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Sucio lugar el mundo

Como saben los muchos seguidores de la saga de novelas criminales de Lorenzo Silva protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, la intriga, bien urdida y desenlazada, va acompañada de reflexiones morales, también sociales y culturales. Este poso reflexivo y especulativo ha ido ganando espacio al relato policial, y en buena medida lo recorta en las dos últimas entregas, las número doce y trece del ciclo, La llama de Focea y El mal de Corcira. En aquélla, por otra parte, alcanza un plano destacado de la anécdota el independentismo catalán, y en ésta se desmenuza la antigua participación del protagonista contra el terrorismo etarra. Este conjunto de indicios presagiaban algunas novedades literarias que, en efecto, cristalizan en Púa, novela al margen de la serie de la popular pareja pero que guarda relación con ella, y aun con otros libros de Silva, aparte de nutrirse, aprovechándolas, de sus persistentes indagaciones en el ámbito de las fuerzas del orden público. Por adelantar lo que ahora diré, Púa entra de lleno en la actuación del Estado en el combate contra el terrorismo y lo hace con una carga especulativa muy fuerte.

"Ambas tramas, el ayer reconstruido y el tiempo cercano, se presentan en capítulos alternantes. La relación es fundametal, porque de aquellos polvos vienen los lodos actuales"

Púa es el nombre de guerra, a falta de llegar a saber el inscrito en el Registro Civil, del protagonista, y se debe a la forma de ser que percibió en él su jefe: “Eres fino y astuto”. La novela reconstruye dos etapas de la vida de Púa por su propia boca o, para ser precisos, por el testimonio escrito que dejará como legado testamentario a su hija Lea. Con ello pretende que la chica entienda su oscuro comportamiento. La primera etapa ocurre en el presente, un pasado muy próximo a la actualidad (todavía no se utilizan en la novela teléfonos móviles, pero se trata de un tiempo cercano). Un antiguo compañero de andanzas en la Compañía, un secreto grupo parapolicial, alias Mazo, le reclama desde un hospital donde agoniza para que acepte hacerle un favor obligado. Mazo le explica cómo su hija, Vera, con quien hace años rompió todo vínculo a causa de un pasado tenebroso, ha caído en la prostitución y está en manos de un proxeneta, Buitre, sobrenombre con que le designa su compinche. Le encarga que la libere del presunto “rufián” y que le dé a este un buen susto, mortal si fuera preciso. Pero el asunto es más vidrioso, porque el proxeneta forma parte de un tenebroso complot que alcanza a las altas instancias del Estado y que guarda relación con el pasado de Púa y de Mazo en las cloacas del poder. La trama, de una complejidad algo retorcida que nos exige no poca atención, hilvana los vínculos entre policías corruptos y la Compañía.

La actuación de la Compañía centra la otra trama de la novela. Se precisa su funcionamiento: “No nos dedicamos a hacer justicia. No somos la policía ni llevamos a nadie ante el juez”. También su carácter: “Nos distingue”, dirá el jefe, Araña, “que para nosotros no rigen los límites a los que se tienen que someter los demás. No solo no estamos obligados a respetar las leyes […] sin permiso de un juez, ejercemos violencia sobre alguien o lo privamos de libertad sin tener facultad para detenerlo”. “¿Es moral o inmoral actuar así”, se pregunta Araña retóricamente, porque tiene una respuesta inapelable: cuando se abusa, engaña o violenta a otro, sobra saber si eso es legítimo o ilegal; la Compañía proporciona una legitimidad indiscutible y cualquier conducta deja de estar prohibida. La memoria de Púa reconstruye los años de servicio en el grupo encubierto, su adiestramiento en él, las instrucciones de los jefes, su infiltración en una célula terrorista; en suma, las distintas caras de la actividad dentro de la guerra sucia.

"Este impulso unitario consiste en la afortunada aleación de una representación abstracta y documental de la realidad. Ya lo indica el propio nombre del grupo antiterrorista, ese genérico Compañía"

Ambas tramas, el ayer reconstruido y el tiempo cercano, se presentan en capítulos alternantes. La relación entre ellos es fundamental para el conjunto de la historia porque de aquellos polvos vienen los lodos actuales, pero no se disipa del todo la impresión de tratarse de historias literariamente independientes que bien podrían haber dado lugar a dos novelas distintas. Incluso producen el curioso efecto de desear que acabe el corto capítulo correspondiente a una de ellas (en particular los relativos a la actividad de la Compañía) para seguir la intriga muy intensa de la otra. En cualquier caso, el consumado oficio de Lorenzo Silva como narrador de suspense llena de expectativas ambas líneas. Y, sobre todo, los dos tiempos del argumento responden a un único impulso, una reflexión moral sobre las conductas aberrantes al margen de la ley.

