfrazada, burlar a religiosos y nobles crédulos, o contraer sucesivos matrimonios por conveniencia.
Las estrategias de supervivencia de Justina no difieren en esencia de las de cualquier pícaro: engaños ingeniosos, disfraces, embustes y toda artimaña que le permita sacar provecho de situaciones adversas. A lo largo de la novela, la pícara narra diversos episodios en que hace gala de su astucia para salirse con la suya y llenar el estómago. Por ejemplo, en un pasaje inicial cuenta cómo, siendo niña en la posada de sus padres, se aprovechó de la avaricia de una vieja pellejera que se hospedaba allí: con artimañas verbales logró que la tacaña le regalase un pedazo de cecina, unas cuentas de rosario y hasta la llave de un arcón, de donde Justina hurtó un espejo. La narradora comenta con sorna este golpe maestro, jactándose de haberle hecho un favor a la anciana: “le cogí un espejo del arca; merced fue que le hice para que no viese su maldita cara y se ahorcase como arpía” (Cap. IV). La crueldad humorística de la frase (llamar “arpía” a la vieja y sugerir que verla su propia fealdad la habría llevado al suicidio) ejemplifica bien el tono desvergonzado de Justina y su falta de escrúpulos a la hora de burlarse de los incautos que se cruzan en su camino.
El tono satírico domina toda la obra. La visión que Justina nos transmite de la sociedad es marginal, irreverente y sardónica. En sus aventuras no queda títere con cabeza: clérigos corruptos, bobos hidalgos, estudiantes fanfarrones, comerciantes ingenuos… todos los estamentos sociales, situaciones y personajes son puestos en la picota mediante la crítica humorística. La propia Justina demuestra un espíritu antisistema, riéndose de la autoridad y de la moral convencional en cada página. Incluso las supuestas moralejas que salpican el texto (a modo de apostillas o “aprovechamientos” después de algunos capítulos) están cargadas de ironía y doble sentido. Este ánimo burlesco y la ausencia de una auténtica intención moralizante distinguen a La pícara Justina de otras novelas picarescas más ortodoxas; aquí la sátira se impone a la lección moral, lo festivo prevalece sobre lo ejemplar. No es extraño, pues, que la obra fuese considerada poco edificante y quedara al margen de lecturas recomendadas en su época.
Por otra parte, La pícara Justina mantiene un interesante diálogo con la tradición picaresca masculina. No solo parodia motivos y estilos de Lazarillo y Guzmán de Alfarache, sino que los menciona explícitamente. Hacia el final de sus aventuras, Justina entra de lleno en el canon picaresco al enlazar su destino con el del pícaro más famoso: ni más ni menos que Guzmán de Alfarache. En un giro metaliterario, la novela concluye con el encuentro y matrimonio entre Justina y Guzmán, un crossover literario insólito que sirve como desenlace y a la vez como remate paródico. Esta boda final (Cap. IV) “felice estado que ahora poseo, quedando casada con don Pícaro Guzmán de Alfarache, mi señor”, –supuesta garantía de felicidad, que pronto deviene en viudez y nuevas nupcias para Justina– es un guiño que vincula la picaresca femenina con la masculina, quizás sugiriendo irónicamente que la pícara termina “domesticando” al pícaro (o viceversa). En cualquier caso, la incorporación de Guzmán al universo de Justina subraya la voluntad del autor de La pícara Justina de inscribir su obra en la saga picaresca consolidada, al tiempo que la somete a una revisión crítica y burlona.
Sátira barroca y juegos de palabras
Uno de los grandes atractivos de La pícara Justina es su voz narrativa, que coincide con la de la protagonista. Justina nos habla en primera persona, con desenfado y picardía, dirigiéndose a veces al lector con familiaridad e ironía. Su estilo es típicamente barroco, cargado de agudeza conceptista, refranes, alusiones cultas y populares, juegos de palabras y un léxico riquísimo y a menudo inventivo. Sin embargo, a diferencia de otros textos barrocos de difícil lectura, la prosa de Justina logra un curioso equilibrio entre la sencillez coloquial y la erudición burlesca. Así, la heroína pícara puede mezclar en un mismo párrafo un refrán campesino, una cita de Séneca y una broma escatológica, todo hilado con gracia natural. Este mosaico lingüístico refleja tanto la miscelánea de materiales de la novela (que integra elementos de la cultura popular y la culta) como la astucia verbal de la narradora, capaz de camuflar sus críticas mordaces bajo capas de humor.
