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¿Por qué caen los imperios?, de Peter Heather y John Rapley

¿Por qué caen los imperios?, de Peter Heather y John Rapley

Seamos sinceros: Occidente ya no domina el planeta. Con el cambio de milenio, las tornas han cambiado. Nuestro estancamiento económico, demográfico y social son claros indicadores de un declive cada vez más acelerado. Para que entendamos cómo se produce este fenómeno de extinción, Peter Heather y John Rapley han escrito un libro en el que explican, tal y como reza el título, ¿Por qué caen los imperios?

En Zenda reproducimos la Introducción de ¿Por qué caen los imperios?, de Peter Heather y John Rapley.

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INTRODUCCIÓN

Siga al dinero

¿Puede Occidente volver a hacerse grande a sí mismo? ¿Debería siquiera intentarlo?

Entre 1800 y los inicios del presente milenio, Occidente se expandió y dominó el planeta. En el transcurso de esas dos centurias, pasó de ser uno más de una serie de actores iguales en una economía global emergente a generar más de ocho décimas partes de la producción mundial. Al mismo tiempo, los ingresos medios del mundo occidental, las economías desarrolladas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de hoy, pasaron de ser más o menos iguales a las del resto de la humanidad a ser cincuenta veces mayores.

Esta dominación económica abrumadora facilitó una remodelación política, cultural, lingüística y social del planeta a imagen y semejanza de Occidente. Casi por doquier, el Estado nación, un producto de la evolución interna de Europa, se convirtió en el referente de la vida política y reemplazó a la diversidad inmensa de ciudades Estado, reinos, califatos, obispados, reinos de jeques, cacicazgos, imperios y regímenes feudales que, hasta entonces, habían proliferado por todo el globo. El inglés se convirtió en el idioma del comercio global y el francés (y más tarde de nuevo el inglés) en el de la diplomacia global. El mundo depositó sus reservas en los bancos occidentales y primero la libra y más tarde el dólar reemplazaron al oro como el lubricante del comercio entre las naciones. Las universidades occidentales devinieron las mecas de los aspirantes a intelectuales de todo el orbe y, hacia finales del siglo XX, el planeta se entretenía con películas de Hollywood y fútbol europeo.

Entonces, de repente, la historia dio marcha atrás.

Una vez que la Gran Recesión de 2008 se convirtió en el Gran Estancamiento, el porcentaje de la producción global de Occidente declinó del 80 al 60 por ciento y ha seguido cayendo, aunque con más lentitud, desde entonces. Los ingresos reales descendieron, se disparó el desempleo juvenil y los servicios públicos fueron erosionados por el espectacular aumento de la deuda, tanto pública como privada. Las dudas y la división interna reemplazaron la sólida autoconfianza de la década de 1990 en el discurso político liberal-democrático de Occidente. Al mismo tiempo, otros modelos, en particular la planificación central autoritaria del Estado chino, ganaron creciente influencia en el escenario mundial, reforzado por una economía china que, en el transcurso de cuatro décadas, tuvo una asombrosa media de crecimiento anual de sus ingresos per cápita de más del 8 por ciento, lo cual significa que los ingresos reales de China se duplicaron cada década. ¿Por qué el equilibrio del poder mundial ha experimentado un giro tan espectacular contra Occidente? ¿Es un declive que puede revertirse o es una evolución natural a la que Occidente haría bien en adaptarse?

Esta no es la primera vez que el mundo ha sido testigo de un auge y caída espectacular. El ascenso de Roma hacia lo que en su época se consideraría una dominación global se inició en el siglo segundo antes de Cristo y su reinado duró casi quinientos años, hasta que se derrumbó durante las centurias centrales del primer milenio de nuestra era. Aunque esto ocurrió hace 1500 años, este libro sostiene que el fin de Roma nos ofrece todavía hoy importantes lecciones para el presente y recurre al Imperio romano, y al mundo que este engendró, para repensar la historia en evolución y la situación actual del Occidente contemporáneo. No somos los primeros en pensar que el destino de Roma tiene algo que enseñar al mundo moderno; no obstante, hasta el momento, este solo ha movilizado su historia para ofrecer un diagnóstico extremadamente prooccidental. Tal y como expresó el historiador Niall Ferguson en un artículo de gran repercusión mediática acerca de la masacre parisina de Bataclan en 2015, publicado en algunos de los principales diarios a ambos lados del Atlántico (en particular el Sunday Times y el Boston Globe), Europa, «con sus centros comerciales y sus estadios deportivos se ha tornado decadente», mientras permite entrar a «forasteros que codician su riqueza sin renunciar a su fe ancestral […] al igual que el Imperio romano de principios del siglo V, Europa ha consentido (la cursiva es nuestra) que se derrumben sus murallas». Tal es, concluye Ferguson, «exactamente como caen las civilizaciones». Aquí se inspira en la célebre obra maestra de Edward Gibbon, Decadencia y caída del Imperio romano, que argumentó que Roma sufrió una lenta erosión interna una vez dejó de resistir a los forasteros –una extraña mezcla de cristianos y bárbaros godos, vándalos y otros– que habían empezado a prosperar dentro de sus fronteras. Como si padeciera un virus que debilitaba poco a poco las fuerzas del anfitrión en el que se introducía, el imperio decayó poco a poco desde su Edad de Oro hasta que llegó a un punto en que perdió toda voluntad de vivir. La perspectiva básica de Gibbon –esto es, que Roma tenía en sus manos su propio destino– sigue ejerciendo influencia en la actualidad y, para algunos, Ferguson entre ellos, la lección es evidente. El antídoto al declive imperial es controlar las fronteras, mantener fuera a los «extranjeros», erigir muros y reafirmar la fe ancestral, además de adoptar un nacionalismo más potente y revisar los tratados de comercio internacional.