Este impulso unitario consiste en la afortunada aleación de una representación abstracta y documental de la realidad. Ya lo indica el propio nombre del grupo antiterrorista, ese genérico Compañía. Y lo profundiza la marcación del espacio de la acción a partir de una Ciudad innominada y con mayúscula. El lugar, sin embargo, posee notas suficientes para que pueda identificarse con una geografía concreta: en ella el sol no se prodiga, se halla junto al mar, está cerca de la frontera, más allá de la cual se llevan a cabo acciones informativas y punitivas. Lo mismo ocurre con los sucesos: no se dice, pero pocas dudas caben acerca de la autoría de quienes mataron con coche bomba al hermano de Púa, e igualmente se identifican con acciones específicas y con sus consecuencias políticas y penales del terrorismo de Estado en nuestro país. No hace falta que se mencionen los GAL o ETA. Ni que se citen nombres propios de aquellos tiempos. Pero Silva tira a la vez por elevación y podría pensarse, sin minusvalorar la especificidad española de la trama delictiva, en casos de otros países, en comportamientos políticos universales.

"La violencia de las acciones es contundente. La intriga, muy compleja. Pero lo que de verdad cuenta es la indagación psicologista en la intimidad del violento"

El escenario de la guerra sucia y el envilecimiento moral de quienes se implican en ella, sostenido todo ello en pasajes de una intensidad descriptiva impresionante, tienen en Lorenzo Silva un tratamiento reflexivo y discursivo, no del todo libre de una sobrecarga retórica. Muestra de esta propensión especulativa la tenemos en el arranque de los capítulos, de forma sistemática los referidos a la Compañía. “Las cosas que caen por su propio peso tienen la virtud de empujar a los humanos a la conducta, rara en ellos, de concertar sus voluntades sin necesidad de forzarlas”, se inicia el 24. Pensamiento, opinión y tono sentencioso abre el 44: “Nada puede compararse a ese instante en el que comprendes que todo está en peligro, de tal manera que ni siquiera tienes la posibilidad de mantener el ordinario despliegue de simulaciones en el que se apoya cualquier existencia humana común”. Y lo mismo se hace en el 47, por añadir uno más muy significativo: “Hay un punto en todas las encrucijadas a las que te arroja la existencia tras el que ya no hay retorno posible. Cuando lo alcanzas, la sensación es siempre una mezcla de melancolía y alivio”.

"La condición dañina de nuestra especie parece imponerse a la bondad que ella pueda albergar. Sin embargo, no es este el mensaje último que trasmite el libro"

La violencia de las acciones es contundente. La intriga, ya lo he señalado, muy compleja. Pero lo que de verdad cuenta es la indagación psicologista en la intimidad del violento. “Soy una mala persona” es la confesión inicial del protagonista, justo con la que abre el relato de su vida en el que desbrozará la “experiencia del caos”. La exploración interior, densa por el bagaje cultural del personaje, desvela sus pasiones, el camino que lleva a la pérdida de escrúpulos y al encallecimiento moral. A partir de su propia conciencia descubre que “el hombre es un animal peligroso”. Pero no se trata de un canalla, y el gran acierto del autor consiste en evitar la figura plana a la que tanto se presta el personaje. Tiene aristas y recovecos que proporcionan una buscada complejidad moral. Representa bien su propia observación a propósito de “la dualidad del alma humana”. Lo dice a propósito de Mazo: bajo la misma piel late “el más dulce y ferviente y el más áspero y despegado de los espíritus”.

La reflexión acerca del bien y el mal, horizonte último de la novela, más allá de las terribles acciones de la guerra sucia, se muestra en Púa con gran vivacidad. La condición dañina de nuestra especie parece imponerse a la bondad que ella pueda albergar. Sin embargo, no es este el mensaje último que trasmite el libro. Hay márgenes de nobleza e idealismo en el mundo. Por eso, y a favor de aquélla, abundan en él las referencias a los libros y a la literatura (no por casualidad, Púa regentaba una librería de segunda mano tras su paso por la Compañía, y a ella vuelve después de su última peripecia). Por la misma razón se incorporan dos emocionantes historia sentimentales, la de Mazo y su mujer Eva y la de Púa e Irene, de la que salió Lea, “fruto de un amor cierto e indestructible”. La novela confirma la conclusión del protagonista de que “el mundo es un lugar sucio”, pero a la vez deja abierta una buena portilla a una mirada positiva sobre la vida. Púa, caso señalado de antihéroe criminal, encarna también en última instancia la redención por la cultura, o sea, por la dimensión noble del ser humano.

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Autor: Lorenzo Silva. Título: Púa. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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