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Rosa Montero en Sigüenza: «El sexismo nos mutila a todos»

Rosa Montero en Sigüenza: «El sexismo nos mutila a todos»

Fotografías: ©Victoria R. Ramos.

Con golondrinas revoloteando sobre la piel y el interior de su cabeza y unas marcadas ojeras, fruto de haberse levantado antes del alba para corregir las galeradas de Los tiempos del odio (Seix Barral), la tercera novela de la saga de Bruna Husky, que sale a la venta el 30 octubre, llega Rosa Montero al Parador de Sigüenza. La falta de sueño no hace mella en su risa pronta y franca, en su espontaneidad o en la sinceridad de su charla. Esta mujer menuda destila calidez y franqueza en todo lo que hace. No hay protocolos ni máscaras que valgan con ella, y se presenta con la piel del rostro desnuda de cualquier tipo de maquillaje. Su simpatía desarma al primer contacto. En su mirada, el agotamiento se entremezcla con la pasión y la emoción del trabajo bien hecho. “Creo que es la mejor de las tres”, asegura, mientras comenta ilusionada ideas para la siguiente. La saga Bruna Husky no sólo goza de buen estado de salud en su vertiente literaria, sino que también hay un proyecto en marcha para convertirla en serie. Aunque Rosa Montero aún no puede dar datos concretos, sí asegura que los mismos que hicieron Blancanieves han comprado ya también los derechos de La carne para adaptarla a la gran pantalla.

Nieta de un vaqueiro de alzada de Leitariegos que vivía a mil quinientos metros de altura en los Picos de Europa –“yo llego a una montaña y pienso que he llegado a mi lugar”, confiesa–, Rosa Montero es modelo literario y periodístico de una generación. A día de hoy sus entrevistas siguen analizándose en muchas universidades. Sin embargo, ni el mismísimo Premio Nacional de Narrativa le ha cambiado el carácter, ni esa sinceridad aplastante que siempre ha sido su firma.

Defensora de causas perdidas e indefensos, tanto como periodista como desde su más que activo perfil en redes sociales, es raro no verla tratando de reclutar más voluntarios para algún caso que implique animales maltratados, ancianos abandonados, niños en situación precaria, abusos o mejoras en la atención a enfermos mentales. Asegura que hoy lo mejor que tiene, y “de lo que estoy más orgullosa en mi vida, es de mi capacidad para la amistad. Tengo amigos formidables”.

Acompañada por Marta Robles, también periodista y escritora, que estrena novela, La mala suerte (Espasa) y que ríe con facilidad tras presentarse con formas igual de espontáneas enfundada en un mono negro, Rosa Montero se mueve entre las piedras del venerable castillo que alberga el Parador de Sigüenza como quien deambula por su casa. Mientras se ultiman las pruebas de sonido y disparo un par de fotos —hoy no habrá tiempo para posar— se charla con soltura sobre periodismo, cirugías de columna, perros (Petra, su teckel) y libros.

Más tarde dirá que el único consejo que daría la Rosa de hoy a la que empezaba a trabajar antaño es “no tener expectativas. Y disfrutar lo que haces”. Los años, que suelen desmoronar tantos mitos y modelos juveniles, no sientan mal a esta Rosa Montero que parece exprimir cada gota de cada instante vital, la misma que nos despertó a muchas la vocación de vivir, de ser libres, de cambiar el mundo. De contar las cosas como ella lo hacía desde aquellas páginas que entonces imprimía el diario El País. A día de hoy sigue defendiendo la documentación y la empatía como las mejores herramientas de un periodista.

Después, llega la presentación más profunda y sentida de Marta Robles: “Todo lo que cuenta lo cuenta bien, con una pasión distinta. Su mirada no es solo personal, es única. Y este libro que tenemos hoy aquí, Nosotras, a pesar de ser una serie de pequeñas biografías, está impregnado de un toque de novelista que hace que cada personaje se vuelva inquietante, embriagador. Yo amo a esta mujer menuda, rebelde, nerviosa, insegura, tan frágil y fuerte a un tiempo como para desencadenar tormentas y tempestades cuando ha de hacerlo y esconderse en su universo particular junto a sus perros y sus amigos si la ocasión lo requiere. Rosa es mágica. Rosa es pura poesía. Y quizás por eso la lleva escrita en su nuca”.

"Los lemas te llaman no por lo que eres, sino por lo que quieres ser. Y yo no quiero tener ni pena ni miedo"

Si pocas tertulias literarias comienzan hablando de tatuajes, a nadie que conozca a Rosa Montero le extraña que se aborde el tema. Tras operarse de la columna vertebral pensó que tenía que poner algo en este cuerpo que la había hecho sufrir tanto para hacerlo suyo otra vez. “Tatuarse es una cosa interesante. Este cuerpo, que no hemos escogido, que nos enferma, que nos termina matando y que nos hace un montón de perrerías, cuando te haces un tatuaje lo estás marcando con tu voluntad. Quería algo volando además, contra esa parálisis de la espalda» —dice la autora haciendo referencia a las golondrinas que vuelan sobre su piel—. «Y ahora me he puesto sapere aude, la frase de Kant, «atrévete a saber», y la fórmula de la relatividad. El tatuaje anterior había sido un verso, en la nuca, del poeta chileno Raúl Zurita, «ni pena ni miedo», un «lema de vida maravilloso para la tercera edad”.

