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Si nos gobernaran los poetas…

Si nos gobernaran los poetas…

«Siempre he creído que a la política, administración espiritual y material de un pueblo, se debe ir por vocación estricta y tras una preparación jeneral equivalente a la de la más difícil carrera o profesión. Y entre las “materias” que esa carrera política exijiría para su complemento, la principal debiera ser la poesía, o mejor, la poesía debiera envolver todas las demás. El político, que ha de administrar un país, un pueblo, debe ser impregnado de esa poesía profunda que sería la paz de su patria. Los más naturales poetas de todos los tiempos, y particularmente los poetas de su propio país, serían alimento constante de su vida. Si el político sintiera y pensara en la mañana de cada día con Shelley, con San Juan de la Cruz, con Petrarca, con Fray Luis de León, con Keats, ¡qué día tan distinto para él y para su país…! Y si antes de ir al parlamento preparara su actividad, su pensamiento, su carácter, ¡qué jiro tan distinto tomarían sus intervenciones (…)! Porque la verdadera poesía lleva siempre en sí la justicia, y un político debe ser siempre un hombre justo, un poeta; y su política, justicia y poesía», escribe Juan Ramón Jiménez en lo que tituló El trabajo gustoso, donde el poeta aborda, entre otros temas, lo que él consideraba que debía ser, y consistir, la política poética. La única política que verdaderamente podía provocar un cambio de paradigma social y cultural, siempre a favor del pueblo, de la comunión y la hermandad del mismo. Puede que entonces los hombres y mujeres, los conciudadanos en general, fuesen de otra manera y se tomaran en serio, creyeran, en definitiva, las palabras que exponen y venden quienes les gobiernan. Tal vez si un político fuese un poeta, como expuso Juan Ramón por primera vez allá por 1936 en los albores de la guerra que enfrentó a familiares, hermanos, amigos, vecinos… el pueblo viera un ejemplo, un modelo a seguir o hacia el que mirar, de rectitud, moral y ética que hoy, por desgracia, apenas se encuentra. ¿Podría existir en la sociedad actual una política poética, o acaso es creer en una utopía o caer en la más absoluta ingenuidad? ¿Podría un político ser un poeta, o viceversa: un poeta ser un político que tomase las riendas del Estado, que se sacrificase por y para el pueblo, que abanderase el más correcto pensamiento de Shelley, San Juan de la Cruz, Petrarca, Fray Luis, Keats o tantos otros…y, más difícil todavía, que no acabase corrompido? ¿Tomarían mejores medidas? Quién sabe. Pero en lugar de darle protagonismo al político que durante estas fechas el que no ha soltado verborrea, ha sacado y henchido su pecho con orgullo de comercial, charlatán o embaucador de la Edad Media, como aquellos que aseguraban devolverle al calvo su anhelada cabellera, sería interesante dárselo, por el contrario, al poeta y su gremio. A ese grupo de seres extraños, perfeccionistas de la palabra, que se entregan a la reflexión y a la meditación. Que estudian detenidamente sus escritos y los corrigen y los reescriben porque no están de acuerdo con lo expuesto, o bien consideran que hay algún fallo, que el texto merece otra revisión, otra vuelta. Y así recapacitan —con más humildad que soberbia—, volviendo sobre sus pasos, sobre su tinta, para enmendar el error que, a su severo juicio, han cometido con tal de pulirlo, de hacerlo digno o merecedor de una posible publicación. Si un poeta es capaz de hacer eso con lo que pocas veces expone, pues su miedo e inseguridad le hacen, en la mayoría de los casos, guardarlo en el cajón del olvido, ¿qué no hará ese ser en su día a día, en su vida? Y en ese sentido, tampoco es necesario que se sea poeta, basta con acercarse y conocer bien a fondo al artista, al humanista, filósofo, filólogo o intelectual verdadero, llámenlo como quieran, pero a todos aquellos que se dedican a una profesión que está en peligro de extinción —si no en decadencia— porque en lugar de calentar un asiento y recibir sobresueldos, o sobres en negro, decidieron en su juventud (y todavía hoy continúan en su terca odisea) dedicarse al cultivo de la belleza del pensamiento, que dirían los griegos, así como al de los sentimientos. Y es que tanto el pensamiento, como el sentimiento y la intuición, conforman lo que debe ser llamado y concebido como «Arte» o «Poesía» y su creador, artista o poeta. Sin embargo, no contentos con su silenciosa dedicación ni con el don, la sensibilidad, la aptitud e incluso el talento que poseen los ya mencionados profesionales junto a su gremio, para más ironía y burla, se autodenominan ‘trabajadores sin oficio’ porque el sueldo que reciben no es proporcional a la entrega en cuerpo, en vida, mente, alma o corazón. ¿Cuánto vale la Cultura? ¿Cuánto la filosofía, un pensamiento, una idea noble u obra de arte que conmueva y trastoque? ¿Quién lo cuantifica, quién debería ser el mandamás que le ponga una cifra objetiva y acorde? Sólo el pobre poeta, artista o pensador sabe lo que es mendigar, pedir un mísero sueldo, cuatro duros en realidad, para poder subsistir. Y quienes logran cobrar por ello, al final resultan ser quienes más “suerte” han tenido, quienes más empeño le han puesto o más han tenido que sacrificar. Ahora bien, ¿quién mide el grado de dicho sacrificio: ellos mismos o la mísera realidad? Y aun así, también los hay que en vistas de esa pobreza —no de espíritu sino de calidad de vida— venden su vocación, idea o proyecto, al mejor postor cuando les preguntan “¿cuál es tu precio?”. Aceptando la tentativa, se aseguran la vida; el futuro, también, y a pesar de ello, la conciencia se revuelve arrepentida e intranquila. Insatisfechos, se acaban convirtiendo en frustrados amargados. ¿Son estos los hombres y mujeres opacos que deambulan consumidos por su sombra y remordimiento?