La novela tiene una estructura voluntariamente digresiva e inorgánica: más que un argumento lineal, ofrece una sucesión de episodios y divagaciones ingeniosas. La propia Justina teoriza sobre la forma de contar historias, defendiendo la importancia de los “adornos” narrativos por encima de la trama en sí. En un pasaje metanarrativo, confiesa: «pienso yo que la bondad de una historia no tanto consiste en contar la sustancia della cuanto en decir algunos accidentes, digo acaecimientos transversales, chistes, curiosidades y otras cosas a este tono, con que se saca y adorna la sustancia de la historia». Esta declaración de principios resume el estilo digresivo y festivo de La pícara Justina: lo esencial no es el qué se cuenta (la “sustancia” de las peripecias), sino el cómo se adorna y sazona la narración con chanzas, curiosidades y ocurrencias. Justina actúa así no solo como protagonista, sino también como narratóloga picaresca, justificando sus desvíos y florituras retóricas como parte del entretenimiento. En otro momento, incluso se burla de sí misma al reconocerse una simple “relatera ensarta piojos” (cuentista de minucias) que escribe “para hacer borrones” y no grandes obras. Esta auto ironía refuerza la complicidad con el lector culto, que debe saber leer entre líneas el festín verbal que propone la autora ficticia.
Importancia en la historia literaria
En su época, La pícara Justina disfrutó de una repercusión inicial notable, beneficiándose del gran interés que despertaba entonces todo lo picaresco. El libro se editó por primera vez en Medina del Campo en 1605, reimprimiéndose ese mismo año en Barcelona bajo un título ligeramente distinto (La pícara montañesa llamada Justina). Pronto cruzó fronteras: en 1608 se publicó en Bruselas, y a lo largo del siglo XVII circuló en ediciones en italiano (traducción de 1624-1625) y más tarde en inglés (1707). Estas traducciones tempranas, con sus pintorescos títulos barrocos, indican que la obra consiguió traspasar el ámbito local y suscitar cierta curiosidad en Europa. Incluso en pleno siglo XVIII, el erudito John Stevens la vertió al inglés con el expresivo título The Spanish Jilt (“La española desdeñosa”).
Sin embargo, tras aquel éxito inicial, la novela cayó en un largo olvido. Durante más de dos siglos apenas fue leída ni tenida en cuenta por la crítica, eclipsada por las figuras mayores de la picaresca (Lázaro, Guzmán, Quevedo) y quizá lastrada por su dificultad y carácter menor a ojos de la academia. No fue hasta inicios del siglo XX, con la publicación de una monumental edición anotada a cargo de Julio Puyol y Alonso en 1912, cuando La pícara Justina recobró la atención de los especialistas. Desde entonces, la labor filológica e interpretativa ha revalorizado muchos aspectos de la obra, desde su atribución autoral discutida hasta su aportación a la picaresca como “novela de sátira y entretenimiento” más que de tesis moral.
La crítica literaria ha tenido tradicionalmente opiniones encontradas sobre La pícara Justina. Miguel de Cervantes, contemporáneo al supuesto autor, no la miraba con buenos ojos: en su poema satírico Viaje del Parnaso (1614) dedicó unos versos burlones al “autor de La pícara Justina”, al que tacha de “capellán lego” metido a escritor, y califica el libro de “librazo” capaz de causar estragos en el campo literario. Esta pulla cervantina sugiere que la novela de Justina fue vista por algunos autores serios como un producto tosco o falto de arte (Cervantes llega a incluir a López de Úbeda entre los “poetas chirles”, es decir, de escaso mérito). Siglos después, Marcelino Menéndez Pelayo, también la desestimó tachándola de obra “ingrata” y de fama inmerecida. Estos juicios negativos pesaron durante mucho tiempo en la valoración de La pícara Justina, relegándola al rincón de las curiosidades literarias más que al canon principal.


“Sátira femenina y crossover literario en el Siglo de Oro”,
¿Cómo se puede tener tan mal gusto literario de meter una palabra inglesa innecesaria en el título de un artículo sobre la literatura picaresca española?
A no ser que sea para anunciar a los lectores que el texto va a ser mediocre y que no deben perder el tiempo en leerlo, no lo entiendo.
Querido lector (o inquisidor de anglicismos, que es más específico):
Lamento profundamente que la palabra crossover haya perturbado su apacible paseo por la ortodoxia léxica del castellano. Imagino que tampoco leerá a Borges cuando habla de thrillers, ni a Cortázar cuando se mete en un happening, ni a ningún teórico actual que analice spin-offs del Quijote o remakes conceptuales de La Celestina. ¡Pardieez, qué pérdida tan grande para su biblioteca!