Raúl Zurita dejó ese verso tallado a un tamaño de 3.140 metros de largo por 400 de alto en pleno desierto de Atacama, el más árido del mundo. “Está lleno de minerales y tiene todos los colores imaginables”, añade una maravillada Rosa Montero, que parece haber vuelto allí con el pensamiento. “Caminé por encima de estas letras ciclópeas, increíbles, y me parece muy adecuado para mí, porque al ir creciendo —y envejeciendo, no usemos eufemismos—, cuanto más tiempo pasa más pena sientes por lo perdido y por lo que se ha ido, y más miedo hacia el futuro. Los lemas te llaman no por lo que eres, sino por lo que quieres ser. Y yo no quiero tener ni pena ni miedo”.

Marta Robles apunta que Fernando Grande Marlaska tampoco, ya que tituló así su libro y Rosa Montero sonríe. “Es que es muy amigo, un valiente y una persona verdaderamente honesta. Cuando les conté aquel viaje, él y su marido dijeron que también se iban a tatuar, y nos lo hemos hecho los tres, ellos en la muñeca. El libro, de memorias, es muy bonito y os lo recomiendo. A mí se me saltaron las lágrimas. No hay quien lo lea sin llorar”

La amistad será un tema recurrente en esta charla. Un anillo en forma de salamandra brilla en su mano derecha, y tiene otra tatuada en el antebrazo. Pocos son los lectores que no la asocian con este urodelo, que para ella es un símbolo de regeneración, al estilo del Ave Fénix. Así llama a su círculo de amigas. “Nativel Preciado, por ejemplo, es amiga mía desde hace 47 años, y otras de las salamandras lo son desde hace 35. También tengo amigos y amigas jóvenes desde hace dos años. Me gusta poder seguir estableciendo nuevas amistades, porque ser amigo de verdad y tejer esa especie de trenza que haces con la otra persona lleva mucho esfuerzo de interés y una inversión de tiempo muy grande. Es lo mejor de la vida, una de las pocas cosas en que te compensa envejecer. Envejecer no tiene ni pizca de gracia. A mí no me gusta nada, porque me encanta la gran vida y me la como a bocados, así que lo detesto. Pero tiene dos compensaciones —si te las trabajas, ¿eh?—: una de ellas es que es posible que seas más sabio, en el sentido global que no es solo de la erudición, sino del saber las cosas de una manera activa, con una adecuación emocional hacia ellas, siendo más consciente de quién eres tú y quiénes son los demás. Pero te lo tienes que trabajar mucho, porque yo conozco muchos viejos verdaderamente cretinos, que no han aprendido nada. [risas] Y la otra maravilla es verte ir creciendo con los amigos, ir teniendo un pasado cada vez más largo con ellos, haber sido testigo de los otros y que los otros hayan sido testigos de tu vida. Eso es bellísimo”.

Nosotras, (Alfaguara) uno de los libros sobre los que versa esta charla, parte de un libro que publicó hace veinticuatro años, Historias de mujeres, que contenía dieciséis biografías de mujeres extraordinarias de la Historia. Trabajó en él durante año y medio y asegura que llegó a ser “una cosa asfixiante”. Recientemente, Pilar Reyes, editora de Alfaguara, le propuso reeditarlo, “y me pareció muy atinado, porque estamos viviendo un escalón en los últimos dos años de reconstrucción del sexismo, un tema que nos afecta a todos”. Ahora ha añadido noventa nuevas pequeñas biografías, retratos de entre un párrafo y página y media “de mujeres desde hace cuatro mil setecientos años hasta ahora, con la ayuda de Ana López Navajas, investigadora de la Universidad de Valencia. Hace ocho o nueve años hizo un estudio que demostraba que en la educación española solo el 7% de los personajes a que se hacía referencia eran mujeres, y desde entonces está haciendo una base documental de mujeres a lo largo de la Historia. Y de lo que te acabas dando cuenta es de que no es verdad que antes no hubiera mujeres que no pudieran llegar a algo, sino que a pesar de la discriminación hubo decenas de miles de mujeres que hicieron cosas importantísimas, pero que no fueron recogidas en los anales”.

"No es que antes no hubiera mujeres que no pudieran llegar a algo, sino que a pesar de la discriminación hubo decenas de miles que hicieron cosas importantísimas, pero no fueron recogidas en los anales"

Rosa Montero se confiesa adicta a este género concreto. “La biografía me gusta mucho como lectora. Me parece que son cartas de navegación de la existencia. Muy dentro de cada uno de nosotros estamos todos, y todos pasamos por la pena, el dolor, la felicidad, la ansiedad, el éxito, el fracaso, y con ellas vas viendo cómo otros antes navegaron por esos bajíos, y aprendes. Tengo una biblioteca personal de biografías bastante grande, unos seiscientos o setecientos volúmenes, sobre todo de escritores y artistas. Al escribir aquel libro recuerdo que pensábamos que las mujeres no estaban en la Historia más que algunas excepciones, porque habían tenido una vida muy difícil, no habían podido estudiar ni trabajar, se tenían que disfrazar de hombre, y empecé a ver personajes increíbles, que fue como hacerse una tesis de cada uno”.

"La biografía me gusta mucho como lectora. Son cartas de navegación de la existencia"

Entre las reivindicaciones de Rosa Montero hay algo fundamental: una exigencia de libertad sin condiciones. En su libro comparten espacio mujeres buenas y malas, insoportables y asesinas, porque al fin y al cabo la mujer ha estado siempre en todas partes. “Y ahora más visibles y recordables. Queremos poder ser ángel y demonio, ser personas enteras. No hay un solo campo del conocimiento o del arte donde las mujeres no hayan destacado de una manera brutal. ¿Quién es el primer autor literario de la Historia de la humanidad con nombre y apellidos? Porque Gilgamesh es anónimo. Fue una princesa acadia de una época incluso anterior, que se llamaba Enheduanna, que vivió hace cuatro mil trescientos años y que escribió un poema religioso llamado Exaltación de Inanna. Ese es el primer texto firmado de la Historia. También hizo las primeras anotaciones musicales y astronómicas de la humanidad. Esta mujer ha estado en el principio de la literatura, la astronomía y la música, ¿y quién lo sabe? Ese texto se conserva, además. Hoy en día, si miramos un libro sobre la historia del cine, seguro que dice que la primera película con argumento la hizo Georges Méliès. Mentira. Fue una mujer francesa llamada Alice Guy, con el corto El hada de los repollos, porque cuando los hermos Lumière inventaron el cine, todo el mundo pensaba que era una atracción de feria. Nadie creía que podía servir de vehículo artístico de transmisión de pensamientos, historias o emociones hasta esta chica. Fue la primera directora de cine, la primera productora y la primera en incorporar nuevo vocabulario al lenguaje del cine”.

