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Sócrates con un cubata

Sócrates con un cubata

La crítica que ha examinado este libro ha sido unánime: esto no es normal. Aparecen cada año miles de libros, miles de novelas, miles de ensayos, pero afortunadamente no nos es posible definir exactamente qué podría ser este volumen publicado por el novelista Sergio Mayor en la editorial Sloper, casa y refugio de todo tipo de desafueros literarios y desarreglos culturales. Este texto no podemos encasillarlo en ningún género que nosotros conozcamos. Sabemos que esto no es una novela (aunque los exabruptos filosofantes que lo componen guardan un cierto hilo narrativo, incluso autobiográfico); sabemos que estos fragmentos o secciones parecen poemas y podrían funcionar, también, como relatos breves. Se nota que la voz cantante es profundamente filosófica, así como también poética, y el resultado de todos esos vectores es una especie de ambiente o papilla inmoralista la mar de sugerente, alimentada con las voces y las huellas de quinientos años de cultura conflictiva; o una enciclopedia del exabrupto.

Por eso era necesario este libro, que por cierto hiede a simbolismo, a Schopenhauer y al Kronen, recupera el aroma de cierta época donde todos los escándalos eran posibles, y hasta es posible que la propia posibilidad del escándalo sea una de las reivindicaciones principales de estas páginas impregnadas de arte, rafaelismo, vanguardias, alcohol y sangre. Era necesario por su frescura, por su carácter realmente urbano, cosmopolita, macarra, singular y otro.

"Este libro suena a algo así como si Cioran hubiera tenido que dormir un día en la calle, a halitosis resacosa y pesadilla de mil lecturas desordenadas"

Lo mejor será ofrecer algunos botones de muestra, como esta maravillosa diatriba palillera y cuñada: “¿Qué esperaba? ¿El método Oulipo? ¿La vida de Sigerio de Brabante? ¿Debo escribir sobre usted, que no conozco? Oiga, si narrase la destrucción de Stalingrado yo sería Stalingrado, pero no soy más solipsista que usted, que todos, ya sabe, la mente, un cul-de-sac. Dante escribe sobre Beatrice, un pseudónimo de Dante. El señor K es una hipóstasis de Kafka. El dios de San Juan de la Cruz es una inflamación extremada de San Juan de la Cruz. Flaubert es Madame Bovary. Yo soy la muchacha que baja por la calle Tablas una tarde que cambia la conciencia de la humanidad” (p.307). El resultado es un escepticismo radical, mejor dicho, un cinismo, como el de Diógenes, el primer punki de la historia: “Hay más ciencia en una casa de putas que en una sala de profesores de la Universidad de la Sorbona. Y no hay ciencia en una casa de putas. Y no hay ciencia, que yo sepa” (p.171). Este libro suena a algo así como si Cioran hubiera tenido que dormir un día en la calle, a halitosis resacosa y pesadilla de mil lecturas desordenadas.

En nuestra tradición tenemos un precedente ilustre, el libro de un hombre de ciencia reflexivo que rumió sus filosofías no exactamente en el bar de Servando pero sí en el Café Suizo de Madrid; me estoy refiriendo a las Charlas de café, de Santiago Ramón y Cajal, publicado parcialmente en 1908 entre las páginas de las revistas Gente vieja y Voluntad, publicado doce años después, y que en 1922 ya llevaba tres ediciones. En esas páginas, mucho más ordenadas y aseadas que las de Sergio Mayor, ya convivían Carlomagno y Verlaine. Un siglo después, alguien vuelve a perorar desde la barra o desde la mesa grasienta, pero en un tono mucho más apocalíptico, transpostmoderno y jamesoniano.

"El filósofo cubatero que protagoniza estas páginas se parece, ciertamente, a algunos personajes de Baroja, a los que el novelista llamaba, precisamente, precursores"

Cultura clásica, eructos de borracho. La literatura es un chiste, pero hemos de habitar ese chiste. Reiremos para no llorar, atrapados en un campo de ruinas con horror vacui. ¿Sobre qué debemos escribir? ¿Qué busca el lector nostálgico hoy? ¿De qué podemos sentir nostalgia, si es que eso es legítimo? Realmente libros divertidos y desenfadados como este, ya tan alejados de las correcciones morales que reducían la literatura al sermón soporífero, nos devuelven a la vida mental. Se me ocurre que igual este Ponme otra copa, Servando surgió precisamente de ese hartazgo, de esa necesidad de reaccionar con las uñas y las roñas y los asesinatos papales al neopuritanismo hegemónico. Es posible que el escupitajo del cafre haya acabado siendo más interesante que la homilía del neocalvinista. Porque, en verdad, ante el espectáculo del Idioceno que nos ha tocado vivir, no sea tan mala idea bajar al bar y desatar la lengua.

Para terminar este comentario desordenado de Ponme otra copa, Servando, nada mejor que unas palabras de, precisamente, Santiago Ramón y Cajal, que pienso que encajan muy bien con el espíritu de Sergio Mayor, aunque no acabe de entender por qué: “Los precursores son comparables a las abejas tempranas que, por abandonar la colmena antes de tiempo, no hallan flores y sucumben por el frío del ambiente”. El filósofo cubatero que protagoniza estas páginas se parece, ciertamente, a algunos personajes de Baroja, a los que el novelista llamaba, precisamente, “precursores”: pequeños filósofos violentos, con un toque autodestructivo e instintos decadentistas. Personajes tan enfermos de belleza como de negrura. He hablado de Baroja y Ramón y Cajal, pero el personaje de esa época que mejor encajaría con este trabajo de Sergio Mayor sería Alejandro Sawa. Cualquier lector atento a las explosiones de calidad debería pasearse por estas páginas que son, otra vez, Iluminaciones en la sombra de alguien sediento de amor, sentido y misticismo a puñetazos.

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Autor: Sergio Mayor. Título: Ponme otra copa, Servando. Editorial: Sloper. Venta: Todos tus libros.

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