Usé crossover de forma deliberada, como hace cualquier autor que sabe que el lenguaje evoluciona, se mezcla y se cruza —precisamente— como los personajes de distintas tradiciones narrativas. En el artículo se habla de intertextualidad, parodia y diálogo entre géneros y voces, y crossover resume todo eso con precisión quirúrgica. No es pedantería, es síntesis.
Por otro lado, si algo del Siglo de Oro nos enseñó es que la sátira no está hecha para contentar a todos, sino para incomodar a quien vive demasiado cómodo en sus dogmas. Así que gracias: su comentario confirma que el texto, al menos, cumple con su propósito.
Atentamente,
Un autor mediocre —pero políglota.
Hay palabras extranjeras que no existen en nuestra lengua y que se deben adaptar a ella (güisqui, por ejemplo) y hay los extranjerismos o barbarismos, que no sirven más que para ocultar la variedad del vocabulario español. “Crossover ” es un barbarismo inútil (valga el pleonasmo) que está de moda en la publicidad, aquí en Francia (país donde vivo desde hace muchos años y donde sufro viendo cómo los esnobs galos prefieren adaptar el inglés macarrónicamente a su lengua que aprender ésta bien – siendo como es el francés la lengua más literaria, por no decir perfecta, que existe). Todos los días oigo en la radio y veo en la TV anuncios de coches “crossover”. Como todos los días oigo o leo en la prensa palabras inglesas inútiles a gente en general de un nivel intelectual que da miedo.
Una de las cosas que más me molesta de esa manía, es que, siendo del mismo gremio que usted (y usando mucho, por ello, los diccionarios de sinónimos), sé muy bien que si se prohibieran en un país las palabras extranjeras ello sería, para quienes utilizan el lenguaje públicamente, un gran estímulo para la búsqueda de palabras equivalentes, pues deberían explorar sinónimos y expresiones (y España es el país de las expresiones ocurrentes y sabrosas, de los refranes sintéticos).
Si usted fuera vasca y escribiera “crossover” en un artículo escrito en vascuence, yo lo comprendería. Pero ¡ en español (enriquecido con decenas de miles de palabras latinoamericanas, muchas de ellas extraordinarias que deberían usarse también en España) ! Yo estoy seguro de que si debiera usted quitar esa palabra de su texto, encontraría rápidamente su equivalente en nuestra lengua.
Utilizar un extranjerismo es pensar que el español es una lengua de vocabulario escaso y reconocer que necesita transfusiones semánticas de lenguas extranjeras. Y no creo que alguien que conozca la literatura española, como usted, pueda pensar eso.
PS. En cuanto a La Pícara Justina, conozco bien la obra y he escrito sobre un aspecto fundamental de ella que usted no aborda (sin duda por no ser éste el sitio para hacerlo). Si me pidieran que la definiera en dos palabras, las últimas en las que hubiera pensado es “crossover literario”.
Estimado lector:
Le agradezco el esmero con el que ha leído y respondido al artículo. No abunda —por desgracia— el lector que se detiene tanto en una sola palabra.
Aunque no coincidamos en el enfoque, su comentario me brinda la oportunidad de aclarar un aspecto esencial de mi trabajo, no solo como autora, sino como profesora de profesores de lengua y literatura, que es a lo que me dedico en otros ratos.
Usted se sorprende por el uso del término crossover en un artículo sobre literatura clásica. Yo, en cambio, me sorprendo de que aún se espere que hablemos de nuestros clásicos desde una cúpula filológica impermeable al presente. El término en cuestión no es una cesión servil al inglés. Es una elección retórica y pedagógica. Porque, cuando una intenta acercar la literatura clásica a generaciones que viven inmersas en anglicismos de facto, lo primero que aprende es que, a veces, hace falta una llave contemporánea para abrir una puerta del Siglo de Oro.
No soy partidaria de vulgarizar a cualquier precio, pero tampoco del purismo desmovilizador. Como bien sabrá si ha trabajado con textos como La pícara Justina, esa obra es ya un experimento de géneros, una parodia de formas heredadas, una transgresión constante. ¿Y no es eso —precisamente— lo que hoy la crítica cultural denomina crossover?
Mi intención no es “empobrecer” el idioma, como usted sugiere, sino todo lo contrario: mostrar que nuestros clásicos dialogan con lo híbrido, con lo inclasificable. Tal vez, si hubiéramos defendido menos las vitrinas y abierto más puertas, nuestros jóvenes leerían más… y despreciarían menos lo que suena a “obligatorio”. Pero estos debates suelen quedar atrapados en peleas de congresos y de hispanistas. Y conste que el Siglo de Oro no es mi especialidad, aunque en su día llegué a dominar el latín vulgar lo suficiente como para hablarlo. Ya se me olvidó —cosas de la Autónoma.
