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Selección del concurso de historias vascas

Historias vascas en Zenda

Más de un centenar de relatos participan en el concurso de historias vascas. Y ahora publicamos en Zenda una selección con las diez historias que optan a los premios. El concurso, dotado tanto en euskera como en castellano con 1.000 euros para el ganador y 500 para el finalista, está patrocinado por Iberdrola y cuenta con un jurado formado por Txani Rodríguez, Ana Malagón, Iban Zaldua, June Fernández,  Ander Izagirre y Mikel Urkiaga.

Para participar había que enviar historias vascas entre el 28 de noviembre y el 9 de diciembre. Este viernes difundiremos los nombres del ganador y del finalista de cada categoría. Bajo estas líneas reproducimos las diez historias seleccionadas. Al resto de las historias se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.

SELECCIÓN EN CASTELLANO

1

Cuenta atrás
Paula Zumalakarregui Martínez

Cuando el sistema de megafonía del Aquapark se activa con un chirrido ese sábado, 12 de julio de 1997, Zuriñe se está comiendo un Frigopié. Hace tanto calor que no se puede dar un solo paso sin chanclas.

Todos los años, al final de las vacaciones, cuando tienen la piel lo suficientemente tostada como para aguantar tantas horas seguidas bajo el sol, su madre hace una tortilla y se van a pasar el día al Aquapark de Torrevieja. Para Zuriñe, ese es el momento más esperado del verano.

El viaje hasta la Dehesa de Campoamor, donde sus abuelos tienen una casa de veraneo, dura casi once horas. Salen de Getxo cuando aún no ha amanecido para evitar el tráfico de Madrid y antes de partir su padre se asegura de mirar bajo el coche por si hubiera algún gatito escondido. Durante las primeras horas, el desvaído círculo blanco de la luna escolta al coche en su avance por la carretera. El Renault 19 rojo matrícula de Bilbao vuelve siempre de las vacaciones con un rayón nuevo en la carrocería.

El día del Aquapark después de comer la obligan a esperar antes de volverse a montar en los toboganes. Zuriñe es hija única y tiene que entretenerse por su cuenta mientras sus padres echan la siesta. Se ha puesto tan pesada que le han dado cincuenta pesetas y le han dejado ir sola por primera vez a comprar un Frigopié. Se pasea entre las piscinas protegida por el escudo blanco de la crema, arrastrando las chanclas rojas que le ha cogido a su madre sin que se entere. Va desdibujando el contorno del Frigopié con lametones lentos y concienzudos, girando el helado hacia un lado y hacia el otro, reservándose los dedos para el final. Le gusta atacarlos cuando están a punto de empezar a derretirse, reblandecidos por el calor del mediodía levantino. La digestión es un fastidio. A esas horas hay mucha menos cola y habría podido subirse a varias atracciones seguidas. Prefiere montarse con su madre: su padre pesa tanto que se quedan atascados y tienen que darse impulso con las manos para bajar por los toboganes. Por desgracia, normalmente se tira con él, porque su madre prefiere quedarse leyendo en la toalla.

Va donde las ranas, que no son de verdad, sino de piedra, y sueltan chorros de agua sin previo aviso. De pequeña, Zuriñe correteaba entre ellas gritando «¿A que no me pillas, a que no me pillas?», pero hoy hace tanto calor que lo que quiere es refrescarse con los chorros. Babas de rana, piensa, y se ríe. Deja las chanclas junto a la entrada y accede al recinto vacío. El suelo de piedra está refrigerado por el agua que escupen las ranas y en algunas zonas se han formado pequeños charcos. Decide que se permitirá dar una chupada al Frigopié, a modo de premio, cada vez que consiga que la moje alguna de las ranas.

Está a punto de lanzarse a por el dedo gordo cuando una voz metálica empieza a hablar por megafonía. A veces algún niño se pierde y los socorristas tratan de localizar a sus padres de esa manera. Zuriñe solía pensar que, si los padres no acudían a la llamada, el niño tendría que quedarse a dormir en el Aquapark con los socorristas y podría montarse en las atracciones un montón de veces sin hacer cola ni nada y vaya morro. A veces incluso le daban ganas de perderse aposta, pero ahora que es mayor le daría pena que sus padres pudieran preocuparse.

Ese día, sin embargo, el mensaje entrecortado que vierte la megafonía es distinto. Zuriñe no entiende muy bien qué ha pasado —parece que han matado a un ángel blanco—, pero comprende que la voz seria y temblorosa que brota de la megafonía del Aquapark está pidiendo un minuto de silencio. No le resulta extraño. A menudo a la hora del recreo el colegio entero se congrega en un círculo en el patio y todo el mundo se queda callado hasta que los profesores dicen que ya pueden irse a jugar. Zuriñe no entiende de qué sirve guardar silencio por una persona muerta —mejor rezar—, pero obedece. Una vez sacó el bocata y empezó a comerlo sin hacer ruido, pero su profesora la vio desde el lado opuesto del círculo y la miró con tal severidad que dejó de masticar. El pan y el chorizo se le hicieron una bola y la tuvo que tirar a la basura al concluir el minuto de silencio.

Zuriñe se queda inmóvil frente a una de las ranas. Allí no hay profesoras, así que empieza a contar hacia atrás muy despacio por miedo a equivocarse: 60, 59, 58… Los rayos del sol se descargan sobre el dedo gordo del Frigopié, que empieza a derretirse lentamente. 36, 35, 34… Zuriñe es testigo del proceso con un sentimiento de impotencia que le llena los ojos de lágrimas. 18, 19, digo 18, 17, 16… El dedo gordo se ha desintegrado y el Frigopié está ya irreconocible. 9, 8, 7… El helado empieza a chorrear y el líquido rosa se le escurre entre los dedos. Cuando llega a 0, la rana frente a la que se encuentra le dispara al ombligo un chorretazo de agua helada y del sobresalto se le cae el helado de la mano.

Zuriñe echa a correr descalza sobre el pavimento achicharrante y llega dolorida y hecha un mar de lágrimas donde sus padres, que ya se han despertado de la siesta. Su padre, de pie junto a la tumbona donde está sentada su madre, no deja de menear la cabeza. A su madre se le escapan las lágrimas y la abraza con tanta fuerza que a Zuriñe le duele el pecho. Le ha debido de dar mucha pena también a su madre lo del Frigopié, porque le compra otro sin que Zuriñe se lo pida. Su padre ha tenido que ir donde las ranas a coger las chanclas.

***

2

Relato
Alberto Ramón Albertus

Volví a Bilbao para acabar la carrera y encadenar otro contrato precario en una televisión local. Mi particular erasmus se podía despachar en medio folio. “Cuatro notables.  ‘En el camino’. Umbral no me gustó. Buen tiempo en Plentzia. La mujer del tiempo en un bar. Otra extremeña, como yo, habla raro al forzar el acento. Zurracapote. La gallega del Celta. La irlandesa que me contó que le encantaba el speed, lo había probado en una fiesta en el Guggenheim”.

Los recuerdos aparecían más o menos en ese orden en una libreta del tamaño de la palma de mi mano. Me llamaba la atención lo recogido en el diario. En esos cuatro meses, tres de universidad y uno de beca, no le rendí cuentas al frío ni a la lluvia, mientras que la gente no hacía más que preguntarme cómo aguantaba este tiempo. Incluso había anotado en un pósit (en un alarde de genuidad) la frase “prefiero el gris y el verde vasco al sol” como reverso de otra que escuché por primera vez en la función teatral de ‘Obabakoak’. “Mi espíritu es en lo fundamental semejante al de las plantas: revive con el buen tiempo, y se apaga con la lluvia y el frío”.

Esa memoria contrastaba con las estampa de la ciudad que tenía de cuando era un crío. Había vivido dos años, quinto y sexto de primaria. “Exento de euskera. Lluvia. Un día de nieve. Nos volvemos en dos o tres años a Cáceres. Fútbol cada fin de semana y el silencio de mi padre en un rincón del salón”. Aterrizar en Bilbao tiempo después me había llevado a pensar que había una conciencia emigrante, casi anclada al pueblo dondenací. Incluso había barrios en el País Vasco que podían ser una pedanía  de Extremadura. No entendí muy bien que me llevaba a repetir el destino. Supongo que era una opción personal.

Ahora he vuelto. Otra vez al País Vasco, en esta ocasión a Vitoria. Llevo dos días y no puedo acumular recuerdos. Lo primero que he hecho ha sido hablar con un artista que se estrena en el museo de arte contemporáneo, Artium. Me ha tocado entrevistarle para otra televisión local con la que he firmado un contrato por tres meses. Él me dice que se dedica a pintar cuadros iguales. “Eso es lo que hago. ‘Cuadros iguales’ es la obra por la que soy reconocido. Chillida hace esculturas de hierro, otras de arcilla; Rothko, unos cuadros horizontales”, ejemplifica con una sonrisa. Pienso que yo también he entrado en la repetición con tanto viaje al norte. Me aclara: “Eso no quiere decir que siempre haga lo mismo. Si ves la obra a lo largo de los años no tienen nada que ver los últimos cuadros con los del principio. Hay cambios en el color, tratamiento pictórico, texturas”.

***

3

Terranova
Jesús Gella Gayo

Me pregunto quién tuvo la ocurrencia de bautizar con nombre tan esperanzador estas playas heladas donde la bruma no levanta en días. Habrá quienes la comparen con la que abraza los montes y prados de nuestras tierras, pero la de aquí oprime el corazón con un silencio que estrangula. Zarpamos de Lekeitio en mayo. Las últimas jornadas de travesía fueron tan blancas que era como quedarse ciego, entre montañas flotantes de hielo que los inuit llaman ijsbergs y que el piloto Isasi maldecía entre dientes. Si el graznido de un alcatraz anunciaba la proximidad de costa el tonelero Otxoa y yo interrumpíamos el juego de damas y escrutábamos el cielo, aun sabiendo que no alcanzaríamos a distinguir ni la cofa del mayor sobre nuestras cabezas. Cuando el beque del Vírgen de Arantzazu rajó la niebla vimos que este año no éramos los primeros en llegar. Las espirales de humo y el resplandor de los hornos donde otros balleneros ya empezaban a fundir la grasa obligaron al capitán a buscar un fondeadero menos concurrido. Yo embarqué como artillero en el Vírgen de Arantzazu precisamente para mediar, en caso de disputa, con una bombarda del mejor hierro del Somorrostro. La hubiera preferido de bronce, pero eso no dependía de mí.

Termina julio y comenzamos a patrullar la Gran Baya. Cerca de aquí se perdió el San Juan de Pasaia, y así se lo digo a Kusko y Ganeko en la primera expedición desde que establecimos el campamento. Son dos grumetes de tierra adentro, naturales de Murélaga, que solían zascandilear alrededor de mis piezas durante el viaje y que creían saber más que nadie. Otxoa tomó a Ganeko de aprendiz. Al muchacho se le había metido entre ceja y ceja ser carpintero de ribera o, al menos, ayudar a construir el almacén y la factoría donde se iba a extraer el aceite; pero Otxoa lo puso a montar las pipas y botas que en noviembre, antes de que los hielos cierren el paso, volverán en la bodega llenas de valioso saín. Kusko aprendió conmigo a cebar los falconetes y está emperrado en dirigirlos contra la arboladura de otro galeón. Por eso ambos compiten ahora con el vigía y corren de una borda a otra, de obenque a obenque; Kusko buscando velas a las que disparar y Ganeko soplidos de agua y espuma que hagan necesarios sus toneles.

Yo le digo a Kusko que en estas aguas el mayor riesgo no viene de las naves en la superficie, sino de lo que habita debajo. Y que a razón de más riesgo más carga, y eso es bueno porque entonces el tercio de la tripulación también aumenta. Otxoa nos llama para que nos reunamos con él y Ganeko cerca del castillo de proa, junto al hornillo de piedra. Con disimulo, el cocinero Arteaga nos da galletas mojadas en agua dulce. Para pasar el rato amedrentamos a Kusko y a Ganeko con nuevas historias de monstruos marinos. Si alguno de los dos ha llegado a ver una franca del Cantábrico habrá sido ya muerta y despiezada. Seguro que para ellos incluso los cazadores que iban más allá del golfo de Bizkaia pertenecen al mundo de las leyendas, como las lamiak con medio cuerpo de pez que sus amonak les contaron que acechan en rías y lagunas. Kusko y Ganeko escuchan impacientes los horrores bíblicos que Otxoa y yo nos inventamos, como si no bastara con las maravillas que han contemplado nuestros propios ojos. Por mucho que las cuadernas y baos que crujen bajo las botas de piel sean de buen roble vascongado, les decimos, podrían partir el Vírgen de Arantzazu en dos y hundirnos en un agua tan fría que los inuit ni se preocupan de aprender a nadar.

El vigía da la voz de soplidos a estribor. Es un grupo y parecen grandes. Los arponeros Urrutia, Zubeldía y los hermanos Larreta aceptan la media barrica de sidra que les ofrece el intendente Góngora. Toman un trago largo, meditabundo. Los cuatro son arrentzaleak experimentados y a Urrutia lo conozco de otras campañas. Es de Bermeo y una vez protegí su vuelta a nuestro galeón porque un danés le venía olisqueando la popa. Se echan las txalupak al mar, con seis hombres a los remos y un arponero en la primera bancada. Los palazos, como misterios del rosario de un dominico, rompen el agua y el silencio. La txalupa de Urrutia es la más veloz y los rociones de espuma que levantan los remeros pronto se confunden con los de los soplidos de la manada.

Es entonces cuando una enorme cola en forma de media luna se alza majestuosa y vuelve a caer, desbaratando la formación de nuestras txalupak. Cuando se reagrupan las vemos erizarse de sangraderas y lanzas entre las columnas de agua.

Apoyo una mano en el hombro de Kusko y la otra en el de Ganeko. Noto la tensión bajo las gruesas pellizas, ambos se han olvidado de falconetes y toneles. Lo que tienen ante sus ojos es por lo que han dejado su tierra en la otra orilla del mundo y lo que, para siempre, está a punto de cambiar sus vidas. Yo solo soy un pobre artillero de Orio que de vez en cuando ha de vérselas con corsarios de cubierta a cubierta. Poca cosa. Pero los hombres que van en esas txalupak se enfrentan a la más magnífica criatura del Antiguo Testamento.

Me parece que es Urrutia el primero que se yergue sobre la proa de su frágil embarcación, zarandeada por el oleaje. Sujeta el arpón con ambas manos cuidando de no enredarse en la estacha que puede arrastrarlo detrás. Zubeldía y los Larreta están también cerca. Una sombra oscura crece bajo la superficie. Cada vez más grande, más real. La ballena sube a respirar. Urrutia levanta el arpón sobre la cabeza.

—Mirad bien —les digo a Kusko y Ganeko.

Pero no hace falta, porque ya lo hacen. Nunca dejarán de hacerlo.

***

4

Días de lluvia
Diego de la Fuente

I

La empresa me envía unos meses a trabajar al País Vasco. Cuando llego a San Sebastián son las once de la noche y llueve. El hotel donde me alojo está a las afueras, en la cima de un monte. El GPS me conduce por un camino que no parece llevar a ninguna parte, dice que mi destino se encuentra a pocos kilómetros, pero no me fío. A medida que asciendo por la carretera, me voy adentrando más y más en una especie de bosque, y las historias en las que ETA dejaba a un empresario atado a un árbol en mitad de la nada empiezan a rondarme la cabeza. Por suerte, en pocos minutos la carretera termina en la puerta del hotel. Aparco al pie de unas escaleras de mármol. Mi habitación está en la cuarta planta, es amplia y la moqueta está limpia. Se notan las cuatro estrellas. Salgo al balcón. El viento arrastra la lluvia hasta mi cara. Al fondo, la playa de la Concha brilla como en las postales y el mar y el cielo son la misma cosa inmensa y oscura. Bajo al restaurante. No hay más clientes. Tampoco hay camareros. A pesar del lujo, me siento vulnerable. Tras la barra, una puerta con ojo de pez deja escapar un sonido de cacharros metálicos. Pasan quince minutos, puede que más. Entonces entra en el restaurante un tipo con pijama de raso y batín a juego. Se acerca al mostrador, espera unos segundos y luego se lleva dos dedos a la boca y silba con fuerza, igual que si llamara a un puñado de vacas. Un chico con granos en la frente se asoma por el ojo de pez. El tipo le hace una seña con la mano, el chico sale y prepara un escocés sin hielo en vaso de tubo. Yo le digo que me gustaría cenar algo. Cuando el chico regresa a la cocina, el tipo del pijama me dice que hace exactamente treinta años celebró su boda en ese mismo hotel. No sé qué contestar a eso. Ni siquiera acabo de creérmelo. El tipo del pijama coge su whisky y se larga. Entonces pienso que hubiera estado bien que se quedara un rato más a mi lado. El chico vuelve a salir, dice que no hay cocina, pero que puede hacerme un sándwich mixto. 

II

Después del trabajo doy un paseo por los alrededores del hotel. A la izquierda de las escaleras de mármol hay un arco de piedra que me lleva a lo que parece ser una vieja montaña rusa. Intengo seguir el recorrido de las vías, a veces se asoman al borde del precipicio y pienso que no creo que nadie tenga huevos a subirse ahí. Los raíles están oxidados y algunos tramos están cubiertos por las ramas de los árboles que crecen en la ladera del monte. Luego encuentro una especie de mirador. Empieza a anochecer, la lluvia es tan fina que apenas cae, es como si nunca dejara de llover del todo. Miro de nuevo hacia la playa de la Concha, distingo a unos  surfistas nadando hacia la oscuridad. Entonces todo transcurre igual que en los sueños. Subo al coche, enciendo la radio y en unos minutos ya formo parte de la postal, mis manos están apoyadas en la barandilla blanca que recorre el paseo y el olor de la sal me trae viejos recuerdos. Un tipo se me acerca, un tipo con gabardina y flequillo peinado hacia abajo. Me pregunta si quiero un cupón. No, no quiero, gracias. El tipo sonríe. También tengo películas porno, dice, ¿te gustan las películas porno? El tipo tiene una cara extraña, parece viejo y joven al mismo tiempo. Echo un vistazo a mi alrededor, la playa ha quedado desierta, ni siquiera veo a los surfistas, el mar debe de habérselos tragado. No, no me gustan, bueno sí me gustan, pero me tengo que ir. El tipo insiste, quiere que le invite a mi casa, podemos fumarnos un porro y ver una película porno, me dice. Mira, ¿ves aquellas luces de allí, encima del monte?, pues ahí vivo yo, en el hotel. Ah, sí, me dice, yo iba de niño a montar en la Montaña Suiza. Será rusa, le digo yo. No, no, responde muy serio, no es rusa, es suiza. 

III

Hoy viene mi jefe en el avión de las doce y media. Cuando se encuentra conmigo, dice que quiere saber qué tal me va, pero parece pensar en otra cosa mientras intento explicarle que todo marcha según lo previsto. De pronto mira su reloj y me pregunta si Aitor habrá reservado mesa en el Sugarri. Aitor es el jefe de operaciones, un tipo peculiar. Salimos fuera, el Sugarri no queda lejos del aeropuerto, pero está lloviendo y mi jefe prefiere ir en coche. Cuando llegamos, Aitor nos espera en la puerta, fumándose algo que tira precipitadamente al vernos aparecer. Durante la comida hablamos de temas relacionados con el trabajo. Luego Aitor nos acompaña de vuelta al aeropuerto. El avión de mi jefe sale a las cuatro y veinte. Desde el ventanal de la cafetería podemos ver cómo las nubes acaban engullendo al aparato. Aitor tiene prisa, pero antes me dice que podíamos quedar algún día, ya sabes, para tomar unos katxis. Me pregunta donde vivo. En un hotel. ¿En cuál? En el Monte Igueldo. Ahí va la hostia, me dice, ¿el de la Montaña Suiza? Sí, en ese, le digo. Pues allí celebraron mis padres su boda. Nos despedimos con un apretón de manos. Mi jornada laboral ha terminado. En el peaje observo que no está el chaval con acné de todos los días, sino una chica morena más o menos de mi edad. Le pregunto si aquí deja de llover alguna vez. La chica sonríe y me dice que sí. Llego al hotel, subo corriendo a la habitación, quiero comprobar algo. Es verdad: solo tengo que cerrar los ojos y pensar en ella para que salga el sol. 

***

5

Bilbao
Rodríguez Valladares

Bilbao fue una resaca: sucia, húmeda, el fruto más amargo de la última noche; ahora, el fulgor de las escamas plateadas de un pez varado en la ría que, lenta y gris, recoge todas esas lágrimas.

Me entregué a las aceras del centro, que se dejan andar, y seguí el sinuoso trazado del tranvía en busca de algún pecio. Y creí en la resurrección de los muertos.

Me topé con ella junto a la vieja estación de Atxuri, el final del tranvía. Estaba frente a otro superviviente, un colegio antiguo que parece de niños ricos pero que es de niños pobres. Los dos en esa encrucijada de barrio puesta en limpio.

Quedan pocas tabernas ya, pero allí resiste acosada por franquicias y locales a la moda repletos de té y batidos antioxidantes. Antes de entrar me detiene un sentimiento arqueológico: esa última mano de pintura azul cobalto cubre otras muchas capas; granates, blancas, grises. Estratos de tiempo. Ensucian los sillares de piedra que enmarcan la entrada los restos de pintadas superpuestas e ilegibles.

Sobre el dintel: “TABERNA FLOREN” (fuente vasca).

Empujo la puerta, suena como esperaba.

Mostrador largo, gastado, repleto de pinchos; varias tortillas de patata de grosor bilbaíno: con bacalao, de pimientos, con cebolla; algunos sándwiches, fiambres y productos del caserío, un jamón de Espeleta y bocadillos antiguos. Sin espacio para modernidades. En la sección liquida: vino, cerveza, cafés, copa. Punto.

—¡Aúpa! —saludan.

Floren y su mujer son guapos, de manicura cuidada, y se dan vida tras la barra atendiendo y retirando escombros; llevan delantales negros y no dejan de recoger platos por una puerta pequeña que hay al fondo donde alguien redondo —hombre parece— se afana entre los fogones y produce ruidos metálicos y chisporroteos de aceite. En sus taburetes, los parroquianos: un grupo de jóvenes con un pitbull bajito y compacto, un particular y un señor vestido de jubilado sentado como un jubilado en una de las mesas del fondo y que mira como un jubilado por la ventana que da a la plaza trasera en la que no pasa nada. En general, callan, charlan a ratos. Apenas me miran.

Fuera, un sirimiri pone gris la tarde; dentro, humea ya un café en mis manos.

Taberna de Floren, sábado tarde: un hogar.

La pared que queda frente a la barra está repleta de fotografías, muchas en blanco y negro. Recorro las imágenes con la vista.

—Ése ahora está en la cárcel —apunta el hombre del fondo.

Asiento con la cabeza. Me fijo en la foto.

—Aquel de allí murió en un asilo, solo como un perro —me dice.

La puerta se abre con un ritmo irregular y por ella se cuela el aliento frío y húmedo de la ciudad. Entran hombres.

José María se vino de Extremadura a Sestao con doce años aun sin cumplir y entró en La Naval de ayudante de soldador. Ahora ya no es de ningún lado. Viudo, los fines de semana se le cae el piso encima y se viene hasta la otra punta a ver a los nietos. Uno de ellos juega en las categorías inferiores del Athletic. Eso dice antes de ofrecerse a pagarme una copa.

—Le agradezco —digo.

El pacharán no es tan dulce como en otros lados.

—Floren no quiere quitar las fotos —apunta—. Dice que dan ambiente al bar.

No respondo. Las miro más de cerca, con cierto pudor.

Bebemos callados, mirando a la mesa.

José María tiene quemadas las manos, no parece tener huellas dactilares. Y unos antebrazos fuertes, llenos de venas. No deja de mirar la plaza de atrás. Por esa puerta, la que da a esa plaza, no entra ni sale nadie. Tiene algo de veto, quizás porque es nueva; las gotas de lluvia no parecen fijarse a sus vidrios y es de aluminio blanco, demasiado blanco.

—Aquí las cosas ya no son como antes —rompe el silencio—. Sólo quedan esas fotos.

Me cuenta cosas de Bilbao. De eso años.

Un grupo de tres entra. Llevan chubasqueros azules, y dos de ellos un pendiente. Se ponen en la barra y floren les sirve sin preguntar. Son habituales.

—Esto es como esta taberna, todos usan la puerta de siempre —apunta José María al final de su análisis.

Pasa la tarde y quiere como anochecer, pero hay algo que se lo niega al cielo, un reflejo amarillento; las farolas, que parpadean dubitativas, acaban subiendo de intensidad poniendo en el pavimento reflejos nuevos a agua.

Cando José María se marcha la taberna empieza a llenarse de gente. Matrimonios con carritos de niño, parejas de novios que piden raciones. En la televisión han puesto el fútbol.

Me quedo mirando esa foto mientras espero la cuenta. Guillermo Gorostiza, jugador del Athletic, de Santurce, peinado a raya. Y luego la de ese que está en la cárcel, es en color.

Una niña entra por la puerta de atrás, la que da a la plaza, la de aluminio blanco. Suena a nueva. Se pone de puntillas para alcanzar la barra. Quiere chicles.

Pago. Me marcho.

***

SELECCIÓN EN EUSKERA

1

Zeruertza
Goi Tizen 

 

«Testuen isiltasun nabarmenetan, hutsuneetan eta absentzietan,

senti daiteke modu positiboenean ideologiaren presentzia».

Terry Eagleton.

Semea hil dioten amak estu besarkatzen du bere potreta. Egongelan zuen zintzilik duela gutxirarte, eserita dagoen besaulkiaren atzeko horman. Altzoan du orain, argazkia estaltzen duen kristaletik malkoak irristatzen direlarik. Markoa gogor oratzeak semea ordezkatu ahal izango balu bezala.

 

Argazkiak hamar urte inguru izango ditu. Gazte agertzen da, neurturiko irribarrea ahoan kamerari so. Bisaiak gordetzen du aitaren antzik. Orrazkera, sudurra, begien adierazkortasuna. Bi begi marroixka; horien artean sartu zioten graziazko tiroa. Bi bala guztira, lehenengoa garondotik. Nahita ere nork tirokatuko zuen ez jakiteko moduan.

 

Amak ezin dio negarrari eutsi. Zutik dagoen senarraren bi esku lodiak sorbaldan paraturik ditu, mundu honekiko konexioa galdu ez dezan edo. Mahaitxo gainean dauden pilulek laguntza eskasa eskaintzen diote, amaren jarduna, zotinek eta senar estoikoaren animozko berba urriek soilik eteten dutena, ez baita oso koherentea. Gisara nekez har ditzaket oharrak eta gogaitzen hasia naiz, sofan postura erosoa topatu ezinik.

Hiru aste dira gaztea hil zutenetik. Horregatik ez nuen ulertu erredakzio buruak ni hona bidaltzen jarritako tema, gertaerari jada apenas atera dakiokenean zukurik. Edo morborik. «Idatzizu zerbait sakonagoa, beste ikuspuntu batetik baina gizatasunik galdu gabe; badakizu, lizentzia literario batzuk erabili, ez dadila kronika hutsa izan. Asteburuko gehigarrian agertzeko da», halaxe erran zidaten. Berandu gabiltza, beste behin ere, kazetaritzan bekatua dena. Aitzitik, ez dirudi zuzendaritzako inor asaldatzen denik. 

Etxe honetatik igarotzen den enegarren kazetaria naiz baina ez naiz azkena izango. Familiak adeitsu jokatzen du, sartu bezain laster tea edo kafea edango dudan galdetu dit gizonak. Berdintsu egingo zuten ni baino lehenago agertutakoekin. Euren etxe eta bizitzako ateak irekitzea dolua gainditzeko terapiaren parte balira bezala.

Zer egiten zuen, nolakoa zen, zeintzuk ziren bere etorkizuneko planak; hortan omen datza albistea, hortik galderak. Ama kontakizunean galdu egiten da, denboran atzera eta aurrera eginez bukle eternal batean erortzeraino. Umetan auzokideak zelan laguntzen zituen du hizpide; zuhaitzetara fruitu bila igotako batean hartu zuen kolpea eta senarraren errieta; oporretan herrira egindako bidaiak, berriz burutuko ez dituenak. Jaiotzetiko onberatasuna azpimarratu gura didate pasadizo guztiek. Informazio hutsala, gainontzeko egunkariek jada aletu dutena. Berandu, beti berandu.

Negarrak behartutako etenaldi bat baliatzen du senarrak semearen logela izandakoa erakusteko. Ume batena dirudi, aspalditik ez baitzen bertan bizi. Liburu bakan batzuk daude apaletan, futbol talde baten banderatxoa paretan zintzilik. Hogeita hamarren bueltan hildako gaztea hamalau urte zitueneko garaira itzultzen dit aitak, amak arestian egin moduan. Ume eta nerabe hura duela hiru asterarte heldua zen gizona baino hobeto ezagutuko zuten.

Ezin dezaket halakorik idatzi ordea. Behin doluminak adierazita, protokolozko itaun eta denbora igarotzen utzi ostean, galdera sakonekin has naiteke egongelera itzuli bezain pronto. Erantzunek erakusten didate gurasoek ezer gutxi dakitela politikaz, erlijioaz, gudaz, gatazka hauetaz, are maila kultural arrunta dela berea, eskasegia aukeran. Zital sentitzen naiz nirekiko, aurreiritziek bultzatuta hurkoa epaitzeagatik. Beren intimitatea biluztera etorri den lapurra besterik ez naiz. 

Arrunkeriak ihardesten dizkidaten bitartean oinazeari buruz hausnartzen dut. Samin honen jatorria politikoa izanagatik ezer gutxi aldatzen du horrek pairamenaren bizipenak. Errentagarritasun politikoa, aldarrien justizia eta minaren zilegia filosofoek izango dute hizpide, parlamentariek hausnarketagai, baina deus gutxi aldatuko da. Badaudelako arrazoi gordeak zeinei buruz ni bezalakook ezer ez dakigun. Eta zerbait dakigunean izkutuan iraunarazten dugu.

Mediku, epaile eta politikariek urtetan adierazi dituztenak datozkit burura. Etxebizitza xume honetan ere entzungo zituzten berbok, irrati eta telebistaz, beren semea baino lehen asko eta asko desagertu, torturatu, erail dituzten heinean. Belaunaldi hainbatek bortxa besterik ez baitugu ezagutu. Odolaren mintzoa.

 «Langilea eta zintzoa», halakoxea omen. «Ez zuen merezi». «Zergatik? Zergatik bera?». Eta atzera negarra, senar isilaren eskua emaztearena itxiz oskolen modura.

 Galderak, are galdetzeko gogoak, agortzen ari zaizkidanean atetik agertu da arreba, gaztea bera ere; neba bezala, ni bezala. Libre zegoen besaulkian eseri da. Nahi duena esateko aukera errefusatu du, mesfidati. Alde egiteko unea dela ebatzita, azkenengo galdera bota diet, etorkizunaz. Negar zotinka darrai amak, bertan denbora larregi egon naizen seinale. Aitak justizia nahi du. Halakorik berriz ez jazotzea, beren oinaze hau azkena izan dadila. Arreba begiratu dut hurrena. Hitz bakarra, mendekua, murmurikatu du. Odol gehiago.

 Ezkaratzean doluminak, hitz goxoak eta agurrak errepikatu dira. Amak ene gorputz zurruna besarkatu du, atzera negarrari lotu. Erredakziora bidean justizia eta mendekua izan ditut buruan. Non datzan muga, bien arteko distantzia. Zenbat duen batak bestetik. Etorkizuna zer izango den. Zergatik ilunabarrak gorriz margotzen duen zeruertza. Zeintzuk izango diren lanera itzultzean erabili ezin izango ditudan berbak.

*** 

2

Letra Larriz
Iñigo Legorburu

Letra larriz, arkatza estu helduta, idazten duzu laurogehitabost urteko haurtxo baten ilusio berberarekin, bizitzan asko ikasitakoa zaren arren apenas izan zenuelako estudiatzerik. Gerraosteak hori bera ekarri zizulako: nerabetzaroarekin gerran zebilen haur haren ostea.
Zu eta besteen omenaldirako hitzak omen. Baserrietatik jaitsi eta hiri handietara salto egin zenutenena. Etxeko lan tresnak alboan utzi eta lanabesak hartu zenituztena. Lana utzi, eta ogibide bat topatu zenutenena. Familia bat aurrera ateratzeko zama bizkar gainean hartu eta nortasun baten bila abiatu zinetenena, zama alboratu eta pisuzko izaera baten bila joan zinetenena. Inortasuna alboratu eta identitate kolektibo bat sortu zenutenena.
Zuena, raketistena. Gure herriaren lehenengo diaspora ikusezinarena.
Herriko frontoietan jolasean hasi eta boteprontoan, bizitza aldatu zitzaizuen. Itotasunaren ufada askatzailea, airez bixi-bixi nola sartzen zen somatuko zenuten ziurrenik. Raketa xaretu haiekin, emakume-sare handi bat josi zenuten, balentriarik egiteko kontzientzia faltaz; historia egin zenutelarik. Ahaleginaren magiaz jositako Bi-pareta bat. Horregatik, erraiek hala eskatuta, trenaren errailetara bideratu zineten, sarritan kilometroak egitea; barne-bidaia bat hasteko kezko gortina bat suertatzen delako.
Itzalpean gelditu den historia zati bat zaretela argi geratu zaigu, amona; berandu izateko garaiz ibili garen honetan.
Emakumezkoen kirolaren lehenengotariko elite bat osatu zenuten, Olinpo lurtar bat; agian. Madril, Bartzelona, Mexiko eta beste hainbat hirietara zuen baserri xumeak eraman zenituzten: Habana, Granada, Babilonia…Hiri handi haietan zuen komunitateak eraiki zenituzten , elkarbizitzak josiz eta konplizitateak ehunduz. Kantxako kontrarioa, arerio soilik bihurtzen ikasi zenuten, etsaitasuna soilik frontoirako utzita. Foko, flash eta argazki eske etortzen zitzaizkizuen aktore, politikari eta toreroez harago, batak besteari burua garbitzen, arropak lixatzen eta bizilekutzat zenuten etxea txukuntzen pasatzen zenuten eguna.
Famaren bestaldeko kontrakantxa zen hura. Frankismoaren barruan eraikitako errepublika libre bat. Eta aldi berean, bakardadean bizi gabe, bakardadea bizi izan zenutenak.
Benetako etxea, baserria, mantentzen zenuten artean, zuen artez. Baina familiako gizonak nekez senidetzen ziren zuen jardunarekin, dirua bai baina aberastasunik ikusteko gai ez zirelako soilik begiratzeko gai ziren begirada itsu haiekin.
Orain amona, historia istorioen bidez idazteari ekin diozu. Eta nire eskua zure eskuaren gainean pausatu dudanean, elkarrekin idazteari ekin diogu. Zauriek, euren gordintasunean, bide bat egin behar dutelako zornetu ez daitezen. Lerroburutan agertzen ziren haien bizitzak, lerroartean irakurtzeari utzi diezaiogun. Eta irakurri baino gehiago, irakurketak egin ditzagun.
Libururik ez duzu atera oraindik, zu zerorri liburu ireki bat zarelako, agian. Eta lagunduko dizut, letra larriz bada ere, itzalak argitzen. Eta pixkanaka, letra larriak hizki soil eta testigantza bilakatu daitezen.
Argitaratzeko.
Argia ikusi dezagun, denok.

***

3

Oiarte
Idoia Barrondo

JOXE MIGEL

Udazkenari orbel usaina zeriola, xixt batean erabaki zuen bere etorkizuna Joxe Migel Ituarte gazteak. Mendiari zetxekion isiltasunean, ibarrari so, abenturaren hazia jada ereinda zegoela jakin izan zuen. “Ez dago atzera egiterik”, esan zion bere buruari. Banan-banan agurtu zituen ardiak, artilea zakarki laztandu zien, bere kumeak balira bezala, artzain-txabolan sartu zituen eta baserrirantz abiatu zen, burumakur baina jarrera irmoa hartuta. Etxeko atalondoan ezohiko musua eman zion artzanorari eta horrek, unearen garrantziaz jabetu izan balitz lez, buztana hankartean sartu zuen, halabeharrari men eginez.

Sutondoan aurkitu zituen ama eta arrebak Joxe Migelek, artaburuei hostoak kentzen eta hosto lehorrak txirikordatzen; isil-isilik, ordea. Abestiekin apaindu ohi zuten lana emakumeok, baina aita hil zitzaienetik, etxean ez zen kantarik entzuten. «Banoa», esan zien tupustean hitz urriko Joxe Migelek, eskuetan txapela zuela, eta amak nahiko izan zuen hitz bakarra semea betiko joango zela ulertzeko. Ez baitzegoen besterik egiterik, gauzak zetozen moduan onartzea baizik. Etxekoek idazten ere ez zekitenez, herriko apaizak sinatu zuen Ameriketara bidaiatzeko baimena. Anaia zaharrenak, baserriko jaun berriak, itsasoratzeko txartela erosteko dirua eman zion, patuari aurka egin ezinik, anaia gazte kaskarinaren etorkizuna itsasoaz bestaldean zegoelakoan.

Oiartetik joateko eguna iritsi zenean, alabaina, hasierako abentura kutsua beldur ikaragarri bihurtu zitzaion gizagaixoari, itzulera bako bidaia izango zela jabetu baitzen. Negarretan urtzen utzi zituen ama eta arrebak Joxe Migelek; ama –burutik oinetaraino beltzez jantzita–, etsia harturik, herri xumeari egokitzen zitzaion bezalaxe. «Agur, Joxemi», esan zion semeari eta maitasun traketsaz musukatu eta besarkatu zuen.

Pasaiako portuan ontziratu zen Joxe Migel Ituarte gaztea, hotzez eta beldurrez dardarka, sutondoko kearen usaina bidaide izanda. Itsasontzian sartu eta agiriak erakutsi arte ez zuen jakin izan Montevideora joango zenik.

Lehenengo astea zorabiatuta eta botaka eman zuenez, itsasoa areriotzat hartu zuen. Kresal usainak ere higuina ematen zion; arrotz zuen itsasoa, baserriko lanetan aritua baitzen jaiotzatik: lurra ongarritzeaz arduratzen zen, artoa ebaki eta ganbarara igotzen zuen, arto-aleak herriko errotara gurdiaz eramaten zituen, eta ardiekin ibiltzen zen.

Txapel azpian amak egindako arto-opilak zeramatzan; zati txikiak ebakitzen zituen atzamar zakarrekin eta ahosabaian uzten, zaporeak iraun zezan. Eta zatitxoak agortzen zirenean, gaztaina erreak jaten zituen, herrian Arimen Gauean egiten zuten bezalaxe. Izan ere, Oiarteko gaztainez beteta zituen jakako patrikak Joxe Migelek eta, itsasaldiko azkeneko egunetan, goseak jota, ustelak ere jan zituen. Kresalaren hezetasunari egotzi zion errua. Itsaso madarikatuari. Baina, gorriak ikusi bazituen ere, ez zuen sardinarik jan, horien begi gorriek beldur eta nazka ematen zizkiotelako.

Goiz batean, erdi lo zegoela, antxeten karrankak entzun zituen eta amaren besarkada goibela, sutondoko beroa eta ardien artilearen usaina iragana zirela eta atzera itzultzerik ez zegoela ulertu zuen bat-batean. Rio de la Plata ikustean, ez zen poztu; erdi hilda zegoela uste izan zuen eta bizirik bazegoela nabaritzeko, imurtxi egin zion bere buruari. Mundu Berriko udaberrira gaixorik eta izorratuta iritsi zen Joxe Migel, eta Isla de Flores uharteko ospitalean berrogei egun igaro behar izan zituen, kontinentera joan aurretik. Kemena berreskuratu zuenean, Villa del Cerron kokatu bezain laster, zulotxo bat egin zuen lurrean eta Oiarteko gaztainondoetako bi gaztaina tinko sakatu zituen atzamarrekin, noizbait jaioterrira iritsiko zirelakoan.

MARTIN

«Banoa», esan zion Martin Ituartek ama alargunari. «Ama, ez ditut emakumeak gogoko, gizonak baizik» esateko asmoa zuen, baina azkenean «Banoa» besterik ez zion esan. Ez zion bere buruaren bila zihoala adierazi; nolatan azaldu, bidaiaren xedea bere burua zela. Aspaldi ohartua zen Martin erraiak erretzen zizkion ezinegonaren zergatiaz. Aspalditik zekien Martinek zein zen bere artegatasunaren zergatia. Zergatik ezkutatu behar benetako izaera? Zergatik gezurrekin bizi behar? Itxurakeriatik ihesi egiteko, Montevideotik alde egin beharra zuen. «Euskal Herrira noa», esan zion amari, itsasoaz bestaldean, Ituartetarren sustraietan, bere izaera, benetakoa, sendotuko zuelakoan.

Loarinean eman zuen bidaia Martinek; amets arinek gogoa hezurmamitu zioten, kezkak eta galderak azaleratu. Lurraren gainazaletik zortzi mila kilometrotara, amets arinen bidez ulertu zuen Martin Ituartek nor zen benetan. Eta Loiuko aireportuan pasaportea erakutsi eta bere buruari behingoz nor zen aitortu zionean, bizitza berriranzko bidean zegoela sentitu zuen.

Orbel azpian eta laino artean aurkitu zuen Martinek arbasoen paisaia. Udazkenaren zertzeladek zeharo hunkitu zuten, eta bitxia iruditu zitzaion Villa del Cerro udaberrian egotea. Ituartetarren baserri zaharra nekazaritza-turismoa zen hogeita batgarren mendean eta jabeak Irigoyendarrak ziren. Harrituta ikusi zuen Martinek Oiarte izenak berak bazirauela, atondoan, letra horiez margotuta, egur beltz batean, begizkoetatik babesteko erabili ohi ziren eguzki-lore horietako baten ondoan.

Joxe Migel tokilabilasoaren jaiotze-gela ez zegoen bezeroentzat erabilgarri, jabeek beraiek erabiltzen baitzuten, baina Martinek Uruguaitik idatzi zien lehenago gela ikusterik zegoen galdetzeko, eta atsegin handiz erakutsi zioten. Bigarren solairuan zegoen, garai bateko kortaren gainean. Mendeak igaro baziren ere, historia gainean erori zitzaion Martini. Zurezko habeen, pintura argiaren eta altzari modernoen azpian baserriko bizimodu latza antzeman zuen Martinek eta leiho txikiaz bestaldeko zelaia, erreka, ardiak eta lainoa arbasoen begietatik ikusi zituen.

Oiarte aurreko belardian zulotxo bat egin zuen eskuekin eta Villa del Cerroko gaztainondotik ekarritako gaztainak tinko sakatu zituen atzamarrekin, noizbait beste gaztainondo bat jaioko zelakoan, ameskeria balitz lez.

***

4

Lohia
Mikel Zumeta

Atera nahi duzu, aste arraroa izan duzu, barrenak nahasten dizkizun horietakoa, baina ondo zaude, aseptiko samar. Ez duzu ateratzeko beharrik sentitzen, hala ere, atera zara, larunbat gaua da.

Egian zaude, lagun baten zain, bat batean, urrutira ikusi duzu, ez, laguna ez, beste hura, bai, bera, ikusi nahi ez zenuen hori bera. Ez da ezer gertatzen, dagoeneko erabakia hartuta dago, zu zurera, eta beste guztia pikutara (nahasi samar utzi zaitu baina).

Gintonic bat, bi, garagardoa, tabakoa… Kontua galtzen hasi zara, baina ondo zaude. Bukowskira heldu eta hip-hopa jartzen ari dira; zuk gitarrak eta zarata espero zenituen. Hortaz, Dabadabara joatea erabaki duzu. Gauak aurrera egiten du, ez zenuen uste horrenbeste iraungo zenuenik. Sartu eta aurpegi ezagunen bila jarri zara, dantzan egiten duzu, txupitoak edatera gonbidatu zaituzte. Dantzan jarraitzen duzu, barrezka. Bi tipo erakargarri daude, gustuko duzun neska bat. Neskarekin musukatzen zara, ez dakizu zer nahi duzun, mozkor zaude dagoeneko. Zure patuaren zain zaude, zerbaiten zain, erreferenteak galtzen ari zara. Aretoan dauden guztiekin eta dagoen guztiarekin hitz egiten duzu, edo ia, zer demontre?!

Dabadabatik atera eta ezagun batekin aurkitu zara (behin bakarrik hitz egin duzue elkarrekin, ez dakizu ezagun kategoriara ere iritsiko litzatekeen), lokal batera zaramatza. Rokodromo bat da, mozkor zaude, dena da posible. Bost lagun zaudete bertan, hizketan, elkarrizketa surrealista bilakatu da, ez zara eroso sentitzen, alde egiten duzu.

Cactusera abiatu zara, dagoeneko berokirik gabe (ustez), edaten jarraitzen duzu, ez dago zu bezalakorik, handituta zaude, argi dago alkoholaren eragina dela. Atera egin zara, vending makinara abiatu (zer gertatzen da vendingetan billeteak hartzeko tramankuluekin? Nork diseinatzen ditu? Deabruak? Mozkorren kontrako tranpak dira). Zerbait jan duzu, Cactusera bueltatu. Itzultzerakoan han aurkitzen duzunak ez zaitu konbentzitzen: etxera joateko garaia.

Bazoaz, vendingetik pasa zara berriz, bigarrenez jan (bai, eta zer?!) eta oinez abiatu zara; eguna da. Etxeko giltzak berokian zeneramatzala konturatu zara. Segi goiti berriz. Cactuseko jabearekin eta zerbitzariarekin topo egin eta atea ireki dizute, berokiaren arrastorik ez. Etxera berriz. Pisua konpartitzen duzu, norbaitek irekiko dizu (egun Donostian bakarrik bizitzea luxua da). Iritsi zara. Ez dago inor. Deitu duzu, behin, bitan, hirutan, aspertzeraino. Pareko bizilaguna agertu da, gertatutakoa azaldu diozu (beno, gutxi gorabehera…). Bere etxean lo egitera gonbidatu zaitu, baiezkoa eman diozu, guztiz eroso sentitu ez bazara ere, zer erremedio. Ohea egin dizu, jator portatu da (senarra bihotzekoak jota hil zela esan dizu, gogora dakarkiozu antza, zinegotzia izandakoa da, ETAk mehatxatua).

Esnatu zara, arratsaldeko laurak, giltzarik gabe jarraitzen duzu. Non zauden eta zer gertatu den gogoratu duzu, oraindik erdi mozkor jarraitzen duzu (ez da txantxa). Altxa, bizilagunarekin hitz egin. Geldi zaitezen konbentzitzen saiatzen da, ez duzu gelditu nahi, nahastuta zaude, ezin argi pentsatu, bazoaz.

Atzo mugikorrean PIN zenbakia pare batetan sartzen saiatu zinen, hanka sartu zenuen, edo gorputz osoa, beste galaxia bateraino. PUKa eskatzen dizu, argi dago ez dakizula zein den, oraindik ez zara gertatzen ari denaz jabetu, tentelduta zaude. Kiribil batean sartuta zaude norbaiti deitu nahian, telefono zenbaki bat eskuratu nahian, ezinezkoa da, logikoa, mugikorra blokeatuta dago.

Etxe ondoko tabernara joan zara, kafea eskatu, eskerrak atzo ez zenuela gainean zeneraman diru guztia xahutu (izerdi hotz tanta bat kopetan). Ordenagailu bat eskatu duzu, baietz esan dizute, bazkalostea da, zu ez zara lehentasuna, egia esateko, erritmo bananeroa daramate eta ez zaude itxaroteko ganoraz. Atera zara, Dabadabara itzuli, maitagarriak dira. Ordenagailua eskatu diezu, mugikor bat. Utzi dizkizute.

Argitasunik gabe pentsatzen jarraitzen duzu, (memelo) Marten zaude oraindik, zure ex-arekin kontaktatzen saiatzen zara. Lubaki bat eskain diezazukeen bakarra da oraintxe bertan. Ezer ez, tontotuta zaude, zirkuituak kiskalita, haserre zaude, barraskiloaren abiaduran zoaz, gainerako mundua erritmo normalean (edo alderantziz?). Eskerrak eman ondoren, bazoaz, ez duzu deus garbirik lortu, (biba zu!).

Egian zaude berriro, ez dakizu zer egin. Lokutoriora joan zara. Guadalupeko amabirjina agertu zaizu eta oraindik ditxosozko PUK hostia ez dakizula oroitarazi (arrazoi!). Bai, Dabadaban egon zara, ordenagailua eta mugikor bat eskutan eduki eta ez diezu etekinik ateratzen jakin, badakizu, atzeratua zara, argi dago, bestela ez zinateke zauden egoeran egongo. Lokutorioan, azkenik, Internet bidez PUKa zein den jakitea lortu duzu. Vodafonen web orria infernua da (ez zaitezte sartu). Mugikorra blokeatzerakoan PINa aldatu dizutela ikusi duzu, baina ez diozu jaramonik egin.

Irten zara, mugikorra dagoeneko desblokeatu duzu. Anaiari deitu diozu, lagun bati, amari mezu bat bidali, igandea da eta ez duzu bizi seinalerik eman. Dagoeneko Deloreana hartuko zuen eta denboran nork daki nora bidaiatuko zuen auskalo non agertzeko, zu topatzeko asmoz. Lasaitzen duzu, lasaitzen dituzu, edo kontrako guztia, nork daki.

Zure ex-ari deitu diozu. Dagoeneko ez dakizu pentsatzeko gauza zaren ala artaburu hutsa (zakil halakoa, ez duzu erremediorik). Ez dio telefonoari erantzuten. Mezu bat bidaltzen diozu, hurbil bizi da, “Help me, laguntza mesedez!”. Erantzun du, baita zutaz erdi-paso egin ere. Bazenekien ideia txarra zela eta ergela dela, baina ez zenuen deus galtzekorik. Mugikorra hil zaizu, zu ere pixka bat hil zara (falta zena!).

Txinatarren dendatxo batera joan eta kargadorea erosi, erreta zaude dagoeneko, dendariari mesedez mugikorra kargatzen uzteko eskatu diozu. Aquarius bat erosi duzu (sanoa zara, oso), zigarro bat erretzera atera zara bitartean. Berriz sartu zara, mugikorra pixka bat kargatu da, baina itzali denez, pizterakoan PINa eskatu dizu berriz. Sartu duzu. Ez du balio. PUKaren kontuarekin PINa jatorrizko berrezarpenetara itzuli dela konturatu zara, ikusi duzu, ez diozu jaramonik egin (benetan?). Ez dago zu bezalakorik…

Lokutoriora itzuli zara, jabeari istorioa azaldu, oso jatorra da, laguntzen dizu. Azkenik desblokeatu duzu mugikorra (Iuju!). Pisukide batekin kontaktatzea lortzen duzu. Zure ex-ak erantzun dizu eta ordu pare bat barru libre egongo dela dio (Go fuck yourself!).

Arratsaldeko zortziak. Hotz dago. Oroitu elastiko motzean zoazela, (ez zara horren matxoa, badakizu). Jokaldia probestuz, ohiaren etxera itzultzea otu zaizu, behin etxetik pasa, dutxatu eta txukundu ondoren. Matte batzuen beharra duzu, motel, egun latza izan duzu.

Etxera izoztuta iritsi zara. Azkenean. Pisukideak atea ireki dizu, ordu betean etxean egongo zela esan dizu eta han dago. Etxean sartu zara, istorioa kontatu diozu, barrez lehertu da. Besarkatu zaitu, besarkatu zarete, begietara begiratu dizu goxotasunez. Zure ohiaren etxera joateko asmoa azaldu diozu. Eskuak heldu dizkizu, “Ezta pentsatu ere!”. Gelara joan, dutxa hartu, ohean etzan eta mezu bat bidali diozu. Etxean nago dagoeneko, dena ondo.

Bihar astelehena da.

***

5

Galdera
Olatz Prat Aizpuru

Zure pijama soinean esnatu naiz gaur, bunkertzat duzun logela inprobisatu horretan. Askorako aitzakia eman zigun atzo Santo Tomas kuttunak, a ze eguna! Atzo bota zenizkidan hitzen oihartzuna datorkit: ‘Txotxola, zerriurde horrek ez du zure bizitzako minutu erdi bat gehiago merezi’. Ebazpena irmoa da. Helegiterako aukerarik ez. 

Hitzok burmuinean nola, hala sartzen dira, zuzen eta zorrotz, oihal artetik eguzki printzak; dantza eroan dabiltza hauts malutatxoak. Neguko egun urdin eder horietakoa atera da. Trafikoaren hotsa dator kaletik, kafe usaina sukaldetik, eta zure ahots fina, emeki eta alai, kantuan. Irribarrez itxi ditut begiak eta arnas sakon bat hartu. Ez dakit, arinduta bezala sentitzen naiz. 

Atearen zirrikituan sumatu zaitut, galdezka zatoz, ogia ala donuts bat, potxola. Eta orduan gertatu da. Izara artetik begiratu eta zure aurpegia zeharkatzen zuen xerlo errebelde horri gorantz putz egin diozun momentu zehatz horretantxe, zerbaitek eztanda egin dit barruan, lehenengoz. Potxola.

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