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Sin tema

Me gustaría, al empezar, hacer unas pinceladas sobre la actualidad, actualidad interior y exterior, sobre el momento presente, que siempre está en movimiento y que ni siquiera la escritura consigue fijar, porque es en la misma escritura donde ese momento, este momento, seguirá fluyendo para siempre.

Me gustaría hacer un recuerdo de Jesús Quintero, al que tanto hemos admirado, recientemente fallecido, y de la comida que tuve con él y con Raúl del Pozo, hace ya unos quince años, quizá más. Creo que también comió con nosotros aquel día Javier Esteban, profesor, escritor y periodista.

Quintero se presenta en mi memoria, en la mesa del restaurante, como un duende de la poesía, del ingenio, de la inteligencia.

Lo que mejor recuerdo de aquella comida, por lo personal, es que en un momento dado, no sé muy bien por qué, dije:

—Yo daría la vida por un perro.

Y Quintero replicó:

—¡Un hombre bueno…!

Con esa forma de decir él las cosas, enfatizando las letras, las sílabas.

Gracias a Raúl del Pozo, y ya lo he contado otras veces, he conocido a gente como Fernando Arrabal y Jesús Quintero, un auténtico privilegio de la literatura y del periodismo. Me acuerdo que Raúl me propuso hacer un libro sobre Quintero, y que incluso llegué a hacer un proyecto de ese libro, pero éste no fraguó en la editorial a la que se lo presenté, y aquello quedó ahí como una hermosa metáfora de mi vida, metáfora que ahora recupero. Lo cierto es que hubiera sido bonito escribir ese libro sobre alguien tan brillante y tan impar como Jesús Quintero.

Ahora tomo conciencia de que inicio una nueva temporada, y lo hago cuando me encuentro con Eduardo Torres-Dulce, prácticamente el primer personaje con el que trato en Madrid, por circunstancias personales.

Eduardo Torres-Dulce es “el hombre cultural”, como escribí una vez de Luis Alberto de Cuenca en una columna de El Norte de Castilla, y ya he repetido en alguna ocasión. Me temo que algunas veces me repito, pero trato de repetirme en lo esencial.

Hablamos de muchas cosas, pero siempre lo hacemos de su editorial, Hatari! Books, que tiene con otros socios, socios como Luis Herrero, José Luis Garci y Andrés Moret. Siempre es encomiable hacer libros, por lo difícil que es el empeño, lo valioso que es. En este caso más todavía, por lo desinteresada que es la editorial, por el interés auténtico de hacer libros magníficos, en tapa dura, encuadernados en tela, con maravilloso papel y profusas fotos. Libros para paladear.

El último ensayo de Torres-Dulce, como sabe el amable lector, es El asesinato de Liberty Valance (Hatari! Books), 400 páginas de cine, de análisis, de cultura, de inteligencia, y se ha vendido muy bien.

Eduardo es hombre muy inquieto culturalmente, ya digo, y esto le honra mucho. Tiene muchas ideas y yo creo que las va realizando, sin prisa y sin pausa, quizá a un ritmo parecido a como le van surgiendo, como el que va leyendo un texto, quizá como el que lo va escribiendo… como va viviendo.

Torres-Dulce es un caballero como los de antes, o como yo me imagino a los caballeros de antes. A mí precisamente me recuerda por ejemplo al James Stewart de El hombre que mató a Liverty Valance. Quizá a James Stewart en otros papeles.

Eduardo es un hombre lleno de proyectos; muchos los ha hecho ya, algunos los está realizando ahora, y otros sin duda los realizará, pronto, porque en mi opinión tiene en su mano las cartas para realizarlos. Aunque siempre hay que trabajar, esforzarse, pero eso forma parte de la vida.

Algunos de esos proyectos me los cuenta.

