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Ricardo Lladosa: «Cuando un libro no me transforma por dentro, lo abandono»

Ricardo Lladosa: «Cuando un libro no me transforma por dentro, lo abandono»

Ricardo Lladosa (Zaragoza, 1972) nos llevó a la ciudad eterna con su último libro Roma en el bolsillo (Funambulista, 2023), cuyo primer relato se publicó en Zenda en 2019. En esa obra el escritor aragonés nos cuenta las peripecias de Piero Hermil cuando llega a la capital de Italia para aceptar la inesperada herencia de una tía soltera a quien apenas conoció. Hasta entonces había ejercido de cirujano cardiaco en Milán pero, al mudarse a la casa de su tía, Piero decide abandonar la medicina. Nada más llegar a su nuevo hogar, advierte que vive rodeado de fantasmas: su madre, abuelos y tíos han muerto, apenas conoce a sus primos y todos los amigos de la adolescencia han emigrado a otras ciudades. Tan solo le queda su antigua compañera de instituto Lionetta, a la que telefonea desde un café. Una nueva vida parece abrirse ante él. Con el telón de fondo de la Roma más secreta, el autor de Madagascar (Anorak Ediciones, 2017) y Un amor de Redón (Fórcola, 2019), cuenta, a través de los ojos del protagonista, la historia de todos los que alguna vez han soñado con empezar una nueva vida.

Ricardo Lladosa responde a continuación al cuestionario de Zenda. Un adelanto: de pequeño leía novelas de aventuras mientras su compañeros jugaban al fútbol, de adolescente se excitaba con El diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet, y ya adulto se enamoró de Irène Jacob tras ver Rojo de Kieslowsi.

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—¿Qué libro, película, serie, disco y obra de arte salvaría en un diluvio o un incendio?

—Mi libro salvado sería sin duda El Quijote; la película, El año que vivimos peligrosamente de Peter Weir; la serie, Bauhaus: una nueva era; y la obra de arte, la pintura Acantilados blancos de Rugen de Friedrich.

—Puestos a salvar, elija una actriz, un actor, un personaje histórico y un político actual.

—La actriz, Irène Jacob. Me enamoré de ella tras ver Rojo de Kieslowski; el actor, Robin Williams, capitán de los poetas muertos; Alekséi Navalni, quien, por desgracia, ya es Historia. La política sería Angela Merkel, mujer equilibrada en grado sumo.

—¿Qué aventura real o literaria le gustaría haber vivido?

—Por ejemplo, la de Piero Hermil, protagonista de mi última novela: Roma en el bolsillo, quien llega a la Ciudad Eterna sin trabajo ni obligación alguna, para heredar una casa con jardín y pasear sin límite por la urbe.

—¿Y qué recuerdo personal le gustaría que jamás se perdiera en el tiempo, como lágrimas en la lluvia?

—Mi Erasmus en Holanda, aquellas fiestas de estudiantes, aquella libertad…

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

—Uno de los primeros sucede en el recreo de los Jesuitas de Zaragoza. Me veo a mi mismo con nueve años leyendo Robinson Crusoe, traducida por Julio Cortázar en la colección Club Joven de Bruguera. Mientras el resto de niños juega al fútbol.

—¿Cuál es el último libro que ha leído?

—Una novela absorbente e infinita: Los Escorpiones de Sara Barquinero, prodigio de capacidad narrativa y originalidad, en mi inmodesta opinión.

—¿Puede recomendar un libro clásico?

—Quizá citando El Quijote he resultado demasiado obvio. Voy a referirme a otra gran novela influida por Cervantes y del mismo cariz irónico tan mío: el Tom Jones de Henry Fielding.

—¿Y uno actual?

Invisible de Paul Auster, novela imprevisible y, justo por ello, apasionante.

—¿Qué libro no ha podido acabar?

—Más que no he podido, no he querido acabar centenares de libros. Cuando un libro no me estimula, no me influye, no me transforma por dentro, lo abandono a las pocas páginas.

—¿Puede recitar de memoria un poema?