“Como nunca se las ha acreditado ni recordado, todas las pioneras han tenido que empezar siempre desde cero, que es como tener que mover el mundo con una montaña encima de la cabeza. En el libro viene otro ejemplo muy claro, que es Clara Schumann, la esposa del compositor. Era una compositora y pianista buenísima, y alguna de las obras de su marido las compuso ella. No muchas, porque no compuso mucho. Y no compuso mucho porque, según escribió ella misma en su diario, «tuve la loca ambición de ser compositora, pero luego me dije que si ninguna otra mujer lo ha conseguido, ¿cómo lo vas a conseguir tú? Y entonces abandoné ese sueño». ¡Es mentira! ¡Antes de ella había habido muchas compositoras importantísimas, incluso coetáneas suyas! Pero ninguna traspasaba fronteras. Imaginaos ese peso de esa falsa nada a las espaldas, cómo ha silenciado y machacado a tantas mujeres”.

Entre las voces de mujeres silenciadas, por su propio marido además, destaca el paradigmático caso de Maria Lejárraga, esposa de Gregorio Martínez Sierra, una escritora invisible durante décadas pese a que todo el mundo sabía que era quien escribía las obras de su marido, e incluso sus discursos y su correspondencia. Hoy sabemos que él no escribió nada e incluso hay iniciativas por recuperar parte de su obra, como la publicación por parte de Editorial Renacimiento en Viajes de una gota de agua de las tres únicas piezas que firmó con su nombre. Rosa Montero además destaca el hecho de que Lejárraga fuese amiga de Juan Ramón Jiménez. “El sexismo es perverso, en él nos educan a todos, y nos mutila a todos, a las mujeres triplemente, pero a los hombres también. Nos mete en un lugar de perversión en la relación con el mundo y no nos permite ser lo que queremos. Lejárraga me cae muy bien, pobrecita mía, pero por otra parte dices: «Es que hay que estar muy mal para meterte ahí». Martínez Sierra fue el dramaturgo más importante de la primera mitad del siglo XX en España, tanto que se hicieron cuatro películas de sus obras en Hollywood. Y ahora se sabe que este hombre no escribió NADA. La gente del teatro decía: «No, si nosotros sabíamos que él no escribía ni las cartas de pésame». [risas] No, que es cierto, se las mandaba escribir a su mujer. Quería ser dramaturgo porque era feísimo, para poder así acostarse con las actrices, que es lo que hizo, sobre todo con la más guapa e importante de la época, que era Catalina Bárcenas. María Lejárraga lo sabía, y a pesar de eso siguió escribiendo obras para él con personajes principales de lucimiento para Catalina, que ya es bastante perverso. Catalina se quedó embarazada, él se marchó de casa de María y ella siguió escribiendo las obras que él firmaba. Y ahora viene la parte más perversa: María empezó a escribir a su ya exmarido conferencias feministas, que el marido soltaba en público, de cómo el hombre silenciaba a la mujer. Impresionante”.

"El sexismo es perverso, en él nos educan a todos, y nos mutila a todos, a las mujeres triplemente, pero a los hombres también. No nos permite ser lo que queremos"

Marta Robles se suma, mencionando que Lejárraga “apenas comía, porque estaba agotada, y quien le ponía unos fideos con carne picada era Juan Ramón Jiménez, que ya podía haber hecho algo así con su mujer”. El caso de Zenobia Camprubí es otro de los recogidos por Rosa Montero en la versión original del libro: “Lo de Juan Ramón y Zenobia era terrible, porque él dependía completamente de ella, y era un dependiente tiránico. Cuando se fueron al exilio y estaban en un hotel en Puerto Rico, ella se pasaba el día metida en el cuarto de baño para no molestar al gran genio mientras escribía poemas. Luego, cuando tuvo cáncer de mama, no se fue a tratar ni a operar por no dejarlo solo. Son relaciones enfermas y perversas. Ella había sido una intelectual increíble, traductora de Rabindranath Tagore, con un futuro maravilloso cuando era joven, y podía haberse comido el mundo. Pero todo eso, que ahora nos parece bueno, entonces era considerado como una anomalía en una mujer. La expresión «mujeres sabias» era incluso peyorativa, para referirse a una mujer con inquietudes intelectuales”.

“Hacedlas libres y pronto se volverán sabias y virtuosas, a la vez que los hombres lo serán más. Pues la mejora debe ser mutua, o la injusticia  a la que una mitad de la raza humana está obligada a someterse se volverá contra sus opresores.” —Mary Wollstonecraft (Nosotras, Alfaguara)

“Es una frase impresionante, y está escrita en el siglo XVIII. Es increíble de qué pasta están hechas y de dónde salieron esas mujeres para hacer todo lo que hicieron. Las heroínas de Marvel no son nada a su lado. Porque además de todo lo anterior, luego todas tenían cinco, seis, diez hijos. Yo no les llego a la altura del zapato”, afirma tajante. 

