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Secretos de Estado

Secretos de Estado

La Dirección Federal de Seguridad (DFS) no fue solo la policía secreta mexicana. Fue algo mucho peor. Encargada de recabar información de actividades subversivas o terroristas en el territorio nacional, actuó más allá de sus atribuciones y se convirtió en una terrible e implacable mano negra que se introducía sin permiso en la vida de todas aquellas personas que, solo por cuestiones ideológicas, incomodaban a los sucesivos gobiernos, todos los cuales, tras su fundación a finales de los años 40 y hasta los años 80, se sirvieron de ella sin piedad para atajar, manipular o cortar de cuajo cualquier intento democratizador que pretendieran llevar a cabo individuos y organizaciones. Está probado que espiaron y llevaron a cabo prácticas corruptas y violatorias de los derechos humanos, que practicaron sin empacho, haciendo escuela, el secuestro y la tortura, y que redactaron minuciosos informes de unas operaciones que permitirían escribir no solo reveladores ensayos y textos de carácter histórico-político, sino cantidad de buenas novelas negras y de terror, al tiempo que arrojarían luz sobre la génesis de los sanguinarios cárteles del narcotráfico y el crimen organizado en México. Por eso, cuando en 2002 se entregaron al Archivo General de la Nación (AGN) 4 mil 200 cajas con documentos de la DFS para hacerlos públicos, mucha gente alzó la vista al cielo implorando justicia. No obstante, hubo que esperar a 2007, cuando esos archivos comenzaron a digitalizarse, con el fin, se dijo, de facilitar su consulta a los investigadores más inquietos y ansiosos de conocer las verdades que escondían. Es más, hubo una página web que el gobierno mexicano mantuvo abierta a todo hijo de vecino entre 2008 y 2011, la cual, misteriosamente, en algún momento desapareció. Finalmente, en marzo del año pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó un decreto para que todas las dependencias del gobierno federal transfirieran al AGN “documentos históricos que se encuentren relacionados con violaciones a los derechos humanos y persecuciones políticas vinculadas con movimientos políticos y sociales, así como con actos de corrupción”. ¡Por fin!, pensaron los aún frustrados investigadores, los escritores que se frotaban las manos en pos de un novelón o simplemente aquellos que querían seguir el rastro de una persona querida desaparecida en algún momento de ese pasado obscuro y turbio. Pero cuál sería su sorpresa, cuando comprobaron que los documentos se niegan a abrir sus secretos, esta vez a consecuencia de una normativa que los sujeta a las restricciones establecidas tanto por la Ley de Acceso a la Información (que prohíbe publicar información de las personas por ser “confidencial”), como la Ley de Seguridad Nacional (que establece como información “reservada”, no publicable, “aquella cuya aplicación implique la revelación de normas, procedimientos, métodos, fuentes, especificaciones técnicas, tecnología o equipo útiles a la generación de inteligencia para la Seguridad Nacional, sin importar la naturaleza o el origen de los documentos que la consignen, o aquella cuya revelación pueda ser utilizada para actualizar o potenciar una amenaza”). El chasco ha sido monumental. Por eso, 200 investigadores de varias instituciones académicas acordaron firmar un documento para exigir acceso pleno a dichos archivos, encontrándose, de nuevo, con más trabas, pues ahora resulta que, según declaró Carlos Ruiz Abreu, a la sazón actual director del AGN, esos papeles contienen una gran cantidad de datos personales “sensibles”, tales como ideología política, creencias religiosas o morales, identidad sexogenérica, así como algunos otros que, dicen la autoridad responsable, “ponen en riesgo la integridad física de las personas que se mencionan o que les pueden generar una discriminación o estigma injustificados”. El colmo de la corrección política. ¿Pero qué esperaban que hubiera en esos papeles?, ¿un cuento de Caperucita Roja?, ¿a qué hora salía la gente a comprar el pan?, ¿si asistían a clase de geografía? ¿Y ahora quieren proteger la integridad? ¿De quién? Precisamente si alguien tuvo la mala suerte de aparecer en esos dichosos archivos secretos, es porque su integridad ya fue en su momento sujeto de riesgo, vejación o abuso, por no decir de tortura y desaparición física (léase muerte). ¿A qué callejón sin salida nos quieren conducir en este asunto? Ya lo dijo Baltasar Gracián: “Es tan difícil decir la verdad como ocultarla”.

DAVID HUERTA, INCURABLE POETA

"El colmo de la corrección política. ¿Pero qué esperaban que hubiera en esos papeles?, ¿un cuento de Caperucita Roja?, ¿a qué hora salía la gente a comprar el pan?"

Igual que a su padre, el gran poeta Efraín Huerta, a David Huerta (Ciudad de México, 1949) lo tocó la gracia de la poesía. Y en ese camino ha recorrido casi medio siglo escalando peldaños discretamente, como quien busca un sol y encuentra amaneceres. Galardonado a finales del año pasado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que otorga la Feria del Libro de Guadalajara, y habiendo atravesado la curva de los 70 años, Huerta acaba de publicar un nuevo poemario, El cristal en la playa (Era), obra que refleja el paso del tiempo, la muerte en el horizonte, el destello de las cosas que ocurren en la calle, la gente común, pero también su sangre derramada a consecuencia de la violencia. Se trata de una escritura que trasluce y corta el mundo, que brilla como los diminutos cristales sobre las revolturas de la arena en la playa ante la inmensidad del mar y de la vida.

TODA UNA VIDA PARA ESCRIBIR

"Una cosa es hacer carrera literaria y otra muy distinta hacer literatura"

Es un fenómeno singular. No cabe duda. Pero sorprende, porque nos hace pensar que una cosa es hacer carrera literaria y otra muy distinta hacer literatura. Hay literatos que, tras una numerosa obra publicada y reconocida con premios y honores varios, en el ocaso de su vida deciden que es hora de ser libres. Lo decía hace poco un célebre narrador, ensayista y dramaturgo mexicano a raíz de la publicación de su más reciente novela (la historia de un “impaciente joven norteño, bueno para dar golpes y malo para soportar injusticias”, “una aventura nocturna, briosa y sincera, que equipara los grandes con los pequeños misterios y nos ofrece un relato que no pueden perderse ateos ni creyentes”, reseña la editorial que lo publica). “No hay que andarse por las ramas”, explicaba el autor, manifestando un deseo ahora sí inaplazable de escribir cada línea con el alma. El mayor reto, confesó sin rubor, es la técnica, que cada palabra tenga su lugar y sea directa, porque el lenguaje, dedujo al parecer luego de años de cavilaciones escriturales, es un personaje. “Ahora sí, ha llegado el momento de hacer lo que quieras”, se dijo a sí mismo al cumplir los 75 años. Enhorabuena, maestro. Pero ¿no hubiera sido mejor haberlo hecho desde el primer libro?

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