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Secuelas: Cuarteles de invierno

Secuelas: Cuarteles de invierno

Arnaldo André no podía tener una novia, ¡no era justo! Primero, porque los galanes de telenovela no tenían permiso bajo ningún concepto, y segundo, porque ella estaba profundamente enamorada de él. Era indignante que una dedicara parte de su corazón y de su alma a alguien que jamás iba a enterarse del asunto. ¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo hacerle saber a Arnaldo que ella lo amaba y lo amaría eternamente? ¿Cómo podría llegar a decírselo alguna vez si había tenido la espantosa suerte de nacer en ese pueblucho de mala muerte? ¡Lejos de toda forma de vida interesante! La vida interesante, claro estaba, era la que sucedía en las revistas y en la televisión. ¿Acaso alguien podía ponerlo en tela de juicio?

Martita dejó la revista Nocturno sobre la cama para sosegar su alma partida, que en realidad no estaba partida de veras, sino que jugaba de a ratos a que se le partiera, para sentir algo de emoción. Pero, entre nosotros, ciertas veces exageraba tanto que llegaba a creérselo y todo. Volvía a sostener la revista en busca de las fotonovelas cuando escuchó la bisagra de la puerta: —Ñiiiiiii—. Papá las dejaba así, sonoras, por si a algún desafortunado se le ocurría entrar sin su permiso. Cada puerta tenía diferente tono: la de la cocina, a causa del aceite, hacía un sonido pringoso, la del comedor tenía un canto más agudo, la del baño jabonoso, y así cada puerta su propia melodía, las tristes melodías de las bisagras de Colonia Vela.

"Perdón, no se ofenda, es que no me gustan mucho las telenovelas, se disculpó el Rocha, consciente de que la había sensibilizado"

Miró para la puerta y por la rendija vio un ojo espión, algo tímido pero desfachatado, que finalmente se atrevió a mostrar a su dueño entero, y ¡máma mía! ¡Pedazo de hombretón poseía el ojo! La pobre chica se quedó sin aliento. Era el Rocha, y claro, ¿quién más podía ser si papá estaba de reunión y Dora tenía el sueño más pesado que la abuela de Eréndira? Se habían conocido esa misma tarde en el restaurante, de casualidad. El Rocha venía de Buenos Aires a pelear contra el bueno de Colombres y por la televisión había dicho que le iba a bajar todos los dientes. Ahí nomás Martita se enamoró. Con su permiso, dijo él. Cerró la puerta y se quedó parado, mirándola, anonadado. ¿Puedo? Martita no sabía qué había querido decir con eso último, porque pasar ya había pasado y quedarse se estaba quedando. Sí, contestó ella bajando la vista a la foto de Arnaldo André. El corazón le latía tanto que hasta llegó a temer que se escuchara de afuera. Se va a dar cuenta, se va a dar cuenta de que me gusta, qué vergüenza.

Rocha sonrió, sus ojos achinados y viriles. Por suerte ya lo sabía, así que no hubo que explicar nada, y para mayor suerte, también tenía cierta experiencia con las chicas inexpertas y tímidas como Martita. Se sentó al borde de la cama y agarró la revista. La miró un momento y soltó una carcajada. ¿Le gusta este hombre, Martita? ¿Le gusta el melonazo de Arnaldo André? Ella se sonrojó y con la vista fija en la revista negó con la cabeza, entre avergonzada e indignada. ¡Arnaldo no es un melonazo!, pensó. Perdón, no se ofenda, es que no me gustan mucho las telenovelas, se disculpó el Rocha, consciente de que la había sensibilizado. Pero a mi mamá si, ¿eh? Le encantan. A pura novela nos tiene a la hora de la cena, bah, de la cena y de la merienda y del almuerzo, a toda hora, je, je.

"Le latía el corazón incluso peor que antes, las manos, las orejas... Hasta los espantosos crisantemos artificiales que Dora le había regalado para no tener que regar latían enamorados"

Martita no levantaba la vista. Rocha le acarició el pelo. Ella tiesa como un maniquí de boutique. Él, cuidadosamente, le levantó la cabeza y se miraron fijamente. La tomó con sus dos manotas de orangután, el rostro de Martita desapareció por un momento entre ellas, y luego la besó, sin más vueltas. La escuálida mujercita no movía un solo músculo: Dios mío. Dios mío. ¿Y Dora? ¿Si Dora escucha y viene? ¿Si llega papá y viene? ¡¿Si viene justo papá o Dora o los dos juntos?! ¡Lo mata, que ya tiene planificado casarme con el infeliz engreído de Valmora! Rocha le seguía dando besos. ¿Y qué te pensás? ¿Que vas a tener una mejor vida con este grandulón, tarúpida? ¿No ves que todo lo que sabe hacer es repartir piñas? ¡Es un boxeador! El otro será engreído, pero… ¿A dónde llegarías con un boxeador? Además se le está terminando la nafta, lo dijo el otro día el del noticiero por la televisión, y si el del noticiero lo dice…

