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Tres maneras de inducir un coma: la risa culpable

Tres maneras de inducir un coma: la risa culpable

Hace unos meses mi móvil me informó de que alguien me había mencionado en una foto, en una cuenta de Instagram. Según el cartel que apareció en la pantalla de mi telefono, su propietaria era Alba Carballal, a quien yo ya seguía —aunque no lo sabía—. Al entrar para averiguar de qué iba la mención, vi publicada en su muro una foto de la primera página de una novela, que arrancaba con una cita mía. La novela era de la propia Alba, a quien, en aquel entonces, ni siquiera recordaba haber empezado a seguir ni sabía desde cuándo lo hacía.

Y la novela en cuestión, su novela, era la primera que había escrito y estaba a punto de editarse. Reconozco que me dio pudor que alguien pusiera una frase mía en su libro. Me sentí a punto de ser descubierto: todas mis frases son, seguramente, reescrituras de frases de otros a los que he leído y quienes, con toda probabilidad, lo escribieron antes y mejor que yo. Confié al destino que no saltara la perdiz y que aquello se quedara sólo en una foto más de una red social más.

"Empecé a leer la primera página del primer capítulo y ya no pude parar hasta el final"

Unos meses después, en noviembre del año pasado, recibí un mail de Elena, editora de Seix Barral, quien poco después me envió, impresa en folios A4 encuadernados con tapas de plástico transparentes, una novela: Tres maneras de inducir un coma, de Alba Carballal.

Abrí el manuscrito —¿se siguen llamando así, o ahora que escribimos a ordenador se llaman de otra manera?—, empecé a leer la primera página del primer capítulo y ya no pude parar hasta el final. Aquella primera página mostraba a un hombre, Federico, el protagonista, meditando desde la punta del trampolín de una piscina pública de Madrid para, luego, interrumpir su salto por culpa de una llamada. En este telefonazo se le ofrece un trabajo inusual que le hará saltar al abismo y lo sumergirá de cabeza en las aguas turbulentas de la historia de otros, quienes cambiarán, a su vez, la vida de Fede. Pero con él, yo, lector, también me sumergí en la novela. Cuando me quise dar cuenta, salí a la superficie a respirar para darme cuenta de que la había terminado, y de que había estado todo aquel tiempo conteniendo la respiración. La asfixia, sin embargo, también era producto de la risa. Porque Tres maneras de inducir un coma es turbia, sí, pero ante todo es una comedia. Y, como todas las buenas comedias, es mucho más que una comedia, sin por eso dejar de ser nada menos que una comedia. Es decir: no deja de provocar risa ni siquiera en los momentos más sucios del abismo que comparten los personajes de la novela.

Sí, el abismo aquí —o los abismos: el propio de cada personaje y aquel que los une a todos— se cuenta como una comedia: negra, hilarante, despiadada y profundamente humana. Humana no desde el artificio barato de la sensiblería, la apología de lo diferencial y lo especial de las sensibilidades particulares, sino desde un lugar mucho más difícil de alcanzar: desde la empatía a través de lo patético, de las torpezas, de ese constante resbalarse que es, en sí, la existencia —la nuestra y también la de los personajes de la novela, de su novela, de su primera novela—.

Yo, como Federico, narrador y protagonista de la historia, me dejé seducir por Natalia, la otra protagonista, y por su proceso de transición de género: Natalia Mendoza, quien antes, cuando todavía era leída hasta por sí misma como un hombre muy heterosexual, se llamaba Eduardo, Eduardo Mendoza…

"Hablamos de la modernidad, de la posmodernidad, de Borges, de Marta Carnicero, de su novela, de Nacho Vegas, de la transexualidad, de su novela, de Cioran..."

Por ella y por su padre, y por la madre de Federico, y por los demás personajes de la novela. Y, mientras me reía de ellos —que no con ellos— me reía, también, de mí mismo: de esa monumental piel de plátano que es la realidad y que nos lleva a todos —lectores y personajes— a resbalar o chocar unos con otros, cambiando así las probabilidades de que el futuro de cada uno sea como creíamos que podría llegar a ser.

Quedé meses después con Alba a tomar unas cañas y a hablar de la novela, de su novela, de su primera novela. ¿Cómo una primera novela podía ser tan hipnotizante, estar tan bien construida, tener personajes tan sólidos y tan creíbles al mismo tiempo? ¿Cómo podía haber escrito una novela tan cómica pero tan seria a la vez?

Y, mientras tomábamos cañas, hablamos de sus influencias, que en muchas ocasiones eran también las mías: el Gurb y todo Eduardo Mendoza, La conjura de los necios de John Kennedy Toole, el Almodóvar del Patty Diphusa y de sus películas, y de otros rastros menos claros, pero también presentes, como David Foster Wallace, Galicia, Siniestro Total, Os Resentidos, los hermanos Coen, Lynch…

Hablamos de la estructura del libro, trabajada y trabajosa hasta el punto de que el lector ni la nota. Hablamos de la generosidad de Muñoz Molina y de la inteligencia de Quequé. Hablamos del punk feminista de Patricia Sornosa y del punk suicida de Ignatius Farray.

Decidimos quedar otro día en mi casa, a seguir tomando cervezas y a conversar de lo que surgiese: de libros, de música, de cine…

Quedamos y hablamos de cómo fue el proceso de escribir Tres maneras de inducir un coma, y de lo bueno que fue que le dieran una beca en la Fundación Antonio Gala para poder llevar a cabo el proyecto. Hablamos de la modernidad, de la posmodernidad, de Borges, de Marta Carnicero, de su novela, de Nacho Vegas, de la transexualidad, de su novela, de Cioran, de Nietzsche, de Madrid, de su novela, de comedia, de cómicos, de cómicas, de su novela…

En fin, de la novela, de su novela, de su primera novela: Tres maneras de inducir un coma.

Le pedí a un amigo que grabara la conversación en la cocina de mi casa.

Y este es el resultado. Pasen y vean. Pasen y lean. Me lo agradecerán.

Vídeo: entrevista a Alba Carballal de Dario Adanti

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