Respecto al francés, coincido con su diagnóstico. Yo también llegué buscando la lengua de Balzac y me encontré con titulares de supermercado. Y sin embargo, allí también tuve que adaptarme para enseñar. Porque el profesor que no se adapta se convierte en estatua. Y los alumnos no dialogan con estatuas.
No escribo esta saga para Zenda desde la nostalgia ni desde el canon, sino desde el aula. Y el aula, créame, es hoy una frontera. Intento que no se pierda el verso en un mundo que ya no lo escucha. Mezclo registros, códigos, contextos y referencias. Es mi forma de tender puentes. Y a veces, esos puentes tienen nombres anglosajones.
No hay idioma más rico que el español. Pero tampoco más descuidado. Si no lo actualizamos con responsabilidad —y también con respeto hacia quienes lo glorificaron y hoy yacen con él en sus tumbas—, lo estaremos dejando morir.
Créame: estoy harta de ediciones ecdóticas escrupulosísimas, de trabajos académicos impecables y de exigencias universitarias que, al final, no sirven —por desgracia— para nada. Al menos, no hoy. Me verá usted escribir muchas “barbaridades” como esta. Bueno, no las verá… aunque quizá debería, porque son precisamente las que ahora se nos exigen a los profesores universitarios. Lo otro, lo elitista, ya no lo quiere nadie. Hoy, lo que tiene valor es una mirada viva, actual, sobre lo que un día fue.
https://theconversation.com/de-las-jarchas-medievales-a-rosalia-la-alternancia-de-codigo-en-la-lirica-popular-185112
Entiendo sus argumentos, pero no los comparto. El debate populismo-elitismo es falso. Siempre ha existido un elitismo y él es el que ha hecho las grandes cosas en los grandes países (incluidos los comunistas). El elitismo que se rebaja al populismo desaparece. Sin elitismo no hay calidad. Por eso todos los grandes países tienen sistemas de enseñanza destinados a producir élites. Si los franceses (monárquicos y revolucionarios) crearon en el siglo XVIII el sistema francés de las Grandes Écoles, con sus “Prépas” para acceder a ellas, vigente aún, es porque se dieron cuenta de que un país sin élites es un país sin futuro (esa carencia de élites ha sido uno de los problemas de España, como ya diagnosticó, entre otros, Ortega y Gasset).
Todo esto para decir que rebajar la calidad de la enseñanza, como se hace en Occidente desde hace décadas, para adaptarse a la ignorancia de los alumnos es un suicidio. Aquí en Francia la tan prestigiosa École Polytechnique ha tenido que crear clases de ortografía para que sus alumnos puedan aprenderla, porque ni en la escuela, ni en los colegios ni en los liceos se enseña bien hoy.
En ese contexto, utilizar barbarimos es una de las muchas formas de renunciar a mejorar el nivel tan bajo de la enseñanza en nuestra época en Occidente (mientras en Oriente sube vertiginosamente – japoneses, coreanos y chinos, entre otros, no bromean con esas cosas).
Para mí, bastante más inteligente que utilizar extranjerismos para retener la atención de los alumnos mediocres es la actitud de los quebequeses, que son los mayores enemigos de los anglicismos que hay hoy en el mundo. Dentro de un Canadá anglófono, defienden el francés con uñas y dientes, mucho más y mejor que en Francia los propios franceses (a los que les importa su lengua algo más que a los españoles la suya, pero no mucho más). Cada vez que una palabra inglesa se pone de moda, en Quebec le encuentran una equivalente en francés y la imponen. Una de las más célebres y mejores es la traducción del americano “mail” o “email” por el francés “courriel” (courrier + mail). Los quebequeses tienen diccionarios de palabras equivalentes, muchas de ellas divertidas (en lugar del verbo “spoiler”, por ej., utilizan el neologismo “divulgâcher”, compuesto de divulguer y gâcher). Para “crossover” usan, según el contexto, «traversée», «transition», «passerelle», «mélange», «croisement», «métissage», «hybride», « incursion», etc. Todo menos el original inglés.
