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Toni Montesinos: «Emerson ejemplifica el poder de la voluntad»

Toni Montesinos: «Emerson ejemplifica el poder de la voluntad»

Con la publicación de Ojos llenos de alegría. Estar vivo con R. W. Emerson (Ariel, 2023), Toni Montesinos cierra su trilogía de biografías dedicadas a los tres autores más importantes del grupo de los “trascendentalistas”: Walt Whitman, Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson (ojalá alguien se anime a añadir las biografías de Louisa May Alcott o Margaret Fuller). Tal y como muestra Montesinos, la vida y la obra de Emerson siempre fueron a la par. En su caso, la escritura no buscaba la producción de un objeto estético, y aún menos de una mercancía, sino la de modificar su propia vida, y la de los demás.  De sus oceánicos diarios podría haber dicho, con su admirado Montaigne: “No he hecho yo más a mi libro de lo que mi libro me ha hecho a mí.” Esta especie de santo laico fue el núcleo de uno de los grupos culturales más fascinantes de la historia.

Sin duda, su estilo es difícil, y a veces esquivo (Mark Twain llegó a decir que tenía a painful grammar, una gramática dolorosa), pero se trata de una de las obras más obra fascinantes y vigorizadoras de la historia. Valga como prueba la importancia de sus numerosos discípulos. Pues Emerson fue un autor fundamental nada menos que para Whitman, quien siguió al pie de la letra las consideraciones que Emerson realizó en su conferencia «El poeta»; para Nietzsche, quien leyó y fusiló sus Diarios; para Tolstoi, que extrajo de esas mismas páginas buena parte de sus concepciones morales; para Borges, quien tradujo y prologó sus «Hombres representativos» en la mítica colección de Clásicos Jackson; y para Thoreau, Melville, Poe, Hawthorne, José Martí, Rubén Darío, etc. Sorprende, pues, que no haya sido más leído y estudiado en nuestro país. De ahí la importancia y la oportunidad de este texto.

Valga la siguiente entrevista como un primer acercamiento.

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—En tu libro citas un discurso que Emerson pronunció en Concord el 3 de mayo de 1851, y en el que afirmó (refiriéndose a “Ley del esclavo fugitivo”, promulgada en 1850, según la cual un esclavo huido del Sur podía ser perseguido en el Norte, y aquellos que lo ayudasen serían considerados cómplices) que, “ante una ley moral, el hombre tiene la obligación de transgredirla». Resulta curioso, porque normalmente no tenemos esta idea tan comprometida de Emerson, que asociamos, más bien, a Thoreau, quien había publicado, en 1849, Desobediencia civil. Sin embargo, Emerson parece haber participado mucho más de lo que solemos pensar en la vida política de su tiempo. ¿Podríamos decir de él que fue, como diría Albert Camus, un solitario-solidario?

"En uno de los momentos cumbre de Walden, Thoreau dijo que toda nuestra vida es sorprendentemente moral y que la bondad es la única inversión que no falla"

—En la figura de Emerson converge el hombre social, extremadamente, y el hombre solitario, también extremadamente. De hecho, en su diario apunta algo en esa dirección, sobre la preferencia de cultivar la soledad para observar la naturaleza o escribir. Pero su vida, su día a día, desmiente eso, en el sentido de que no pudo haber hombre más comprometido con aquellas personas que el destino o la voluntad le puso delante. Acostumbrado desde muy pronto a cuidar de la familia y a ganarse el sustento, y a implicarse en iniciativas de educación o predicación, Emerson entendería muy tempranamente la importancia de atender al otro en lo que pudiera necesitar (en el plano doméstico, económico o literario), tanto como a compartir sus ideas, cuando pensaba que podían ser valiosas para los demás. Esto nos lleva indefectiblemente a su implicación política. Es una implicación absoluta, que llega hasta el tuétano, pues supuso contactar con los políticos más importantes de su tiempo, dirigirse a ellos, siempre con el ánimo de denunciar las leyes degeneradas que estos imponían, y que tanto dañaban a la moralidad del país, un país que estaba en plena construcción, por así decirlo. Fue un hombre que hizo discursos públicos señalando las atrocidades de las leyes contra los negros, y que fue muy consciente de la historia de los Estados Unidos, porque precisamente en la localidad donde vivió, Concord, empezó en buena parte lo que sería la guerra de la independencia contra Inglaterra. Lo que pasa es que Emerson es un hombre discreto, a la par que contundente, en su expresión y pensamiento, en este territorio que toca aspectos políticos; no tiene los rasgos de Thoreau, algo misántropo, otro solitario también solidario, que no tenía pelos en la lengua y cuyas acciones se veían en su pueblo como algo extravagantes. En uno de los momentos cumbre de Walden, Thoreau dijo que toda nuestra vida es sorprendentemente moral y que la bondad es la única inversión que no falla.