Rocha se sacó la remera del Cicles Club, dejaba ver sus abdominales en extinción y su panza incipiente, efecto colateral de las ravioladas maternas. Martita se permitió mirarlo y sintió la atracción desde la uña del pie hasta la coronilla. Le latía el corazón incluso peor que antes, las manos, las orejas… Hasta los espantosos crisantemos artificiales que Dora le había regalado para no tener que regar latían enamorados. Marta, insistió en persuadirse una vez más. Marta, mañana tenés un día ajetreado y hay que dormir las ocho horas, si no, la mente no funciona, dice papá, y Dora lo corrobora. Está la fiesta, el festival, la pelea, hay que cocinar las empanadas, terminar de bordarle las puntillas a la blusa, lustrar los zapatitos de tacón… Además hay que limpiar la casa.

"A lo lejos se escuchaban el viento, los truenos. En junio las tormentas no daban tregua. Un relámpago cruzó el cuadro de la ventana e iluminó la habitación entera"

Mientras tanto Rocha levantaba las sábanas y se le metía en la cama. Ahí nomás le encajó otro beso. ¿Me querés, Martita? Claro que te quiero. ¿Te pensás que te estaría dejando si no te quisiera? Rocha la miró, serio, luego sonrió. Tiene razón, mi princesa, y menos mal. Si no, me hubiera tenido que retirar porque yo tampoco ando con cualquiera, ¿sabe? ¿Me va a tutear o no?, insistió ella como si ya se lo hubiera pedido. Como usted prefiera, Marta. A Martita le causó tanta ternura el grandote que no pudo disimular la sonrisa, y ahí nomás se entregó al vendaval de besos y achuchones. Cuando llegaron al momento ese que en las películas que le permitía ver papá no se muestra, Rocha fue tan cuidadoso que todo fluyó de manera soñada, como si hubieran estado juntos desde siempre. Se quedaron dormidos abrazados, los dos eran uno solo. A lo lejos se escuchaban el viento, los truenos. En junio las tormentas no daban tregua. Un relámpago cruzó el cuadro de la ventana e iluminó la habitación entera.

¿Qué vamos a hacer con mi papá, que no lo quiere? Lo arrancó Marta del idilio, y por suerte, porque soñaba que el marrano de Colombres le estaba dando una paliza que Dios me libre, ni levantarse podía, y encima la lluvia de mierda esa, que se la complicaba aún más. ¿Cómo que no me quiere, quién le dijo? Martita no quería partirle el alma pero se lo tenía que decir. Mi papá ya me lo tiene elegido al marido, pero yo no lo amo. ¿Qué? ¿Y cómo se va a casar con alguien a quien usted no ama, Martita, su padre no quiere que sea feliz? No sé… Martita dejó escapar una lágrima que bajó por la mejilla hasta la comisura de su boca, en donde un beso de Rocha dio por terminado su viaje desahuciado. Mirame, Marta, mirame y disculpá que te tuteo. La voz de Rocha se había puesto firme y decidida. Pimpollo, mirame por favor. Marta miró, pensando en la que se estaba metiendo, qué despiole. Hasta ayer yo no sabía lo que iba a ser de mi, pero hoy sé que vas a ser mi mujer, ¿entendido? ¡¿Entendido?! Mirame, Marta… Sí, dejó escapar ella entre sollozos mezcla de congoja y felicidad. Y nos vamos a ir juntos para la Capital. ¿Y mi papá? Marta, él ya está grande, se las podrá arreglar solo, además la tiene a la gorda de pelo negro. Dora, dijo Marta ahogando una risita avergonzada. Ahí está, Dora lo va a saber cuidar. Como le decía, mi mamá y mi abuela estarán chochas de recibirla. Si usted supiera lo contentas que se ponen cuando viene visita, ja, ja… Una risa. Usted es muy linda, Martita. Dejó de tutearla nuevamente. Usted es como una flor, ¿sabe? Una flor allá en lo alto de los montes, de enorme belleza, pero nadie la puede tener. ¿Le gustó? Lo aprendí en la escuela primaria, allá en Floresta.