Dice no tener preferidas entre las historias que narra en Nosotras, pero una de las nuevas la conmueve especialmente. “Es sobre Asia Ramazan Antar y las mujeres de Rojava, una región siria del Kurdistán, que se han independizado y se han hecho una constitución moderna y antisexista. Y ahí están esas guerreras sirias solas luchando contra el ISIS. Asia nació en el Kurdistán anterior, terrible, en 1997, y con quince años la obligaron a casarse con un viejo. Tras la revolución de Rojava y con las nuevas leyes se divorció a los dieciséis, cogió las armas para defender la causa que le había salvado la vida contra el ISIS, y tres años después, a los diecinueve, la mataron”.

Sin embargo, no sólo mujeres sometidas y sacrificadas habitan las páginas de Nosotras. También hay personajes como Laura Riding. Una psicópata, según Rosa Montero. “Fue amante del escritor Robert Graves, y el sobrino de él escribió una biografía donde habla de esta historia. Yo soy una desequilibrada total, y tenía ataques angustia tremendos, y estudié psicología, pero no terminé: lo dejé en cuarto, porque pensaba que estaba loca, que es precisamente por lo que van a estudiar psicología el 98% de los psicólogos y los psiquiatras —el otro 2% es porque son hijos de psiquiatras y psicólogos y están mucho peor [risas]—, y sé que hay veces en que este tipo de personas pueden generar una especie de torbellino negro a su alrededor que atrae a otra gente. Esta mujer atrajo tras de sí a una especie de corte de gente muy enloquecida, y además creaba una especie de onda de enloquecimiento: gente que se tiraba por las ventanas y hacía cosas terribles. Esto hay que leerlo, porque no se puede explicar, de lo loco que es”, y apostilla que no sólo hay que leerlo en su libro, sino también en el “del sobrino de Graves, una de las grandes biografías de su tiempo”.

Entramos aquí en tierra de locos. Marta Robles destaca que “la locura está muy presente a lo largo de estas biografías, quizá porque es un poco consustancial a la creación, en su lado más amargo”. Según Rosa Montero “el entorno sexista ha conducido a lo que llamamos locura a muchas mujeres que en otro entorno distinto no habrían sufrido esta patologización en sus vidas”.

Locura aparte, lo indudable es que han sido transgresoras y luchadoras que tuvieron que pelear contra todas las barreras. incluida la de relacionarse con hombres más jóvenes, como hiciese Agatha Christie. “Su segundo marido era un arqueólogo catorce años más joven. Y tuvieron una relación maravillosa. Yo creo que es habitual que hombres y mujeres pasen por una etapa donde les atraigan personas mayores. Lo que pasa es que en las mujeres eso está forzado y fomentado socialmente por el tema del Pigmalión, el maestro que las va a guiar. Pero lo contrario en las mujeres se considera más clandestino, aunque ha existido siempre”

George Sand decía que fue al ser más mayor cuando descubrió que se puede ser mejor amada”, apunta Marta Robles. “Sand es un personaje increíble, que se puso el mundo por montera. Escribe lo que le da la gana, viaja lo que le da la gana, se acuesta con quien le da la gana, tiene montones de amigos hasta el final de su vida… Es una persona plena, magnífica”, concluye Rosa Montero.

"Soy de los escritores más existencialistas. Todos mis libros hablan de la muerte y del sentido de la vida, del paso del tiempo, y de lo que el tiempo nos hace y nos deshace, porque vivir es irse deshaciendo en el tiempo. Las novelas nacen del inconsciente. No escribes para enseñar nada, sino para aprender. Escribes la historia que necesitas escribir."

En su novela anterior, La carne (Alfaguara, 2016), Rosa Montero nos presenta a Soledad Alegre, una mujer cuyo amante casado la abandona para volver con su esposa. Ella decide que tiene que darle celos al saber que él ahora va a la ópera con su mujer, cuando ha sido Soledad quien le ha enseñado lo que es la ópera… a través de los orgasmos. “Está en un ataque de furia brutal, porque es una comisaria de exposiciones que cumple sesenta años, y aunque ha tenido muchos amantes, nunca ha tenido una relación estable. Cuando este hombre más joven vuelve con su esposa, que estaba embarazada, lo que la cabrea de verdad es que se la lleve al estreno de Tristán e Isolda, una ópera que había sido para ella una especie de himno al mejor momento de su sexualidad. Wagner puede que no parezca muy erótico, pero la última aria de esta obra, Liebestod, la Muerte de amor, es realmente grandiosa. Y como los seres humanos a veces somos como niños en cuestiones de amor y pasión —así se representa a Cupido, como un niño regordete y con los ojos vendados—, a Soledad no se le ocurre otra cosa que contratar a un gigoló macizo, ruso, de treinta y dos años, para ir al mismo estreno y que el examante se ponga verde de celos. Y ni siquiera se acuesta con él, aunque podría, a pesar de los seiscientos euros que le costó, que es un pastón, y que es la tarifa real, porque me informé con un gigoló real. [risas] Sí, le pagué la tarifa más baja, doscientos euros. El tío fue majísimo, se pasó de tiempo, y estuvimos hablando muchísimo. [risas] El ruso le costó tanto a Soledad porque Tristán e Isolda es una ópera larguísima. Si hubiera sido una opereta italiana le habría costado menos, porque esto va por horas”.

Dos constantes marcan toda la obra de Rosa Montero: la soledad y la muerte. “Creo que soy de los escritores más existencialistas, típicos de la novela del siglo XX, pero en mi caso soy una obsesa. Todos mis libros hablan de la muerte y del sentido de la vida, si es que tiene alguno, y del paso del tiempo, que también me obsesiona, y de lo que el tiempo nos hace y nos deshace, porque vivir es irse deshaciendo en el tiempo. Yo creo que las novelas nacen del inconsciente. Primero, no escribes para enseñar nada, sino para aprender, y segundo, escribes la historia que necesitas escribir. No sabes muy bien por qué escoges las cosas, y muchas veces no te das cuenta de lo que estás escribiendo, o lo descubres después”.