Para acabar, dice usted “lo elitista, ya no lo quiere nadie. Hoy, lo que tiene valor es una mirada viva, actual, sobre lo que un día fue”. Yo eso no lo creo. La calidad, en todo, nunca dejará de ser lo esencial: en pedagogía como en literatura. Y lo mediocre siempre estará de moda… únicamente entre los mediocres. Eso es lo que nos demuestra la posteridad. Y ahí están las ventas de libros de los muy elitistas Pessoa, J,R, Jiménez, Joyce, Saint-John Perse o Borges (por no hablar de Góngora, Gracián o Mallarmé) para probarlo.
Señor lector, ¡qué mal final hemos tenido este julio! ¡Me cachis!
No puedo menos que admirar su perseverancia. Qué envidia me da su tiempo libre, de verdad. A mí me falta para editar libros imposibles, coordinar revistas que nadie lee —porque, como bien sabe, están fuera del alcance medio intelectual— y terminar ediciones críticas con más aparato que paciencia. No se lo digo por dármelas, sino porque, ya que yo firmo con nombre y usted no, al menos sepa con quién está hablando. Usted no lo sabrá, pero yo sí sé quién soy.
El debate entre elitismo y populismo es antiguo, señor mío. Tan antiguo como este intento de disfrazar con retórica culta lo que en realidad es un simple desahogo con tono doctoral. Le diré lo mismo que a otros doctos indignados de oído: si tan necesarias son sus ideas, le animo sinceramente a que las publique. Yo misma dirijo una revista académica de impacto. Si quiere, le paso las normas de estilo: con gusto publicaremos su texto, revisión por pares incluida… Pero eso sí: se exige nombre, referencias y más contenido que diatriba.
Tal vez tenga usted en Dialnet algún texto del que una servidora pueda aprender. Yo tengo algunos, aunque no todos: faltan artículos, libros… Puede usted cotillear esos revoltijos académicos, que alguna cosa hay, como en el Paraguay.
¡Pero se la suda! ¡Usted va a la arenga con arenque en ristre! Me temo.
Yo escribo para tender puentes entre lo clásico y lo contemporáneo, y si a usted eso le parece una vulgaridad, le sugiero —sin acritud— que se entregue con más pasión al dominó, que al menos es un juego con reglas claras y menos anglicismos. Este no es el foro para revivir querellas de otra época ni para corregir al mundo desde el anonimato.
Dicho esto, si mis textos le resultan un martirio, le animo a mortificarse más, porque seguiré escribiéndolos. Con palabras híbridas, impuras y vivas. Porque el Siglo de Oro, si algo fue, es eso: una fiesta de mezclas, no un museo sellado.
“Lo malo de la inmensa mayoría de los que se llaman amantes del saber es que sólo quieren saber lo que ya saben.” — ya sabrá de quien es la cita.
Un saludo y ya.
Rosa Amor del Olmo
Constato, sorprendido, que como respuesta a mis argumentos sobre el tema de la utilización de barbarismos, habla usted de mi supuesto tiempo libre, de mi anonimato, de mi tono de diatriba, de mis posibles trabajos académicos, de que este no es un lugar para comentar los textos escritos en él, e incluso del dominó, como si todo ello tuviera algo que ver con el uso de extranjerismos en un texto literario, que es le tema de la discusión.
Es lo que en España se llama salirse por peteneras, expresión que el DRAE explica así: “Desviar el discurso con una incongruencia, frecuentemente para no pronunciarse en una cuestión comprometida.”
PS.
En mi anterior comentario se me olvidó dar como ejemplo de pedagogía muy seria y a la vez divertida, y que no necesita barbarismos para interesar a los alumnos o a los oyentes, la conferencia de Ángel Ruiz Pérez sobre “El banquete” de Platón, tema que podría ser muy árido y que el catedrático de griego de la Universidad de Santiago, hace muy ameno.
La presentación del conferenciante: 53min30
El comienzo de la conferencia: 56min30
El ejemplo de lo entretenido que puede ser un tema tan complejo: 1h03
https://www.youtube.com/watch?v=ZDPDGvAnf9Q&t=3336s
Excelente artículo en el que abunda el buen gusto y el conocimiento literario de la autora. Pocos autores modernos posmodernos y ciber hábiles, son capaces de hacer un minitratado sobre La Pícara Justina. Gracias por este buen rato de lectura
Felicitaciones a Rosa Amor del Olmo por tanta sapiencia y erudición.
Y le informo que pronto publicaré un ensayo que probará que Fray Juan de Ortega, el protegido del Emperador Carlos V de Alemania y I de España, es el autor del Lazarillo, escrito en medio de una guerra literaria entre dos bandos cortesanos para ganar el ánimo del Príncipe Felipe, el futuro Felipe II. Y el bando de Fray Juan de Ortega perdió.
