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Recuerdo y homenaje de la Feria del Libro de Madrid

Recuerdo y homenaje de la Feria del Libro de Madrid

La Feria del Libro de Madrid es un tema muy amplio y muy querido para mí. Podría enfocarlo desde muchos puntos de vista, de muchas maneras. La Feria del Libro de Madrid, por ejemplo, es la gente con la que he ido a lo largo de los años, o los editores y escritores que me han acompañado mientras firmaba. A todos ellos los recuerdo con mucho cariño.

La Feria del Libro para mí es también los libros que he comprado allí o los que me han dedicado algunos de sus autores, o los libros, ya muchos —afortunadamente— que he firmado yo. Como le leí una vez a Jorge Bustos, director de Opinión de El Mundo, que firmaba en la Feria: “Firmo luego existo”. Es verdad: desde el punto de vista del escritor, del escritor, al menos, que tiene una aspiración, más o menos lejana, de ganarse la vida escribiendo, es verdad. “Firmo luego existo”.

Esta Feria para mí es un ambiente, normalmente soleado, con calor, con gente, bastante gente, mucha gente… Algunos días con lluvia, pero no los más. Un ambiente agradable, donde impera el amor o al menos la afición o simpatía por los libros, y también por los que los escribimos.

Yo creo que a nosotros los escritores los lectores nos ven como una especie de héroes, una especie humilde de héroes pero una clase heroica al fin y al cabo, porque saben lo difícil que es este mundo, el poco dinero que se gana en él —normalmente—, y todo el trabajo y el tiempo que lleva escribir un libro, o dos, o tres… o quince, publicados, que son los que llevo yo. O más, si Dios no lo remedia, no lo para, ni mi pluma ni la forma que tengo de vivir. Probablemente ahora que lo pienso puedo cambiar en parte mi forma de vivir, pero mi pluma seguirá escribiendo y me parece que Dios lo seguirá permitiendo, indulgente, incluso complacido.

La Feria del Libro es muchas cosas para mí. Por una parte es mi trabajo, pero antes fue mi afición, y de algún modo lo sigue siendo. Ahora la tengo al lado de casa, pero antes la tenía muy lejos. Ahora he perdido algunas de las cosas buenas que tenía antes —cuando vivía en una urbanización en las afueras—, pero siempre digo que he ganado la Feria del Libro. En estos momentos que escribo, por ejemplo, sé que los operarios —a los que ya, si lo pienso bien, quiero y respeto, una forma de amigos y compañeros— están montando las casetas, unas casetas en la que pasaré mucho tiempo dentro de unos días, si este año es como otros años. Esta edición es la número 14 a la que asisto como escritor que firma, si no llevo mal la cuenta.

La Feria del Libro de Madrid, mi querida Feria del Libro, es también la gente con la que he ido a verla, como mero lector, viandante, comprador de libros. Recuerdo, hace muchos años, cuando iba a verla con una novia —presente en mi recuerdo y cariño—, o con mi padre, con queridos amigos como Luis Cabranes, Jaime e Iñaki Sánchez Simón o Enrique Alcat, experto en Comunicación y escritor de libros de management, todos ellos sabios amigos.

Los recuerdos de la Feria, para mí, y seguro que para muchos otros, son los de su ambiente, normalmente de calor, tiempo primaveral ya casi veraniego —así lo recuerdo—, con algunos días de lluvia, los menos, pero suficientes para intranquilizar a los libreros, a los editores, a los autores, porque con lluvia se vende muchísimo menos. Yo he dicho algunas veces que en tiempos de sequía la medida más efectiva podría ser sacar los libros a la calle, porque en cuanto se hace eso llueve. Es mágico.

Cuando pienso en la Feria pienso en mi padre, con el que fui varias veces, que tanto valoró y respetó mi vocación literaria. Recuerdo ir con él y que Antonio Buero Vallejo me firmara Música cercana en una caseta. Me acuerdo que mi padre siempre decía, con los autores: “Cómprales un libro”. Y en el caso de Buero yo me quería llevar Historia de una escalera, que era la obra que habíamos estudiado en clase, pero él, Buero, me decía: “No, eso es muy antiguo, llévate algo más moderno”. Y es verdad que Música cercana era mucho más moderna, de tema y de ambiente, una de sus últimas obras en aquel momento, quizá la más nueva. Recuerdo que la leí al poco tiempo y que me gustó mucho.

