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Prólogo de «Cartas de un joven escritor a Don Quijote de La Mancha»

Prólogo de «Cartas de un joven escritor a Don Quijote de La Mancha»

Es verano. Un joven estudiante de Filología ha aprobado todas las asignaturas y tiene todas las vacaciones por delante. Hasta entonces ha escrito muchos cuentos, pero nunca nada extenso, y quiere escribir su primer libro. Decide contarle su verano, en forma de cartas, nada menos que a don Quijote de la Mancha, su querido personaje, su querido amigo. De ese modo, su vida se entremezcla con la literatura, pues ya es un joven bastante culto y la existencia de don Quijote y Cervantes se funde con sus propios días.

Estas cartas constituyen el primer libro que escribió Eduardo Martínez Rico, homenaje a don Quijote y a Cervantes, amigos suyos y compañeros de vida desde su más temprana infancia.

Zenda reproduce el prólogo a Cartas de un joven escritor a Don Quijote de La Mancha, escrito por Inocencio F. Arias.

Cuando me disponía a escribir estas líneas, en pleno confinamiento, veo una minuciosa encuesta que sostiene que un 70 por cien de los españoles lee un mínimo de 11 libros al año. El porcentaje resulta casi tan increíble como ese que apunta que la inmensa mayoría de las mujeres en España gana un 30 por cien menos que su equivalente varonil realizando cometidos parecidos o aquel otro no menos fantasioso que indica las veces que semanalmente hacen el amor los celtíberos.

Ya metidos en fabulaciones aprendo en la encuesta lectora que el Quijote es el cuarto libro más apreciado de todos los que los españoles han degustado en su vida. Las ínfulas de los encuestados van así por delante de su sinceridad. A no ser que el muestreo haya sido realizado entre unos puñados de lectores empedernidos el dato no es creíble.

Eduardo Martinez Rico, autor de la amena obra que espero que usted paladee, sin embargo, sí estaría decididamente en ese puñado de lectores contumaces y, por supuesto, habría colocado al Quijote no en la cuarta sino en la primera, segunda y tercera posición de sus preferencias. Rezuma amor por el personaje cervantino al que envía casi cuarenta sentidas e iluminadoras cartas que van más allá de un intercambio epistolar. Don Alonso Quijano no contesta pero eso no hace menos entretenida la lectura de las misivas.

"Las cartas, como los capítulos de la obra de Cervantes, pueden ser leídas separadamente"

El autor se desnuda casi sin pudor en la narración que va enviando, por entregas, al caballero manchego. Estamos casi, casi ante un diario —“a veces tengo la sensación de que estas cartas las escribo sólo para mí“, confía Eduardo— en el que refleja sus inquietudes, su vocación, sus amores, su entorno familiar con envidiable sensibilidad. No faltan varias pinceladas de la España actual, la de su generación especialmente.

Aunque nuestro escritor afirme rotundamente que está “enamorado de las mujeres. De todas. Por eso es difícil y complicado elegir y que me elijan”, las aficiones y pasiones que campean más ampliamente en la obra son Don Quijote y la lectura, la escritura, la literatura en su sentido más amplio. Hay disquisiciones enriquecedoras sobre el dilema que enfrenta un escritor vocacional, sobre la influencia de sus propios personajes en la voluntad del escritor al desarrollar la trama, sobre la relación entre la televisión y los libros, la novela y el teatro, el placer de la lectura y la sensación única que experimenta un autor contemplando a alguien profundamente absorto leyendo uno de sus libros. Es palpable su “amour fou” por la literatura.

El arrobo con el personaje de Don Quijote enamorado de la libertad, es aún más ostensible, “es imprescindible el Quijote, en él está todo insinuado”; el escritor, en su relato, descubre inevitablemente su Dulcinea y hay en su epistolario similitudes formales con la obra que le ha empujado a escribir. Las cartas, como los capítulos de la obra de Cervantes, pueden ser leídas separadamente y Martínez Rico intercala pequeñas historias, esbozos de un cuento, algunas de las cuales resultan un tentador guión cinematográfico.

"Al concluir la obra de Eduardo, he dicho inmediatamente para mi coleto: pues me ha abierto el apetito para releer el Quijote"

Escribió el irónico escritor guatemalteco Augusto Monterroso, sí, sí, el del dinosaurio, que hay tanta gente que se ha acercado al Quijote que no han faltado los buenos escritores que se han hartado de escribir tonterías sobre él, por ejemplo Nobokov en un curso que dio en Harvard del que salió un libro que irritaba al centroamericano. Martínez Rico no desbarra. Dice cosas sensatas, sentidas y asequibles. Tampoco entra en la pedantería de algunos audaces y en la que veces incurren hasta los genios como Borges cuando deslizó que él había leído, ¿por primera vez?, el Quijote en inglés.

Más de un crítico conocedor de la cultura francesa ha comentado que, a menudo, cuando un intelectual del país vecino ha de emitir una opinión sobre esto o aquello recurre a la muletilla, “releyendo a Daudet”, a Racine, a Hugo o a Balzac, “pienso que…”. Parece como si se rebajaran a admitir que exista un solo autor de su patria que no hayan leído y releído. Yo, al concluir la obra de Eduardo, he dicho inmediatamente para mi coleto: “pues me ha abierto el apetito para releer el Quijote”. Y no porque estemos en cuarentena y sea agradable enfrascarse en él cansado como estoy de oír de diversos portavoces que somos cojonudos y lo hacemos todo muy bien en fechas en que estamos casi a la cabeza, en el mundo, de muertos por habitante por la pandemia. No. Imagino que me ocurriría igual si las cartas de Martinez Rico las hubiera digerido en cualquier verano placentero.

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Autor: Eduardo Martínez Rico. Título: Cartas de un joven escritor a Don Quijote de La Mancha. Editorial: Imágica. Venta: Todostuslibros y Amazon

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