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Sobre «Heroica», de Samantha Devin

Sobre «Heroica», de Samantha Devin

Samantha Devin ha escrito las novelas Bilis negra (2003) y Arcadia (2006). Ahora acaba de publicar Heroica (Aristeia Press), donde aparte de su pasión y conocimiento por la mitología, vuelca todo su saber hacer novelístico. Es una novela atípica, en mi opinión, diferente, que descoloca un tanto al lector con su propuesta heroica en el mundo de hoy, un mundo que sospechamos es mucho más real de lo que parece en un principio. Nos adentramos en un libro algo desconcertante, pero de tan buena factura que esto hace que nos animemos a seguir leyendo, y es entonces cuando sus propuestas, sus contenidos, profundos, calan en nuestro interior.

He tenido la suerte de entrevistar largamente a la autora sobre la novela y sobre el tema de la novela. Creo que en general nos interesan los héroes, incluso mucho, y alguna vez hemos soñado con ser héroes —hay muchos tipos de héroes, y ya ser una persona, un ser humano, constituye algo heroico, muy heroico—; por eso considero que esta novela interesará a los lectores, así como todo lo que nos pueda decir su autora, verdadera conocedora del tema que trata.

Antes de escucharla me gustaría dar unas pinceladas sobre la historia que cuenta Heroica.

Andrea es una joven muy peculiar. Ha vivido en un convento, apartada del mundo, limpiando y cuidando del edificio y del huerto. También ha sido pastora, recibiendo la educación de un pastor muy especial, Giovanni, de origen apache. Un día descubre un libro sobre el héroe de uno de los mayores expertos del mundo en ese tema, Visconti, que vive con su familia en una villa italiana. Sus intereses, sus estudios y su brillantez llevan a Andrea a trabajar con este gran especialista. Mientras prepara su tesis doctoral ayudará al sabio a escribir sus memorias. Pero en la villa hay un gran conflicto familiar, y Andrea tendrá que desempeñar un papel decisivo en él.

—¿De dónde vino la idea, el origen, para escribir esta novela?

—Es complicado rastrear el origen de una novela. Mis novelas son muy orgánicas, es decir, nacen y crecen de mi propia búsqueda, intereses y experiencias, evolucionan conmigo según voy añadiendo a mi vida conocimiento, creencias, ideas, conclusiones, experimentos con éxito… Para contestar esta pregunta tendría que contarte mi vida, porque el origen está en mí misma, así de amplio es. Pero sintetizando puedo decirte que el interés por lo heroico ha estado siempre presente. Comenzó con Byron y el Romanticismo alemán, con su aspiración a lo sublime, su deseo de trasfigurar la realidad y su valiente inmersión en el inconsciente. El heroísmo es una actitud ante la vida. Yo veo al escritor como un hechicero, un conjurador de realidades, un explorador de las profundidades y las alturas humanas. Los Románticos creían que el hombre era capaz de conectar con la realidad suprema, que nuestro deber, como criaturas trascendentes, es aspirar a ser dioses. Ese sentimiento está vivo en mí y es el que mueve mi vida y mi trabajo. Soy consciente de que es una ideología que va contracorriente, porque la creencia general acerca del hombre es hoy completamente opuesta. La culpa la tienen los existencialistas, que nos han dejado un poso de desesperación, nihilismo y absurdo que sigue estando vigente. Pero no debemos olvidar que la visión que tenemos acerca de la vida y el lugar que ocupa el hombre en el universo están sujetos al momento histórico en que vivimos, a la cultura de la que somos parte. Si la tendencia hoy es creer “X”, esa será nuestra realidad. Pero podemos ir más lejos, porque somos inteligentes y sabemos que en otro momento de la historia se creía “Y”. Es decir, sabemos que es posible elegir, que podemos y debemos ser parte activa en la formación de nuestras creencias y valores. Por tanto, ¿por qué escoger ver la vida a través de los ojos de los existencialistas? ¿Por qué no optar por la grandeza de espíritu que animaba a los Románticos? A mí siempre me ha parecido que aspirar a la consciencia perfecta, a la vida perfecta, a la felicidad perfecta es la forma más evidente y natural de ser y estar en el mundo. Soy abanderada de una ideología propia: el Nuevo Romanticismo. Hay mucho que decir sobre esta ideología liberadora, poderosa y atrevida, pero ahora no es el momento.

—¿Por qué decidió escribir la novela?