Añade otro tema que asegura haber descubierto como constante en su escritura: “la necesidad de los otros para que la vida merezca la pena. La crítica suele decir siempre de mis libros que «este libro es muy distinto del anterior», y a mí me gusta ir cultivando nuevos caminos de expresión, pero todos mis personajes, hombres o mujeres, empiezan en una situación calamitosa, en donde no se quieren ni se conocen nada a sí mismos, en donde arrastran una gran culpa y en donde tienen una misantropía terrible: no tienen amigos ni relaciones ni a nadie en el mundo, porque se odian a sí mismos. Lo que les ocurre en la novela es una especie de prueba, de ordalía medieval, poniéndose en riesgo, y la superan. Siempre. Escribo novelas de supervivientes, no de perdedores, que es muy distinto, aunque digan y hagan lo mismo. Vencen la prueba, terminan en un lugar un poco mejor, se conocen un poco más y se perdonan, pero para llegar a eso siempre han tenido que hacerse una parafamilia de monstruos, de personajes heterodoxos, que están en las fronteras de la sociedad y que la propia novela se encarga de demostrar que son más válidos, más importantes y más humanos que los personajes de poder que aparecen”.

"Escribo novelas de supervivientes. Vencen la prueba y se perdonan, pero para llegar a eso tienen que hacerse una parafamilia de monstruos que están en las fronteras de la sociedad y que son más válidos, más importantes y más humanos que los personajes de poder"

Afirma Montero que escribir “no es algo que escoges o que viene de fábrica”. Se recuerda siempre escribiendo, algo que para ella “es como comer o respirar, es una necesidad. Es un esqueleto exógeno que me mantiene en pie. No sé cómo se las arregla la gente para vivir sin escribir”. Pese a que estuvo sin ir al colegio desde los cinco hasta los nueve años y empezó a escribir a los cinco, “cuentos de ratitas que hablaban, horrendos, claro”, no cree que “leer y escribir estuvieran relacionados con la enfermedad”. Dice conocer demasiada gente que vivió una experiencia similar y luego termina dirigiendo un banco. Cree que la escritura y la enfermedad “respondían a una misma causa, porque leyendo biografías de escritores me di cuenta de que la inmensa mayoría de novelistas habían pasado por un periodo de decadencia antes de la pubertad. Es decir, que antes de los doce o trece años habían perdido de una manera violenta el mundo de su infancia”.

Hay casos muy evidentes, como el de Joseph Conrad, cuyos padres, nacionalistas polacos, fueron deportados al norte helado y en un año murieron los dos, cuando él tenía diez; o puede ser algo más soterrado. “Quizá por eso se escribe, y quizá por eso todos los novelistas tenemos alguna obsesión mayor que la media por el paso del tiempo, porque si ya desde la tierna infancia te has dado cuenta de lo que el paso del tiempo hace y es capaz de robarte, pisotearte y romper para siempre, es mucho más fácil obsesionarte con eso. Quizá escribimos para intentar luchar contra ese ladrón”, concluye Rosa Montero, aunque ella cree que su crisis de la infancia fue anterior a la enfermedad.

Amante de los animales ­—no sólo de las peludas que habitan en su casa, sino de cualquier pobre bicho abandonado y necesitado de ayuda—, es hija de un torero profesional. “Fue novillero, y como la guerra le rompió la carrera, no tomó la alternativa, se casó, tuvo a mi hermano y se puso a trabajar de banderillero para ganar dinero, con los mejores —Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín…—. Fue él quien me enseñó el amor por los animales, con esa cosa tan contradictoria que tenemos los seres humanos, como les pasa a muchos cazadores. Fue torero antes de Fleming y la penicilina, y cada temporada se morían unos quince por infecciones de las cornadas. Él tenía la idea, yo creo que equivocada, de que aquello era una lucha de igual a igual. No lo es, porque el toro no escoge estar allí. A mí me parece bárbaro y algo que nuestra sociedad ya ha superado en cuanto a aceptar ese nivel de violencia. Creo que el toreo va a acabar de aquí a treinta años, porque entre la gente de veinticinco años solo hay un 16% a favor, y bajando”.

Ante la pregunta de Marta Robles sobre si alguna vez se planteó la maternidad, responde con una negativa. “Desde pequeñita, nunca quise tener hijos. Y de mayor nunca me lo planteé, nunca estuvo en primera línea ni fue una decisión. Empecé mi relación con Pablo Lizcano, mi pareja más importante, con quien luego me casé y estuve veintiún años, y cuando ya tenía 37 o 38 pensé que había que planteárselo en serio, por el problema del reloj biológico. Probamos un año, no salió, y dijimos «nah». Hecho. Ya está”.

