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Últimas horas en la vida de una mujer

Últimas horas en la vida de una mujer

El hombre —al que solo conocemos como «doctor B.»— siente una profunda conmoción ante un objeto tan inocente como un tablero de ajedrez. La patología tiene su explicación, una explicación desgarradora que se remonta a la Austria recién invadida por Hitler. Recluido por la Gestapo en la insondable soledad de una habitación de hotel, ha sido privado de todo pasatiempo: sin televisión ni radio, sin papel para escribir ni para leer. No se le permite nada que no sea el hastío de las horas huecas. Un día, momentos antes de un interrogatorio, ve un libro en un armario. Con disimulo, le echa mano. A partir de ese momento, sus horas recibirán un contenido. El libro resulta ser una compilación de partidas de ajedrez y el hombre acabará obsesionado con ellas. Las retendrá en su memoria, las recreará en su imaginación, las analizará cuidadosamente, las jugará contra sí mismo hasta los mismos confines de la locura. El libro —el ajedrez— será su salvación y su perdición. Se convertirá en un hábil jugador de ajedrez sin haberse puesto nunca ante un tablero de ajedrez. Ante la visión de un tablero, su espíritu convulsiona, recordando aquella época tenebrosa de su vida, de su país y del mundo entero.

Este es el argumento de Novela de ajedrez, la última y brillante obra de Stefan Zweig. He pensado a veces si no sentiría Lotte, su esposa entonces, una turbación similar a la de B. ante el tablero en aquellas horas que pasó en compañía del cadáver de su amado. Ambos se suicidaron, envenenándose, en la casa en que se habían instalado en Brasil, pero la autopsia reveló un detalle perturbador: Lotte tomó el veneno varias horas después de que lo hiciera Stefan. ¿Por qué? ¿Por qué no marchar de la mano? ¿Qué pasó durante aquellas horas? Especialmente: ¿qué pasó por la cabeza de Lotte?

El caso de Stefan y Lotte conforma un tópico en toda regla: hombre maduro (58 otoños) que abandona a su mujer para marcharse con su joven secretaria (31 primaveras). Su primera mujer, Friderike, de carácter sólido y temperamento alborotado; Lotte, una compañera servicial.

"Una vez más, el arte va más allá de la ficción: Lotte llegó en la entrega más lejos que Mistress C"

Lotte decidió consagrar su vida —y su muerte— al escritor, tan grande con la pluma como apocado ante el peso de los acontecimientos que arrasaban su país. Lotte viene a ser la protagonista de Carta de una desconocida, cuya vida no es sino la búsqueda desquiciada de un hombre. Del hombre del que se enamoró platónicamente en su tierna pubertad y del que, tras consumar carnalmente la relación en su primera juventud, no recibe más que silencio. Porque silencio fue lo que recibió Lotte: no aparece tan siquiera mencionada en la nota de despedida del escritor suicida. Se habla allí del Viejo Continente, de la lengua alemana, de la recién adoptada patria brasileña, de los amigos, de sí mismo… Lotte, a esas alturas del drama, ha abandonado la escena.

Lotte adopta también el aspecto de Mistress C., la protagonista de Veinticuatro horas en la vida de una mujer, una dama respetable, una señora de alta alcurnia, una viuda afligida, cuyo corazón se ve súbitamente sacudido por una borrasca de pasión. Mistress C. es en esos momentos capaz de entregar todo —su hacienda y su cuerpo y su misma vida— al hombre que ha desatado en su alma semejante tormenta. Una vez más, el arte va más allá de la ficción: Lotte llegó en la entrega más lejos que Mistress C.

"Relee la carta en la que su hombre amado se despide del mundo y donde ella no figura. ¿Llegó aquel hombre a quererla? ¿A conocerla, tan siquiera?"

Petrópolis, a menos de un centenar de kilómetros de Río de Janeiro, finales de febrero, una plácida tarde del verano brasileño. La brisa y el frescor de la maleza que se extiende frente a la hermosa casa solariega atenúan el bochorno. Un hombre angustiado. Una mujer cuya vida no tuvo más sentido que oficiar de acompañante. Él toma el veneno, ella aguarda. ¿A qué? Observa el cadáver: su amado yace en la cama, encorbatado, dibujando la estampa de refinado e ilustrado burgués que con tanto ahínco cultivó. ¿Se le pasó por la cabeza no acompañarlo en el viaje final e inapelable? ¿Se le pasó por la cabeza no dejarse arrastrar por la pasión corrosiva que una vez también sintió Mistress C.?

En camisón, sin ropa interior, siente cómo el aire tibio le acaricia la piel. Le dedica una última mirada y siente el mismo pavor que B. ante el tablero de ajedrez, que Mistress C. ante su propio delirio. Relee la carta en la que su hombre amado se despide del mundo y donde ella no figura. ¿Llegó aquel hombre a quererla? ¿A conocerla, tan siquiera? La protagonista de Carta de una desconocida declara su amor impenitente en una carta que encabeza: «A ti, que nunca me has conocido». Lotte se siente tristemente identificada.

Toma el veneno. Se tumba a su lado. Lo abraza tímidamente. Muere.

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