—Según indicas, Emerson es un autor que fue esencial no sólo para autores estadounidenses como Henry David Thoreau, Walt Whitman, Emily Dickinson o Robert Frost, sino también para Tolstói, Nietzsche, José Martí o Borges. ¿Cómo te explicas que hoy en día prácticamente no se lo lea, especialmente en el ámbito hispánico?

—Creo que lo que más caracteriza a nuestro mundo literario hoy es la ignorancia rebuscada, por así decirlo. Es un territorio azaroso, en el que la importancia de los autores aparece y desaparece, más bien desaparece progresivamente ya, en esta sociedad dedicada a las pantallas o a la literatura de mero entretenimiento. Con respecto a lo que dices, es bien curioso que el mundo hispánico literario, que tiene una tradición insuperable desde la edad media pasando por el Siglo de Oro y Cervantes, en particular, más las edades doradas de los siglos XIX y XX, se doblegue ante la literatura anglosajona aceptando elogios ya fosilizados, que vienen de fuera, pero, a la vez, no haya incidido en gigantes de las letras inglesas como Emerson. No tengo ni idea de por qué sucede eso; sólo puedo pensar que conviene elegir bien lo que otras literaturas pueden aportar, y en ese sentido el crítico literario tiene la responsabilidad de servirnos de filtro y de intérprete. En mi caso, el trío al que me he dedicado últimamente: Thoreau, Whitman, Emerson, es representativo de escritores que causaron sensación en grado sumo en su momento, que fueron idolatrados por su ambiente literario, y que han ido teniendo diversas resurrecciones lectoras. Thoreau ha tenido un gran predicamento en estos últimos lustros, y yo en su momento entendí que podría ser el filósofo por antonomasia de nuestra centuria, al ayudarnos a repensar todo desde una óptica totalmente nueva. Emerson ha gozado últimamente de cierta atención editorial, si bien los estudios sobre él desde el campo especializado, en lengua española, brillan por su ausencia, cuando en efecto tuvo una influencia inmensa en el ámbito hispanoamericano ya en vida.

—Según dice Harold Bloom, en Genios, la conferencia que Emerson dictó en Harvard el 31 de agosto de 1837, titulada “El estudiante americano”, es “la reflexión fundamental sobre la originalidad literaria de América”. ¿En qué sentido dicha conferencia estableció las líneas básicas de la literatura estadounidense?

"Emerson siempre criticó el academicismo rancio y de cualquier erudición que no estuviera en consonancia con la verdadera vida"

—Una estudiosa emersoniana dice que esa conferencia hizo del autor una estrella, y Oliver Wendell Holmes, que se hallaba presente aquel día, dijo que se trató de la “declaración de Independencia intelectual de América”. Emerson emparentó allí al que llamó “escolar”, en el sentido de estudiante continuo, con su idea de la necesidad de confiar en uno mismo. Por eso dijo que el escolar ha de ser libre y valiente. Bloom vio que lo que Emerson intentaba describir era el genio americano. Esto significaba independizarse de los saberes de otros países. Pensemos además que el resto de autores que acabarán siendo importantes (Poe, Thoreau, Whitman, Melville o Hawthorne) estaban empezando a cobrar cierto eco, pero Emerson se adelantó a todos, tanto desde el plano literario-creativo como teórico. En mi libro digo, por otra parte, que el escolar de Emerson no está asociado a élite alguna, pues esta actitud del escolar, del estudiante norteamericano, se podía extender perfectamente al ciudadano vulgar y corriente, en busca de su propia originalidad, de su genio. Tal cosa nos demuestra que Emerson está en los antípodas de la pedantería. Siempre criticó el academicismo rancio y de cualquier erudición que no estuviera en consonancia con la verdadera vida. En esa conferencia propone dar la espalda a Europa y fundar una manera de ver y pensar la literatura. Lo que tiene aparejado una forma de entender la naturaleza, que es para él la vía que le permite al individuo unirse a Dios. Promulgó un escolar como hombre pensante, reflexivo de continuo, que inevitablemente tendría que materializarse en una mirara literaria nueva, fundacional, por así decirlo. Y es que el estilo de vida que uno ha de adaptar vale también para el estilo de escribir: uno ha de atender a los mismos asuntos espirituales y a la misma independencia de criterio, pues, para él, imitar es directamente un suicidio. Sería algo así como hacer tabla rasa del saber por parte de ese escolar, esto es, por parte de cualquier ser humano autosuficiente, que es en sí mismo poderoso y puede estudiar el mundo sin parar por ello mismo. Claro que esto supone una gran responsabilidad, y claro, un desafío que no todos querrán adoptar.

