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Rodrigo Cuevas: «Los maricones somos tan indignos que no queremos ser dignos»

Rodrigo Cuevas: «Los maricones somos tan indignos que no queremos ser dignos»

Quedo con Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985), músico, cantautor, animal escénico, para hablar de su nuevo disco, Manual de romería, y no hay más remedio que saltar a otros temas. Acaba de ganar el Premio Nacional de las Músicas Actuales, recién regresa de México y continúa una gira que le llevará por toda España, Francia y Colombia. Atención: en Gijón y Madrid ya ha colgado el cartel de «No hay entradas». Nota: al ser los dos asturianos, pueden aparecer expresiones y hablas regionales en la entrevista que nosotros damos por entendidas y quizá no sea así.

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—¿Cuándo se dio cuenta de que usted ya no era aquel Rodrigo Cuevas y era este Rodrigo Cuevas?

—¡Esta para empezar! (se ríe) No lo sé…

—Seguro que hubo un momento…

"Hay que cambiar. Hay que cambiar todo el rato"

—Sí, me acuerdo. En un concierto, en un bar en Santiago de Compostela que se llamaba El Boneco. Según miras al palacio de Rajoy, por abajo a la izquierda, bajando por esa calle, había un bar que se llamaba El Boneco y yo hice ahí mi primer concierto con La Dolorosa Compañía, que era un dúo que yo tenía. Un concierto, imagínate, sin amplificación ni nada. A pelo, allí en aquel bar, y ahí me di cuenta de que con lo escénico me desenvolvía bien y podía llegar a sitios que siempre había querido llegar. Que básicamente es hacer reír a los demás. Ese era el punto que me gustaba.

—Me gustaría centrarme en su nuevo Manual de romería, que en mi opinión es su mejor disco. Tiene muchas virtudes. Con respecto a su disco anterior, Manual de cortejo (2019), es un paso adelante. Y una cosa muy alucinante, que no sé si es consciente, de que usted va cambiando sin cambiar.

—Hay que cambiar. Hay que cambiar todo el rato. La gente esa que te dice «no cambies», eso sí que es una maldición gitana, no como la que me acaba de echar Maruja Torres: «Ya llegarás a los ochenta». (nos reímos)

—El disco tiene también ese punto conceptual, con las grabaciones caseras que mete entre canciones de mujeres y hombres, asumo que de una edad, donde cantan canciones tradicionales. Deliciosas. En una de ellas, la de Nieves, los dos se ríen. Volvemos a la risa, qué importante en su carrera, ¿no?

"La gente tiene el folclore como algo totémico, intocable, sacrosanto, ahí arriba, algo que no se puede ofender porque es como ofender a Dios"

—¿Cuán importante es la risa en la vida y en el folclore? La gente tiene el folclore como algo totémico, intocable, sacrosanto, ahí arriba, algo que no se puede ofender porque es como ofender a Dios, como ofender a tu identidad y todas esas chorradas que le ponemos alrededor a las cosas y que no hacen más que inmovilizarnos y esposarnos y atraparnos. Y cuando te das cuenta de lo que es la verdad, de cómo es el folclore, realmente es una carcajada. Una carcajada tras otra y a ver quién hace la carcajada mayor, porque es entretenimiento.

—Eso estaba muy bien pillado en su programa con Évole. ¿Considera el folclore inseparable de la comunidad y del bar o del local comunal?

—Sí, al espacio común. Un bar, pero un bar también podría ser una taberna, una cocina, un chigre, una sidrería, una benéfica o un espacio donde tiene que haber un ambiente distendido, desacralizado. Porque al final, ¿cuántas veces, para darle importancia, se lleva el folclore a sitios importantes, como el teatro Campoamor de Oviedo? Cuando el folclore lo pones en el teatro Campoamor, «entonces le estás dando el hueco que debería tener»… No, lo estás estropeando, lo estás llevando a un lugar que no es su naturaleza y estás poniendo un pulpo en un garaje. Y no es mejor un pulpo por estar en un garaje. El folclore es maravilloso como es.

—…cuando probablemente el folclore, y usted que sabe mucho más que yo, se vuelva mucho más pesado en un teatro. Porque entiendo que el folclore se deba consumir como las pipas, entre varios: te doy unas pocas, charlamos y vamos tirando las cáscaras al suelo.

