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Proyecto ITINERA (XXXVI): Sobre los héroes

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

Llamaba la atención Javier Marías en una columna publicada en El País Semanal sobre el “vaciamiento, o abaratamiento de las palabras” (Las palabras ofendidas, 22 de octubre de 2017). En efecto, vivimos una época de eslóganes en la que los grandes conceptos son manoseados hasta que quedan desprovistos de su significado original. Modas efímeras que utilizan las letras como estandarte e impactan, a veces de forma irreversible, en el lenguaje y, por extensión, en nuestro entendimiento. Tal proceso degenerativo encumbra a filólogos como brújulas a las que consultar ante un horizonte lingüístico desnortado.

Una de estas manidas palabras es “héroe”, “tan descolorida y deteriorada por su uso excesivo que ahora solo sirve para referirse a los vencedores”, en palabras de Andrea Marcolongo (La medida de los héroes, Taurus, 2019). El alcance de este término es tan amplio que nos permite definir tanto al talentoso guardameta que sostiene con sus prodigiosas intervenciones a su equipo frente al acoso del rival, como a la persona que acomete cualquier tipo de empresa en circunstancias adversas.  Estos días de pandemia ha vuelto a sonar con fuerza, empleada esta vez como merecido tributo al valeroso esfuerzo de los profesionales que han tenido que seguir trabajando durante el confinamiento a riesgo de su propia salud.

"Por la épica homérica desfilan un buen número de estos envalentonados personajes, sedientos de sangre y violencia"

La palabra en castellano procede del griego ἥρως (heros), aunque su etimología es una incógnita no resuelta. Robert Graves vinculó su origen con el nombre de la diosa Hera (Los mitos griegos, 1955). Según el escritor británico, se trataría de reyes que se habrían encomendado a la esposa de Zeus. En apoyo de esta hipótesis cabría argumentar que la saga de los Ináquidas, la familia de la que surgieron Perseo, el primer héroe, y Heracles, el más famoso, era de origen argivo, territorio que Hera había obtenido tras una enconada disputa con Poseidón. Platón, en el diálogo Crátilo (398c), relaciona el término «héroe» con eros, “amor”, aunque parece que estas palabras, puestas en boca de Sócrates, tienen más que ver con creencias populares que con una tesis consistente. La cuestión seguirá abierta hasta que los filólogos puedan concluir algo en claro.

De lo que sí tenemos certeza es de que los griegos de tiempos arcaicos utilizaban la palabra para referirse a nobles o señores, caudillos de la guerra. Por la épica homérica desfilan un buen número de estos envalentonados personajes, sedientos de sangre y violencia. El héroe se enfrenta a una funesta paradoja: asegura con su arrojo la existencia de la comunidad, pero es la propia comunidad la que lo expone en su defensa a riesgo de la vida de su mentor, tal y como apuntó sagazmente James Redfield (La tragedia de Héctor, 1992). Hesíodo los consideraba una raza aparte, justa y mejor que la humana, desaparecida como consecuencia de las dos grandes contiendas míticas del mundo griego: Tebas y Troya. Tales fueron sus proezas que se consideraron hijos de dioses. Depositarios, por tanto, de una naturaleza semidivina, pero mortal. La muerte era la gran diferencia entre ambos. Solo uno de los héroes fue premiado con la eternidad: Heracles. Todos los demás fallecieron. Con frecuencia de forma inesperada, incluso absurda. Muchos lo hicieron en la flor de la vida. La grandeza anímica del héroe reside, para Carlos García Gual, en su forma de afrontar el final (La muerte de los héroes, 2016).

"En tiempos históricos se desarrolló un culto a la figura del héroe que encontró acomodo en los grandes monumentos funerarios"

El ideal heroico de la muerte honorable se convirtió en un anhelo aristocrático. Los versos de Tirteo son un elegante testimonio de aquel sentir: «Es hermoso que un valiente muera, caído en las primeras filas, luchando por su patria… Su vista produce admiración a los hombres y amor a las mujeres, caído en las primeras filas es un héroe» (fr. 6, trad. R. Adrados). Estamos hablando de la kalos thánatos o “bella muerte”. Un lema grabado en la piedra de las hieráticas imágenes de los kouroi: «Detente y laméntate ante la tumba del difunto Creso, al que en un tiempo dio muerte el furioso Ares mientras luchaba junto con los de la primera fila» (IG I 1240), reza el epígrafe que podemos leer en el pedestal que se ha atribuido a la estatua del kouros de Creso, encontrado en Anavyssos, hoy exhibida en el Museo Arqueológico de Atenas.

En tiempos históricos se desarrolló un culto a la figura del héroe que encontró acomodo en los grandes monumentos funerarios de época minoica y micénica. Los héroes de la épica no tenían ninguna connotación religiosa, pero estos nuevos protagonistas del culto sí. A pesar de su condición de difuntos podían ejercer poderes benéficos —o maléficos— desde su tumba, así que era necesario aplacarlos con ofrendas. A excepción de los más reconocidos, todos tenían un carácter local. Sus poderes se circunscribían al entorno de su enterramiento, donde a veces se construía un templo, el heroon. Sobre el origen y naturaleza de este controvertido aspecto de la religiosidad griega no hay consenso académico, pero la figura de estos héroes es muy parecida a la de los santos cristianos, tal y como ha apuntado Walter Burkert (Religión griega arcaica y clásica, 2007).

La degeneración de la palabra se inició en época helenística, cuando el proceso de heroización, antes selecto, se convirtió en una rutina. Era raro el personaje que no resultaba encumbrado a la mínima hazaña. En este caso, cualquier tiempo pasado no fue mejor, puesto que el abuso léxico remonta sus raíces a siglos antes de nuestra era. Con el tiempo, de las dos concepciones del héroe griego prevaleció la épica, aquella que impulsó al divino Aquiles a encontrar la muerte en busca de la fama eterna. Un desafío postrero en aras de perdurar en la memoria colectiva cuyos ecos todavía resuenan con fuerza, aunque ligeramente adulterados.

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