—Emerson escribió su Diario durante más de 50 años y él mismo se refirió a él como su “caja de ahorros”. No creo que se refiriese sólo al hecho de que podría extraer muchas intuiciones e ideas para futuros libros. Para él la escritura no es la producción de obras estéticas, y aún menos comerciales. ¿No te parece que su diario es su obra más importante en el sentido de que con él se está escribiendo a sí mismo? Podría haber dicho de su diario lo que su admirado Montaigne dijo de sus propios Ensayos: “No he escrito yo más mi libro de lo que mi libro me ha escrito a mí.”

"Son cincuenta y cinco años, y miles y miles de páginas, que dudo que alguien haya leído enteras, aunque Bloom presumió de eso"

—Los diarios son importantes, sí, por varios motivos, y el dato resulta impresionante: los comenzó en enero de 1820, a los dieciséis años, y dejó ese tipo de anotaciones en 1875. Son cincuenta y cinco años, y miles y miles de páginas, que dudo que alguien haya leído enteras, aunque Bloom presumió de eso y recomendó leerlos enteros para conocer la mente americana. Una afirmación esta que no llego a entender; cuando leo pasajes del diario no sé más de la mentalidad del norteamericano, ni de la historia de Estados Unidos, simplemente conozco el pensamiento de Emerson. En todo caso, una primera importancia del diario es que Emerson apunta ahí frases no muy largas, a modo de reflexiones, que luego le serán útiles para cuando dé conferencias. Son destellos de ideas nacientes que “oímos”; más tarde elaborará estas conferencias y las convertirá en ensayos. Desde el comienzo estuvo interesado en ir reflexionando sobre una lista de tópicos, como Religión, Poesía, Política, Amor, etc., para meditar sobre estas cosas, y eso se aprecia luego en los ensayos, que tienen títulos parecidos. Esa cita de “caja de ahorros” procede de él mismo, lo anotó en 1833, y tiene esa connotación de ir acumulando ideas y apuntes con un deseo primigenio de hacer algo así como una enciclopedia personal-filosófica. Para él era bueno el hábito de rendir cuentas con uno mismo a diario, y por eso le recomendó hacer lo mismo a sus conocidos; el caso más conocido, por descontado, fue el de Thoreau, que empezó su diario cuando se graduó en Harvard, en 1937, y lo dejó al enfermar y morir en 1862. Por lo que hace referencia a Montaigne, en éste encontró la forma de hablar directa y natural, que lo sedujo desde muy pronto, creo que porque casaba con su propio diario, en el que se sentía cómodo por la libertad que ello le confería para contradecirse y ser desordenado. Así se lo dijo por carta a Carlyle: que escribía ensoñaciones o divagaciones, pero yo creo que más bien era su parte más espontánea, más sincera à la Montaigne, dentro de su personalidad, muy seria y recta más bien.

—Según tú mismo indicas, para Emerson, tanto su obra como su vida es, ante todo, una experimentación. El 17 de septiembre de 1840 dirá en su Diario: “Soy sólo un experimentador.” Y en 1842 se exhortará: “No seas tan tímido y remilgado en tus acciones. Toda la vida es un experimento. Cuantos más experimentos hagas, mejor.” ¿Crees que esta idea de la experimentación existencial está relacionada con la idea del ensayo en Montaigne?

—Aunque obviamente Montaigne tuvo experiencias de vida increíbles, en una Europa con guerras de religión, con un viaje a Italia, con una intensa actividad política, etc., no olvidemos que fue sobre todo un tipo que, desde muy joven, se encerró en su torre a leer y escribir. Yo diría que la experimentación existencial en él es usarse como conejillo de indias para observarse y sacar conclusiones que arrojen luz sobre nuestra conducta humana. En Emerson creo que la experimentación es “natural”, él se da a la vida como observaba que actuaba la naturaleza, firme y de cara al sol, asimilando todo lo que llegaba, y pensando al respecto. En resumidas cuentas, Montaigne se observa a sí mismo, Emerson se observa a sí mismo considerando otra conducta, la de la naturaleza. Lo que le llevará a tesis que se han catalogado de trascendentalistas al apuntar hacia lo divino y espiritual.

