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‘Syriana’: Todo está conectado

‘Syriana’: Todo está conectado

Esta película, que a muchos les habrá podido pasar desapercibida, es una extraordinaria intriga político-económica sobre los manejos internacionales para controlar el petróleo de Oriente Medio. Basada en el libro See No Evil, del exagente de la CIA Robert Baer, tiene una trama con muchos personajes y hasta cuatro historias paralelas, que siguen principalmente a un veterano y bastante quemado agente de la CIA, a un emigrante paquistaní en el Golfo Pérsico, a un analista de mercados enviado a tratar con un emir, y a un abogado de élite que investiga un proceso de fusión de petroleras. Los diálogos de la película dan las explicaciones mínimas, aunque si se presta atención son más que suficientes.

Oscar al Mejor Actor Secundario para George Clooney, también productor ejecutivo, y nominación a Guión Original para Stephen Gaghan, también director del film.

[Aviso de destripes de petroleros en todo el texto]

Es esta una trama compleja, al igual que ocurría en el anterior guión de Stephen Gaghan, Traffic, con el que comparte bastantes características: acciones paralelas, bastantes personajes a los que seguir la pista y necesidad de atención por parte del espectador, que se ve recompensada a medida que avanza la película, y que la hace agradable de ver varias veces.

Quizá la falta del truco visual que Stephen Soderbergh usó en Traffic dando a cada historia un color distinto pueda hacer que este guion parezca más complicado, pero no lo es tanto. Es más, ya que su lema publicitario es «Todo está conectado», tiene sentido el mantener el mismo tono todo el rato, ya que así es como se aprecia la vida real: la gente no dispone de diferentes filtros visuales delante de los ojos para ayudar a interpretar lo que está pasando en el mundo. Y al igual que en la vida, las cosas ocurren delante de nuestras narices, las miramos sin ver, y no nos enteramos de su significado hasta que alguien nos pone las piezas en su lugar. Mientras me funcione el coche y la electricidad, lo demás no me importa y me da igual cómo se consiga. De hecho, la reacción de cada persona al ver esta película puede analizarse también: quien pase de seguir con atención los laberintos de influencias y manejos seguramente acabará diciendo que sí, que venga, que vale, que me da igual, que las petroleras texanas dirijan el mundo y que no me calienten la cabeza. Quita esta peli y pon la de 007, que eso sí que es un agente secreto.

La palabra «Syriana» es un término real que designa el deseo político ideal de Estados Unidos para Oriente Medio: acceso a enormes recursos económicos (en el sentido de que les dejen chupar todo el petróleo posible), libre mercado (en el sentido de podérselo llevar por el morro sin preocuparse demasiado de nada más), y democracia para todos (en el sentido de que quien tenga quejas, que espere cuatro años para votar a otro político casi igual y no cause disturbios). En el fondo el problema es sencillo: empieza a quedar cada vez menos petróleo en el mundo, y la clave es saber quién se queda con el que queda. Dos son los ejes principales, desde el punto de vista estadounidense, que explora la película: uno es evitar que otras naciones, sobre todo las emergentes China e India, empiecen a pujar por el petróleo medioriental y te dejen sin él, y el otro es mantener a los emiratos petroleros en un estado de burbuja falsa, sin crear una economía propiamente dicha, dejándolos que usen los petrodólares para hacerse enormes hoteles y oasis de lujo, y cosas así, que se quedarán vacíos y abandonados cuando se acabe el crudo. Como dice el analista Bryan Woodman (Matt Damon) a Nassir Al Subaai, el hijo menor del emir (Alexander Siddig), «hace cien años estabais matándoos unos a otros en medio del desierto, y así es como estaréis dentro de otros cien».

De este simple tronco salen las diferentes ramas de la historia. Cuando una petrolera texana, Connex, pierde un contrato en el Golfo (el país no se nombra, y seguramente es ficticio) a manos de los chinos, en Estados Unidos se ve el asunto como una catástrofe preocupante. Al mismo tiempo, otra petrolera estadounidense mucho menor, Killen, sí que consigue un contrato en Kazajistán. ¿Cuál es la diferencia? Que mientras en el caso kazajo el tráfico de influencias y sobornos (pago de escuelas privadas para hijos de políticos, etc) ha seguido su curso normal con su resultado igualmente normal, en el caso del emirato del Golfo el príncipe Nassir lo único que hizo fue elegir la oferta más alta entre los competidores, para así beneficiar lo más posible a su país de la venta de sus riquezas. Si los americanos pensaban que los musulmanes jamás elegirían una oferta de unos ateos comunistas por encima de la suya, se llevaron un gran chasco.

¿Qué hacer entonces? Pues recurrir a las famosas y cacareadas virtudes de la empresa privada: decisión, osadía y una oferta que no se pueda rechazar. Connex y Killen se fusionan, creando por sí sola la 26ª economía del mundo. El asunto no es del todo legal, porque Killen consiguió su contrato de forma fraudulenta, y aquí entran los abogados, Dean Whiting (un memorable Christopher Plummer), y su cachorro Bennett Holiday (Jeffrey Wright), que no son para nada unos cruzados de la verdad, sino que están para dar una semblanza de respetabilidad a la investigación. La conclusión de tal investigación es clara: el acuerdo es ilegal, hubo delito, pero dicho acuerdo va a traer más petróleo y más barato a los EE. UU. de A. ¿Quién se opone? Nadie. Quizá algún loco aislado en la prensa. Y la justicia ciega esa. Bueno, pues pagamos un par de cabezas de turco, uno por compañía, y ya está. Eso es lo que Holiday hace en su parte de película: buscar a ver quién jugó mal su baza para cantarle renuncio y hacerlo pasar por la cárcel un par de años, seguida de retiro de lujo. Gran triunfo del estado de derecho. Y de la clase media consumista, que es el motor del país, y que podrá seguir endeudándose tranquilamente.