Eduardo Torres-Dulce es alto y delgado. Creo que tiene más aspecto de jurista que de crítico de cine, mucho más, pero cuando hablas con él te das cuenta en seguida del gran crítico de cine que es, y por supuesto del gran intelectual que es.

Yo creo que su condición de abogado, su porte de jurista, traje y corbata, le ayuda en sus proyectos culturales, en sus actividades de escritor, crítico, tertuliano radiofónico, etc. Lejos de perjudicarle lo ayuda mucho. Es mi opinión. Además él parece llevarlo todo muy bien, como un baile, como el que baila con la vida, con todos esos papeles que le toca asumir, sí, bailar.

Tengo muchos libros por leer, pero más, mucho más, por releer. Ahora, es cierto, me inclino más por lo conocido que por lo nuevo, por la relectura, con lo mejor y peor que tiene eso. Quizá la expresión correcta de lo que pretendo, y creo que consigo, sea la de conocer lo nuevo en lo ya conocido.

La ciudad, mi ciudad, Madrid, también es para mí un libro por leer, y por releer. Un libro siempre abierto que leo cada vez que salgo de casa y recorro sus calles, sus gentes y sus edificios.

Vislumbrando también el ambiente post-veraniego del inicio de la nueva temporada caigo en la cuenta ahora, precisamente ahora, no antes, de que empiezo una nueva temporada.

Alterno los libros de adultos con los cómics. En el cuadro de mi vida doy ahora algunas pinceladas con El Jabato y El Capitán Trueno, que llenan bastante mis días: me aportan mucho.

Me acuerdo algo que decía un profesor mío de la carrera, Álvaro Alonso Miguel, sobre la distinción entre libros serios y libros no serios. Me acuerdo de que mi profesor se decía a sí mismo si no serían éstos, al final, los libros serios. Las novelas de aventuras, los cómics, los cuentos…

Después de revisar Astérix y algunos números de Superlópez el cuerpo y el ánimo —el ánima quizá— me pedía seguir con cómics. Conocía El Jabato desde que jugué a un juego conversacional con el ordenador, de niño (Aventuras AD, un juego de 1989, si no me equivoco), y luego leí algunas historias suyas que me gustaron.

El Capitán Trueno yo sabía que era muy importante, pero no lo conocía. Por eso he comprado ahora algunas aventuras en mi librería de viejo de El Desván del Libro (Madrid),  y he empezado a  leerlas, con mucho disfrute.

Últimamente, distintas circunstancias de mi vida, de las que he dado cuenta en estos artículos, me han llevado a los cómics, con gran placer por mi parte, insisto. Releí todo Tintín, hace poco, para un libro, revisé casi todo Astérix, más recientemente todavía… para un artículo, y ahora estoy con otros personajes. Últimamente vuelve Tintín en mi recuerdo, y en nuevas circunstancias de la vida, por la gran exposición que se acaba de inaugurar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre Hergé. Una exposición que para muchos de nosotros será algo parecido a un sueño, un gran sueño, muy grato, que remitirá a muchos otros. Sueños de la infancia, de placer y descubrimiento del mundo.

Apetece muchísimo. Nunca hemos cerrado los álbumes de Tintín los que los amamos. Tintín, como ha subrayado hace poco Rafael Narbona en El Cultural (“Tintín, mi amigo: siempre nos quedará Moulinsart”), fue nuestro amigo, un amigo muy señalado, muy íntimo, una especie de hermano, y jamás nos ha abandonado. Su padre, Hergé, tampoco, Hergé, al que pronto aprendimos a admirar, a querer. Ahora que lo pienso, al ser Tintín una especie de hermano nuestro Hergé, su padre, es también una especie de padre nuestro. Me parece de una lógica incontestable.