—¿No te parece que  el trascendentalismo debería llamarse “inmanentismo”? ¿No te parece que el término “trascendentalismo” puede llevar a confusión? Al fin y al cabo, se trata de una palabra que admite muchos significados diferentes: lo trascendente como un mero ir más allá de la propia individualidad para fusionarse con la humanidad o con el cosmos; lo trascendente en un sentido platónico, o platónico-cristiano, como una forma de designar el carácter “extraterrestre” del mundo de las ideas; lo trascendente en un sentido kantiano, como aquello que hace referencia a todo conocimiento en tanto que es referido no a los objetos, sino a nuestro modo de conocer esos objetos a priori por parte del sujeto trascendental; lo trascendental como aquello que nos ayuda a trascender nuestro moi haïssable y a conocer, comprender y sentir la esencia de la vida… Más aún, ¿no te parece que es una paradoja que llamemos “trascendentalistas” precisamente a aquellos que consideraban que Dios no era trascendente sino inmanente a la propia naturaleza?

"Los compañeros de letras y amigos de Emerson se sintieron más a gusto viéndose como trascendentalistas que el propio filósofo"

—Qué buen apunte este tuyo, y qué razón tienes. Es que la terminología a veces es casi una trampa que lleva a contradicciones, iba a decir contraindicaciones. Yo mismo siempre he usado con mucho cuidado las palabras trascendente y trascendental. En mi libro, precisamente, intento hilar fino con el vocabulario que emplea Emerson, que siempre es muy preciso. Esa ha sido una de las cosas más interesantes de mi investigación y hace que admire más al autor por ese cuidado tan primoroso de su herramienta de comunicación y reflexión. Lo trascendente como lo que trasciende y está más allá de los límites del conocimiento, o en el sentido kantiano, que me es muy difícil de comprender en realidad, podría en verdad contraponerse a lo inmanente, como algo interno. Lo trascendental es algo que se extiende, que se proyecta, ya sepamos dónde o lo ignoremos, y la inmanencia podría remitir a algo intrínseco, ciertamente, y por lo tanto, como bien dices, el trío ser humano-Dios-naturaleza vendría a ser un ente compacto, de por sí inmanente, que lleva consigo su propio trascendentalismo. Visto así, no habría un “más allá” de nuestros conocimientos, nosotros seríamos el inicio y la frontera, como un cosmos que se expande hasta el infinito. En cualquier caso, la palabra “trascendentalismo” es hermosa y eufónica, y tal vez puede ser útil para entender grosso modo la esencia del pensamiento de Emerson y otros autores colindantes, pero me da la sensación de que precisamente los compañeros de letras y amigos de Emerson se sintieron más a gusto viéndose como trascendentalistas que el propio filósofo. Este una vez relativizó mucho este término, como si no fuera con él incluso.

—Me han resultado especialmente interesante las páginas en las que comparas a Emerson y a Schopenhauer. La verdad es que, en la comparativa, Schopenhauer no sale muy bien parado, por sus comentarios racistas, machistas y cínicos (en el mal sentido de la palabra). Pero todo ello hace todavía más sorprendente que Schopenhauer fuese capaz de escribir unas páginas preciosas sobre el tema de la alegría, como tú mismo dices, que muy bien podría haber firmado el mismo Emerson: «lo que nos hace más felices de manera más inmediata es la alegría de ánimo, pues esa buena cualidad queda recompensada a sí misma al instante. (…) por ello debemos abrir las puertas a la alegría allí donde ésta se presente, ya que nunca llega en mal momento, en lugar de dudar, como hacemos a menudo, en permitirle la entrada porque primero deseamos saber si tenemos todos los motivos para estar satisfechos…» (Aforismos sobre la sabiduría de la vida). Todo lo cual me recuerda a Voltaire, quien decía que: “el placer da lo que la filosofía promete”. ¿Cómo pudo Schopenhauer decir esas cosas?

—Estamos ante un cretino integral, como se puede deducir leyendo los testimonios de aquellos que lo trataron. He leído mucho de su obra y sobre ella, y sobre su vida, y siempre he cuestionado su filosofía pesimista, demasiado marcada por lo autobiográfico, por las desgracias y fracasos que padeció, y por su soledad y falta de empatía con el prójimo, etcétera. No sé si eso mismo, hablar desde la amargura con la que te has tomado la vida, sugestiona el pensamiento filosófico y lo empobrece o lo personaliza demasiado, y hace inoperante un sistema de pensamiento concreto. Esa frase sobre la alegría sin duda está bien, pero creo que podemos encontrar algo muy similar, siglos antes, entre los antiguos grecolatinos, y no deja de ser una observación amable y bien expresada de una obviedad. La filosofía, supongo, es o debería ser otra cosa. Con todo, he destacado en el libro algunas frases felices del cascarrabias de Schopenhauer, pero es tal su doctrina deprimente y sus comentarios absolutamente intolerables acerca de las mujeres, por ejemplo, que para mí acaba siendo un pensador incoherente, y no sé si para adolescentes hiperestésicos. Me parece infinitamente más interesante la figura de un Emerson, coherente en su pensamiento y acción, a lo largo de décadas, que sí tuvo la valentía de ejercer la vida con alegría, en una vida muchísimo más complicada que la del alemán, y con desgracias desgarradoras muy tempranas, y con ello no quiero simplificar la vida de Schopenhauer, que perdió a su padre muy pronto, pero se trata de un joven de clase alta que tuvo privilegios como viajar por toda Europa y dedicarse a las letras, y no obstante su mirada hacia la existencia fue del todo áspera.