—Exacto, nos sentamos en un banco a comer pipas. ¿Tú comerías pipas con un tenedor? ¡En el Diverxo! (carcajadas). Mira que me gustan las pipas, pero dices: «Tú, qué cosa más rara». Que todo responde también a un contexto. En un momento en el que el folclore se veía desaparecer… pues lo metemos en los teatros, ¡le damos dignidad!

—…cuando usted cree que el folclore, entiéndame la palabra, debe ser indigno. Indigno en el sentido de indignar o en el sentido de esa dignidad clásica de que quien es digno es aquel que va al Campoamor del brazo de su mujer.

—La dignidad es tan heteropatriarcal… Los maricones somos tan indignos que no queremos ser dignos. No me gustaría que me recuerden con un «era tan digno». Qué horrible. Mataime ya.

—Qué poco divertida es la dignidad.

—Y útil. Y qué poco útil.

—El primer tema del disco: un chutazo que te mete en la naturaleza: «BYPA». ¿Cómo escogió «BYPA» como primera canción? ¿Por qué se llama «BYPA»?

—Se llama «BYPA» porque es «Bajando yo pela aldea». Un acrónimo.

—Y cuénteme de dónde sale «BYPA». ¿Es una canción tradicional, no? Porque como en Zenda podemos hablar de cosas raras…

"Los coros y las varias personas cantando a la vez tienen un rollo así como poderoso, colectivo, que no hay por qué hacerlo perfecto"

—Qué privilegio poder hablar de cosas raras. Me la pasó un amigo mío y una versión de una señora que se llamaba Marcelina Cuesta «La Nachón». «La Nachón», ese mote me encanta. Una cantadora de tonada, que te pasaré si quieres verla, porque es una señora con una traenta, así apoyada en la traenta, en medio de una pumarada. Y entonces sale ella ahí cantándolo. «Bajando yo pela aldea». Y la canta muy bien. Muy bien, muy bien, muy bien, muy bien. Es una tonada muy peculiar. Porque es muy naturalista: va describiendo cómo diferentes pájaros…

—Justo eso me atrajo: ¿qué tarao abre un disco con un tratado de ornitología? (se ríe)

—No tiene mucha explicación, pero es tan poética y tan chula… Y luego, claro, quería hacerla con estos hombres de A Filetta, que son corsos. Hicieron la música de La pasión de Cristo, de Mel Gibson. Y como hay tanto en estas polifonías corsas, ese ritmo libre que tiene también la tonada y te lo vuelve todo tan elevado, te lo justifica tanto…

—Otra de las cosas del disco es esa: el salto adelante en la polifonía.

—A mí me gusta mucho. Ya en Manual de cortejo empecé con la polifonía. Hay mucha polifonía. La música popular en Asturias al final son voces y percusión. Y no hay mucha polifonía tradicionalmente. Pero sí que es muy importante la voz. Y luego con la modernidad, a partir del siglo XX, llegan ya los ochotes y todos estos coros. Los coros y las varias personas cantando a la vez tienen un rollo así como poderoso, colectivo, que no hay por qué hacerlo perfecto. Para mí lo que mola de lo popular es como que esté así un poco imperfecto. Y no sé qué tiene el cantar entre varios. La gente que canta en conjunto lo sabe, porque da igual el estilo, en todos los estilos lo sientes.

—El otro día vi un documental donde se analizaba el canto entre hermanos (los Everly, Oasis…)… La capacidad biológica de llegar a esa armonía que quizás sea perfecta pero que nos da igual.

—Igual no es perfecta de vibración, de hercios, de afinación. Puedes llegar a una perfección en cuanto a timbre, en cuanto a empaste. Cuando las voces están empastadas es totalmente diferente. Es cuando de repente todo encaja.

—»Romería», el segundo corte del disco. Ahí coescribe Guille Galván, de Vetusta Morla.