—Porque quería fascinarme a mí misma, hipnotizarme hasta hacer magia metiéndome en la carne de una heroína creada por mí y para mí. Porque escribir es invocar, y yo quería conjurar esa parte de mí misma que estaba latente, darle forma y realidad, hacerla vivir.

—Algunos nombres de los personajes inducen a pensar que la novela tiene un gran trasfondo, cultural y mitológico pero este trasfondo no queda muy claro para el lector, o para este lector. ¿Qué podría decir su autora respecto a este tema para orientarnos, para conseguir que comprendamos mejor la novela y tal vez la disfrutemos más?

—Para aclarar el trasfondo tendría que empezar por los presocráticos y terminar en los existencialistas, añadiendo a eso, como antes decía, toda mi vida, lo que he aprendido, cómo lo he interpretado, cómo vivo, cómo quiero vivir, quién soy, quién quiero ser, en qué creo y en qué no quiero creer, lo que puedo y lo que me queda por poder… Es decir, esa claridad que sugieres requeriría convertir la novela en un ensayo. No creo que sea necesario explicar nada de eso. Como siempre, la interpretación y la profundidad a la que se llegue dependerán de cada lector.

Sin embargo, parte de ese trasfondo es bastante obvio, ya que hago referencia a él tanto en los nombres, como bien dices, como en la historia y en las citas que uso. La novela es una Teogonía, una lucha entre dioses por el poder para gobernar la realidad. Es el Orden implantado por Zeus versus Caos y toda su descendencia. Los personajes quieren imponer su idea de cómo debe ser nuestra existencia para que el mundo se mueva y atienda a sus leyes, para que funcione según sus creencias. Pero no cuentan con la intervención de Andrea. Importante destacar que todo, desde los nombres al paisaje, al edificio, al aislamiento en que está ubicado, incluso la estación del año, tiene un sentido o trasfondo que da peso, amplía o sugiere una dimensión en la historia. El fin de este trasfondo, a nivel literario, es enriquecer lo que ocurre, elevarlo y darle profundidad. A nivel personal, es darle consistencia a la invocación.

A simple vista podría ser una guerra familiar con sus traiciones y complots, con sus partidismos y ofuscaciones… La idea es convertir toda esa ambición, ese deseo universal de gobernar a los otros, en algo cósmico. Todo está orientado a ordenar las circunstancias para que un ser heroico pueda desarrollar sus capacidades, ponerse a prueba y encontrar las respuestas que busca acerca de sí misma. Heroica escenifica la misteriosa alianza que Andrea mantiene con el orden divino, que es callado, invisible y cotidiano, porque está presente cada vez que nos relacionamos con Dios, con nosotros mismos y con los otros. Por supuesto, dependiendo de cada uno, de su educación, de su capacidad de observación, de su predisposición para la abstracción o su inclinación hacia la psicología o la mística, verá una cosa u otra. Habrá quien se quede en la superficie y disfrute de una historia de suspense en un ambiente aristocrático, otros participarán de la siempre milagrosa transformación del estado de consciencia del héroe, que va de lo humano a lo divino.

¿Alguna pista acerca del trasfondo? Por ejemplo, el lugar donde está ambientada la novela, La Villa, que es el lugar donde veranean los Visconti, es un territorio de extraordinaria belleza, una población vacacional donde la aristocracia europea solía ir a recrearse, pero que ahora está deshabitada. Es una forma velada de decir que la verdadera aristocracia, en sentido moral, ya no existe. Este lugar, lleno de palazzos y mansiones abandonadas, es también una especie de Olimpo, un edén mítico donde los dioses pueden actuar libremente. Si lees atento ves que es además un espacio cerrado al mundo exterior que parece tener leyes propias, donde los actos magnificados y brutales de estos dioses se hacen inaccesibles incluso para la policía. En ese espacio están como protegidos por un código inviolable, como si sus asuntos fueran demasiado importantes para ser juzgados por los hombres. Vemos esto a medida que avanza la historia, cuando el inspector de policía se da cuenta de que no hay forma de “atraparlos”. Pero de nuevo, quizá pocos lectores capten todos los matices.

Otra pista, aunque ésta es bastante obvia, es que es una tragedia griega adaptada al presente. Todo mi trabajo está relacionado en mayor o menor medida con la tragedia griega, porque es una fuente de sabiduría inagotable. Sin embargo, en esta novela lo verdaderamente importante, en lo que he querido centrarme es en el ethos heroico, es decir, en el carácter y la personalidad del héroe. Del héroe me interesa ese estado de atención constante ante la superación personal, esa necesidad incansable de actualizar sus potencialidades y ese ascetismo voluntario para atender sólo a lo esencial y a lo sagrado.

