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Rafa Latorre

Mi amiga y compañera zendiana Karina Sainz Borgo me recomendó que retratase a Rafa para este blog. Conocía su trabajo, pero no a él en persona. Fue todo un gusto charlar y conocerle.

Para saber más sobre Rafa:

Rafa Latorre (Pontevedra, 1981) lleva casi 20 años haciendo periodismo, desde que un verano le dejaron informar de lo que ocurría en Bueu y alrededores para el Diario de Pontevedra. Hoy escribe sobre política en El Mundo y analiza la actualidad cada mañana en Más de uno, el programa de Carlos Alsina en Onda Cero. Tuvo su columna en El Español, fue subdirector de Protagonistas en Punto Radio, director de Contenidos en Non Stop People y redactor en la COPE. Como la primera mitad de su carrera coincidió con los estertores del periodismo próspero, pudo viajar como enviado especial a más de una veintena de países y cubrir acontecimientos como las elecciones que pusieron a Obama en la Casa Blanca. Es autor de Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido (La Esfera de los Libros), una crónica estupefacta del procès.

Recomienda este libro a los lectores de Zenda:

La lectura de Las armas y las letras suele provocar una conmoción. Andrés Trapiello ha osado rebatir una de las más rentables supersticiones que perviven en España. La idealización romántica de la Guerra Civil está en el origen de innumerables farsas y ha pervertido la percepción moral e intelectual de la literatura española del siglo XX. La obra de Trapiello se dirige contra la simplificación de la historia y presenta al lector una España quizás desconocida para él, la de aquellos intelectuales a los que ningún bando reivindicó y no se beneficiaron, por tanto, ni de la camaradería del vencedor ni de la superioridad estética del derrotado. Aunque desde luego que fueron derrotados, porque para ellos la victoria era imposible. Las armas y las letras es un bestiario inagotable. Ahí está ese Carlos Morla Lynch, abnegado diplomático chileno al que tantos fachas y tantos rojos le debieron la vida, un paciente inquilino de refugiados. O el dislocado Pedro Luis Gálvez, que se paseaba por las tabernas de Madrid con los restos de un feto abortado del que decía ser padre. O el Alberti que sentenciaba sin asomo de piedad desde la columna ¡A paseo! de El Mono Azul. Y Chaves Nogales, claro, que le permite al autor redondear su obra, y a cambio Trapiello lo rescata del olvido hasta que se convierte en un fenómeno editorial. Un caso más de la injusta justicia póstuma.

Hay algo más. Un rasgo admirable, difícil de definir. Es el patriotismo de Andrés Trapiello, que yo identifico también en Fernando García de Cortázar. Y en muy pocos más. Es una españolidad tranquila, alejadísima del exabrupto del nacionalista y el reaccionario, valga la redundancia, que no trae consigo facturas ideológicas ni expide certificados. Es el patriotismo de un intelectual crítico, que sabe que la propaganda es una piedra atada al cuello de la literatura, que se revuelve contra las idioteces de los épicos y la infamias de los insidiosos. El infrecuente patriotismo de alguien que ha logrado estar en paz con su propio país, quizás porque, a pesar de reconocer que el pasado fue atroz, violento, salvaje, irredimible, es capaz de mirarlo con una cierta misericordia. Digamos, por resumir, que ha estudiado con detenimiento todos los demonios que atraviesan la historia de España y ha conseguido no dejarse arrastrar por ellos.

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