¡Muchas gracias por la felicitación don Mario!
Me deja usted con más intriga que el mismísimo prólogo del Lazarillo.
Esa guerra literaria cortesana y ese Fray Juan de Ortega suenan a trama digna del mejor pícaro… ¡Estoy deseando leer su ensayo para ver cómo se las ingenió el “autor en la sombra”!
Eso sí, aviso: como buena lectora, pienso fisgonear cada pista como haría el propio Lazarillo. Seguro que será una buena aportación a la Restauración actual de la literatura canónica. ¡Mucho ánimo con todo y gracias por esos versos de agosto!
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Casi olvido decirle que Fray Juan de Ortega no se metió en la competencia cortesana por ambición personal (algo impensable en un hombre recto y admirador de Erasmo de Rotterdam, que no le aceptó al Emperador Carlos V el cargo de Obispo de Chiapas, al que renunció sin tomar posesión) sino a instancias del partido cortesano del Gran Duque de Alba. No olvide usted, apreciada Rosa Amor del Olmo, que Fray Juan de Ortega tenía nexos con Alba de Tormes, con Toledo y con Salamanca, y el partido cortesano del Gran Duque de Alba tenía un nuevo y poderoso rival en el corazón del Príncipe Felipe: El Príncipe de Eboli, cuya gran influencia quería contener. Y hay un dato importante: Al morir el Príncipe de Eboli en 1573 el Rey Felipe II ordena la publicación del Lazarillo Castigado por intermedio de uno de sus Secretarios, Juan Vázquez de Velasco, rehabilitando parcialmente El Lazarillo, prohibido desde 1559, porque no se atrevió a contrariar a su padre, el Rayo de la Guerra, porque el Emperador Carlos V permitió que el libro anticlerical circulara libremente por sus dominios. No creo que se trate de una trama digna de un pícaro, solo la exposición de una tesis con muchísimas bases históricas y literarias. El Lazarillo de Tormes fue una obra de encargo, como también lo fue La Eneida. La censura que sufrió El Lazarillo no solo fue de la Inquisición, también lo censuró la Corona y desde los Reyes Católicos, en España la Inquisición estaba subordinada a la Corona.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Gracias a usted por sus generosas palabras.
Le concedo que mis versos de agosto tienen la intención de destacar su don de gentes en un mundo lleno de males y de quisquillosos que arman alboroto por causas sin verdadera importancia, quizás malagradecidos quienes no valoran sus doctas palabras.
Y sobre mi próximo ensayo sobre Literatura (en 2023 publiqué en Amazon el ensayo “Cervantes, su propuesta de Novela Psicológica, Influencias del Quijote en El Ulises de James Joyce y Otras Notas”) le adelanto que el fraile jerónimo Juan de Ortega escribió El Lazarillo de Tormes en medio de una pugna entre grupos cortesanos para ganarse el ánimo favorable del Príncipe Felipe, futuro Felipe II, porque su protector Carlos V estaba ya de retirada y todos querían ganarse el favor del nuevo monarca. Y Fray Juan de Ortega perdió esa batalla aunque su obra literaria es inmortal. Al poco tiempo de morir Carlos V (en septiembre de 1558) Felipe II ordenó la prohibición del Lazarillo (1559). Muy pronto publicaré mi ensayo “El Lazarillo de Tormes de Fray Juan de Ortega: Verdadero Significado del Primer Anti-Héroe Moderno” y le enviaré una nota expositiva de su contenido, una mejora en relación a mis versos de agosto.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán
Le dedico la lectura de este poema a la brillante Rosa Amor del Olmo, en reconocimiento a su inteligencia y a su don de gentes:
“REGRESO A LA BARBARIE“
Humanidad: Solo diste cuatro pasos,
El quinto no lo has dado
Y regresaste al primitivo estado.
Triunfó el instinto atávico, la pasión irrefrenable,
El deseo irracional, el impulso animal, la voluntad salvaje,
La bárbara “Moral del Señor” que Nietzsche añoró y propagó:
Eres el guerrero victorioso, que al alba de los tiempos,
Mataba implacable a mujeres e infantes,
A todo hombre derrotado en un mundo arrasado;
Eres Aquiles sin frenos, caníbal animal,
Que a Héctor amenazó devorar;
Eres el héroe griego que repartía esclavitud y muerte,
El que al tierno infante al abismo arrojó
Y de todo enemigo la semilla borró;
Eres el conquistador que esclavizó
Y a todo nativo sojuzgó;
Eres otro Papa y Lutero, cualquier Patriarca
Y todo fanático en la esquizofrenia formado,
Empecinado en culpar al Judío,
Culpar de todo mal al Otro, al distinto,
Y lo quiere exterminar para ganar un falso Cielo,
Un falso Edén o Paraíso,
Fundado en mentiras, engaños y delirios.