Me acuerdo que cuando era muy pequeño murió Hergé, y en casa me dijeron que había muerto el padre de Tintín. A mí me extrañó mucho porque yo me imaginaba al padre de Tintín muy diferente. Como un dibujo, ahora que lo pienso, no como un señor “real”. Si es que Tintín no es “real”. Ya hay un trasvase entre uno y otro, como la hay entre Don Quijote y nosotros sus lectores, por ejemplo. Los personajes de ficción se hacen reales cuando los leemos, nosotros nos hacemos un poco o un mucho de ficción, por obra suya, por relacionarnos con ellos.

Cuando escribí mis Cartas de un joven escritor a Don Quijote de la Mancha, eso fue lo que sentí que me ocurrió con Don Quijote.

Siempre tenemos cerca  a Tintín, sus libros, para disfrutarlos y aprender de ellos, pues sin duda se aprende mucho de ellos. La verdad es que yo aprendo mucho leyendo cómics. En la vida siempre estamos aprendiendo —conviene no olvidarlo—, y por supuesto aprendemos mientras nos divertimos con nuestros héroes favoritos. Y son muchos, muchos héroes, conocidos y por descubrir. El cómic y sus magníficos artífices consiguen que aparezcan nuevos personajes que nos encandilan, de niños, de jóvenes y de mayores.

En el fondo pasa igual con las novelas y con las películas. Con la ficción en general. La ficción que es arte, arte de alas desplegadas. La imaginación humana es riquísima, inconmensurable, y alimenta a la propia imaginación humana. Hergé nos alimentó a todos nosotros dando vida a Tintín.

Hace poco me dio por pensar en que, dado que ya llevaba cerca de tres años en Zenda, me resultaba más difícil encontrar temas para escribir, pero la verdad es que pienso que la vida va generando vida constantemente, interminable, eternamente. Y así pienso que este Cuaderno de campo si termina, cuando termine, lo hará por otros motivos, no por falta de ideas o de temas. Eso creo.

Incluso el fenómeno puede ser el contrario: sobreabundancia de material. Lo difícil es poner cauce a todo ese material, de la vida y de la imaginación. La escritura puede ser una válvula de escape que nos permite vivir; gracias a que damos salida a ciertas sustancias —que luego serán literatura, por cierto— podemos vivir, o vivir mejor, mucho mejor.

Pero ¿de qué sustancias se trata? Lo bueno y lo malo de la vida. La pluma es válvula de escape de lo malo, va haciendo uso de lo malo, también de lo malo, como filtrándolo, limpiándolo, haciendo arte, grande o pequeño, con su creatividad.

En mi “calidad de vida”, como dicen ahora, por supuesto, se encuentra la escritura, en una muy alta potencia.

Lo ideal sería tener más calma. Pienso que la vida no ayuda precisamente a escribir, que escribir, por necesitar, necesita tranquilidad, concentración, sosiego, pero que nunca, o casi nunca dispone de todo esto, con lo que hay que escribir siempre como se puede, es decir, montado en el caballo, cabalgando, cabalgando la vida, los días de la vida.

Pero probablemente, con las mejores condiciones no escribiríamos una línea. Escribimos siempre bajo el volcán, y el volcán es la vida, nuestra vida, la de todos.

Pero al mismo tiempo la vida anima a escribir, lleva a escribir, como un destino gozoso, cuando el escritor es escritor además de ser humano —que ya me parece muchísimo, lo fundamental, esencial—. Es ésa una buena mezcla, explosiva en cierto modo, pero también callada, que da lugar, una y otra vez, al texto. Distinto y multiforme, incesante, uno y vario.

Hay veces que parece que no tenemos tema de qué escribir, pero la verdad es que lo cierto es que tenemos mucho por escribir. Lo tenemos como taponado, presionado, como embotellado a presión. Pero todo ello, con cierto esfuerzo y  una buena pluma, sale a la luz, se descorcha, como un fantástico champagne.

A lo mejor resulta, como sugería antes, que tenemos demasiado tema para escribir, y entonces hay que aprender a gestionarlo, a dosificarlo, a organizarlo. Porque el tema es la vida.

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