"¿Era después de la pelea? ¿El ataúd para Mingo era después de la pelea? Sí, con la plata de la pelea, claro… Pero… ¿Mingo murió? ¡Sí, claro! ¡La paliza que le habían dado!"

Rieron juntos un rato más y volvieron a quedarse dormitando, pero el corazón de Marta ahora disfrutaba del sueño de los sosegados. Estaba feliz, había encontrado por fin al galán de su novela, a su temerario, a su aguja en el pajar. Al rato Rocha sintió que alguien lo zamarreaba, aunque quería abrir los ojos no podía, los sentía pesados, como si tuviera los párpados pegados entre sí y necesitara la ayuda de los dedos para separarlos. Viajó con la conciencia hasta sus brazos, pero no los sentía. Lo siguieron zamarreando, y fue entonces que escuchó unos ruidos espantosos, como de disparos, ¿o eran fuegos artificiales? ¿A esta hora? No… ¿Será el padre de Martita? ¡Dios no lo permita, porque me mata acá mismo! El tipo tan celoso y yo en pelotas con la nena. El zamarreo se detuvo, pero él seguía sin poder abrir los ojos, también notó que le costaba respirar. Escuchó voces, corridas, ladridos y más corridas. ¿Qué carajo estaba pasando? Tuvo un escalofrío. Sintió que alguien lo tapaba. Entreabrió los ojos y pudo vislumbrar una silueta en la oscuridad, acto seguido todo quedó en silencio. Entonces tocó el cuerpo dormido de Marta a su lado, su rostro sonreía como un ángel. De pronto supo, tuvo la certeza: a Colombres iba a partirle la cabeza y no los dientes. Se sentía fuerte y se dio cuenta de que era la fuerza del amor. Pensó también en la serenata que había organizado para después de la pelea. ¿Era después de la pelea? ¿El ataúd para Mingo era después de la pelea? Sí, con la plata de la pelea, claro… Pero… ¿Mingo murió? ¡Sí, claro! ¡La paliza que le habían dado! Si había estado desarrugando su sombrero, morbosos que somos, que nos causa mayor interés el sombrero de un muerto que el de un vivo, aunque sean los dos la misma cosa con diferencia de tiempo entre medio nomás.

"Rocha quiso preguntar pero no pudo, apenas si le salía respirar. Se dio cuenta de que no estaba en lo de Marta. Era una sala oscura, fría, sin ventanas, con olor a medicamentos y a excremento"

Así que entonces Mingo había muerto, pero… Recordó la lengua larga y azul colgando del rostro del pobre andrajoso; las quemadas de cigarrillo que le habían dejado marcadas en el cuerpo. De golpe, una nueva sacudida lo arrancó del estado soñoliento. Escuchó varias voces nerviosas, ruidos de frenadas, corridas. Otra vez le costó mucho respirar. Sintió que perdía el equilibrio y que el corazón se le salía del pecho. Pudo entonces entreabrir un ojo y vio muchas caras a su alrededor, algunas conocidas. Estaba el camillero, Gary Cooper, que junto con otros intentaban mudarlo de la cama del roñoso hospital a una camilla. ¿Y Marta?, pensó. A unos metros dos milicos, con un tercero hecho trizas, lo sostenían de los brazos, seguramente por una riña en el quilombo, esperaban por su cama. Dos de ellos fumaban y el estropeado pedía como podía que apagaran los puchos porque apenas podía respirar. Jodete por boludo, le dijo Gary Cooper, que descargando su bronca en Rocha terminó por mudarlo de sopetón a la camilla enclenque.

Rocha quiso preguntar pero no pudo, apenas si le salía respirar. Se dio cuenta de que no estaba en lo de Marta. Era una sala oscura, fría, sin ventanas, con olor a medicamentos y a excremento. Había muchas camas y en cada una un maltrecho. Se escuchaba el quejido de una vieja a lo lejos: Ay, ay, ay… Interminable. Y nunca entendió él en donde estaba, ni supo cómo lo había dejado Colombres en el ring bajo una de las peores tormentas de junio. No. Rápidamente volvió a la somnolencia, en donde aguardaba el recuerdo de la noche anterior, con ella, el encuentro de dos almas que parecieran haberse buscado toda la vida, y aunque ese cantante que a la vieja tanto le gustaba insistiera con que al lugar en donde uno fue feliz no debiera tratar de volver… Rocha allí se quedó…

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* Este texto es una “secuela” inspirada en “Cuarteles de invierno”, de Osvaldo Soriano.

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