—Comentas en tu libro que, para Virginia Wolf, Emerson parecía “un maestro de escuela, que simplifica el mundo sobre manera para que lo entiendan sus alumnos: convierte el mundo en un lugar donde reinan la disciplina y la recompensa”. Si bien, luego se pregunta si lo que sucede no es que Emerson sea demasiado simple, sino que nosotros estemos “demasiado erosionados”. ¿También a ti te parece que Emerson simplifica el mundo? ¿Crees que moraliza demasiado? ¿Te parece que el moralismo débil propio de la posmodernidad explica que se lo haya leído tan poco en las últimas décadas? ¿Crees que se lo volverá a leer?

"No se lee a Emerson, ni se le va a leer"

—En el libro me pregunto si Woolf quiso decir con ello que estamos desgastados, degradados, tal vez por los prejuicios o el escepticismo moderno, que nos impedirían ver la vida con suficiente claridad. En ese texto la escritora creo que no fue muy clara, incluso llegó a decir algo muy superficial: que Emerson no entendió las cosas como son, sea lo que sea que esto signifique, que para mí es nada. Para mí, Emerson no es, en absoluto, un simplificador del mundo: él lo agranda porque lo dota de descripción lingüística, quiere explicarlo y comprenderlo a través de las palabras, y para ello usó miles y miles de páginas, entre diarios, poemas, ensayos, conferencias, discursos… Emerson no es un moralista. Otra cosa es que señale el elemento moral en todo, en absolutamente todo. De hecho, forma parte del carácter, que define como el hábito de la acción a partir de la visión permanente de la verdad. La moral para él es algo racional, una “ciencia de las sustancias, no de las apariencias”, que a la vez implica “libertad y voluntad”. El hombre tiene una capacidad innata: la de elegir, por tanto tiene la voluntad de sopesar opciones y decantarse reflexivamente por una concreta. Por eso llega a esta frase: «La moral consiste en encauzar la voluntad hacia fines universales. Es inmoral aquel que actúa con fines personales». Por el contrario, sería moral aquella persona cuyo objetivo o motivo pudiera convertirse en una norma universal. En fin, cualquier asunto, por pequeño o grande que sea, en manos de Emerson me parece harto interesante, y nos conduce a repensar el lenguaje y cómo lo usamos, su poder, en definitiva. Con respecto a lo que dices al final de tu pregunta, soy del todo pesimista. No se lee a Emerson, ni se le va a leer. Cada vez la gente elige (y aquí nos meteríamos de lleno en ese concepto de voluntad) cosas que no le supongan un desafío intelectual, fáciles de entender a la primera, y rápidas de consumir en el terreno de la lectura.

—Al final del De rerum natura, Lucrecio describe de forma muy vívida la peste de Atenas. En mi opinión, dicha descripción constituye un “ejercicio espiritual”, por usar la terminología de Pierre Hadot, que lleva a cabo para poner a prueba e incorporar la doctrina epicúrea. Quiere saber si dicha doctrina le sirve para enfrentarse al más terrible de los hechos. Es una especie de piedra de toque o de ordalía filosófica. Me parece que tú haces algo semejante en el último capítulo de tu libro, donde narras de qué modo Emerson se enfrentó a las numerosas tragedias de su vida: la muerte de su primera esposa Ellen, el 13 de febrero de 1831; la muerte de su hermano Edward en 1831; la muerte de su hijo pequeño Waldo, en 1841; etc. En tu opinión, ¿supera la prueba? ¿Qué enseñanzas podemos extraer para enfrentarnos a nuestras propias desgracias?