—¿Se puede considerar Heroica una novela en clave?

—Nada de «en clave». Es un conjuro explícito, una invocación a lo heroico, a su espíritu expansivo y a sus poderes. La entenderán mejor quienes tengan hambre de heroísmo, de ascetismo, los que deseen alejarse del mundo y su ruido y los que tengan como meta atender sólo a lo esencial. No es una propuesta fácil y está reñida con casi todo lo que ahora “se lleva” y se valora: comodidad, ocio, gregarismo, buenismo (mal entendido), inercia, aceptación social… Heroica es una novela con muchos matices, con muchos significados, y cada cual verá solo lo que tenga dentro, como ocurre con todo en la vida. Pero si no sabes nada de mitología griega, de tragedia o de teogonías vas a disfrutarla igual, porque lo que es, ante todo, es una historia de personajes y de superación. Y eso lo entiende todo el mundo.

—Algunos personajes de la obra remiten a personajes de la mitología griega, claramente, como Trisífone y Ares, pero el lector intuye que hay muchas más relaciones y sorpresas. ¿Es cierto?

—Más relaciones con más personajes de la mitología… Visconti, por ejemplo, el personaje más importante después de Andrea, representa al dios Zeus. Es un aristócrata de origen alemán e italiano que jugó un papel importante en la Segunda Guerra Mundial y es además uno de los mayores expertos del mundo en la figura del héroe. Visconti es el padre intelectual de Andrea. Es decir, Andrea ha nacido de su cabeza, de sus ideas sobre lo heroico, y eso, dentro del escenario olímpico en que está ambientada la novela, significa que Andrea es la diosa Atenea. Para ella Visconti representa lo heroico en su máximo esplendor. Pero cuando Andrea llega al Palazzo, Visconti está inmerso en una guerra familiar, y lo que iba a ser un estudio teórico sobre lo heroico se transforma en una lucha a vida o muerte.

¿Sorpresas? La sorpresa, creo yo, es encontrar hoy a alguien como Andrea, que es un héroe de la Edad de Hierro en un mundo donde los consensos, la lenta pero segura implantación de los matriarcados y el daño irreparable de los feminismos extremos y lo políticamente correcto invaden cada rincón y convierten el planeta en un patio de recreo saturado de narcisismo. Es posible que mucha gente no comprenda quién y qué representa Andrea, porque es un personaje demasiado fuerte e independiente, y el mundo se ha hecho muy gregario y blandito. Vivimos una época de la historia donde millones de personas retransmiten la frivolidad y vacuidad de sus vidas sin modestia, sin consciencia de cuán pueril y profana es la existencia que llevan. No tienen referencias, porque se alimentan de inmediatez. Son existencias llenas de ruido y confusión, sin misterio ni sacralidad, sin profundidad ni reflexión. Frente al infantilismo, la incultura y la ñoñez generalizada está Andrea. Eso sí es una sorpresa.

—¿Cree que el hombre de hoy, y la mujer de hoy, conoce la mitología griega? ¿De qué manera se la recomendaría?

—No, no creo que la conozcan. Pero el problema no se reduce a que no se conozca la mitología griega. No se conoce tampoco el Romanticismo, que es una filosofía relativamente reciente y que nos invita a superarnos, a dejar de lado lo posible y embarcarnos en nuestro universo interior. No sé por qué existe la creencia de que ya sabemos todo acerca de nosotros mismos. Creo que el misterio más grande se encuentra todavía en la inexplorada relación que existe entre nuestro consciente y subconsciente. Muy poca gente sabe sobre mitología o romanticismo, pero mucha menos sabe que lo que llamamos «subconsciente» es una fuente de poder ilimitada, nuestro vínculo con lo sagrado, con el misterio y el orden que rige el Universo y todo lo existente. Llevo años estudiando esto, experimentando conmigo misma, que es la forma más fiable de saber si algo es posible o no, y doy fe de que ahí es donde reside lo milagroso. Me sorprende la falta de interés por nuestro interior, sobre todo porque ya existen pruebas suficientes que demuestran el poder que tenemos dentro. Sin embargo, la mayoría sigue interesada en el mundo exterior y dedica su tiempo, que es lo más valioso que tenemos, a informarse puntualmente sobre la insípida vida de las celebrities, y/o a ver absurdas series de TV que lo único que hacen es multiplicar y consolidar una visión de todo lo feo y vulgar en el ser humano. Todo ese alimento basura lo único que hace es distraernos de lo esencial, reducir la esperanza en nuestras capacidades, y apartarnos de lo que es bueno, bello y entero, que decía Goethe. Gracias a Dios hay todavía mucha gente inteligente, emprendedora, honesta y culta, si no estaríamos perdidos.

