Dicen que permanecerán, que se coserán a otras vidas, que alguien, en algún lugar, se pondrá a tararear frente al espejo. Que, seguro, soltará una lágrima, convencido de que esa, justo esa, se compuso pensando en ellos y lo que creyeron tener y no fue. Pero no es verdad, no puede ser que canciones que suenan como Alvin y las Ardillas puedan conmover, permanecer, acompañarte el resto de tu vida.
Si de alguna columna estoy orgulloso es de aquella que titulé “Desordenada habitación”. Hacía poco que pude darle las gracias en uno de sus íntimos conciertos en Palma de Mallorca. Teresa y yo entramos en el camerino improvisado en aquella sala ínfima para tanto genio. Era una figura de El Greco, desgalichado por la parca que le consumía y que, hija de puta insaciable, andaba queriendo cobrar el diezmo de una vida única. Sonrió, musitó un “vaya, gracias” como si le sorprendiera que para Teresa y para mí fuera la banda sonora de nuestra vida. “El sitio de mi recreo” fue el primer regalo que me hizo la mujer de mi vida y que siempre hay un momento en que lo escucho. Envolví su mano en las mías, con la esperanza de que de verdad se convenciera de que en la barca de Caronte no había que embarcarse todavía. Que quizá se puede driblar la guadaña con tañidos de guitarra.
Al cabo de unos meses llegó la noticia funesta y aparqué los casos de corrupción, a los políticos mediocres y a los empresarios taimados para honrar torpemente al hombre que puso banda sonora a mi vida: Antonio Vega. La recuerdo ahora porque me he subido a un taxi donde, ignoro cómo, ha sonado “Se dejaba llevar por ti” y le he pedido que subiera el volumen. El taxista y yo hemos compartido recuerdos, momentos, imágenes de entonces que llevamos cosidas al alma. Ojalá llegue a leerla. El trayecto fue muy corto como para contarle que sí, que a Antonio Vega le debo muchísimo.
Irrepetible y mágico como todos los grandes, “Chica de ayer” que “Se dejaba llevar por ti” durante “Una décima de segundo” ❤️