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Residente número 1989-ESP:  María  Sánchez

Residente número 1989-ESP:  María  Sánchez

En esta sección, Alberto Olmos nos presenta a los escritores jóvenes más interesantes de la actualidad.

Tener menos de treinta años y no querer ser moderna (hipótesis) es lo que ha hecho de María Sánchez una de las voces más fiables de su generación: sabe de lo que habla, se hace fuerte en su razón y apuntala la palabra en un ciego anhelo ético, la dignidad del agro español. No hay nadie ahora mismo que lleve la contraria a las modas del escribir con tanta cabezonería y tanto arsenal como la autora de Cuaderno de campo y Tierra de mujeres. Así las cosas, es fácil ponerse de su parte.

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—Tierra de mujeres es una encendida defensa del campo frente a los prejuicios establecidos desde las grandes ciudades, defensa que tiene como protagonistas a las mujeres rurales. ¿No es impresionante que no hubiera antes un libro donde la gente del campo levantara la voz contra la suficiencia y soberbia de las capitales? ¿Qué literatura o material cultural te sirvió entonces para dar cuerpo a esta reivindicación?

"Es duro enfrentarte a eso, descubrir que las mujeres de tu familia y con las que trabajas día a día son invisibles y son unas perfectas desconocidas"

—Es fundamental sentirse reconocida, respaldada y apoyada, y el mundo del que vengo y en que trabajo no lo encontraba reflejado en los libros, ni tampoco del todo en todos esos escritores, naturalistas, ecologistas, científicos, poetas… que me gustaban o a los que me quería parecer. De esa confrontación creo que nace también mi escritura y mis reivindicaciones. También creo que más que levantar la voz, se trata de tener espacio y altavoz. Y no sentir vergüenza de tu lugar de origen, ni de la lengua o el acento con en el que hablas, ni del olor que desprende tu ropa porque trabajas con cabras. Creo que el despertar viene por dos lados, quiero decir, son dos elementos los que hacen que me quite, por así decirlo, la venda que llevaba en los ojos, dos hechos más que literatura o material cultural: el primero, darse cuenta que del campo siempre se ha escrito desde los mismos sitios, desde la ciudad, y desde el género masculino. Y muchos de estos escritores, cuando no son paternalistas o clasistas, nos enmarcan siempre en la misma imagen: una España moribunda, de gente que se muere sola, analfabeta, inculta, que necesita que vengan los de fuera a enseñar y a escribir sobre ellos. También se da el extremo opuesto: el medio rural como la cabaña de Walden: un lugar de descanso, aislamiento, desconexión, silencio… Hace poco caí que «cabaña» es una palabra que se usa mucho en las ciudades y poco en el campo. Y sonreí al recordar la palabra que tanto cobijo le dio a tantos pastores: «chozo». El segundo elemento es sin duda el feminismo. Y es con él cuando creo que se produce la ruptura del todo, cuando me doy cuenta de que las mujeres que me rodean son fantasmas para mí. Que siempre quería ser como mi padre y como mi abuelo, pero no como mi madre o mi abuela. Y es duro enfrentarte a eso, descubrir que las mujeres de tu familia y con las que trabajas día a día son invisibles y son unas perfectas desconocidas.

—¿Crees que un libro de este tipo se leerá/venderá más en las ciudades o en las propias zonas rurales? Lo curioso es que, en cualquiera de los dos casos, la conclusión es poco halagüeña: si se lee más en el campo, se confirma que a los urbanitas esto no les interesa, y lo desprecian; pero si se lee más en Madrid y Barcelona, quizá la explicación tenga que ver con la moda de irse al campo o con un «exotismo de proximidad», por decirlo de alguna manera.

"Me hace muy feliz recibir mensajes de gente que ha leído el libro y que ha comenzado a arañar la superficie para conocer a las mujeres de su familia"

—Sinceramente, es algo que me da igual, dónde se lea o se venda más. Quiero que el libro sea otra cosa: un trampolín, una excusa para que las mujeres del medio rural se sientan reconocidas y respaldadas. Que cuenten, escriban, reivindiquen. Que se den a conocer. Que hablen de sus proyectos, de su día a día. Ya son muchas que lo hacen, como las Ganaderas en Red, las Ramaderes de Catalunya o veterinarias amigas como Lucía López Marco con su web Mallata o Anna Gomar que recupera una raza en peligro de extinción y crea comunidad en torno al oficio de la lana de la oveja guirra. Insisto: ¿por qué son ellas las que no ocupan ciertos espacios? ¿Por qué no conocer el medio rural de la mano de gente que lo habita y trabaja día a día en él? Si el libro sirve para crear un  refugio, como una majada, donde personas urbanas y rurales se quiten los prejuicios y hablen de tú a tú y sean honestos, y acerquen ambos mundos, genial. Si también sirve para que nos cuestionemos acerca del mundo en que vivimos, los sistemas de producción, de dónde viene nuestra comida, y de un empujón para querer conocer nuestras razas autóctonas, nuestros árboles y semillas, nuestras canciones y palabras y nuestros oficios, a fin de cuentas, nuestra cultura y un patrimonio de todos, maravilloso. Me hace muy feliz recibir mensajes de gente que ha leído el libro y que ha comenzado a arañar la superficie para conocer a las mujeres de su familia. Personas que reconocen que no saben cómo se llamaban sus bisabuelas y a qué se dedicaban. Que tampoco han sido conscientes de la falta de elección y el machismo en el que han crecido sus madres. Creo que para mí todo esto es lo que importa.

