Inicio > Libros > No ficción > Vergüenza, vergüenza, vergüenza, vergüenza…

Vergüenza, vergüenza, vergüenza, vergüenza…

Vergüenza, vergüenza, vergüenza, vergüenza…

Para que yo pueda escribir esta impotente reseña en mi ordenador portátil con su batería recargable de iones de litio ha existido en este mundo, en la región congoleña de Katanga, un niño de trece años picando una mena de cobre-cobalto a sesenta metros bajo tierra. Lleva siete horas sudando en un túnel negro y estrecho, la espalda en el suelo terroso, la linterna en la cabeza y el corazón oprimido. Una nube de polvo tóxico ahoga sus pulmones. El niño se llama… El niño no tiene nombre, para que podamos dormir tranquilos. Pero tiene un padre y una madre que lo quieren como cualquiera de nosotros quiere a sus hijos. Tiene además dos hermanos de seis y ocho años que lo admiran. Hasta hace dos meses, yendo cada mañana a la escuela, mantenía viva la aspiración de continuar sus estudios en la Universidad de Lubumbashi. Se imaginaba, con diez años más, de profesor de escuela, rescatando de la miseria y la explotación a las miríadas de niños de las regiones mineras del Congo. Ocurrió sin embargo un fatal accidente. Su esforzado padre, cuya finalidad en esta vida es dar estudios a sus hijos, descendiendo un día por la cantera resbaló pendiente abajo con tan mala suerte que se quebró el brazo derecho. Con esta grave lesión no podía trabajar en la mina ni cobrar en consecuencia la exigua paga de dos dólares diarios. Su hijo mayor, al que nunca hubiera querido ver en la cantera, evitó el naufragio familiar ocupando su puesto. Gracias a su extenuante trabajo seguía habiendo comida en la casa y sus dos hermanos permanecían en la escuela.

"Los primeros han alcanzado ya la superficie cuando resuena un estruendo, el túnel se convierte en un alud de tierra y el mundo entero se derrumba sobre ellos"

Para que tú, lector, puedas leer esta impotente reseña quizá en tu tablet con su batería recargable de iones de litio, este niño cuyo nombre preferimos ignorar ha cumplido ya una larga jornada de diez horas. Se arrastra en fila con otros jóvenes mineros fatigados hasta la oquedad desde la que, allá en lo alto, a sesenta metros de distancia, se adivina la tenue luz del sol cayendo sobre el horizonte. Tras alzar uno a uno atados a una cuerda los sacos llenos de rocas de cobalto, llega al fin su turno. Sus compañeros trepan por la cuerda presionando con los pies las paredes del túnel. Él espera impaciente entre los últimos de la cuadrilla. Ansía la luz y el aire y la libertad, el abrazo cálido de sus padres y la risa feliz de sus hermanos. Los primeros han alcanzado ya la superficie cuando resuena un estruendo, el túnel se convierte en un alud de tierra y el mundo entero se derrumba sobre ellos. Sufre todavía unos segundos, se asfixia, reza a Dios, grita por qué en su conciencia, lo oprime el silencio infinito, revienta su corazón y muere.

Para que tú, lector, puedas leer esta impotente reseña quizá en tu teléfono móvil entre semáforo y semáforo mientras conduces acaso tu vehículo eléctrico que no contamina con su gran batería recargable de iones de litio, miles de personas mueren cada año en los cientos de derrumbes en las minas del Cinturón de Cobre de África Central, miles de niños dejan la escuela para sumergirse en las entrañas de la tierra, miles de mujeres son violadas por los soldados del ejército congoleño, miles de familias son expulsadas de sus casas por las empresas mineras chinas para socavar los cimientos en busca del codiciado metal, miles de seres humanos sin otro medio de vida son explotados como esclavos por otros seres humanos que necesitan su trabajo para obtener una ganancia cuya cuantía aumenta sin lógica ni proporción conforme el cobalto, subiendo de peldaño en peldaño por la cadena de suministro, escala hasta la alta cima de la pirámide, donde un reducido grupo de plutócratas, a los que la sociedad del bienestar venera como “genios visionarios”, amasa descomunales fortunas.

"¿Cómo va el dinero a desafiar la ley de la gravedad? ¿Cómo va a multiplicarse cuesta arriba peldaño tras peldaño?"

Para que tú, lector, puedas reenviar esta impotente reseña en tu ordenador portátil, en tu tablet o en tu teléfono móvil a otros dispositivos digitales, cada uno de ellos con su milagrosa batería recargable de iones de litio, te conviene creer las solemnes declaraciones de las grandes compañías que impulsan la extracción del cobalto —“Apple trabaja para proteger el medio ambiente y salvaguardar el bienestar de los millones de personas que se ven afectadas por nuestra cadena de suministro, desde el nivel minero hasta las instalaciones donde se ensamblan los productos”; “Samsung mantiene una política de tolerancia cero contra el trabajo infantil”; “Para garantizar que el cobalto de la cadena de suministro de Tesla procede de fuentes éticas, hemos implantado una guía de debida diligencia para su abastecimiento”, etc.—, así como creer también que la pirámide económica de la humanidad descansa erguida sobre su ancha base de explotación y miseria para que la cima rasque el cielo con su pico de oro, cuando cualquiera con ojos en la cara ve las cosas al revés. ¿Cómo va el dinero a desafiar la ley de la gravedad? ¿Cómo va a multiplicarse cuesta arriba peldaño tras peldaño? El dinero corre pendiente abajo arrastrando ceros compactos y redondos como un alud de tierra en un túnel de una mina de Katanga. La pirámide está invertida: abajo la cúspide mezquina, hundida para siempre en el infierno, y arriba la ancha y noble base tocando el cielo, y cuando un niño de trece años muere ahogado bajo la tierra, un ángel de alas blancas le tiende la mano.

—————————————

Autor: Siddarth Kara. Traductora: Patricia Teixidor. Título: Cobalto rojo. Editorial: Capitán Swing. VentaTodostuslibros.

5/5 (3 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios