Todo se aprende, o casi todo. Y lo que cuesta, se entrena. Así se llega algo más lejos en cualquier disciplina, porque en el intento también va la recompensa. Si no, a qué tanto Ítaca, tanto lidiar con el empeño mientras se disfruta del viaje. A mirar también se aprende, que hay pocas cosas que vengan de serie. Tomemos una entrada de este fabuloso libro, el último que Jacques Brosse (1922-2008) dejó listo antes de su muerte y que ya apareció póstumo: «Sábado, 27 de octubre: ¡Qué despreocupación la de la última mariposa en su último día!». Una mariposa inconsciente que no exige ni propone más que lo que trae consigo su existencia mundana. Un carpe diem en toda regla, pero sin la teoría horaciana ni el propósito de aprovechamiento. Frescura y presente perpetuo. Toda una lección de vida, vamos.
La altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, otros nombres para lo que denominamos soberbia, tan cercana al envanecimiento y al sentirse pagado de uno mismo, eso, digo, es precisamente la mancha que pretende borrarse con la escritura (y ulterior lectura) de este libro en forma de dietario que no fue dispuesto por Brosse pensando en el final de sus días, por más que las últimas líneas induzcan a pensar lo contrario («Ya se agita, como un niño en el vientre de su madre, soñando con otro mundo, aquel en el que se dispone a entrar»). El volumen ocupa un año natural, en el mejor sentido del término. Las entradas se inician el primer día de los idus de marzo —que en los calendarios más antiguos habrían sido los días correspondientes a la primera luna llena del año nuevo romano— y finalizan justo en marzo del año siguiente, que siempre hubo de ser anterior a 2008, dado que Jacques Brosse falleció el 3 de enero de 2008 y el libro apareció el 14 de febrero de ese mismo año. A partir del año 2000 sólo hay una fecha previa a la muerte de Brosse que cumple con las condiciones de que el jueves 15 de marzo y el viernes 15 de marzo del siguiente año coincidan en el calendario, y estos son los años 2001 y 2002. Pero esto son minucias que no aportan más información que la que atañe a la mera curiosidad. Mejor quedarse con otro tipo de cuestiones: «La naturaleza parece deleitarse planteándose problemas más difíciles para tener el placer de resolverlos de la forma más sencilla, pero también la más ingeniosa, la más elegante y, para nosotros, la más inesperada.» Vayamos por ahí, pues.
Lo natural está tan a la vista que cuesta discernir su influjo, pero ahí está. La elección de iniciar las entradas en marzo, como se adelantaba, no es baladí ni arbitraria; responde a una disposición no forzada de saberse en el mundo y de advertir sus milagros inesperados y latentes. Ahí seguirán para quien desee percibirlos. Los ciclos naturales, esos mismos que uno se resiste a apreciar por la deformación contemporánea que arrastran estos tiempos hostiles, no socorren en la observación detallada del entorno. Brosse, residente en la región del Périgord, en el suroeste de Francia, invierte horas —nunca a fordo perdido— para apreciar los pequeños detalles de la naturaleza que rodea Sarlat y los entornos de la Nueva Aquitania: el canto de los pájaros, el crecimiento y color de las flores, el cambio de las estaciones plagado de tropismos. Al organizar su escritura en torno a este ciclo anual, el autor de Mythologie des arbres (1989) invita al lector a una inmersión completa en el flujo continuo de la vida fijada a la tierra, desde el despertar primaveral hasta el reposo invernal, y vuelta a empezar. Se adentra y guarda para la posteridad como en un particular bonheur-du-jour (título original en francés, que en castellano pierde su polisemia), uno de aquellos muebles hoy ya desaparecidos desde finales del siglo XVIII donde quedaban a recaudo papeles y pequeños objetos a los que se les tenía cariño, todo aquello que para Brosse merecería ser rescatado del olvido.
Esta estructura dietarística circular también refleja una crítica a la aceleración del mundo moderno, proponiendo la escritura como una forma de resistencia a través de la contemplación pausada y la atención plena al presente en forma de acto revolucionario. El libro se convierte así en una guía subversiva frente a la prisa y la desconexión que caracterizan la vida contemporánea y lleva disuelto en su tuétano una verdadera ética de la desposesión y un alegato inapelable sobre la grandeza de lo efímero.
Al fin, se trata de una invitación valiosísima a sincronizarse con los ritmos de la naturaleza, a detenerse por placer y a encontrar alegría en la observación del momento presente. Como diría el samurái negro de Ghost Dog (Jim Jarmusch, 1999): «Con seguridad no hay nada más que el objetivo del momento presente. La vida de un hombre es una sucesión de momentos tras momentos. Si comprendes el momento presente no tendrás nada más que hacer ni nada más que perseguir». Serenidad y fervor desde el silencio —la contemplación sólo puede darse así, en silencio— para dotar de sentido trascendente nuestro ser que, gracias a los cielos, es biodegradable, como recuerda Brosse en una de las máximas contenidas en este pequeño libro de amplísima onda expansiva.
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Autor: Jacques Brosse. Título: La alegría del momento. Traducción: Rafael-José Díaz. Editorial: Periférica. Venta: Todos tus libros.


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