"La nostalgia es un sentimiento muy creativo. Yo de pequeño las escuché muchísimo: tenía una cinta de Víctor Manuel, de todas aquellas canciones"

—Con los Vetusta ya me había encontrado, porque ellos me llamaron para hacer el inicio de gira de «Cable a tierra» (2021). Me habían llamado para hacer una colaboración, yo no podía: estuvimos toda la gira intentando colaborar y no hubo manera de cuadrar fechas. Y entonces yo les llamé para el crowdfunding de La Benéfica y nos cedieron un flycase de la gira también para sortear. Y ahí empezó la relación de admiración mutua y de cariño. Y luego, pues el año pasado, o hace dos ya, en los Grammy de Las Vegas, que yo no estaba, se encontraron Guille y Eduardo Cabra, el productor. Se encontraron allí, y entonces, no sé por qué, Eduardo le dijo a Guille: «Pues estoy trabajando con un chico de España, se llama Rodrigo Cuevas». Y Guille le dijo: «Pues oye, si necesitáis cualquier cosa con las letras, avisadme, que me apetece, me molaría currar, y me acerco» y tal. Yo estaba un poco bloqueado con la composición, y entonces le dije a Eduardo: «Llámalo ya, que venga ya para acá». Estuvo dos días en casa, repasamos el disco entero juntos y hay algunas que ya las tenía más cerradas y tal, y hay otras que las tenía más atascadas, y pues me ayudó.

—Vamos con Víctor Manuel. Tu «Romería», donde se oye el clásico verso «Van subiendo los mozos», sería traer un poco su «La romería» (1969) al presente, aunque el fondo es el mismo.

—El fondo es el mismo. Escuché mucho todas aquellas primeras composiciones de él en singles, porque yo creo que no están en ningún disco realmente, son singles sueltos.

—En efecto, creo que se juntaron posteriormente como disco en Belter…

—Aquel disco de «La romería», «El Abuelo Vítor», «Paxarinos», «Carmina», «El mendigo»…

—Las escribió en Madrid porque echaba de menos Asturias

—Hombre, la nostalgia es un sentimiento muy creativo. Yo de pequeño las escuché muchísimo: tenía una cinta de Víctor Manuel, de todas aquellas canciones y me las sabía de pe a pa. Para esta canción ya tenía un poco el concepto de lo festivo sin saber que iba a ser la romería. Y claro, al hacer «La romería», pues bueno, inevitablemente me vino el paralelismo con la de Víctor Manuel. Y entonces empecé a comparar: «ya van subiendo los mozos con los corderos al hombro», y decía yo: «¿Quién sube hoy en día con corderos al hombro a ningún lado?» (nos reímos). Ni a romerías ni a ningún sitio ya.

—Se mandan por Glovo, con gente esclavizada.

"Son muy de rituales. Y entonces puse la estrofa de que no traen corderos al hombro, ahora se traen otros rituales. Ayahuascas o lo que sea"

—¡Claro! (nos reímos) Yo vivo en Piloña, y en el pueblo de al lado, en Cabranes, hay mogollón de hippies: entonces digo yo: «¿Qué hacen los hippies en las romerías?». Porque se hacen muchas romerías. Y entonces digo: «Claro, corderos al hombro no llevan, porque son macetas, muchas» (risas). Ahora andan con otros rituales, que hacen muchos rituales los hippies. Son muy de rituales. Y entonces puse la estrofa de que no traen corderos al hombro, ahora se traen otros rituales. Ayahuascas o lo que sea. (risas)

—Otra, casi su filosofía de vida: «Allá arribita». Parece tradicional.

—No, esa la escribí yo. Una de esas canciones que me senté y salió en una tarde. Evidentemente, luego tuve que ajustar cosas, pero de esto que prácticamente te pones a escribir y te sale, porque es algo que ya tienes pensado, aunque no lo tengas escrito. Entonces, esa fue como natural, me salió muy fácil.

—Y este disco, y toda su obra, es inapelable asociarlo a la política. Como hace poco falleció el alcalde de Mieres, Aníbal Vázquez: creo que era un referente de todo lo que está bien en política.

—Creo que Mieres lleva los últimos ocho años siendo como un faro de cómo gobernar desde la izquierda, muy desde la izquierda, pero sin embargo ser totalmente transversal, ser querido por todo el mundo, ser muy cercano. Y es difícil, porque hoy en día es muy difícil, yo creo, gobernar desde la izquierda y que no te echen abajo con mierda. Ya vemos cómo se destroza todo, ¿no? Cómo políticos maravillosos y políticas maravillosas que tuvimos, que tenemos en este país, cómo se les echa abajo por ser de la cuerda que son. Porque hay gente supervaliosa, culta, instruida y que se les echa abajo porque son de izquierdas.

—¿No cree que todos los políticos sean iguales?