"¿Sería por tanto la existencia más íntegra y llevadera si nos gobernaran los poetas? Que cada cual responda a su gusto"

Decía Juan Ramón en relación a esto último, y en el escrito mencionado unas líneas más arriba, que «todos debemos ganar lo que merezcamos con la calidad de nuestro trabajo. Se oye mucho que la poesía sensitiva, que es la poesía esencial, debilita, y que es propia de soñador; que no es un empleo poderoso de la vida. Pero los países más fuertes fueron siempre los más delicados en su espresión poética: China, Grecia, Roma, ayer. (…) Y en cuanto al pueblo, esos países supieron que la poesía está en su mayor acercamiento a su pueblo; los sentimientos más firmes son los que llegan a estar más cerca de la naturaleza, de la naturaleza del pueblo» o, lo que es lo mismo, de la naturaleza del ser humano. Qué poco se hace en estos tiempos por la Poesía, el Arte, la Belleza o el Pensamiento. Ni siquiera los dirigentes mueven un dedo —ponen aún menos interés— en enmendarlo y ojalá llegase uno que cambiase las reglas, cuando antiguamente era un oficio honrado y bien remunerado para el que se comprometía, para quien lo respetaba y, en virtud de ello, no dudaba en arriesgarse, en entrar o salir de la cueva a la que tuviese que enfrentarse, fuese ésta interna, física o externa, pero allá iba, empujado, nutrido, por su sabia y discreta intuición aunque luego no hubiese tanto pan para alimentarse ni alimentar. ¿Son los poetas, artistas y pensadores quienes más arriesgan? Puede ser. Si ustedes conocen a alguno o tienen a alguno cerca, arrópenlo y anímenle para que no desfallezca pese al titubeo que pueda sentir en sus piernas, en su futuro oscuro e incierto pues de ellos depende encontrar los resquicios de belleza, justicia y verdad que todavía quedan. «Encuentra bello todo lo que puedas; la mayoría no encuentra nada lo suficientemente bello. En la casita más pobre, en el rincón más oscuro, veo cuadros o dibujos» reconoció Van Gogh para su consuelo.

¿Sería por tanto la existencia más íntegra y llevadera si nos gobernaran los poetas? Que cada cual responda a su gusto, pero todo parece indicar que al menos ellos, a diferencia de los políticos, saben recurrir, citar, estudiar e identificarse con los versos, mitos y pensamiento de los clásicos, así como de sus contemporáneos, y ponerse a prueba. Sin vender humo, más bien a conciencia y aceptando las consecuencias con valentía y fortaleza. Y todo para seguir remando a contracorriente, pero siempre hacia delante a pesar de las fatalidades que no hacen sino desafiar nuestra verdadera naturaleza, ahí donde reside la auténtica política, justa y poética.

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Raoul
Raoul
10 meses hace

«Sólo el pobre poeta, artista o pensador sabe lo que es mendigar, pedir un mísero sueldo, cuatro duros en realidad, para poder subsistir»: así es; los que piden en una esquina, los que están en el paro o los que trabajan cincuenta horas a la semana y no les llega el sueldo para comer no tienen ni idea de lo que son tales sacrificios. «Un ejemplo, un modelo a seguir o hacia el que mirar, de rectitud, moral y ética»: efectivamente; ahí tenemos la admirable figura del gran poeta Pablo Neruda, por ejemplo. (Por cierto, qué manía de decir Juan Ramón, Fray Luis, Ortega…, como si articulistas y autores mencionados hubieran ido todos de copas alguna vez.)