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Rafael Pérez Estrada: imaginación desbordante

Rafael Pérez Estrada: imaginación desbordante

Rafael Pérez Estrada, viajero de curiosidades, caminaría por el Paseo Marítimo esta misma mañana. Currito, su loro, le esperaría cantando Amor de hombre. Luego dibujaría unos ángeles o unos obispos antes de escribir un poema mientras atendería una llamada telefónica de José Ángel Cilleruelo desde Barcelona y se prepararía para almorzar en el Bilmore con Soler, Mark Aldrich, Juvenal Soto y algún otro cómplice de las letras y la amistad.

Rafael era literatura. Por su estilo libérrimo, siempre tan inclasificable, apartado de las modas, íntimo enemigo de lo establecido, de lo consabido. El amante de probar nuevas fórmulas y géneros. Rafael, funambulista de los versos, era un festín de los sentidos por su imaginación tan desbordante, tan excesiva; creativa sin interrupción. El pasado 16 de febrero hubiera cumplido 90 años. Murió un domingo de mayo de 2000. Fue en Málaga, su Martini de Mar.

Me despierto. Vivo frente al Mediterráneo en un quinto piso. Próximo, oigo al caballo relinchar. Sé que trota con cuidado entre los muebles y las antiguas piezas de decoración. Entonces sé que de nuevo la poesía me visita. Debo tener cuidado, cerrar todas las puertas

(Parábola, de El levitador y su vértigo, 1999).

Pérez Estrada, elegancia apasionada a la vez que isla serena, es el mago que ha retratado Antonio Soler en sus novelas. El abogado matrimonialista especializado en el “desamor”. El hijo de Mari Pepa, la brillante pintora naif. El hermano de Esteban, médico, que también era su amigo, y quien impulsó su legado con la fundación que lleva su nombre y capitanea con brío Ana Cabello.

Rafael fue dos veces finalista del Premio Nacional de Poesía. La primera, en 1987 con Conspiraciones y conjuras. Dos años más tarde, con Bestiario de Livermoore. Reconocido por su originalidad y su poesía en prosa, no le seducía las tentaciones del oropel del mundo literario. En su esquina del Mediterráneo de La Malagueta, prefirió convertirse en un ladrón de atardeceres. Porque no podía vivir sin el mar. Su inseparable huracán. El frenesí que le daba fuerza.

El éxito es una tentación deseable porque es una aceptación de la comunicación. Pero como le he dado valor más que nada al propio hecho de la creación literaria, porque encontraba un placer en el momento en el que la imaginación actúa y da el salto mortal o vital en el trapecio, me he satisfecho con esta situación y no he estado pendiente si la película’ gustaba más o menos

Son palabras del poeta al periodista Juan María Rodríguez en el programa ‘Pretextos’ de Canal Sur Televisión. La emisión es de 1998 y Pérez Estrada, con 64 años, está radiante de ilusión. Tiene muchos proyectos. Le quedan solo dos años para morir, de cáncer. Aún no ha publicado dos novelas: La extranjera y Doctor harpo (ya póstuma) en la editorial Espasa.

Este fragmento de Solo, poema de Valle de los Galanes, su primera obra publicada, de 1968, exhibe una suerte de autobiografía:

Estoy desnudo y me entrego a mí mismo. Soy barco de papel,

Marco Polo, Salgari, Sandocán, Luigi Motta, conquistador de mí y me sobran espejos.

El sol arriba me revienta la espalda, el torso se me duele, se me hace retrato y en la imaginación, anidando pinzones, me pongo en los museos.

Añoro un yo en mi pecho unido al otro yo del vello que renace.

La revista Litoral le dedicó en 2016 un número especial a Rafael Pérez Estrada. En este volumen, con páginas de amistad de poetas y profundo análisis estilístico de autores como Rafael Ballesteros, Jesús Aguado, Alfredo Taján o Aurora Luque, aparece un texto de Pérez Estrada fechado en agosto de 1990. Se llama Un intento urgente de autobiografía literaria y rememora encuentros con Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Rafael Alberti o Miguel Ángel Asturias. También reflexiona sobre el proceso creativo y la crítica:

El afán de encasillamiento es un mal general en la literatura, consecuente al planteamiento cerrado de su estudio. Los escritores han de llegar a la Universidad limpios, ordenados por temas e identidades estilísticas, y, desde luego, en batallones generacionales. Aprendemos y enseñamos una paranoia de orden.

La tendencia a la brevedad se manifiesta en una obra que es un continuo y formidable despliegue de aforismos y juegos con palabras, imágenes que viajan a una sonrisa y a la admiración. Un espectáculo de metáforas al servicio exclusivo del lenguaje, de la más pura e íntima creación:

De la lluvia en el mar nacen las sirenas.

Antes del invento del espejo, la realidad era una.

Se reparan sueños.

Rafael Pérez Estrada, cuyo legado ya reposa en la caja número 1.076 del Instituto Cervantes, navegó en nubes de fantasía alborotada, luminosa, moderna. Una imaginación sin límite.

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