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Tra-tra-tra, brilli-brilli, joder-fuck-fuck, pararara-pam

Tra-tra-tra, brilli-brilli, joder-fuck-fuck, pararara-pam

Hay dos citas que no sé si son verdaderas pero que estoy seguro que son ciertas. La primera es de Bach, el compositor: “Puedes desafinar pero nunca jamás perder el ritmo”. La segunda, de Monty Python. En una entrevista les preguntan cuál es la clave de su humor. Creo que es John Cleese quien responde tajantemente: “Rhythm”.

"Que el ritmo fuera elocuente, que aportara significado relevante, que a su modo contara también una historia"

Cuando escribo intento cuidar todos los elementos narrativos, pero inevitablemente siempre hay uno que toma la delantera, se sobrepone a los demás y exige ser el protagonista. En la novela La gran ola este elemento egocéntrico fue el ritmo. Me propuse trabajarlo de manera distinta a como lo había hecho hasta entonces. Mejor dicho: no “me propuse” sino que “me vi obligado” por la naturaleza de la idea. Cuando escribo intento añadir capas de significado por todos los medios posibles, si es posible incluso más allá de la materialidad de las palabras. La noción del ritmo de la novela surgió de un impulso inicial puramente intuitivo. Que el ritmo fuera elocuente, que aportara significado relevante, que a su modo contara también una historia. Para reproducir esa determinada energía de los tsunamis, que lo arrasan todo, que es la misma energía que la triada de protagonista (tres pijos herederos de una cadena hotelera, jóvenes, fuertes, engreídos, de buen ver, repeinados, que se saben dueños de todo) y que a la vez es la misma fuerza arrolladora del turismo sobre los sitios, di con un tipo de frase que se alarga y se alarga y que arrastra el lector a su paso.

En seguida me di cuenta de que si este estilo tenía que ser la tónica durante toda la novela (¿Y de qué tónica se trata? La versión simplificada: escribir sin puntos) era necesario desarrollar un “método”. Difícilmente se puede culminar una novela cabalgando encima de la intuición pura, o por lo menos yo no sé hacerlo. La solución con la que di fue “componer” el libro desde la abstracción del ritmo.

"La idea de tsunami, aparte del ritmo, también acabó creando la estructura"

He aquí una reproducción más o menos aproximada de lo que pasaba entre bastidores mientras escribía: ahora va un pasaje con mucho movimiento físico, ahora una referencia kitsch, de repente algún exabrupto muy corto, muy picado, seguido de un par de líneas de diálogo en inglés, ahora un rosario de acciones físicas más átonas hasta que llegas a una imagen estática, la rompes con una acción breve y entra un pasaje largo más reflexivo. Cada pequeña pieza acabó adquiriendo una traslación musical en forma de onomatopeya. Este fragmento, en formato musical, podría ser: tra-tra-tra, brilli-brilli, joder-fuck-fuck, pararara pararara-pam, scum ta-tá, zumbido largo. Pasada esta fase venía el momento de la escritura, que se convertía en un intentar dar con el contenido que se ajustara a esta forma rítmica. Supongo que parece un poco esotérico, pero es que hablar de música nos lleva a ese terreno, lo quieras o no.

La idea de tsunami, aparte del ritmo, también acabó creando la estructura. Las tres partes intentan replicar el fenómeno narrativo que subyace en el fenómeno natural. Un tsunami consta de tres partes que no corresponden exactamente al inicio, nudo y conclusión, pero se le parece bastante: la primera parte del tsunami es el terremoto, el momento originario; la segunda, la larga espera hasta que llega la ola; la tercera, el impacto de la ola. Esta es exactamente la estructura de La gran ola. Del resto de cosas si a caso ya hablaremos otro día.

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Autor: Albert Pijuan. Título: La gran ola.  Editorial: Sexto Piso. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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