La segunda rama es la del emir y el analista. En vez de que el analista rubito, apuesto y americano sea tan brillante que deslumbre al pobre e ignorante príncipe del desierto con su sabiduría de Harvard (y con la blancura nuclear de sus dientes), el guión provee un toque dramático con la muerte del hijo de Woodman en la piscina de Marbella, que proporciona un nexo personal entre ambos, y una culpa que hay que perdonar. Y que pagar. Las penas con pan son menos, y con 75 millones de dólares se puede comprar (todavía) mucho pan. «Todo está conectado», recordemos, y así tenemos un niño que muere porque hay un cortocircuito en la lujosa mansión marbellí del emir, controlada por tecnología estadounidense. El incidente lleva a Woodman y Nassir a conocerse, y a reconocerse como cerebros gemelos. A través del dolor de la pérdida de una vida tan joven, se apartan las formas, barreras y vocabulario comerciales, y Woodman le acaba diciendo lo que se piensa en Occidente de su emirato. A su vez, Nassir le hace ver que no es imbécil, y que es sincero en sus ideas de cambio, por mucho que le mole bastante estar montado en el dólar, con sus habitaciones de 50.000 dólares la noche y sus halcones de cetrería. Quedan convencidos mutuamente de que merece la pena dejar la desgracia a un lado y trabajar por algo importante. La esposa (Amanda Peet, un pedazo de mujer, dicho sea de paso), no lo entiende así, y mientras antes impedía a su marido que ayudara al hijo mayor cuando se lo veía tímido en la piscina, ya que era bueno para su autonomía, luego sale disparada detrás del hijo menor cuando éste se acerca a una fuente de dos palmos de agua meses más tarde, claramente afectada aún. Aquí se puede discutir la moralidad de la elección de Woodman o no, y también la imagen de la mujer timorata, protectora y poco capaz de distinguir una cosa de otra. Woodman elige seguir el sueño de ver nacer en primera fila una democracia en el desierto, e incluso compara el caso con el de Mohammed Mossadegh, el presidente iraní que provocó las mismas expectativas democratizadoras en Teherán en los 70… hasta que los sicarios económicos americanos lo derrocaron por querer mejorar su país. No es una comparación inocente, y menos teniendo en cuenta cómo acaba Nassir: primero apartado del trono a favor de su hermano el playboy occidentalizado, y luego asesinado con un cobarde misil desde el cielo. Todo para que las cosas sigan como están.

La tercera rama es la que sigue a Bob Barnes (George Clooney), el agente medio rebelde de la CIA, que está lejos de ser un 007 estilizado (Clooney engordó 15 kilos para el papel y se lesionó la espalda en la escena de la tortura), pero que tiene el culo pelao en esto desde que coincidió con Pérez-Reverte en Beirut en los 80. Su historia es la de cómo hacer el trabajo sucio sin que un día te toque ser cabeza de turco. Y de cómo saber-lo-bastante-para-que-no-te-toque-caer puede ser precisamente lo que haga que salga tu número. Clooney es uno de los hombres del momento en el mundo del cine, por carisma e ideas, y combinando la actuación con la producción es una de las voces más influyentes de Hollywood. El intento de Barnes de salvar a Nassir lo honra, pero un hombre solo no puede contra millones. Sobre todo contra millones de dólares.

Por último, la cuarta rama es quizá la menos visible, pero la más reveladora y original del guión. Mientras que de analistas, emires, abogados y agentes de la CIA están llenas las pantallas grandes y pequeñas, en esta parte se nos habla de unos emigrantes paquistaníes en el Golfo que ilustran mejor que nadie lo de «todo está conectado». Los chinos consiguen su contrato en el Golfo, recordamos, lo cual provoca el despido de los curritos paquistaníes de la planta. Como no hablan árabe, no hay más trabajo, y como un día hubo un altercado accidental en la cola del paro, se quedaron sin permiso de residencia. ¿Cuál es el único recurso que les queda? Una escuela islámica que ofrece comida gratis a cambio de escuchar discursos político-religiosos mientras se engulle. También ofrece un sitio donde estar. Un lugar al que pertenecer. Un objetivo que seguir. Atención ajena. Y así, dentro de poco, dos paquistaníes hasta ahora a sueldo de Occidente, alimentándolo de petróleo con su curro en la factoría, acaban reventando el primer petrolero de la nueva compañía fusionada Connex-Killen en un ataque terrorista suicida. ¿Y de dónde habían sacado la bomba para la explosión? Véase el principio del film. Anda que no había dado la lata Barnes para que siguieran el misil perdido. Todo está conectado.

Como se puede ver, la trama es complicada, pero aún lo iba a ser más, involucrando a la esposa de Barnes, y con otra historia más sobre una Miss USA que entra en relaciones con un magnate del petróleo. Ambas partes se eliminaron, con lo cual los papeles femeninos quedan muy reducidos, y resulta una historia conducida en su casi totalidad por hombres. De hecho, tanto es así que hay hasta cinco parejas de padres e hijos en la película: el emir y sus sucesores, Barnes y su hijo en la universidad, Holiday y su padre borracho, Woodman y sus críos, uno de los cuales es el que muere en la piscina de Marbella, y Wasim y su padre, que quedan desempleados al mismo tiempo. Obviamente, es un leitmotiv buscado aposta, con la idea de que las conexiones en este mundo globalizado continuarán en las generaciones siguientes. Se supone que todo lo que hace un padre es para que sus hijos tengan una vida mejor. Si es así, ¿qué tal lo estamos haciendo? Casi mejor no preguntar.

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