—No, para nada. Evidentemente, no. Igual que no todos los cantantes son iguales, ni todos los camareros son iguales. Los políticos no son todos iguales.

—Acaba de llegar de México, como colofón de una etapa o quizá inicio de otra. ¿Hacia dónde quiere ir ahora?

—No sé hacia dónde. La verdad es que no tengo ni idea, porque te juro que el motor de ninguno de los momentos de este camino fueron las expectativas, ni las ambiciones. Yo no creo en ese lenguaje de los sueños. «Persigue tus sueños»… Ay, mira, me dan arcadas.

—¡»Si te esfuerzas, lo conseguirás»!

—La meritocracia es lo peor. Qué horror.

—¿Le apetece tratar otros folclores u otros ritmos?

"Me divertí mucho escribiendo música, que yo antes solamente hacía como una historia más de comisariado de canciones tradicionales y reinterpretación"

—No, de momento. Me divertí mucho escribiendo música, que yo antes solamente hacía como una historia más de comisariado de canciones tradicionales y reinterpretación. Y ahora creo que con los años voy interiorizando las estructuras o formas de escribir la lírica de lo tradicional, y entonces soy capaz también de escribir con ese lenguaje, y eso me gusta mucho.

—Lo que se llama oficio. Creo que «Rambalín», de su anterior disco, que cuenta una historia sobre un conocido gay gijonés de los ochenta con un final terrible y contiene denuncia y recuerdo, es pivotal ahí. Sé que sale en colaboración con Raül Refree y demás pero sale.

—La composición es mía y es la primera vez que yo publiqué una canción escrita por mí. La verdad es que eso me animó a decir: «Si puedo escribir «Rambalín», podré escribir más», ¿sabes? Porque nunca me animaba a escribir. A Rambal llegué por Pilar Sánchez Vicente, que escribió un libro que se llamaba Mujeres errantes. Ahí aparece una pequeña referencia a Rambal y luego en la web del libro había colgado unos audios del Archivo de Fuentes Sonores para la Historia Social de Asturies, del Museo del Pueblo de Asturies. Eran como dos minutos de «La Tarabica», de esta señora que sale hablando en «Rambalín», hablando de Rambal. Y entonces yo llamé a Pilar y me dice: «Uy, pues hay mogollón, siete horas de «La Tarabica» hablando sobre Rambal en el museo».

—No hay registros sonoros del propio Rambal.

—No, no, no. Sólo «La Tarabica» hablando sobre él. Ni vídeos, sólo fotos.

—Ya no sabemos cómo sonaba Rambal.

—No, debía cantar mal.

—Ni cómo hablaba.

—Ni cómo hablaba, ni cómo se movía. Pero tiene que haber algo, porque murió en el 76. Y era muy famoso. Muy famoso. Bueno, en Xixón era muy famoso.

—Lo voy a poner en Zenda. A ver si alguien, como ocurrió con las imágenes de Miguel Hernández de TVE…

—Yo nunca encontré nada, aunque he llegado a escuchar un rumor de que sale en una escena de una película de Lola Flores que se rodó en Xixón. Me compré la película y lo busqué: no me la pude tragar porque era malísima, pero me la fui pasando a velocidad y no lo encontré por ningún lado. No me acuerdo cómo se llama la película. Está rodada en Cimavilla (n. del e.: barrio popular de Xixón).

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Nota final del entrevistador: La película se titula El asesino no está solo (1974) y la protagonizaron Lola Flores, Teresa Rabal y David Carpenter. La produjo Andrés Vicente Gómez y la dirigió Jesús García de Dueñas. Conocí a Jesús en las «Tertulias de las lentejas» que se organizaban alrededor del cineasta José Luis García Sánchez en el restaurante Río Miño en la calle del Limón, en Madrid. Jesús y yo solíamos sentarnos cerca y charlar mucho de cine, de Charo López, de política y de yoquésés. Dejé de ir a esas tertulias, él falleció en 2020 y no entiendo por qué nunca hablamos de El asesino no está solo.

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José Manuel Velado Ganga
José Manuel Velado Ganga
4 meses hace

Esa preguntita ya formulada con afirmación de -no piensa que todos los políticos son iguales?creo que evidencia al entrevistador y le coloca como a mucha más gente que piensa que la política sobra,y tal y cual Pascual, pero no me ha decepcionado Rodrigo….