—Se nota en todo el libro, y dedicas un capítulo completo a ello además, una enorme beligerancia contra el exitoso marbete de «la España vacía». Diría que realmente te molestó que se calificara como «vacía» la provincia española.

"Para mí el medio rural es mi vida. Yo trabajo aquí. Vengo de aquí y es adonde voy"

—No estoy de acuerdo contigo con la palabra «beligerancia», pero sí puedo entender por qué la usas. Para mí el medio rural es mi vida. Yo trabajo aquí. Vengo de aquí y es adonde voy. Me gano la vida como veterinaria, no como escritora. Escribo desde los márgenes y escribo para ellos. Y siento la necesidad, como si fuera un deber, de mostrar y escribir acerca de lo que conozco de primera mano y de lo que es mi día a día. No me gusta la palabra «vacía» porque parece que no queda nada. Que se van las personas y queda el vacío. No me parece justo, por eso prefiero usar «vaciada». Pienso mucho en la sierra de mi pueblo, donde sé, porque me han contado mis abuelos, que vivía gente, pero ya no queda ni una piedra de esa casa. Pero si te paras, y cambias la forma de mirar, descubres que puedes reconocer dónde esa familia tenía el corralito con los animales, dónde tenían el huerto. Es una forma de reivindicar esa unión entre territorio, animal y persona. De recordar y celebrar esa mano que cuidaba y que cuida. Vaciada, también, porque implica recordarnos que muchos se tuvieron que ir a la fuerza, porque no les quedaba otra. Me parece importante que hayamos puesto el foco en este problema con el término «vacía». Ahora, quizás, debemos cuestionarnos y mirar más allá de la superficie.

—Me ha llamado la atención el tono casi Walt Whitman de algunos pasajes del libro, esos en los que usas la repetición y los paralelismos, y la primera persona del plural, para hacer un llamado a la acción, a la unidad y hasta a la bondad. Son párrafos en los que uno nota que la autora los escribió completamente entregada a una emoción.

"Con esa insistencia en los pueblos que se mueren parece que han inventado un nuevo género en el periodismo, el sepulturero"

—Es que si te soy sincera, estoy cansada de mensajes pesimistas, de pueblos fantasmas y personas que se mueren solas en el campo. De columnas de verano llenas de nostalgia por los pueblos que se llenan temporalmente en agosto, de esa insistencia en los pueblos que se mueren: parece que han inventado un nuevo género en el periodismo, el sepulturero. Y estoy cansada porque sé que hay muchísimas asociaciones y colectivos que están haciendo todo lo posible para que nuestros pueblos no se mueran, personas que luchan por nuestro medio rural y que pelean contra formas de ganadería intensiva como las macrogranjas. Personas que no se van y que trabajan todos los días por cambiar la situación de nuestros pueblos. Pienso mucho en todas estas personas que se unen y que consiguen cosas, aunque sea un poco a lo David y Goliat. También creo que no puedo escribir de otro modo: a fin de cuentas, el medio rural y todo lo que conlleva es mi narrativa invisible. También se lo debo a todos ellos.

—Tu primer libro fue el poemario Cuaderno de campo, y ahora continúas con sus temas en forma de ensayo, bien que evocador y lírico. ¿Qué será lo próximo? 

—Pues ando con Almáciga, un semillero de palabras de nuestro medio rural. Un día, hablando con mi abuela, me di cuenta de que teníamos “lenguajes” diferentes. No solo ella, sino mi familia, y los ganaderos y ganaderas con las que trabajo. Muchas de esas palabras que ellos usaban y que yo oía a menudo pero que no conocía, ni siquiera aparecen en el diccionario de la Real Academia Española. Es cultura de todos, seamos de pueblo o ciudad que se muere. Estoy preparando una especie de diccionario con mis favoritas, y también quiero que sea una invitación a que todos rebusquemos entre nuestras raíces esas palabras y las injertemos en nuestro día a día para que cojan fuerza, como se hace en las almácigas de los huertos con los nuevos brotes y los alimentos que germinan.

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