—Toda la vida y la obra de Emerson me parecen ejemplares. Es un hombre heroico en el sentido de ser una versión sobresaliente de sí mismo, que influyó para bien en innumerables personas, desde muy joven, y también póstumamente, a través de sus escritos. Es una vida triunfal, creo yo. Las enseñanzas que ofrecen su pensamiento y su acción son valiosísimas. En síntesis, corresponden a conservar siempre una integridad de actitud y ánimo frente a todas las calamidades que puedan surgir. Es fácil de decir, y difícil de hacer, pero Emerson ejemplifica el poder de la voluntad y la actitud humanas. Ahora todo eso se podría manchar con palabros sacados de un vulgar libro de autoayuda, y resumir esa visión de la vida hasta edulcorarla o hacerla sentimentaloide. Pero no se trata de eso, es algo superior, de una gallardía extraordinaria, que inspiró a autores como Tolstói, como se refleja en sus obras de tinte espiritual. Para éste las meditaciones de Emerson de carácter espiritual, místico, que tienden puentes hacia la voluntad, la valentía, la felicidad, la bondad, la alegría, la virtud, la autosuperación, fueron clave. «La alegría de tu espíritu es la indicación de tu fortaleza», dijo en una frase memorable. Para él toda situación puede cambiarse, al menos de dos maneras: mejorando las condiciones de tu vida, lo que no siempre está en nuestra mano, o mejorando nuestra condición moral, lo que sí está en nuestro poder. Eso implica en parte adoptar su “felicidad moral”, que ni es sinónimo de ingenuidad ni de falta de realismo. El propio Emerson fue huérfano de padre desde niño, vio morir a hermanos, que sufrieron problemas mentales, quedó viudo al año de casarse con una mujer que prácticamente estaba iniciando su adultez, soportó la desgracia más escalofriante que puede deparar la vida, como es la muerte de un hijo muy pequeño… Pero resolvió pensar en la vida desde ese prisma positivo, y a pesar de los pesares, seguir reflexionando y siendo útil para los demás, preocupándose de su familia y amigos, de su comunidad, y de su país, con una generosidad y una humanidad inagotables. Creo que la enseñanza brilla por sí misma.

—Me parece muy hermoso cuando explicas que, en cierta ocasión, su hijo pequeño Waldo dijo: “mi música hace que el trueno baile”, porque tronó un día en el que estaba tocando un silbato de sauce que Thoreau le había fabricado.

"Thoreau admiraba a los más pequeños porque se limitan a vivir lo que están haciendo en ese preciso instante, y nada más"

—Hablo en el capítulo donde explico el dolor de Emerson por la muerte de su hijos, que por así decirlo sufrió dos veces a diario: en el recuerdo de semejante tragedia y en los momentos en que escribía en su diario, o viéndose obligado a transmitir la desgraciada noticia a amigos y familiares. Thoreau quería sobremanera al niño, como si fuera suyo. Y Emerson recordaba que Thoreau jugaba con Waldo cada día y en efecto le construía todo tipo de juguetes, silbos, botes o pistolas de juguete. No es extraño, con ese entorno tan letrado e imaginativo, que Waldo inventara esa frase tan ocurrente que citas. Por lo que atañe a Thoreau, parece que simpatizó más con los niños que con los adultos. Llegó a decir incluso que sus intereses y los de los niños con los que jugaba eran los mismos. Era un poco seco en el trato personal, excéntrico, solitario, brusco, pero cuando tenía que atender a los niños de Emerson, que lo adoraban, era un ser de luz por completo. En otro capítulo cuento una anécdota a este respecto: en 1852, un estudiante llamado John Albee, que había ido a visitar a Emerson para preguntarle por el mejor sitio donde estudiar, escribió en su diario cómo aquella tarde Thoreau se dedicó por entero a los hijos de Emerson. Se le quedó grabada en la memoria esta escena además: Thoreau inclinado sobre la chimenea junto a las hijas de Emerson, Ellen y Edith, de trece y diez años, mientras hacían palomitas de maíz. En otra ocasión, Ellen rememoró que su madre Lidian estaba preocupada por sus gallinas cuando hacía frío, y Thoreau les hizo unos zapatitos de piel de vaca para que los animales pudieran pasear por el jardín en las temporadas más frías. En Walden, hablará de los visitantes que recibía con gusto en la cabaña, entre ellos, los más alegres, los niños que iban en busca de arándanos. Él admiraba a los más pequeños porque se limitan a vivir lo que están haciendo en ese preciso instante, y nada más.

—En cierta ocasión, dices, que Henry James afirmó que Emerson era inaprensible: «¡Oh, tú, hombre que no sabemos por dónde agarrar!» Y también lo comparó con Hamlet, que “no tiene ideología”, o a Whitman, al que “no  le importaba contradecirse, pues sabía que contenía multitudes: «una necia coherencia es el duende de las mentes estrechas».” ¿Crees realmente que Emerson es inaprensible? ¿Cuáles son las contradicciones que has descubierto en él?