"Yo no pienso en la posteridad. Que la posteridad te recuerde es más difícil que ganar la bonoloto. Está la Historia de la humanidad llena de escritores y escritoras maravillosos que han sido olvidados. El escritor es quien sueña públicamente los sueños colectivos, y eso acaba con su época salvo excepciones, a veces muy arbitrarias"

De estas minucias, que algunos consideran mero chismorreo, nacen las biografías. Rosa considera que son todo lo contrario.  “¿Cómo, si no, vamos a aprender de la vida? Ya que estamos aquí con una cabeza, habrá que intentar morirse siendo lo más sabio posible. Aprendes por propia experiencia, por análisis y por la observación de los demás también, porque insisto en que en definitiva todos somos iguales. Las biografías bien hechas y con ambición de entender, no la asquerosa de quiosco, son un subgénero literario con piezas grandiosas. Pero yo no pienso en la posteridad, te lo digo completamente en serio. Si no quiero ni pensar en mi muerte, ¿cómo voy a imaginarme la posteridad? Me da igual, para mí el mundo habrá desaparecido. Aunque, dicho esto, conozco varios escritores —todos hombres— que son muy majos y nada vanidosos, pero luego están pensando en este tema todo el rato, y preocupados por sus archivos y tal. A mí me parece tan infantil… Que la posteridad te recuerde es más difícil que ganar la bonoloto. Está la Historia de la humanidad llena de escritores y escritoras maravillosos que han sido olvidados. El escritor es quien sueña públicamente los sueños colectivos, y eso acaba con su época salvo excepciones, a veces muy arbitrarias. ¿Por qué a veces alguien es rescatado dos siglos después? ¿Quién sabe? Puede que haya alguien a la altura de un Cervantes aún escondido.

"Aprendes por propia experiencia, por análisis y por la observación de los demás. Si escribiendo un libro no aprendes cosas, algo has hecho mal"

A la hora de escoger entre uno de sus libros, confiesa sentirse incapaz, “porque son muy distintos. Historia del rey transparente es mi novela más ambiciosa. Bella y oscura es la más poética. La loca de la casa es mi libro más interactivo, loco y radicalmente original. Y mis últimas novelas son las más maduras. Si escribiendo un libro no aprendes cosas, algo has hecho mal”.

Machismo, consejos para periodistas y el inicio de una carrera

Sentada en la mesa presidencial, agotada y sonriente, Rosa Montero brilla especialmente en el tú a tú con los asistentes a la cena que discurre con la perfección que es sello de la casa en el Salón de Sancho tras la charla. El cansancio no hace mella en sus carcajadas ni en su obvio interés por las preguntas del variopinto público asistente, de periodistas a lectores aficionados, pasando por los alumnos de los dos centros locales de Secundaria, que como siempre acuden invitados, acompañados por sus profesoras. A la pregunta de una de estas docentes sobre si le interesan las lecturas de ciencias, responde que la ciencia le encanta, y que además de escribir ciencia ficción es una apasionada de las biografías de científicos. «Ahora estoy leyendo 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval Noah Harari«.

De entre todas esas entrevistas suyas que hoy se siguen analizando, lápiz en mano, en tantas facultades de Periodismo, dice haberse sentido especialmente impresionada por «Muhammad Yunus, el banquero bengalí que inventó el microcrédito y al que dieron el premio Nobel de la Paz, muy mal dado, porque le tenían que haber dado el de Economía, que era el que se merecía. Me asombró por su capacidad y su inteligencia». En cuanto a los consejos que daría a las nuevas, y presentes, generaciones de periodistas afirma tajante que «una entrevista tiene poco truco». Documentación y curiosidad genuina. «Hace falta una documentación exhaustiva, y hay que aprendérsela, o por lo menos saber dónde tienes todo apuntado para encontrarlo al instante. También, hablar si es posible con alguien que ya conozca al entrevistado. Segundo, y esto es esencial, hay que tener verdadera curiosidad. Parece una perogrullada, pero no lo es. Hay gente que mientras entrevista ni siquiera escucha. Están pensando en la siguiente pregunta que van a hacer, o en su lista de la compra, no sé. [risas] Con esa curiosidad hay que intentar atisbar el interior de esa persona por debajo de su personaje público, si es que lo son. Intentar averiguar qué lo mueve y cómo se ve el mundo desde sus ojos. Preguntar cosas que de verdad quieras saber. Eso es como una llave mágica, porque si el entrevistado te nota ese interés, realmente se abre y te cuenta mucho más, porque todos estamos deseando que nos escuchen de verdad. Algunos periodistas, que eso ya es patético, intentan quedar como más listos que el entrevistado». Marta Robles asiente dando la razón a Rosa, y pone un ejemplo fácil de comprender: el del enamorado. Mientras dure una entrevista el único ser que existe es esa persona a la que estás entrevistando.

"En una entrevista hay que tener verdadera curiosidad, intentar atisbar el interior de esa persona por debajo de su personaje público. Intentar averiguar qué lo mueve y cómo se ve el mundo desde sus ojos. Es como una llave mágica porque todos estamos deseando que nos escuchen de verdad"

Al hacer referencia a las masivas manifestaciones del pasado 8 de marzo, Rosa dice sentirse «muy orgullosa de nuestra sociedad, aunque en algunas cosas me parece un asco, como el paro de las mujeres, pero hemos hecho un camino muy largo, estamos en la punta de la lanza, y fíjate todavía lo que nos queda. Venimos de una sociedad que era de un machismo monstruoso, y que empezó a cambiar de manera radical hacia el año 67-68. Desde entonces hasta el 76 entraron al mercado laboral millón y medio de mujeres, con lo que implica eso de cambio social. Ahora en los barómetros estamos en la parte baja en cuanto a machismo de los países de la zona euro. Y vuelvo a insistir en que solo se puede hacer y continuar haciendo si los hombres se suman a esto. Últimamente estamos viendo una incorporación masiva de los hombres al fenómeno del progreso del feminismo y el antisexismo, como se ha visto por ejemplo en esas manifestaciones, donde el 40% de los asistentes eran hombres, montones de ellos chicos de veinticinco para abajo. Creo que estamos dando un ejemplo al mundo».