Eres el falso, el hipócrita, el ignorante, el manipulador,
El cínico o el imbécil criminal, que llamándose “Cristiano”
Persigue Judíos, como antes,
En el Imperio de Roma pagana,
Eran los Cristianos perseguidos;
Que Judíos nacieron Cristo y la Virgen,
San José, los Apóstoles, El Bautista San Juan,
Moisés y cientos de Santos y Mártires más,
En la religión del Amor, la Solidaridad y el Pacifismo,
Del Perdón y la Fraternidad,
Que muy pocos practican, ésta es la cruda verdad,
Que al Quijote pocos lo entienden y menos lo quieren imitar.
Eres el aristócrata británico en la “gran empresa” enriquecido,
De esclavizar hombres hasta opio traficar
En la China atrasada, casi medieval;
Eres el “diligente y honrado” comerciante
Inglés, belga, alemán, francés, portugués, holandés
O de cualquier otra nación “civilizada”
Cuyos esclavos en oro contaba;
Eres “el caballero” sureño de la América “libertaria”,
Que opulento vivía de los esclavos que encadenaba;
Eres el Yanqui “risueño” que a todo negro, indio, chino,
Hispano o extranjero, discriminaba;
Eres “el orgulloso” soldado alemán
Que exterminó en Namibia
A hombres, mujeres y niños Hereros y Namas;
Eres Leopoldo Segundo, Rey de los Belgas,
Genocida en África, en el Congo Belga esclavizado,
Igual a Guillermo Segundo, el Káiser, el César de Alemania;
Sanguinarias bestias como Hitler, Mussolini, Hirohito,
Stalin, Mao, Pol Pot y muchas otras alimañas;
Eres el abominable criminal, bestia irracional,
Asesino impune del inocente indefenso;
Eres el Cristiano matando Judíos,
Eres el Turco matando Armenios,
El Hutu matando Tutsis,
El Cristiano matando Musulmanes,
El Musulmán matando Cristianos,
El Musulmán matando Judíos,
El Judío matando Musulmanes
El genocida racista, imperialista,
Fascista, nazi, militarista o comunista;
El fanático por religión o política,
Que demente mata, obediente a otro demente,
Quien dice hablar por Su Dios o Su Causa.
Eres la bestia latente que triunfar amenaza
En las profundas y terribles tinieblas
De nuestro pequeño y tribal corazón,
Eres el hombre cruel en el Abismo
Que renunció a tener Alma y Razón;
Eres el ser irracional que repudió su Humanidad
Y retrocedió a ser salvaje animal en fiera manada,
Que persigue, oprime, esclaviza y mata
Y en la Guerra conviertes hombres
En degeneradas bestias inhumanas
Eres el Holocausto,
Calculada, fría, industrial matanza.
También eres el Genocidio más tosco,
Primitivos son todos,
A palo y machete, que en Ruanda se ensañó,
Probando que el Monstruo nunca se marchó.
Eres el eterno genocidio, la eterna matanza,
Lo gritan Ucrania, Chechenia, Darfur,
La antigua Armenia y el Kurdistán,
la Franja de Gaza y los Balcanes,
Ruanda, Burma, Myanmar, Yemen,
Sudán, Etiopía y miles de lugares.
Eres la víctima, siempre inocente,
Y los asesinos, culpables por siempre,
Que agotan ya la flaca esperanza.
Eres Caín matando a Abel
Y Abel es El Otro
Y El Otro somos Todos,
Los opuestos al crimen, a la barbarie, al oprobio, a la matanza,
Quienes siempre lloraremos éstas eternas manchas,
Vergüenzas imborrables de la Humanidad.
Eres la Bestia Humana que invocando delirios,
Peligrosos dioses enfurecidos, libros sagrados
Y salvajes tradiciones ancestrales,
A las mujeres oprimes y matas.
Eres la irracional Bestia Humana
Que embrutecida, extermina animales y plantas,
Que cada día envenenas al Mundo,
Sin importarte que sea tu Única Casa.
Eres la irracional Bestia Humana
Que al inicio mató con una piedra,
Después fue el cuchillo, el hacha y la lanza,
La flecha, la espada, el cañón y la bala,
Los barcos de guerra, los submarinos,
Los aviones, los tanques, los misiles
Y hoy, la maldita Bomba Infernal,
Que toda vida en la Tierra puede exterminar.