"No veo en Emerson tantas contradicciones como un afán por tener la libertad de tenerlas"

—Estamos en un terreno resbaladizo, porque Thoreau trató personalmente a Emerson, y esa perspectiva puede estar más en consonancia con lo que vio él desde su prisma personal, que leyendo la obra emersoniana. Quizá fue justo al revés, porque Emerson insinuó que Thoreau era el vivo espíritu de la contradicción cuando hablaba con cualquiera; le daba la vuelta a los convencionalismos de manera demoledora, sin dejar resquicio alguno a ningún tipo de conformismo o aplauso ante algo aparentemente admirable, como si todo el entorno tuviera que ser cuestionado por completo, en todo momento, y fuera vergonzoso jactarse de una posesión o un logro. Por otra parte, cuando Thoreau conoció a Whitman en su casa de Brooklyn, le pareció un hombre muy contradictorio, en parte por su mezcla de brusquedad y dulzura. El poeta sí era muy contradictorio, pues cambió varias veces su versión sobre la influencia que la obra de Emerson ejerció en la escritura de su propia obra. Dijo inicialmente que sí lo leyó en la juventud, pero, más adelante, tal vez en busca de alcanzar una independencia artística total, afirmó en una carta que haber leído o no a Emerson antes de empezar a escribir Hojas de hierba carecía de la menor importancia, y que la verdad era que no lo había hecho. Yo, en particular, no veo en Emerson tantas contradicciones como un afán por tener la libertad de tenerlas. Me explico. Cuando decidió dejar de predicar, porque ello era sinónimo de atarse, se dijo a sí mismo: «Me place decir lo que pienso, lo que siento hoy, a condición de que mañana quizá me contradiga». Pero esto lo atribuyo más a su deseo de pensamiento independiente, de buscar una libertad sin límites a la hora de expresarse. No quería comprometerse con nada para permanecer en esa libertad, para no verse traicionándose a sí mismo por haberse atado las manos voluntariamente. Creo que es una postura muy inteligente, y que entiende que el ser humano puede estar lleno de ambivalencias y cambios. Otra cosa diferente es ver cómo Emerson atacó las contradicciones sociales, es decir, todo aquellos acontecimientos que pudieran confundirse con lo que se suele llamar «progreso». Apunta que todo el mundo alardea de haber contribuido al progreso de la sociedad, pero, según él, el hombre no ha progresado en nada, ni la sociedad progresa nunca, en el sentido de que, cuando avanza por un lado, retrocede por el otro. Está simplemente en continua transformación, lo cual no implica en absoluto mejora alguna.

—Tal y como indicas en tu libro, Emerson parece anunciar a Whitman cuando afirma, en su ensayo «El poeta”, incluido en su segunda serie de Ensayos: “América se despliega toda como un poema ante nuestros ojos; su vasta geografía deslumbra la imaginación, y no esperará mucho tiempo hasta que alguien la exalte con versos. No he hallado todavía a nadie entre mis compatriotas que encarne esa combinación sublime de dones que busco.” ¿Crees que Whitman fue ese poeta americano? ¿Cuáles dirías que son los rasgos emersonianos de la poesía de Whitman?

"Whitman encarnaba a la perfección el concepto estrella emersoniano de la autoconfianza basada en la unión intuitiva con una naturaleza concebida en términos panteístas"

—La sensación que tuvo Emerson cuando, en 1855, agradeció a Whitman el envío de Hojas de hierba, que calificó de maravilloso regalo, fue un punto de inflexión para el poeta. Sin duda le supondría un acicate para su autoconfianza y la comprobación de que su experimento literario realmente tenía valor. Emerson era un buscador de originalidad y genio autentico, y encontró en Whitman a alguien que representaba tal cosa. El advenimiento de un poeta semejante lo estaba esperando Emerson desde bastantes años atrás, y seguramente lo que más le gustó fue hallar en esos versos el mérito de infundir confianza y vigor en quien los lee, según él mismo dijo. Es decir, estaba en esa línea de literatura que hablaba del hombre presente en su propia tierra, como si fuera un ejercicio de reconocimiento de lo que se es y de dónde se está en un tiempo específico. De ahí la importancia que tendría para él que alguien exaltara la tierra norteamericana con talento literario. Así, la respuesta al ensayo “El poeta”, diez años más tarde, es la obra de Whitman, un tipo genuinamente norteamericano, y por ello anhelado. En mi libro comparo ambas perspectivas filosóficas y poéticas, y realmente, creo que uno podría haber firmado la obra del otro, por cuanto tienen ideas muy concomitantes. Ambos se mueven en esa esfera espiritual, trascendentalista, con su fe e idealismo, y proclaman la confianza en uno mismo, en las fuerzas autónomas del individuo. Whitman, al escribir, se convierte en un sinfín de personajes, su famosa multitud, como en el fragmento de «Canto de mí mismo» donde dice ser todos los proscritos, los encarcelados o los enfermos terminales. Y, por su parte, Emerson dice que un hombre es un haz de relaciones cuyo fruto es el mundo, o sea, ambos miran hacia un mundo interconectado humanamente, con la naturaleza como trasfondo. En suma, Whitman encarnaba a la perfección el concepto estrella emersoniano de la autoconfianza basada en la unión intuitiva con una naturaleza concebida en términos panteístas, que expuso en su ensayo «La confianza en uno mismo».

