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Poniendo en pie Desmayadas

Poniendo en pie Desmayadas

Los museos están llenos de representaciones de mujeres desmayadas. El desvanecimiento inunda la Historia del Arte y configura la imagen que se ha querido construir a lo largo de los siglos sobre la figura femenina. Fernando Bayón analiza en este ensayo los escenarios sociales que se han visto tradicionalmente afectados por esa imagen de la mujer.

En este making of Fernando Bayón explica por qué ha escrito Desmayadas (Abada).

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Hace ya años, leí en la cartela que escoltaba a uno de los cuadros de una exposición dedicada a Cézanne una referencia a su “pincel desmayado”. ¿Cómo podría haberse desmayado un pincel? En los usos de la crítica de arte este ejemplo de prosopopeya está consolidado y resulta eficaz. Sirve para describir la evanescencia del trazo, su aire no agresivo y solo falsamente relajado. Lejos de referirse a una falta de dominio del pintor sobre su materia, hace notar un tipo de control sobre ésta en que se rehúsa lo incisivo y violento.

Había algo en el desmayo que apuntaba más allá de los gestos banales con que gobernamos nuestros tratos con la realidad, seamos un pincel o una persona. Pero, para abordar ese “algo”, quise desplazar el desmayo desde el orden de los formalismos estéticos a otro con el que me sentía más cómodo, por interés personal y competencia profesional. ¿Qué sentido tienen los desmayos no como figuras estilísticas sino como motivos temáticos dentro de ficciones artísticas? Aquí se imponía distinguir algo en lo que embarrancan, según me parece, muchos esfuerzos de escritura filosófica: convenía distinguir entre tema y motivo.

"El desmayo era mi motivo; pero el tema era otro. El tema es aquello sobre lo que el motivo arroja sus luces"

En esto la filosofía ha tenido que aprender de la música. Richard Wagner, por poner un ejemplo, puede introducir una plétora de motivos para elaborar un tema: la mortalidad de los héroes, la traición política, la ruptura entre padres e hijos, son temas que recorren toda su dramaturgia; pero para hacerlos sentir al receptor, construye, desarrolla y varía una serie muy rica de motivos —que son a la vez literarios, escénicos y sinfónicos—. También en filosofía necesitamos dar el rodeo de un motivo para ir directamente al tema.

No convenía confundir, por lo tanto, el tema con su motivo. El desmayo era mi motivo; pero el tema era otro. El tema es aquello sobre lo que el motivo arroja sus luces. Hasta que no se visibiliza un motivo con la plasticidad argumental y la fuerza narrativa suficientes, los temas permanecen impasibles en su abstracción.

"Quería escribir un ensayo sobre las violencias que configuran el vacío entre dos cuerpos, centrándome para ello en el tratamiento del desmayo en ficciones artísticas"

El tema del libro, dicho de forma muy gruesa, es el de las relaciones de poder que gobiernan sordamente nuestros cuerpos. Y esas relaciones de poder no van precisamente paseándose por la Gran Vía (por más que todas las grandes vías proclamen desde su nombre dichas relaciones). El desmayo es el motivo que elegí para dar visibilidad a ese poder “rutinizado” entre los cuerpos. Un desmayo, dentro de una ficción, hace que el espectador cuestione la relación que, hasta ese momento, no se cuestionaba. Las cosas iban bien cuando, de repente, lo que parecía fluir se interrumpe. Lo que parecía vivo y activo se indispone, exhibiendo una impotencia, acusando un golpe, delatando —de esa forma tan pobre y hasta ridícula— que la escena estaba en realidad animada por alguna violencia indigerible.

A partir de aquí, el libro debía decidirse por una forma adecuada para sí y suficientemente atractiva para el lector. También en este punto había que optar entre dos extremos. Uno de los dichos que más circulan entre los denominados intelectuales afirma que, cuando a un escritor se le agotan las ideas originales, se dedica a escribir diccionarios. Esta maligna apreciación es sin duda injusta, especialmente con los buenos diccionarios, pues ¿quién se atrevería a rebatir que el Diccionario de lugares comunes fue uno de los proyectos más originales de Flaubert? Sea como fuere, tomé esa malicia por una alerta a la hora de componer Desmayadas. Quería escribir un ensayo sobre las violencias —benéficas o terribles— que configuran el vacío entre dos cuerpos, centrándome para ello en el tratamiento del desmayo en ficciones artísticas de géneros tan distintos como la poesía, la literatura, el teatro o la cinematografía.

"No se podía ensayar nada sobre el desmayo sin referirse a los desmayos. Entre el alto despliegue del concepto y el erudito rosario del ejemplo, mediaba eso que llamamos ensayo"

Un ensayo, no un diccionario ni un tratado. El tratado aspira a extenuar su tema elevándolo al honorable rango del concepto. Un trabajo, no cabe duda, de la mayor enjundia filosófica. El diccionario, por su parte, ordena su tema (los lugares comunes, el diablo o la mitología romana) “repertorizándolo” mediante una lista de ejemplos escrupulosamente ordenados, esquivando la obligación de sintetizarlos en algo parecido a un concepto.

¿Cómo podía este libro convertirse en un ensayo, ese género mucho más tentativo e indócil que el tratado, pero bastante más comprometido con el despliegue argumentativo de una hipótesis, es decir, más expuesto al riesgo que implica presumir una conexión inédita entre cierto tema y ciertos motivos, que un diccionario?