Mario Raimundo Caimacán
(De su Poemario de 2023 “Poemas de un Mundo Salvaje”, desde Santa María de Mataztlán, República Bananera de Costromo).
Admirada
Rosa Amor del Olmo
La batalla literaria entre bandos o partidos cortesanos por la preferencia del Príncipe Felipe la perdió Fray Juan de Ortega porque el Emperador Carlos V le dejó por escrito unas “Instrucciones Secretas” a su hijo y heredero y éste trató siempre de observarlas, más aún en su consejo de oro: Mantener siempre su independencia de criterio y supremacía y no permitir que otro o algún grupo se imponga en su ánimo, porque Carlos V era enemigo de la figura del valido o favorito y nunca olvidó el destino de los Reyes Holgazanes de Francia, los últimos de la dinastía Merovingia, quienes perdieron el Trono porque abandonaron sus “deberes reales” y delegaron en “mayordomos de palacio” el ejercicio de la guerra y hasta del poder. Carlos V fue El Rayo de la Guerra, el último Rey Guerrero de España y su hijo Felipe II, aunque se autodefinió como “El Prudente” y se le recuerda como “El Rey Prudente”, lo cierto es que sus contemporáneos descontentos con él lo motaron de “Rey Papelero”, la expresión de la época para caracterizar a un burócrata. Carlos V se enfrentó a ejércitos enemigos comandando personalmente sus propias tropas mientras que el palaciego Felipe II se enfrentó a montañas de aguerridos papeles en su cómodo despacho, y su política de delegar en sus almirantes y generales y decidir sobre importantes materias, como la guerra, desde un lejano escritorio ausente de la realidad inmediata del mundo, lo llevó a errores catastróficos como la malograda “Armada Invencible” con la que intentó infructuosamente conquistar a Inglaterra, cuya gigantesca derrota, sea por los ingleses, por los elementos o por Dios, es mayoritariamente responsabilidad del Rey Prudente.
Sí en el ánimo del Príncipe Felipe las lecciones del Lazarillo de Tormes de Fray Juan de Ortega, del partido cortesano del Gran Duque de Alba, quedaron eclipsadas por la grandiosidad del libro de su contendor literario del partido cortesano liderado por el Príncipe de Eboli, ésta gran diferencia entre la literatura realista y la literatura fantástica en el gusto de Felipe II marcó la Historia de España.
Ahora sí le dejé una intriga desmesurada, mi admirada Rosa Amor del Olmo, y como usted es una mujer inteligentisima, brillante y prometió revisar todos mis argumentos para atribuirle El Lazarillo a Fray Juan de Ortega, le digo que es un gran honor para mí que usted me considere su interlocutor.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán
Estimado don Mario,
Le agradezco el tiempo y el esmero que ha dedicado a exponer con tanto detalle su tesis sobre la autoría del Lazarillo. Es evidente que ha invertido gran esfuerzo en documentarla y en articular un hilo histórico-literario propio, y eso siempre enriquece el diálogo. Coincido en que el contexto cortesano y político de la época ofrece un marco fascinante para reflexionar sobre esta obra, y tomo nota de las conexiones y datos que menciona.
Será interesante leer ese próximo ensayo que anuncia, y ver cómo desarrolla sus argumentos en un formato más amplio. Entre tanto, valoro el intercambio de ideas y el respeto mutuo que nos permite mantener viva la conversación sobre nuestro patrimonio literario.
Pláceme que este diálogo vos agrade, y que en buena hora podamos proseguirlo.
Admirada Rosa Amor del Olmo:
Gracias por sus generosas palabras y tenga por seguro que mucho valoro éste diálogo con usted, una persona tan brillante, tan preparada, tan talentosa, tan erudita.
Solo escribí un atisbo de mis argumentos que sostienen la tesis de la autoría de Fray Juan de Ortega del genial Lazarillo de Tormes, un atisbo sobre la motivación de su escritura, y en el ensayo me explayo en analizar su texto y probar su vinculación con su autor, explicando la finalidad política que lo orientó. Fray Juan de Ortega fue llamado por el mismo Emperador Carlos V para que organizara las obras necesarias para adaptar el Monasterio de Yuste como su sitio de retiro y en ese tiempo se escribió El Lazarillo y su publicación bajo anónimo se logró tan exitosamente porque existió un grupo de hombres poderosos comprometidos en la empresa, que no solo fue literaria, también política.
Atentamente,
B.S.M.
Mario Raimundo Caimacán