Tus piernas

Ricardo Labra va hilando en Tus piernas (Editorial Luna de Abajo) una cadena de acontecimientos poéticos que sustenta sobre esa arquitectura de la mujer que hacía darse la vuelta a Charles Denner en su deambular por las calles de París. François Truffaut era el inductor de aquella comedia melancólica que en Francia se tituló L’homme qui aimait les femmes (1977) y en España El amante del amor.

En Labra, como en Truffaut, existe un eco de seducción y un anclaje en el fundamento literario. El francés cede el placer de la mirada al protagonista Denner, como hiciera con el actor Jean-Pierre Léaud, su alter ego, Antoine Doinel, en sus mejores películas. Luis Eduardo Aute en “Cine, cine” lo canta así: “Recuerdo bien / aquellos «cuatrocientos golpes» de Truffaut / y el travelling con el pequeño desertor, / Antoine Doinel…”.

Tus piernas es un cruce de caminos en el que los pasos de la mujer protagonizan todos los sueños; bellezas silenciosas; vértigo y sosiego… que “se mueven como las hojas de un libro abierto”, que se transforman en haikus: “Tus piernas se ponen en marcha. / Como una perrita faldera / la luna las sigue”. Las que “duermen bajo el sol / del verano”; las que “danzan sobre la pradera / de un bar”; las que machadianamente “recuerdan que la vida es corta / y demasiado larga su belleza”, o heraclitianas: “Tus piernas son un río / en el que nadie acaricia dos veces la misma orilla”. Y a modo de homenaje a su querido y admirado Ángel González, que hubiera firmado sin dudar este juego verbal, Labra escribe: “Tus piernas no soportan las medias / tintas.

De cualquier forma, y como un bucle que encerrara la intención que sobrevuela todo el libro, en el primer poema: “Tus piernas parecen las alas de una mariposa. / “A veces se estremecen como si quisieran desprenderse de la luz / que las sorprende en la lámina de la tarde”… y en los últimos versos que cierran el libro, las mismas alas de mariposa, solo que: “Entre los dedos dejan el color / inolvidable de su ausencia.

Tus piernas parecen las alas de una mariposa.

A veces se estremecen como si quisieran desprenderse de la luz

que las sorprende en la lámina de la tarde.

Tus piernas tienen el rubor de la mañana.

Hacia ellas vuelan deslumbrados los deseos de la noche.

Tus piernas unen dos distancias insalvables.

A un solo paso
el infierno y el paraíso.

Tus piernas tienen el sonido del fuego
cuando llegan

y de la lluvia cuando se van.

Tus piernas cruzan la luna de dos horizontes.

La sombra hechiza su misterio.

Tus piernas se asoman, largas y torneadas,
por la corta falda
que anuncia el verano.

La estación del sofoco.

Tus piernas son un peligro
para el orden público. Congregan las miradas a su paso

con los consiguientes atascos púbicos.

Tus piernas no son un templo

y, en cambio, ante ellas oran los adoradores de Venus.

Tus piernas escriben su destino.

En cada paso que dan busco mi nombre.

Tus piernas no soportan las medias tintas.

Puede que por ello, así de desnudas, estén llenas

de enigmas y misterio.

Tus piernas nada saben de los espejismos
que crean.

Cada caminante ve en ellas una ciudad diferente.

Tus piernas están hechas para cabalgar sobre el viento.
En ningún lugar hallarán reposo.

Pobre del ingenuo que sueñe con retenerlas.

Tus piernas son dos verdades que interrogan

y sacan los colores a la costumbre.

Tus piernas nunca se convertirán en el nudoso tronco de un árbol, como una Dafne cualquiera.

El fuego está condenado a la ceniza y a la arena.

Tus piernas buscan la plenitud. Por eso huyen de cada instante agotado

y dejan el rastro de su quemadura.

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