El making of de Desmayadas tiraba simultáneamente en ambas direcciones: de una parte, el ensayo necesitaba escapar de la casuística del desmayo, rescatando un valor filosófico para un gesto tantas veces devenido en el tópico más demodé de un relato; de otra parte, ese valor no podía reclamarse al margen de sus ejemplos artísticos, de esos incontables casos en que autores de todas las épocas, de Safo a Rita Azevedo Gomes, lo habían revestido de un interés real en sus obras. No se podía ensayar nada sobre el desmayo sin referirse a los desmayos. Entre el alto despliegue del concepto y el erudito rosario del ejemplo mediaba eso que llamamos ensayo.

"Pareciendo constituir su precondición más honesta y necesaria, la selva de ejemplos podía convertirse, a la postre, en la mayor trampa para el libro"

Este es un libro muy largamente gestado. Para bien y para mal. Me refiero a que la labor de documentación y archivo se ha extendido en el tiempo de manera prolija y obsesivamente detectivesca, por no decir cómica —un motivo tan extensamente cultivado acaba por fabricarle al autor la ilusión de que el mundo entero puede descifrarse a su través—. He perseguido desmayos en cinematecas —siendo la casera desde luego la más frecuentada— o buceando en archivos sometidos a clasificaciones que sugerían, por sí mismas, itinerarios del pensamiento —como en la mejor Inteligencia Artificial que conozco, la biblioteca Aby Warburg de Londres—.

Solo en el repertorio cinematográfico llegué a registrar más de seiscientos ejemplos. Pareciendo constituir su precondición más honesta y necesaria, la selva de ejemplos podía convertirse, a la postre, en la mayor trampa para el libro. Si no quería convertir el ensayo en el trasunto libresco de una exposición antológica, había que seleccionar y gobernar los ejemplos, perdiendo el miedo a dejarse en la Moleskine desmayos que parecían irrenunciables… hasta que se renunciaba a ellos.

"De lo que se trataba no era del desmayo en sí, como episodio fisiológico más o menos embarazoso, sino del valor ideológico que se le adosa en las ficciones que nos han acostumbrado a consumir"

Para ese gobierno era imprescindible mantener la firmeza de la hipótesis de partida, incluso allí donde parecía enrevesarse o hasta desfallecer. Ningún gesto es inocente. Todo gesto expresa una forma de hacer sociedad y de padecer nuestras sociedades. Las ficciones, esos laboratorios artísticos de lo político, distribuyen sus poderes —matar y morir, hablar y callar, aguantar o caer— de manera muy táctica y discriminatoria. El desmayo en el arte, de Pasolini a Buñuel, lo prueba rotundamente. Es uno de los gestos más olvidados y que mejor nos permite pensar, sin embargo, las diferencias con que hemos puesto en escena los poderes de hombres y mujeres.

La perspectiva de género se volvía abrumadora. En nada la desgastaba el hecho de que el arte haya insistido también, pero no igualmente, en desmayos masculinos, pues de lo que se trataba no era del desmayo en sí, como episodio fisiológico más o menos embarazoso, sino del valor ideológico que se le adosa en las ficciones que nos han acostumbrado a consumir y desde las que se nos ha formado en la cultura del golpe o la del shock, la de la fuerza o la paciencia. El desmayo le arranca el guante de seda a la mano que reparte las cartas de la resistencia y las del trauma.

El orden con que el libro debía introducir los diversos géneros —ahora me refiero a los artísticos— estuvo calculado desde un inicio. Primero, la imagen (la pintura). Luego la palabra (la literatura). Finalmente, su reunión, la escritura de la imagen en movimiento (cinematografía), con excursos que hicieran accesible dichos tránsitos: la iconografía, entre la pintura y la literatura; la dirección escénica, entre la literatura y el cine.

"Tomarse en serio esas figuraciones, en su doble sentido, podía acabar siendo una forma de excavar el vacío que tantas veces se abre entre nuestros poderes y nuestros cuerpos"

Como lector, tiendo a impacientarme con las introducciones en que el autor se demora en explicaciones acerca de lo que su libro no es o lo que su libro no pretende (este libro no es una historia de la literatura, este libro no pretende ser un tratado…). Esos prospectos farmacéuticos con ropas de prólogo nos impacientan (“deje de una vez que el libro diga por sí mismo lo que sí es”) o bien suscitan la sospecha de que el firmante no está muy convencido de que sus argumentos hayan sido bien escogidos y defendidos. Puede que yo también haya pecado en ocasiones de dicha farmacología.

Pero, ya que mi motivo era el desmayo, tanto en sus más bellos órdenes ficticios (bastaría recordar los contenidos en El cuento de invierno de Shakespeare o en El descendimiento de la cruz de Rogier van der Weyden), cuanto en los desórdenes políticos que dejan en evidencia casi todas sus caídas, Desmayadas debía aclarar página tras página cuáles habían sido las instrucciones de uso de esas “figuraciones” artísticas de la impotencia femenina a través de los siglos.

Tomarse en serio esas “figuraciones”, en su doble sentido, podía acabar siendo una forma de excavar el vacío que tantas veces se abre entre nuestros poderes y nuestros cuerpos. Quizá al final de esa excavación mi motivo haya terminado encontrando su verdadero tema.

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Autor: Fernando Bayón. Título: Desmayadas: Figuraciones de la impotencia femenina en el arte. Editorial: Abada. Venta: Todos tus libros.

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