Mi forma de recomendar el romanticismo, la mitología, la tragedia griega o el ethos heroico es con mis novelas. No voy a hacer una lista de títulos. Si alguien está interesado, los capítulos de mis novelas, por ejemplo, siempre comienzan con una cita que está relacionada con el contenido de ese capítulo. Ahí se pueden encontrar algunas de las obras que han influido en la creación de lo que estás leyendo. Muchos lectores me comentan que han descubierto éste u otro autor o idea gracias a esa cita. Como siempre, recomendar un libro y que este libro tenga el mismo valor para la persona que lo lee que para la que lo recomienda solo ocurre si esa persona tiene los mismos intereses y busca lo mismo que tú. Puedo recomendar a Eurípides o a Cormac McCarthy, pero eso no asegura que el otro vea lo mismo que yo, que saque del libro el mismo provecho que yo. Lo único que recomiendo en este momento, porque estamos hablando de ella y viene al caso, es mi novela. Se la recomiendo a quien quiera leer algo diferente, independizarse del mundo, ser fuerte y pensar por sí mismo. Y por supuesto, pasar un buen rato.

Samantha Devin

—¿Qué nos puede aportar hoy el conocimiento de esa mitología?

—La lista sería infinita, pero de nuevo, no es solo la mitología lo que aporta algo, es la mitología relacionada con la psicología, con la mística, con la tragedia griega, con la fenomenología, con, por ejemplo, los estudios de religiones comparadas de Mircea Eliade, con la sublime visión que nos dejó Nietzsche, con el sentido de lo sagrado de Otto, con el estudio de la estructura de la consciencia de Husserl, con la idea del inconsciente de Carus, con las aportaciones de Jung… Yo creo que saber quién es el Minotauro no sirve de mucho si no extiendes y entiendes sus múltiples significados y relaciones. Es su simbolismo, las diferentes representaciones que le hemos dado en nuestra cultura a través de los siglos a ese concepto o personaje y, sobre todo, lo que significa para cada uno en particular, lo que le da valor y lo que cambia nuestra vida. El conocimiento y la cultura, si no se aplican a algo concreto, si no los usamos y hacemos de ellos algo vivo y útil son solo datos muertos. La verdadera filosofía es la que nos ayuda a vivir mejor, a ser más felices.

—¿En qué sentido Andrea es “heroica”?

—Andrea es una especie de Clint Eastwood, pero con un halo de santidad, una Juana de Arco moderna. Tiene una misión que la coloca por encima de la justicia humana y en la que nadie, ni siquiera la policía, puede intervenir. Como al jinete del apocalipsis, le ha sido dada la potestad para matar con espada. Es un ángel vengador que actúa cuando la ley, es decir, cuando los límites de la ley impuestos por la sociedad, no sirven para defendernos contra el mal. En realidad, nada en ella es convencional, porque es un ser solitario e individualista, nada fraternal ni comunitario y sus intereses no son materiales sino de un misticismo extremo.

—¿Usted cree que la famosa frase de Heráclito “el carácter de un hombre es su destino” es cierta?

—¿Cierta? Me despista la palabra «cierta». Pero en cualquier caso no es una frase, sino dos. ¿Cuál de los dos sentidos me parece más cierto, quieres decir? Los dos. Para el lector profano debería explicar que es una máxima de la antigüedad y que hoy nos faltan herramientas para entenderla tal y como la entendían los antiguos griegos. Originariamente la frase se podía leer de izquierda a derecha y de derecha a izquierda porque era en esa ambigüedad donde residía el misterio del hombre trágico, del hombre en definitiva. La frase puede significar que somos nosotros los que elegimos qué hacer con lo que nos toca para crear nuestra vida. Pero también puede significar que es el daimon, una especie de suerte o destino personal adjudicado de antemano por una fuerza divina, lo que define nuestro carácter y por tanto nuestra vida. Cada cual debe elegir u observar cuál de los dos significados predomina en su vida. ¿Quizá solo uno, quizá los dos?

—¿Por qué le interesa tanto esa frase a Andrea?

