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Todos pensamos en el Imperio Romano

Todos pensamos en el Imperio Romano

El nombre de Mary Beard lleva años unido al de la historia clásica y más concretamente a Roma. En su último ensayo Emperador de Roma, Beard recorre una lista de emperadores para, a través de la anécdota, penetrar en el tejido de poder de un imperio que sigue cosechando interés y lectores en la actualidad. La crueldad de los emperadores como un punto a favor en una sociedad que se medía por el miedo a morir, que eran capaces de infundir tanto en enemigos como en invitados y lo, que eso dice de sus súbditos, que no dudaban en sustituir su rostro por el del siguiente en las estatuas levantadas en su honor.

Como si Beard se hiciera eco de la moda en redes sobre cuántas veces piensan los hombres en el Imperio Romano, cambia a las mujeres por hombres en su último ensayo y recorre casi tres siglos de historia a través de sus máximos mandatarios. Emperadores no siempre conocidos, porque hubo muchos más que Julio César o Nerón, que estuvieron acompañados por figuras clave para su llegada al poder que iban desde aristócratas hasta sirvientes. Ascensos al poder que no se regían por la sangre tanto como por la conveniencia, o incluso por una subasta realizada por la guardia imperial. Y a la vez advierte: la anécdota no siempre esconde la realidad cuando la historia la escribieron para que los emperadores buenos fueran tan buenos como malvados sus contrarios. Casi 30 nombres entre Julio César y Alejandro Severo tuvieron en sus manos el mayor poder conocido en su tiempo sin que realmente cambiara nada significativo dentro de sus fronteras, mientras tomaban decisiones que iban desde guerras hasta vasijas que lanzadas por la ventana acababan con la vida de un viandante.

"Mary Beard se aleja en su ensayo de lo sesudo para convertirse en una narradora excepcional que busca a través de su texto dar una idea global de lo que era ser emperador"

Beard se aleja en su ensayo de lo sesudo para convertirse en una narradora excepcional que busca a través de su texto dar una idea global de lo que era ser emperador, de cómo se sentían ocupando ese cargo. Se centra en los hombres para acceder al Imperio y no al revés. Pone en duda la historia que el cine nos ha mostrado basándose en la supervivencia y el terror con el que se vivía en un mundo que temía más al engaño que a la muerte, convertida en compañera habitual de la vida cotidiana de los romanos ya fueran de alta o baja cuna. A fin de cuentas, tal y como dice la propia autora, la forma más común de solucionar cualquier problema era el asesinato, mientras que la humillación de cualquier tipo era el método más reconocido para mostrar el poder que unos tenían sobre otros. Su obra no deja de lado situaciones como las cenas, convertidas a veces en peligrosos lugares que terminaban con animales salvajes provocando infartos por diversión de un inmaduro emperador; los retratos y su importancia y también las excentricidades que han llegado hasta nuestros días como símbolo y reconocimiento de algunos de sus emperadores (sirva el caballo de Calígula como ejemplo), usándolas para poner en duda la veracidad de los hechos, pero no el objetivo de las mismas. Si ser cronista era un lugar de élite, qué mejor persona que alguien tan cercano al emperador para dejarnos testimonio de lo que ellos creían que era una demostración que el pueblo necesitaba para saber lo poderoso que era su gobernante. Quién podía entonces resistir la tentación de dejarlo escrito para que las generaciones posteriores siguieran temiendo o admirando a estos hombres cuya grandeza chocaba con la insignificancia que su nombre tenía para su pueblo, al que a grandes rasgos no le importaba demasiado de quién se tratara exactamente el que lucía la corona de laurel.

La realidad y la invención, o supuesta invención, tratada como realidad se mezclan en esta obra cuyas ilustraciones merecen una mención aparte pues con ellas el lector confirma que los rostros se confunden, inexactos, dando la razón al planteamiento brillante recogido entre anécdotas a veces conocidas y otras sorprendentes que convierten la lectura en un paseo ameno por una de las civilizaciones más cinematográficas de nuestra historia. A fin de cuentas, por algo es cierto que todos pensamos en el Imperio Romano.

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Autora: Mary Beard. Título: Emperador de Roma. Traducción: Silvia Furió. Editorial: Crítica. Venta: Todostuslibros.

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