—¿Qué quiere decir exactamente Harold Bloom cuando afirma que Emily Dickinson y Walt Whitman fundaron “lo sublime americano”?

"Bloom sostiene que una razón primordial para la lectura es el fortalecimiento de la propia personalidad. Visto así, tanto Dickinson como Whitman serían para él poetas esenciales"

—Bloom sostiene que una razón primordial para la lectura es el fortalecimiento de la propia personalidad. Visto así, tanto Dickinson como Whitman serían para él “poetas esenciales”. A partir de aquí, lo que hace el crítico literario es emparentarlos con lo que da en llamar “la religión norteamericana”, que es la de la confianza en uno mismo, y cuya invención atribuye por entero a Emerson. Esta autoconfianza triunfaría en ambos poetas de modo muy diferente, sin embargo, pues en Whitman es pura efervescencia, publicidad de sus propios escritos, que él impulsa, presencia pública continua… mientras que en Dickinson encontramos a la escritora recluida, que apenas publicó en vida, que careció por completo de vida social, y que sin embargo llevó a cabo una tarea poética grande y regular, eso sí, de tinte mortuorio, alejada de cualquier rasgo optimista que puede encontrarse en Whitman/Emerson. La lástima es que Bloom no solía ir más allá del círculo inglés, y su mirada comparatista se limitaba a Estados Unidos e Inglaterra. De ahí que dijera que la figura gigantesca de Wordsworth primero fue intimidante para los poetas de Nueva Inglaterra, que no lograron una voz propia en verso hasta que Whitman y Dickinson aparecieron para rivalizar con aquel.

—Me ha interesado mucho el capítulo que le dedicas a Louisa May Alcott. Especialmente, todo lo que cuentas sobre su novela Cambios de humor, que no he leído. Dices que es una novela romántica antirromántica, en la que la protagonista, que es un alter ego de la misma Louisa May Alcott, se halla en el centro de un triángulo amoroso en el que los otros dos vértices son nada más y nada menos que Emerson y Thoreau. ¿Podrías comentar algo más acerca de esa novela? ¿Te parece una novela interesante para conocer desde dentro el trascendentalismo?

—Poca gente la conocerá, supongo, porque ha permanecido inédita hasta hace muy poco en español. El nombre original era Moods, en referencia a los estados de ánimo, y se justificaba enseguida mediante un epígrafe tomado de un texto de Emerson precisamente. Dedico todo un largo capítulo a analizarla en clave literaria y biográfica. Fue la primera novela de Alcott (y su favorita de cuantas escribió), y la reescribió casi veinte años más tarde, en 1882, porque en su momento la había modificado para que se adecuara al gusto del editor, y con ello se había perdido el propósito original de la historia. La protagonista es la joven Sylvia. Adam Warwick y Geoffrey Moor (inspirados, respectivamente, en Thoreau y Emerson), que acabarán siendo pretendientes rivales de la joven, lo cual es una oportunidad para Alcott para describir a ambos escritores y reflexionar sobre el amor o hablar de la institución matrimonial en aquellos tiempos. Muy hábilmente, Alcott necesita un plantel de personajes que la lleven a mostrar contrastes para que se vaya exponiendo la personalidad de los dos pretendientes, tan diferentes, pero también coincidentes en el hecho de presentar una gran integridad y libertad de pensamiento, y de aprender más de la naturaleza y la existencia en general que de los libros. En resumen, es una obra bien curiosa digna de conocer, con suspense amoroso, además, y que para el biógrafo de Thoreau y Emerson, como fue mi caso, es puro oro, no tanto para entender el trascendentalismo como para indagar de manera muy profunda en las almas de estos dos escritores.

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