Por más poderosos que sean los tópicos manidos de los bárbaros invasores y la decadencia interna, lo cierto es que Gibbon escribió hace mucho tiempo; su primer volumen se publicó en 1776, el mismo año en que Estados Unidos se proclamó independiente. De igual modo, durante los dos siglos y medio transcurridos desde entonces, nuestras visiones de la historia de Roma han cambiado y nos ofrecen una perspectiva del todo diferente de la situación en la que Occidente se halla actualmente y de cómo será su probable evolución en las próximas décadas.

Una potencial historia romana revisada que contribuyera a una alternativa y descolonizada comprensión de la situación actual de Occidente quedó clara en una conversación entre ambos autores hace más de una década. Peter Heather es un historiador del mundo romano y posromano, con particular interés en cómo la vida en los confines de un imperio global transformó las sociedades situadas en su órbita. John Rapley es un economista político que investiga la experiencia sobre el terreno de la globalización en el moderno mundo en desarrollo. Tras una conversación que se prolongó durante toda una tarde, los dos vimos que habíamos llegado a conclusiones similares en relación con el desenlace de los muy diferentes imperios en los que trabajamos.

Lejos de determinar su propio futuro mediante decisiones y acontecimientos que tuvieron lugar dentro de sus propios confines, los dos considerábamos que, en lo fundamental, «nuestros» imperios empezaron a generar el fin de su propio dominio a causa de las transformaciones que desencadenaron en el mundo que los rodeaba. A pesar (y, a veces, a causa de) las profundas diferencias entre la Antigua Roma y el Occidente moderno, las dos historias se ilustran mutuamente. Existe un ciclo de vida imperial que comienza con el desarrollo económico. Los imperios empiezan a existir para generar nuevos flujos de riqueza para un núcleo imperial dominante, pero, al hacerlo, crean nueva riqueza tanto en las provincias conquistadas como en territorios más periféricos (tierras y pueblos que no están sometidos a colonización formal, pero que quedan sujetos a una relación económica de subordinación al núcleo desarrollado). Tales transformaciones económicas conllevan consecuencias políticas inevitables. Toda concentración o flujo de riqueza es un posible elemento constitutivo de un nuevo poder político para los actores que puedan explotarlo. Como consecuencia directa, el desarrollo económico a gran escala en la periferia inicia un proceso político que, con el tiempo, desafía el dominio de la potencia imperial que inició el ciclo.

Esta lógica económica y política es tan poderosa que hace inevitable un cierto grado de declive del viejo centro imperial. No es posible «hacer América grande de nuevo» (o el Reino Unido o la Unión Europea), porque el mismo ejercicio de la dominación occidental de los últimos siglos ha reorganizado las bases constituyentes del poder estratégico global sobre las que se asienta esa «grandeza». Esto también significa que los intentos desinformados de revertir dicho declive, al estilo de los que hemos visto en épocas recientes como la «América MAGA» o el Reino Unido del Brexit, solo se arriesgan a acelerar y ahondar el proceso. Sin embargo, el resultado final no tiene por qué constituir un desmoronamiento catastrófico de la civilización con un declive económico absoluto y a gran escala, así como una dislocación general, sea social, política, e incluso cultural.

Como también recalca la historia del mundo romano, los imperios pueden responder al proceso de ajuste con toda una gama de medidas posibles, desde las profundamente destructivas a las mucho más creativas. El Occidente moderno está próximo al inicio de su proceso de ajuste; el mundo romano lo completó hace mucho tiempo y aquí, de nuevo, una comparación minuciosa nos ofrece importantes perspectivas. El verdadero significado de las trayectorias visibles de desarrollo hoy en Occidente –que, en la actualidad, están en un estadio relativamente temprano– pasa a primer plano cuando se comparan con los cambios a largo plazo observables en la evolución y descomposición del Imperio romano durante el medio milenio que siguió al nacimiento de Cristo.

Con el fin de explorar esta comparación en todo su potencial, este libro se divide en dos partes. La primera se vale de la historia de Roma para comprender el ascenso del Occidente moderno. Revela las sorprendentes semejanzas entre la evolución económica y política del mundo occidental de las últimas centurias y la del Imperio romano y analiza por qué su asombrosa dominación de la economía mundial ha experimentado un retroceso tan significativo y está abocada a seguir haciéndolo. No obstante, aunque el moderno desafío de la periferia en desarrollo está aún en una fase inicial, sí es posible explorar a fondo el papel del ascenso de la periferia en el debilitamiento del Imperio romano y en la generación de nuevos mundos durante la fase posterior al colapso imperial. Por tanto, la segunda parte adopta un enfoque ligeramente diferente: no es posible presentar en paralelo los dos relatos imperiales, pues uno de ellos está todavía lejos de haberse completado. Comenzaremos por examinar de cerca el colapso romano, con el objetivo de identificar los factores clave en juego en dicho proceso, mientras que en los capítulos restantes examinaremos la relevancia de cada uno de tales factores para el Occidente moderno y emplearemos las evidencias de la Antigüedad para considerar la gama de desenlaces a largo plazo, mejores o peores, que se barajan en la actualidad. Aunque no es posible hacer grande de nuevo a Occidente en el sentido de reasentar una dominación global incontestada, el necesario proceso de ajuste podría insertar lo mejor de la civilización occidental en el emergente nuevo orden global, o destruir toda esperanza de mantener la prosperidad de las poblaciones occidentales en un mundo reconstruido. En última instancia, como la historia romana remarca una vez más, el futuro de Occidente dependerá de las decisiones políticas y económicas que tomen sus ciudadanos y sus líderes en los años decisivos que nos esperan.

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Autores: Peter Heather y John Rapley. Título: ¿Por qué caen los imperios? Editorial: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros.

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