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Poemas de Chicago, de Carl Sandburg

Poemas de Chicago, de Carl Sandburg

Hijo de emigrantes suecos, Carl Sandburg (1878-1967), de Galesburg, Illinois, conquistó el derecho a su ciudadanía americana después de trabajar en diferentes oficios, el mismo camino por el que llegaron a la literatura tantos otros escritores norteamericanos: fue lechero ambulante, aprendiz de peluquero, maquinista teatral, peón de albañil, aprendiz en una fábrica de porcelanas, pinche de hotel, bracero agrícola, etc. Una enseñanza de vida que quedaría reflejada en su obra poética, concreta y vigorosa, que logró asimilar las dificultades del mundo y las peculiaridades del ser humano, como queda patente en los Poemas de Chicago.

Las enseñanzas de Whitman de que ciertos temas eran poéticos de por sí, que la poesía estaba abierta a recoger todas las circunstancias, fueron asimiladas por Sandburg hasta convertirse en su más fiel continuador.

Zenda reproduce 5 poemas incluidos en este libro de Carl Sandburg publicado por Visor. 

CHICAGO

Carnicero para el mundo entero,
fabricante de herramientas, almacenador de trigo,
niño que juega con trenes, repartidor de mercancías
por toda la nación;
tormentosa, malencarada, bravucona,
ciudad de espaldares capaces:

Me dicen que eres perversa y yo los creo, pues he visto a
tus mujeres maquilladas bajo las farolas, las he visto
engatusar a los muchachos.
Y me dicen que eres pérfida y respondo: sí, es cierto, he
visto al pistolero matar y salir libre para matar de nuevo.
Y me dicen que eres brutal y mi respuesta es ésta: en las caras
de mujeres y niños he visto las huellas del hambre atroz.
Y luego de responder así vuelvo una vez más a quienes se
mofan de ésta, mi ciudad, y les devuelvo la mofa y les
digo entonces:
venid y mostradme otra ciudad llena de habitantes con la
cabeza bien alta, que canten con tanto orgullo por estar
vivos, curtidos, por ser fuertes y astutos.
Arrojando imantadas maldiciones en medio de la faena de
los empleos que se amontonan uno a uno, he ahí un
buen pegador alto y osado, recortado sobre las ciudades
pequeñas y blandas;
feroz como un perro cuya lengua se relame de cara a
la acción, astuto cual salvaje arrinconado en zonas
agrestes, inexploradas,
sin cubrirse la cabeza,
palada tras palada,
destrozándolo todo,
planeándolo,
construyendo, rompiendo, reconstruyendo,
bajo el humo, la polvareda en toda la boca, riéndose con
sus blancos dientes,
bajo la terrible carga de un destino que se ríe como sólo
ríen los jóvenes,
riéndose como un combatiente ignorante que jamás haya
perdido una batalla,
alardeando y riendo, seguro de que bajo su antebrazo late
el pulso, y bajo sus costillas el corazón de las gentes,
¡riendo sin parar!
Ríe con la risa tormentosa, malencarada, jactanciosa de la
Juventud misma, semidesnudo, sudoroso, orgulloso de
ser el carnicero, el fabricante de herramientas, el que
almacena el trigo, juega con los trenes y reparte los
mercancías por toda la nación.

ESBOZO

Las sombras de los buques
se mecen en la cresta de la ola,
en el lustre azul y mortecino
de la lenta marea que sube despacio.

Una larga barra de arena por la franja en que termina el
cielo
extiende un largo brazo de arena en la inmensidad de la
sal.

Las lúcidas, inagotables arrugas
van entrando, se detienen, se retiran.
Se desmoronan las olas y las burbujas blancas, agotadas,
anegan el suelo de la playa.

Se mecen en la cresta de la ola,
en el lustre azul y mortecino
las sombras de los barcos.

MASAS

Entre los montes me alejé caminando y vi la neblina azul
y los rojos farallones y grande fue mi asombro.
En el arenal donde maniobran los remolcadores bajo el
incesante batir de las mareas me senté en silencio.
Bajo las estrellas de la pradera vi sesgarse al Carro sobre la
hierba del horizonte. Me rebosaban los pensamientos.
Grandes hombres, festejos de la guerra y el trabajo,
soldados y obreros, madres con sus hijos en brazos…
A todos ellos rocé, y noté el solemne escalofrío que
causan.
Y un buen día fui a echar un vistazo de verdad a los
pobres, a los millones de pobres que faenan sin perder
la paciencia, más pacientes que farallones y hendiduras,
mareas y estrellas; innumerables, pacientes como las
tinieblas de la noche, todos arruinados, humildes
ruinas de las naciones.

PERDIDO

Desolado y solo,
la noche entera en el lago
donde rastrea la neblina y la bruma acecha,
suena la sirena de un barco
y llora sin cesar
como un niño perdido
en las lágrimas y el quebranto
que ronda el seno del puerto
y del puerto asoma en los ojos.

EL PUERTO

Al pasar entre las tapias escoradas, feas,
ante los portales donde las mujeres
miran con sus ojos ahondados en el hambre,
acosados por las manos del hambre,
al abandonar las tapias escoradas, feas,
llegué de pronto al confín de la ciudad,
al azul estallido del lago,
las alargadas olas que rompen al sol,
la curva espumarajeada de la orilla,
la tormenta en el aleteo de las gaviotas,
masas de grandes alas grises
y vientres blancos que pasan volando,
que viran y giran libres en la inmensidad del espacio.

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Autor: Carl Sandburg. Título: Poemas de Chicago. Editorial: Visor. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

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