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Primera edición de Alicia en el país de las maravillas

Primera edición de Alicia en el país de las maravillas

Hay noticias que rezan que un día como el de hoy, el 26 de noviembre de 1865, se puso a la venta la edición príncipe de Alicia en el país de las maravillas. Es, y no es, un dato incierto. Lo cierto es que el cuento de Lewis Carroll llegó por primera vez a las librerías de Londres el 24 de mayo de 1865. Llevaba el sello de Macmillan & Co e incluía 42 ilustraciones de John Tenniel. Pero éste, insatisfecho con la reproducción de sus viñetas, ordenó la retirada del libro. Siendo uno de los dibujantes más reputados de la Inglaterra victoriana, Carroll no pudo oponerse.

Todo parece indicar que lo que se puso a la venta un día como el de hoy, pero hace 160 años, el 26 de noviembre de 1865, fue aquella reimpresión que, finalmente, satisfizo a Tenniel. Parece asimismo que en la actualidad se conservan 23 ejemplares de aquella primera edición, propiamente dicha, que son objeto de culto bibliófilo. De modo que la publicación que hoy traemos fue un momento estelar de la humanidad impreciso y parcial: para los lectores más agudos, solo concierne a los interesados en las percepciones trastocadas, a quienes buscan la alteración de los procesos cognitivos.

"Aunque no hay ninguna evidencia concluyente sobre el uso de alucinógenos por parte del escritor, sí la hay sobre la otra gran sombra que se proyecta sobre su obra"

Sobre la peripecia de Alicia cuando decide seguir al conejo blanco, que llega tarde a su mundo —la historia referida en sus páginas—, aún siguen pesando muchas incertidumbres. Como cuento infantil tiene muchas fisuras: a no pocos niños les inquieta o, sencillamente, no les gusta. Sin embargo, el conejo blanco es todo un símbolo para quienes traspasan las puertas de la percepción merced a las sustancias psicotrópicas. Seguir al conejo blanco fue toda una consigna para aquellas masas de alucinados del llamado “Verano del amor” (1967), la eclosión de los hippies californianos, que bailaban enajenados por el ácido lisérgico —aún legal—, “White Rabbit”, el tema señero de Surrealistic Pillow (1967), el álbum de Jefferson Airplane que encabeza la banda sonora de aquel estío. Grace Slick, la autora de la canción, llama a Alicia en sus versos y alude a la oruga que fuma, a la ingestión de setas para cambiar de opinión con más facilidad que aquel de cuyo nombre no quiero acordarme, al aumento y la disminución de las proporciones producidos por ciertos dulces y bebidas y a la perversidad de la Reina Roja. Y ciertamente, la lideresa de Jefferson Airplane no hace otra cosa que citar a Carroll.

Las alucinaciones de Alicia, a decir de algunos comentaristas, vienen a hacer referencia a las sustancias psicotrópicas que, en opinión de aquellos lectores de Carroll, que en el estío del 67 encontraban la “liberación” al otro lado de las puertas de la percepción, era una especie de introducción al viaje del que el conejo blanco era el guía.

"Entre sus muchos talentos, también se hizo notar por sus dotes para la fotografía: Carroll fue uno de los mejores daguerrotipistas de su país y su tiempo: la Inglaterra victoriana"

Aunque no hay ninguna evidencia concluyente sobre el uso de alucinógenos por parte del escritor, sí la hay sobre la otra gran sombra que se proyecta sobre su obra: la dudosa amistad que unió a Charles Lutwidge Dodgson —Lewis Carroll era el seudónimo tras el que se escondía uno de los más brillantes matemáticos del Oxford de su tiempo, quien también era diácono de la Iglesia anglicana— y Alice Liddell, la niña que le inspiró. A la sazón, Carroll contaba 31 años y ella 9. Ya adulta, y hasta cierto punto cansada de ser la Alicia de las maravillas, Liddell siempre se refirió a la honestidad de la amistad que mantuvo con Carroll, quien, como es el caso en tantos abusadores de menores, era amigo de la familia de la pequeña. Una vez estuvo terminado, en 1863, el autor regaló el manuscrito de su obra a la pequeña Liddell, quien tanto le había inspirado. Ya entrado el siglo XX, en 1926, una Alice ya anciana, acuciada por las deudas, se vio obligada a vender el cuento que su singular admirador le dedicó.

Pero nunca consiguió acallar a los más suspicaces. Entre sus muchos talentos, también se hizo notar por sus dotes para la fotografía: Carroll fue uno de los mejores daguerrotipistas de su país y su tiempo: la Inglaterra victoriana. Y no deja de ser curioso que, habiendo tenido uno de sus pilares en el puritanismo, aquella Inglaterra considerase las fotos de niñas medio desnudas una alegoría de la pureza. Una de las placas más célebres, de las muchas que el diácono tomó a la pequeña Alice, la muestra disfrazada de vagabunda, como un hospiciano de Dickens. Es una copia a la albúmina fechada en 1858. Ella tiene 6 años.