También recuerdo el encuentro en la Feria, que repetí al menos una vez más, con Fernando Sánchez Dragó, con el que luego tuve mucha más relación. Recuerdo cómo una vez me firmó El camino del corazón, y otra El sendero de la mano izquierda (“Sé tú. Sólo tú eres”, me puso en la dedicatoria), libro que me gustó mucho y me sigue gustando: sencillo, profundo, simpático. Me acuerdo que en el primer encuentro Fernando me dijo que el lema de su programa de televisión Negro sobre blanco, que yo devoraba siempre que podía, era “Apaga la televisión”. O “Apaga y lee”. A mí esto, en aquel momento, me parecía una contradicción tremenda, pero ahora lo comprendo mucho mejor. Desde luego era un programa que, si conectabas con él, invitaba mucho a leer, a leer los libros que recomendaba y sobre los que se hablaba con los autores, y a apagar la televisión, porque mientras se leían esos libros la televisión se mantenía apagada. La televisión es un gran invento, pienso yo, pero me gustaría que lo utilizáramos mejor.

Ya he dicho que he pasado muchas horas en las casetas de la Feria del Libro de Madrid. Es verdad que es mucho más divertido si se firman libros. Si no se dedican libros es mucho más pesado. Pero siempre se aprende algo de esa experiencia. Siempre aporta algo al escritor, y el escritor aporta algo a la Feria y a los lectores. A menudo éstos te preguntan, se interesan por lo que haces, por los libros que tienes allí a la venta y por otros que no están porque los han publicado otros editores.

Debo decir que en general la gente es muy educada, y que lo es, por supuesto, no sólo cuando está interesada en tus libros, sino también cuando no les interesan. El lector comprende el lógico interés del editor o librero en vender el libro, y del escritor por venderlo también. Pero todos ellos comprenden al lector, y lo respetan, en su decisión de comprar unos libros y no otros, sobre todo cuando hay una oferta tan grande.

Me gustaría hacer una mención especial a dos de mis editores, cuyo trabajo merece ser destacado, al igual que el de los escritores que firman en las casetas, y al igual que muchos otros editores, libreros y gente del mundo del libro, un mundo, como ya he apuntado antes, complejo y difícil. Son Alberto Santos y Francisco Mesa, de Alberto Santos Editor e Imágica Ediciones el primero, y de Editorial Dalya el segundo. Me gustaría hacer una mención por su arrojo y entrega, por su dedicación al libro y por haber realizado libros bellos y maravillosos, libros que por supuesto se han vendido unas veces mejor que otras. Porque el libro unas veces se vende, de forma más o menos inexplicable, y otras veces no se vende, de forma más o menos inexplicable también.

Como me dijo hace poco Alberto Santos, en toda una declaración de editor: “No hacemos los libros para nosotros”. Queriendo decir que ellos, su editorial, y seguramente esto es lo general, hacen los libros “para los demás, para el público, para los lectores”, pensando en ellos, y una vez se acierta más o menos. Francisco Mesa tiene una frase que a mí me gusta mucho y que ya he citado en este blog alguna vez: “Un libro lleva a otro libro.” Y así es la vida, la vida de los libros y nuestras  propias vidas, las vidas de los lectores.

Yo veo muchas veces a los lectores, en la Feria, entusiasmados, con bolsas llenas de libros. Les encanta la Feria. A menudo vienen de otras casetas de comprar otros libros, pero todavía se paran en la tuya y te compran a ti otro. Son un ejemplo de generosidad y de entrega, de amor por el libro, que nos hace mejores, nos forma por dentro y por fuera, aunque esto pueda parecer menos evidente. El libro nos entretiene, nos divierte, nos da su rica miel en lo mejor y en lo peor de nuestra vida. Es el amigo y el compañero que nunca nos falla, y cuando recuerdo lo peor de mi vida, o lo que tal vez lo sea, siempre recuerdo unos libros que hicieron que no fuera tan malo, o que no lo fuera en absoluto, porque allí estaban siempre dándome calor, enseñándome, como amigos, como profesores, como progenitores.

Mario Vargas Llosa, en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, dijo que el aprender a leer fue lo más importante que le había sucedido en su vida. Yo creo, al recordar aquella edición de viñetas del Quijote que todavía conservo y que mi madre me leía cuando aún no sabía leer, que quizá fue mi encuentro con el libro lo más maravilloso que me ha ocurrido. No es que hiciera tambalear los cimientos de mi todavía muy joven existencia, es que ahora que lo pienso fue ese libro, y con él todos los que vinieron después, los que han fundado en mí unos sólidos cimientos humanos y literarios, para siempre. Nada me ha ocurrido, y ya me han ocurrido cosas muy graves, que haya podido mover, alterar, esos cimientos.

La Feria del Libro de Madrid, y muchas otras que conozco y en las que he firmado también, a las que también amo y homenajeo, es expresión bien viva de todo esto que voy contando. Tengo la suerte, tenemos la suerte, de que es anual, con lo que nuestra gran felicidad se renueva cada año, como un gran árbol, en una especie de “orgía perpetua”, en el mejor sentido de la expresión, en un sentido no muy diferente al que le daba Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre Flaubert y Madame Bovary. La Feria del Libro es una gran fiesta a la que todos los años estamos invitados, una celebración del libro y de todas las figuras que éste reúne en torno: libreros, editores, escritores y lectores. Que sea por muchos años, que sea por siempre.

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