"La lengua es la piel que cubre completamente a una sociedad, y sigue sus movimientos al milímetro"

Entrados en esta materia, un asistente pregunta qué hay que hacer con el lenguaje inclusivo. Rosa tampoco tiene dudas: si bien el desdoblamiento le parece una pérdida de tiempo que no calará porque va contra un principio básico como el de la concisión, sí le parece innegable que la lengua, como la sociedad, es muy machista. Y como todo organismo vivo, muta y evoluciona. «La lengua es un organismo vivo, como la piel de un cuerpo, que se estira, se encoge, se abre con las heridas… La lengua es la piel que cubre completamente a una sociedad, y sigue sus movimientos al milímetro. Al ser algo orgánico, no puedes usar soluciones ortopédicas para cambiarlo, ni intentar imponer unas soluciones que van en contra de los principios vitales de la lengua, como puede ser la concisión. Está claro que la lengua es muy sexista, muy machista, como el resto de la sociedad, y hay una necesidad social de que la lengua se vaya adaptando a los cambios, porque va por detrás de ellos. Yo hace años que nunca digo «el hombre» como genérico para referirme al ser humano o a la humanidad, porque me chirría. «Señorita» también es una palabra que está cayendo en desuso a toda velocidad, y con razón. Pero tenemos que hacer más, se puede empujar más, y hay que buscar soluciones. Yo propongo usar genéricos femeninos cuando hay una mayoría de mujeres presente en un grupo o entre la audiencia de un público, sin tampoco andar contando a ver si son 51 a 49: si hay igualdad más o menos, se puede seguir usando por inercia el genérico masculino. Esas situaciones de que hay veinte mujeres y un hombre y seguimos usando el masculino es ridículo. En este sentido, la sociedad española está presionando más que en otros lugares, como México, que conozco bien, cuya sociedad es más machista que la española. Aquí hay cambios que vamos a adoptar antes con naturalidad, aunque será el uso el que lo decida.

La charla gira hacia los primeros pasos profesionales de la autora y sus primeros galardones. El primero que recuerda fue el Premio de Escritores Cinematográficos, por sus entrevistas para la revista Fotogramas. «Era un premio muy prestigioso, y fue en los últimos años del franquismo, en el 73-74 o así. Me encantó, porque me dio la sensación de estar en el buen camino. Yo he sido siempre muy ambiciosa, en el sentido de querer hacer lo que hago lo mejor posible, y aquello me animó mucho». Asegura que siempre supo que quería publicar, pero por aquel entonces, «los escritores españoles no vendían absolutamente nada, ni tenían visibilidad social. Si hubiera tenido que esperar a que acabara esa época, habría tenido que esperar hasta los treinta y tantos. La cosa fue más rápida porque con la Transición salió el diario El País, que tuvo un éxito enorme y nos catapultó a la fama a un grupo de periodistas jóvenes. Entonces, una editorial muy pequeña, Debate —fíjate lo que es ahora–, que entonces solo tenía ensayos feministas, me pidió que hiciera un libro de entrevistas feministas hablando de la mujer en la Transición española. Esto fue en el 77 o así. Y yo dije que sí, porque era colaboradora, y los colaboradores dicen que sí a todo. [risas] Firmé un contrato, fueron 25.000 pesetas de adelanto, me las gasté, y al poco me aburrí soberanamente de hacer un libro de entrevistas, de las muchas que hacía para El País, porque me resultaba repetitivo incidir tanto en el mismo tema. Entonces dije a Debate que les devolvía el adelanto en cómodos plazos o que les hacía una especie de reportaje-ficción sobre el tema. Me dijeron: «Estupendo, porque vamos a abrir una colección de novela». Y así, la primera novela publicada por Debate es mía, Crónica del desamor, aunque en realidad yo considero que mi primera novela es la siguiente, La función Delta. Pero tuvo mucho éxito, y eso me dio mucho ánimo para seguir adelante con la escritura».

"Los escritores somos muy inseguros. La Historia está llena de escritores que han perdido a sus lectores y se han suicidado o se han vuelto locos"

La autora reconoce que premios de Derechos Humanos, o de distintas asociaciones de gente con problemas que reconocen la empatía social ocupan un lugar especial en su corazón, «pero como gran premio, el Nacional de las Letras es un premio gordísimo. Los escritores somos muy inseguros, y premios así te transmiten que por fin has llegado, que al otro lado hay alguien que te escucha y lo recoge y lo comparte. Porque si no, igual te pasas tres años metida en una esquina de tu casa, no vas al cine, no sales con los amigos, inventando mentiras sobre gente que no existe. Si nadie te dice que todo eso tiene sentido ni te devuelve cierta comprensión sería un delirio. La Historia está llena de escritores que han perdido a sus lectores y se han suicidado o se han vuelto locos. Herman Melville, por ejemplo, que vendió solo diecisiete ejemplares de Moby Dick y no le gustó ni a su amigo más íntimo. Casi no escribió nada más, se sumió en la mudez y convirtió su propia vida en un infierno. Los premios cauterizan un poco esa herida constante».

"La novela es la búsqueda del sentido de la existencia. No se escribe para enseñar, se escribe para aprender, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de lo que somos. Escribes desde la necesidad de escribir."

Al preguntar alguien si los escritores tienen consciencia de la influencia que llegan a tener con el público, asiente como una maestra dando su aprobación: «Muy buena pregunta». Y prosigue: «La novela es la búsqueda del sentido de la existencia. No se pueden escribir novelas animalistas, ecologistas, pacifistas o feministas, por mucho que tú seas eso en tu vida. Yo lucho por cosas así como ciudadana, apoyando causas, o con mi voto, o con otros géneros literarios, como el periodismo o el ensayo. Pero en novela no. No se escriben para enseñar, se escriben para aprender, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de lo que somos. Escribes desde la necesidad de escribir. El rigor del escritor es intentar ser el mejor médium de esa historia imaginada en tu mente que, como decíamos antes, necesita escribirse. No puedes pensar en el efecto que va a tener en el lector, porque eso arruinaría esa necesidad de encontrar el sentido a la vida que envuelve a la novela. La mayor parte de las veces la gente me dice cosas maravillosas de los libros míos que han leído, porque al leer la gente transcribe el libro contigo. Pero también me ha pasado alguna cosa terrible, como un chico que se suicidó tirándose a una vía de tren, y lo único que llevaba era un libro mío».