—Porque Andrea es una heroína atípica, y su meta es crearse según el ideal que tiene de sí misma, y la frase de Heráclito contiene dos claves importantes sobre el carácter. Andrea tiene rasgos de santa y de cowboy. Tiene además un misterioso vínculo con lo sagrado y un amor ascético por el silencio y por la soledad. Y por otro lado, y como contraste, está la misión que le ha sido encomendada, que es brutal y sobrecogedora, pero que no puede rechazar, porque sabe que está dictada por algo más grande. Ese “algo más grande” es lo que le interesa y lo que a la vez genera conflicto en ella, porque como todo héroe tiene la necesidad de ser causa sui, es decir, de ser el origen de sí misma, de crearse a imagen de sus propios ideales y valores. Y saber que ha sido elegida, en cierta manera, hiere su orgullo, porque su aspiración es elegir. Diría que su ambición personal es penetrar el misterio en que vivimos y rendir cuentas solo ante Dios.

—¿También le interesa a la autora de Heroica? ¿Por qué?

—Respuesta obvia: porque yo soy Andrea.

—¿Es posible ser un héroe hoy?

—Claro. Los héroes existirán mientras exista el hombre. Pero la idea que se tiene hoy de los héroes no tiene mucho que ver con la heroína de mi novela. Ella pertenece a una Edad de Hierro, anterior incluso al cristianismo, donde no había lugar para conciliaciones ni políticas sociales, y mucho menos para feminismos radicales. Su código moral es mucho más estricto que el nuestro, porque está centrada en superarse, no en complacerse a sí misma o a los otros. No le interesa caer bien ni gustar. No hay nada difuso en sus valores, es decir, no está herida de relativismo. Hoy creemos, y como es nuestro tiempo pensamos que es lo correcto, que todo es relativo. Es una forma muy cómoda de vivir, porque yo te entenderé a ti cuando hagas algo mal, y espero que cuando yo haga algo mal tu también me entiendas. Y así, con cada acto indigno que comprendemos en el otro, vamos excusando y rebajando la idea del hombre. La aspiración a la perfección moral, a la perfección en general, ha quedado obsoleta, es una idea del pasado que la mayoría considera anticuada, así de bajo hemos caído. Por eso se ve cada vez más mediocridad en todos los ámbitos de la vida. El héroe del que yo hablo tiene algo de descomunal. Como dice Fernando Savater en su magnífico ensayo La tarea del héroe, es un poco monstruoso, ruge como un león o resplandece como un dios, espanta o reconforta con su simple presencia, es decir, tantea los límites de su humanidad. El héroe del que yo hablo es aquel que vence a lo inhumano y que se revela como pariente de lo sobrehumano. Ésta es la clase de héroe que me interesa.

—¿Qué tipo de heroísmo admite o pide nuestra sociedad?

—Creo que el heroísmo que pide se parece a una prestación social ejercida con humildad y que no exija nada a cambio. ¿El que admite? Uno que sea comprensivo con los errores y defectos humanos, es decir, que actúe teniendo en cuenta el relativismo imperante.

Pero falta la pregunta más interesante: ¿Cuál es el que no admite? El que no admite, porque hemos perdido la consciencia de lo sagrado, es el heroísmo del que yo hablo en Heroica, que tiene que ver con la relación que existe entre la violencia y lo sagrado, un elemento habitual en todas mis novelas. Si nos fijamos en los libros sagrados y en las mitologías de todas las culturas, desde la Biblia al Corán, a las mitologías griega o nórdica, allí donde están los dioses, no las religiones, que son algo distinto, hay violencia. Parece como si fuera imposible separarlos. La violencia, como acto sagrado, es distinta de esa violencia gratuita a la que estamos acostumbrados por el cine y la TV. La violencia es sagrada cuando se convierte en la única acción posible ante una injusticia universal. Es el acto supremo, casi una obligación, porque es el único acto que puede restablecer el equilibrio cósmico. De hecho, todos sentimos que algo sana en lo invisible cuando se consuma un acto de violencia sagrada. Y eso es porque es una retribución que, incluso sin conocer el significado último de las cosas, sospechamos ayuda a restaurar un orden divino. Aunque no lo creamos, Dios sigue habitando en nosotros.

Gracias.

*****

Y yo siento cómo las sabias y profundas palabras de Samantha Devin quedan flotando entre nosotros, entre nosotros y el lector. Son una propuesta y una invitación, una invitación a todo lo que dicen y sugieren, que es muchísimo, pero también a conocer y disfrutar de una novela sumamente interesante, una novela distinta, en el mejor sentido de la palabra. En ella el lector descubrirá lo que lleva dentro y le empujará a ir aún más lejos.

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