—De Rubén: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo / y más la piedra dura, porque esa ya no siente / pues no hay mayor dolor que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.

—¿Cuál es la canción más hermosa del mundo?

—Me gusta mucho “Stop”, de Sam Brown: el llanto de una mujer abandonada.

—¿Puede decirnos una heroína y un héroe —literarios o cinematográficos— imprescindibles?

— En mi opinión, lo mejor de los héroes es que tengan muchas imperfecciones y debilidades perdonables, de ahí que prefiera a Huckleberry Finn y al negro Jim.

—¿Y un personaje malvado al que admire?

—Hombre, admirar admirar… Digamos que lo pase muy bien leyendo la correspondencia del vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil.

—¿Tiene una editorial y una librería preferidas?

—Me gustan muchas editoriales y librerías, pero quizá la editorial Anagrama es la que más puebla mis estanterías, y gracias a la librería Cálamo de Zaragoza he conocido a muchos escritores y escritoras interesantes.

—¿Cuántos libros hay en su biblioteca? ¿Qué porcentaje, aproximadamente, ha leído?

—Nunca los he contado, pero creo que tendré unos 800 y he leído casi todos. Los libros que no me gustan mucho —del modo impulsivo que he descrito antes— los vendo en librerías de viejo. Si años más tarde advierto que me equivoqué —lo cual sucede a menudo— los vuelvo a comprar.

—¿Con qué libro se ha emocionado más? ¿Ha llorado tras la lectura de alguno?

—No recuerdo haber llorado, pero durante mi adolescencia sí me enardeció en grado sumo la biografía de Lord Byron de André Maurois. Hace poco traté de releerla y me pareció ridícula, de lo que parece deducirse que es mejor desconfiar de las emociones. Aunque, curiosamente, las emociones también son la puerta que se abre a todo lo intenso y verdadero de la vida.

—¿Se ha excitado alguna vez leyendo? Si es así, ¿con qué libro?

—Sí, muchas veces, por poner un ejemplo del modo más obvio de excitarme, con la novela El diablo en el cuerpo, del malogrado Raymond Radiguet. También leída en mi adolescencia, por cierto. No sé qué me parecería hoy.

—¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?

—El optimismo. Siempre que encaro una situación trato de pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, como el Cándido de Voltaire; quizá como contrapunto a esa voz interior que me dice que todo es mejorable…

—¿Y su principal defecto?

—La impulsividad. Deseo hacerlo todo ya, cuando muchas veces conviene esperar antes de mover pieza.

—¿Qué aprecia más de sus amigos?

—La lealtad, el respeto, el cariño.

—¿Cuál es su ocupación preferida?

—Qué pregunta tan sencilla: estar con mi familia y amigos, leer, escribir con pluma, montar en bicicleta, beber vino, cocinar pasta italiana como Piero Hermil en Roma en el bolsillo

—¿Y su sueño de felicidad?

—Esa Arcadia que no existe: la ausencia de dolores o preocupaciones, la paz con todo el mundo, la vida sosegada…

—¿Cuál es el estado actual de su espíritu?

—Siempre estoy en equilibrio inestable, ja ja ja.

—¿Qué detesta más?

—La incapacidad de dialogar, el egoísmo, la falta de empatía hacia otros seres humanos que causa las guerras de Ucrania o de Palestina.

—¿Qué faltas le inspiran la mayor indulgencia?

—El despiste, quizá porque otro de mis defectos capitales sea ese.

—Ojalá que no tenga que ir nunca a una isla desierta, pero si así fuera, ¿qué libro se llevaría?

Robinson Crusoe traducida por Julio Cortázar para la colección Club Joven de Bruguera. Esto lo digo solo por nostalgia, ya que prefiero con creces la traducción de Enrique de Hériz para Edhasa.

—¿Y a qué persona?

—A mi mujer, sin dudarlo.

—Si todas sus respuestas han sido sinceras, diga ahora una mentira.

—A Irène Jacob, sin dudarlo… ¿No era necesario mentir para justificar mi sinceridad? Ja ja ja.

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