"Los seres humanos somos un maldito desastre. No sabemos vivir el presente. No nos conformamos con lo que tenemos. Decía Oscar Wilde que para la mayoría de nosotros nuestra verdadera vida es la que no vivimos"

Una asistente toma el micrófono para decir que el personaje de Soledad (en La carne), le parece lleno de lugares comunes de lo que es una mujer de 60 años, sobre todo en su amargura, y pregunta si no podría hacer otra novela sobre otra forma de envejecer. Por primera vez Rosa Montero parece sorprendida, aunque ha sido la tónica con esta novela. «Yo no he hecho una novela sobre el envejecimiento de la mujer, en absoluto, estoy hablando del paso del tiempo», responde. «Al principio ni siquiera sabía si iba a poner como protagonista a una mujer o a un hombre, y creo que, con pequeñas variaciones, la novela sería igual con un hombre en lugar de Soledad. Su problema no viene por ser una mujer, sino por la vida extremadamente dura que ha tenido. Tampoco la edad es especialmente determinante para que funcione el personaje, y tiene una vida sexual intensa y estupenda. Al presentar la novela, me dijeron en una entrevista en televisión cómo de admirable era que la novela tratara del tabú del sexo a los sesenta, y eso me dejó pasmada. Dije: «No, si yo no he querido hablar de tabúes, sino de otras cosas, una de las cuales es el sexo, y punto, sin tener en cuenta si era mujer o no, o si tenía esa edad o no. Yo lo que quería era explorar qué pasa cuando llevas toda tu vida sin una relación personal estable, en este caso porque ella no ha querido. Soledad ha buscado historias imposibles. Y llega un punto en su vida en el que se pregunta: «¿Me moriré sin conocer el amor?». Yo quería investigar qué vida podría tener esa persona. Y casi terminando la novela me di cuenta de que muchas de esas cosas las sentía gente que se ha casado varias veces o que ha tenido varios hijos: sienten que no han sido queridos de la manera en que querían haber sido queridos, ni tampoco han podido ellos dar el amor que tenían dentro. Eso llega a convertirse en una herida profunda. Los seres humanos somos un maldito desastre. No sabemos vivir el presente. No nos conformamos con lo que tenemos. Decía Oscar Wilde que para la mayoría de nosotros nuestra verdadera vida es la que no vivimos».

También se abordan los problemas que supone el tener que dedicar tanto tiempo a promocionar un libro. «Necesitas el contacto con los lectores», asegura Rosa Montero, que prosigue reconociendo que le encanta ir a institutos y clubes de lectura, pero no a doscientos. Como tampoco le vuelve loca hacer  promociones, pero «en el mundo de hoy tus libros no se ven si no haces un esfuerzo. Lo malo es que acabas repitiendo lo mismo mil veces, y por importante que haya sido cada idea para escribir el libro, tras tanto decir lo mismo se convierten en basura, y acabas sonando como un loro». Pone el ejemplo de Estampas bostonianas (originalmente publicado con Península), que inicialmente publicó firmando por contrato que no iba a hacer ni una entrevista sobre él. «Se vendió poquísimo. Al año siguiente saqué La loca de la casa, y cuando fui a la Feria del Libro de Madrid, vinieron unos lectores maravillosos, de esos que se compran todo lo que sacas, vieron el libro anterior y dijeron: «Uy, ¿y este?¿Lo has sacado también ahora?». Ni siquiera los más fieles te lo compran, porque no se enteran. He tenido que hacer giras por Latinoamérica de cuatro o cinco viajes de un mes cada uno, visitando cuatro o cinco países cada vez, y si allí soy conocida es porque he hecho eso. O lo fui, porque dejé de hacerlo, y supongo que cada vez venderé menos allí. Ya solo voy a sitios concretos, porque también tienes que encontrar un equilibrio entre la libra de carne que estás dispuesto a que te corten y lo que quieres llegar a percibir».

Por último, la pregunta de rigor en este marco: ¿Le parece Sigüenza un lugar inspirador para escribir?

—Podría serlo, pero yo no escojo las novelas que escribo. Historia del rey transparente se desarrolla en el siglo XII, Sigüenza me habría venido muy bien, pero nunca pensé que iba a escribir ese tipo de historia. Me gusta mucho la historia grecolatina y la historia medieval, y durante dos años me dio por leer muchísimo sobre eso. Y un día la novela viene y se enciende en tu cabeza, sin saber de dónde, como un sueño con los ojos abiertos. De la misma manera que no escoges lo que sueñas por la noche, tampoco yo escogí las imágenes que se me presentaron en la mente: un campo reseco por el sol y un grupo de tres o cuatro campesinos arándolo sin animales, con uno de ellos atado con los correajes del arado mientras otros lo empujan sudando por esa tierra rajada y pedregosa. Y en el otro lado del campo, veo a cuatrocientos guerreros de armadura matándose unos a otros. Era una visión muy vívida, y además estaba sintiendo el sol, oliendo el sudor de los campesinos y el de las vísceras de los muertos, oyendo el chillido de los heridos y el ruido de los mandobles. Te emociona tanto que no te cabe en el pecho y lo tienes que escribir. Los sueños se impregnan de lo que vives durante el día. Esto me llegó sin duda por todo lo que había leído en esos dos años.

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