"Su propia represión, como era debido en un diácono de la iglesia anglicana, frenó sus impulsos incluso antes de que lo hiciera el puritanismo que rezumaba el ambiente de la Inglaterra victoriana"

Cuantos creen que la pureza inmaculada que el escritor, fotógrafo, matemático, lógico, clérigo… polímata, abreviando, admiraba en las niñas para él era otra cosa muy diferente no carecen de motivo para sus dudas. El principal argumento de sus detractores es la repentina forma en que el escritor abandonó la fotografía en 1880, tras el escándalo suscitado por sus imágenes. Es más, la familia Liddell al completo acabó rompiendo con Carroll. Se da por supuesto que fue entonces cuando devolvió a las familias de las niñas —o destruyó él mismo las copias y placas— todos los desnudos que les había tomado. La retratada más insistentemente no fue Alice, esa fue Alexandra Kitchin. Se calcula que impresionó medio centenar de daguerrotipos con la dulce imagen de la muchacha entre los cuatro y los 16 años. Era hija del deán de la catedral de Winchester. Su padre era amigo y compañero de Carroll. Ni aun así se le consintió fotografiar a Xie —que llamaban en su casa a la joven Kitchin— cuando quiso retratarla en bañador.

Con todo, lo más probable es que el polímata no hiciese nada con las niñas. Probablemente imaginaría cosas, pero su propia represión, como era debido en un diácono de la iglesia anglicana, frenó sus impulsos incluso antes de que lo hiciera el puritanismo que rezumaba el ambiente de la Inglaterra victoriana,aunque para su época fuese tan llamativo como para la nuestra que un clérigo recibiese a muchachitas en su casa.

"Desde que Tenniel ilustrase la edición príncipe, el cuento de Carroll se convirtió en un desafío para los grandes dibujantes ingleses"

En los 160 años transcurridos desde que vio la luz por primera vez, pese a los alucinados y a los suspicaces, Alicia en el país de las maravillas nunca ha dejado de publicarse. Muchas de esas ediciones son joyas bibliográficas, preciadísimas por los coleccionistas. La primera estadounidense (Appleton, 1866) tiene su origen en los 50 ejemplares que, como autor, le correspondieron a Carroll. En su mayoría los donó a hospitales infantiles. Pero el resto fue vendido a Appleton. El editor neoyorquino, tras cambiarles la portada, los comercializó como la primera edición norteamericana.

Desde que Tenniel ilustrase la edición príncipe, el cuento de Carroll se convirtió en un desafío para los grandes dibujantes ingleses. Mabel Lucy Attwell aceptó el reto de Pook Press en 1911. La Alicia de esta artista —cuyas estampas del Peter Pan de 1921 constan en los anales— está basada en su propia hija, inspiración de toda la nostalgia que rezuman siempre sus viñetas.

Tras darse a conocer con sus tarjetas de felicitación y carteles comerciales, Margaret Winifred Tarrant hizo historia como una de las grandes ilustradoras de cuentos infantiles de la primera mitad del siglo XX. De su numerosísima producción aún se recuerdan sus dibujos para los cuentos de Hans Christian Andersen y esta Alicia, una de las primeras en color, dada a la estampa por Ward Lock en 1916.

"La traducción de Nabokov, hoy, amén de uno de los tesoros de la Universidad de Texas, es un modelo para los traductores de lenguas eslavas"

Aunque no hay noticia exacta de la primera versión en nuestro idioma, un facsímil de la Universidad de Castilla la Mancha se refiere a la de la editorial Rivadeneyra fechada en 1921. Sus imágenes, Art Nouveau son obra de Joaquín Santana Bonilla. Pero no hay mención del nombre del adaptador.

Nadie mejor que el autor de Lolita (1955) para traducir al ruso, de una edición alemana, el transporte de Alice tras el conejo blanco. El texto fue dado a la estampa en el Berlín de 1923. Mientras tanto, en el Reino Unido, en Kent para ser exactos, la niña que inspiró al diácono —como habría de inspirar a los alucinados—, era una anciana de 71 años. Empezaba a verse agobiada por las estrecheces que acabarían por llevarla a vender el manuscrito de Carroll. La traducción de Nabokov —quien, dicho sea de paso, basándose en una antigua palabra latina nymphŭla, acuñó el término nínfula—, hoy, amén de uno de los tesoros de la Universidad de Texas —donde se guarda uno de los pocos ejemplares que se conocen—, es un modelo para los traductores de lenguas eslavas.

Así se escribe la historia.

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